Muchos amigos de Nicaragua y de la Revolución Sandinista en el exterior se preguntan, conmocionados: ¿Cómo es posible que un país con tanta estabilidad económica y social, con altos índices de crecimiento económico y de reducción de la pobreza y de la desigualdad social, con un pueblo bien organizado y un partido de gobierno con tanto respaldo popular y hegemonía institucional, con una oposición de derecha fragmentada, casi sin partidos, literalmente de la noche a la mañana se haya convertido en un campo de batalla con enfrentamientos violentos, incendios, saqueos, tranques y muerte, en el que la delincuencia y el crimen organizado se han apoderado de barrios y prácticamente de ciudades enteras?
La respuesta es obvia, aunque a veces la perplejidad y otras veces el tranque mental de algunos no permita verla desde un primer momento. Cuando las causas de una crisis nacional son internas, ésta tiene un proceso de maduración, pero cuando las causas están afuera del país, la crisis se presenta de inmediato en todo su esplendor.
Esto ocurre con las invasiones, por ejemplo, que la tiranía mundial del capital guarda como último recurso, debido a su costo político; pero funciona igual.
Todo estaba preparado para echarse a andar en la primera oportunidad, y se había intentado varias veces; de hecho, días antes del inicio de la crisis actual se había tratado de generarla aprovechando el incendio forestal en la Reserva Indio Maíz.
Aun así, no podemos ni es bueno tapar el sol con un dedo, y debemos reconocer que algunos problemas de conducción política y organización propios del sandinismo y del funcionamiento de nuestro modelo político contribuyeron a que la ocasión fuera propicia para la activación del plan desestabilizador, pero es lo más probable que aun sin existir esos problemas, la ocasión propicia habría aparecido, aunque estando el sandinismo en mejores condiciones para enfrentarla.
Es estremecedor ver las semejanzas de imágenes entre los sucesos actuales de Nicaragua y los de Venezuela en época de guarimbas.
Cuando el odio se esparce – a través de medios de comunicación y demás pilares de influencia de la derecha en la sociedad – es como cuando hay una fuga de gas. Basta encender un fósforo y todo estalla.
La llama del fósforo en este caso han sido las muertes, y el fósforo fue la reforma a la seguridad social, que pudo ser encendido por el alto nivel de desinformación sobre la misma, que era perjudicial para los sectores acomodados del país, pero algunos de cuyos contenidos permitieron presentarla como perjudicial para el pueblo.
Cuando el odio se esparce – a través de medios de comunicación y demás pilares de influencia de la derecha en la sociedad – es como cuando hay una fuga de gas. Basta encender un fósforo y todo estalla.
La llama del fósforo en este caso han sido las muertes, y el fósforo fue la reforma a la seguridad social, que pudo ser encendido por el alto nivel de desinformación sobre la misma, que era perjudicial para los sectores acomodados del país, pero algunos de cuyos contenidos permitieron presentarla como perjudicial para el pueblo.
El gas del odio implica la siembra de códigos que luego sólo son activados para que se imponga la irracionalidad y la histeria. Es por eso que las exigencias de los “autoconvocados” son difusas, pues lo único concreto – que era el rechazo a la reforma señalada – se desactivó con su derogación.
Su única bandera ha pasado a ser la de siempre, pero que escondían al inicio: el derrocamiento del gobierno legítimamente electo de Nicaragua, del que nadie puede negar que ha sido el mejor evaluado por el pueblo nicaragüense en toda nuestra historia, debido a su evidente preocupación por la mejoría de las condiciones de vida de los nicaragüenses.
Nadie puede pararse ante el pueblo nicaragüense y decirle con seriedad que este ha sido un mal gobierno.
¿Por qué no lo dejan entonces seguir haciendo todas las cosas beneficiosas para el pueblo que venía haciendo hasta el estallido de esta crisis?
¿Por qué no se le permite a Nicaragua volver a la estabilidad, el crecimiento económico sostenido, la creciente reducción de la pobreza y de la desigualdad social, la construcción de obras de progreso? Porque hay un plan en marcha con un objetivo, que es el derrocamiento de otro gobierno de izquierda en América Latina, como se hizo en Honduras, Paraguay y Brasil, y como no se ha podido hacer en Cuba, Venezuela y Bolivia.
Su única bandera ha pasado a ser la de siempre, pero que escondían al inicio: el derrocamiento del gobierno legítimamente electo de Nicaragua, del que nadie puede negar que ha sido el mejor evaluado por el pueblo nicaragüense en toda nuestra historia, debido a su evidente preocupación por la mejoría de las condiciones de vida de los nicaragüenses.
Nadie puede pararse ante el pueblo nicaragüense y decirle con seriedad que este ha sido un mal gobierno.
