Esta es la historia de una ciudad llamada Duma, un lugar devastado y apestoso de bloques de apartamentos destrozados, y también es la historia de una clínica subterránea cuyas imágenes de sufrimiento permitieron que tres de las naciones más poderosas del mundo occidental bombardeasen Siria la semana pasada.
Hay incluso hay un amistoso médico vestido de bata verde que, cuando me lo encuentro en la misma clínica, me dice alegremente que el video del “gas” que horrorizó al mundo –a pesar de todas las dudas– es completamente genuino.
Las historias de guerra, sin embargo, tienen la costumbre de oscurecerse.
Este mismo médico sirio, de 58 años de edad, agrega a continuación algo profundamente incómodo: los pacientes, dice, no fueron víctimas del gas sino de la ausencia de oxígeno en los túneles y sótanos llenos de basura, en una noche de viento y fuertes bombardeos que provocaron una tormenta de polvo.
Cuando el Dr. Assim Rahaibani anuncia esta extraordinaria conclusión, vale la pena observar que él mismo admite que no fue un testigo ocular de los hechos y, como habla bien inglés, se refiere por dos veces a los yihadistas de Jaish el-Islam [Ejército del Islam] de Duma como “terroristas”, la palabra que utiliza el régimen para sus enemigos y un término utilizado por muchas personas en toda Siria.
¿Estoy escuchando bien?
¿Qué versión de los hechos debemos creer?
Con la misma mala suerte, los médicos que estaban de servicio esa noche del 7 de abril están todos en Damasco dando testimonio de una investigación sobre armas químicas que intentará dar una respuesta definitiva a esa pregunta en las próximas semanas.
Mientras tanto, Francia dijo que tiene “pruebas” de que se usaron armas químicas, y los medios de comunicación estadounidenses han citado fuentes que afirman que las pruebas de orina y sangre también lo demuestran.
La OMS ha dicho que sus socios en el terreno trataron a 500 pacientes “que mostraban señales y síntomas que indicaban la exposición a sustancias químicas tóxicas”.
Al mismo tiempo, los inspectores de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPCW) siguen sin poder llegar aquí al sitio del supuesto ataque con gas, aparentemente porque carecían de los necesarios permisos de la ONU.
Antes de continuar, los lectores deben tener en cuenta que esta no es la única historia respecto a Duma. Hay muchas personas con las que hablé en medio de las ruinas de la ciudad que afirman que “nunca creyeron en estas historias de gases”, historias que los grupos armados islamistas diseminaban regularmente.
Estos yihadistas en particular sobrevivieron bajo una tormenta de fuego al vivir en las casas de la población y en largos y anchos túneles con caminos subterráneos tallados con herramientas manuales por los presos en la roca viva, en tres niveles por debajo de la ciudad.
Atravesé tres de ellos ayer: vastos corredores de roca viva que aún contenían cohetes rusos –sí, rusos– y coches quemados.
Así pues, la historia de Duma no es solo una historia de gas o no gas, según cada uno. Se trata de miles de personas que optaron no marcharse de Duma en los autobuses que partieron la semana pasada, junto con los hombres armados con los que tuvieron que convivir como trogloditas durante meses para poder sobrevivir.
Ayer, atravesé la ciudad con bastante libertad, sin soldados, policías o guardianes que siguieran mis pasos, solo dos amigos sirios, una cámara y un cuaderno.
A veces tuve que trepar a través de murallas de 20 pies de altura, arriba y abajo de paredes de tierra casi transparentes. Felices de ver extranjeros entre ellos, y aún más felices de que el sitio finalmente haya terminado, en su mayoría sonríen; aquellos cuyas caras puedes ver, por supuesto, porque una sorprendente cantidad de mujeres de Duma usan un hiyab negro completo.
Mi primera entrada en Duma fue como parte de un convoy escoltado de periodistas. Pero una vez que un aburrido general anunció, a las puertas de un municipio destartalado, que no tenía información, el más útil lema basura de los funcionarios árabes, me alejé. Otros reporteros, principalmente sirios, hicieron lo mismo. Incluso un grupo de periodistas rusos, todos con vestimenta militar, se fue a su aire.
Fue un corto paseo que me llevó al Dr. Rahaibani. Desde