¿Por qué no lo dejan entonces seguir haciendo todas las cosas beneficiosas para el pueblo que venía haciendo hasta el estallido de esta crisis?
¿Por qué no se le permite a Nicaragua volver a la estabilidad, el crecimiento económico sostenido, la creciente reducción de la pobreza y de la desigualdad social, la construcción de obras de progreso? Porque hay un plan en marcha con un objetivo, que es el derrocamiento de otro gobierno de izquierda en América Latina, como se hizo en Honduras, Paraguay y Brasil, y como no se ha podido hacer en Cuba, Venezuela y Bolivia.
Está claro que la izquierda ha venido perdiendo espacios de poder en nuestro continente y que en algunos casos ha habido desgaste político y problemas internos, pero sólo en un país de América Latina la izquierda ha sido desplazada del gobierno por elecciones desde la llegada de Chávez al poder en Venezuela, y es Argentina.
En el resto de países donde han caído los gobiernos de izquierda electos democráticamente, ha sido producto de golpes de Estado.
En el caso de Nicaragua era más difícil porque el Estado en su totalidad ha estado y sigue estando controlado por el sandinismo desde 2012, gracias a los votos ampliamente mayoritarios obtenidos en dos elecciones consecutivas (2011 y 2016). Esta es una de las causas por las que aquí tardó más en ser aplicado el plan de derrocamiento.
En el resto de países donde han caído los gobiernos de izquierda electos democráticamente, ha sido producto de golpes de Estado.
En el caso de Nicaragua era más difícil porque el Estado en su totalidad ha estado y sigue estando controlado por el sandinismo desde 2012, gracias a los votos ampliamente mayoritarios obtenidos en dos elecciones consecutivas (2011 y 2016). Esta es una de las causas por las que aquí tardó más en ser aplicado el plan de derrocamiento.
El código intervencionista es tan evidente, que Nicaragua es el único país en el que los personeros de la derecha sin disimulo alguno, han invocado a Gene Sharp, el creador del formato aplicado por Estados Unidos para el derrocamiento de gobiernos que no son de su agrado, y que se conoce como “revoluciones de colores”; porque desde su nombre mismo el formato incluye como parte de su contenido poner la realidad al revés: las víctimas son victimarios y viceversa, la defensa propia es agresión, la agresión es legítima defensa, la violencia es resistencia cívica, los violentos son manifestantes pacíficos, los que resisten las agresiones son “turbas” o “fuerzas paramilitares”, los que defienden el poder tiránico mundial del capital y su pensamiento único son los que cuestionan el poder, los que se oponen al mismo y defienden la libertad de los pueblos son los defensores de un poder opresor, la empresa privada es defensora de los trabajadores y los jubilados, la Iglesia se convierte en vocera de los grupos abortistas, las canciones y consignas revolucionarias son usadas en contra de la revolución, y la contrarrevolución es “una nueva revolución”.
Basta que la Policía intervenga en algún disturbio – cosa que prácticamente no está haciendo desde hace semanas – y aunque todos los policías anden desarmados, resulta que hay muertos. Se sabe perfectamente que mucha gente con experiencia militar está actuando a favor de los “autoconvocados” (policías – incluidos ex altos oficiales –separados de sus cargos por sospechas de corrupción, retirados del Ejército resentidos porque no se les ha entregado – o no se les ha vuelto a entregar, en algunos casos – los beneficios económicos que piden, ex combatientes de la contrarrevolución en los años ochenta, etc.). Los cadáveres de varios muertos en los enfrentamientos presentaban balas de plomo disparadas de forma certera en la parte superior de la cabeza, con armas que no son las reglamentarias de la policía en estas situaciones.
Aparte de esto, todos los muertos se presentan como masacrados, en lo que se ha convertido en un macabro festín carroñero de los medios de comunicación de la derecha. Ya no pueden ni disimular su júbilo con cada nuevo nicaragüense que pierde la vida, víctima de la violencia que ellos mismos alimentan con noticias falsas que exacerban conscientemente los ánimos. Hay una conocida reportera, famosa por su vulgaridad y falta de ética periodística, al servicio de un medio de comunicación que se ha convertido en el agitador número uno de las acciones desestabilizadoras, que siempre llega a los lugares donde acto seguido se desata la violencia, estando ella ahí de antemano “por casualidad” para presentar “la exclusiva” acomodada a sus intereses.
El formato incluye lo que puede considerarse como el guion de la violencia, y que consiste en lo siguiente:
1. Se hace una protesta pacífica o bien una marcha, en las que participa mucha gente, unos manipulados, otros defendiendo conscientemente sus intereses de clase, pero todos haciendo uso de su legítimo derecho a manifestarse.
2. Grupos violentos ajenos a la protesta pacífica y previamente preparados por la derecha aparecen al final de cada actividad de estas perpetrando actos vandálicos de todo tipo, incluyendo ataques a sandinistas. En otros casos, los grupos violentos agreden a los sandinistas cuando éstos, haciendo uso de su derecho a la libre movilización, quieren pasar un tranque.
3. En dichos enfrentamientos hay heridos y a veces muertos, en ambos bandos.
4. Si los enfrentamientos son después de una marcha, la noticia es que hubo una masacre, e incluyen entre las víctimas de la misma a todos los heridos y muertos, sean opositores o sandinistas. En el caso de la marcha del 30 de mayo, la sumatoria se hizo del total de víctimas de la violencia en todo el país, las cuales fueron presentadas como víctimas de una "masacre cometida por el gobierno" contra la marcha de Managua. Si los enfrentamientos son producto de ataques violentos a sandinistas, independientemente de que haya o no al mismo tiempo una manifestación pacífica de cualquiera de los dos bandos, la noticia es que las turbas de paramilitares orteguistas atacaron a manifestantes pacíficos, y luego de igual manera suman heridos y muertos opositores y sandinistas como si fueran las víctimas del "ataque de las turbas", y para ponerle le cereza al pastel dicen que eran "de la JS".
Basta usar el sentido común para comprender que es sencillamente absurdo que el principal perjudicado por los actos violentos, que es el gobierno, sea el que los promueva o los practique. Se tiene que haber perdido toda noción de la realidad para pensar que un gobierno bajo asedio, que acepta la entrada de organismos internacionales que le son adversos para que verifiquen lo que está pasando, pueda perpetrar, frente a los ojos de esos organismos llamados por él mismo y que están parcializados en su contra, semejantes actos de represión como los que quieren presentar los medios al servicio de la oposición y del plan de derrocamiento del gobierno sandinista.
Existen pruebas fehacientes de que el crimen organizado está financiando tranques y actos vandálicos, por razones obvias. El caos y la crisis de autoridad de los órganos que mantienen el orden y que enfrentan su actividad delictiva, es el mejor ambiente imaginable para sus acciones criminales. La presencia de grupos delincuenciales comunes al servicio de los “autoconvocados”, que ya se conocía, se hizo irrebatible con el esclarecimiento del asesinato de un ciudadano norteamericano en una de las zonas mejor controladas por estos grupos, y que fue filmado, así como fueron grabados los comentarios posteriores hechos por los autores del crimen a algunos compinches que los esperaban en su cuartel general, ubicado en la UPOLI; revelaciones que hicieron insostenible la imagen de estudiantes pacíficos atrincherados en defensa propia en dicho recinto universitario, lo cual obligó a los desestabilizadores a abandonarlo por decisión propia, dada la evidencia de lo que estaba sucediendo.
La Policía no sólo está acuartelada, sino que es atacada impunemente en sus unidades, con órdenes del gobierno de no disparar a los atacantes, en lo que ya es un verdadero alarde de prudencia nunca visto en la historia de ningún país, para evitar que se acuse a la fuerza policial de causar nuevos muertos. Una autoridad que actúa con semejante nivel de responsabilidad no puede ser acusada de uso excesivo de la fuerza y menos aún, de ser causante de las muertes por las que se le acusa y que continúan ocurriendo, a pesar del acuartelamiento.
No se debe culpar a los amplios sectores del pueblo que han sido miserablemente engañados por los que aplican explícitamente la receta de Sharp, uno de cuyos elementos fundamentales es la guerra psicológica que hace verlo todo al revés. Muchos nicaragüenses han sido víctimas de esto y no deben ser vistos por los demás como traidores o cosa parecida, porque incluso a los que no caen víctimas de la mentira se les asigna un papel en este plan, y es el de condenar a quienes han sido atrapados por ella, lo que diluye y disminuye la responsabilidad de los victimarios, que con esto cumplen uno de sus objetivos principales, que es la división de la sociedad y de las familias. Para desactivar la lógica con que funciona esto es esencial mantener la fraternidad en el seno familiar y entre los amigos a pesar de las posiciones diferentes, pero eso obviamente, sólo están en condiciones de hacerlo quienes no hayan sido contaminados por el odio. No olvidemos que es más fácil manipular a la gente que convencerla de que está siendo manipulada; pero al final – tarde o temprano – se impondrá la verdad, como siempre ocurre. Y cuando se haya logrado el triunfo sobre el odio, la mentira y la muerte, nada de revanchismos, ni venganzas; pues de lo contrario no se habría obtenido triunfo alguno.
Los sandinistas estamos quietos por ahora, porque no queremos ganar una guerra más de las que ya hemos ganado; lo que queremos es ganar la paz. El sólo hecho de que tuviéramos que ganar otra guerra sería ya la primera gran victoria de nuestros adversarios contrarrevolucionarios; una guerra que sin duda alguna ganaríamos, pero a un terrible precio de destrucción, desolación y muerte que queremos evitar, porque significaría retroceder décadas, y si a alguien le cuesta la paz en este país es al sandinismo, con decenas de miles de héroes y mártires que dieron su vida para que viviéramos en un país con justicia, libertad y paz. La guerra sólo se hace y no hay que esperar casi nada de tiempo para que sea desatada; la paz, en cambio, hay que construirla y lleva años lograrlo.
Los mismos bravucones enmascarados que con sus lanzamorteros en mano, posan para las fotos con edificios en llamas detrás de ellos; esos mismos que se creen valientes por agredir y torturar a personas indefensas, o proferir amenazas en las redes o bien de viva voz cuando no tienen quien les responda; esos mismos son los que después aparecen como angelitos, “víctimas pacíficas de la represión del régimen”, hechos un mar de lágrimas cuando son detenidos o cuando les va mal al enfrentarse a compañeros que se defienden de ellos.
Los sandinistas hemos ganado todas las guerras en las que hemos estado, pero nuestra mejor victoria en este momento será precisamente evitar la guerra, por amor al pueblo y a nuestra patria. Nosotros no andamos jugando a la guerra, porque la conocemos bien; pero el peor error que podrían cometer nuestros adversarios sería confundir nuestro sentido de responsabilidad con debilidad; al contrario, es parte de nuestra fortaleza; y si ahora que estamos quietos se están quejando por cualquier cosa que hacemos en defensa propia, imaginen si nos disponemos al combate, como sabemos hacerlo y mejor que nadie.
Quieren hacernos sentir culpables, y quieren que el miedo se vuelva a apoderar del pueblo, vendiendo la imagen de que mientras el FSLN gobierne habrá caos, así como antes quisieron engañar al pueblo diciéndole que si el FSLN gobernaba habría guerra. De lo que nadie debería dudar es de que si en Nicaragua vuelve la derecha al poder, no habrá más salud y educación gratuitas, ni seguridad social que cubra a las víctimas de guerra ni a los jubilados con pensión reducida, y el seguro no incluirá los beneficios que actualmente disfrutan los asegurados, ni tendrán su 6% del Presupuesto esos mismos universitarios que en tal caso habrían contribuido a llevar al poder a la derecha después de destruir sus propias universidades sin tocar si quiera a las universidades privadas, donde seguirían estudiando esos señoritos a los que hoy siguen, y en barrios y comarcas no habrá paquete solidario, ni usura cero, ni bono productivo alimentario, y los parques donde hoy juegan los niños de familias humildes volverán a caer en el abandono, como ya sucedió una vez.
Hay quienes con buenas intenciones se preguntan, ¿y por qué no renuncia ya el Presidente para que todo esto se acabe?, ilusionados creyendo que esto se calmaría con una decisión semejante. Ese es el más peligroso de todos los autoengaños. Si ahora que la derecha no está en el poder actúa de forma tan violenta y desalmada, imaginémonos lo que ocurriría si llega al poder y más aún, por la vía del derrocamiento, mientras por nuestra parte y como todo el mundo debería saber, los sandinistas no bajaríamos la cabeza y entonces sí, la confrontación violenta sería inevitable… y entonces sí, tendríamos una nueva guerra que ganar los sandinistas, pero es eso lo que no queremos.
Finalmente, aquí lo que está en juego no es un gobierno y menos aún, un Presidente; es una Revolución gracias a la cual tenemos patria y hemos tenido paz con justicia social más de una década, y si bien aún falta mucho camino que recorrer para derrotar la pobreza y la desigualdad social, es sólo con la Revolución que vamos a poder seguir avanzando en la lucha por mejorar las condiciones de vida del pueblo; y si bien hay muchos errores que superar, es sólo con la Revolución que vamos a poder hacerlo.
El Comandante Daniel Ortega lo sabe, y es por eso, porque conoce bien la gran responsabilidad que tiene al frente de este proceso revolucionario, al frente de este país por mandato popular, y por su compromiso con el pueblo, demostrado a lo largo de toda una vida de lucha y sacrificio, que no entregará el destino de Nicaragua en manos de aquellos a quienes con tal de ver satisfechas sus ambiciones no les importa ver caer el país a pedazos, incapaces de aceptar que Nicaragua cambió para siempre el 19 de julio de 1979.
Este escrito de Carlos Fonseca Teran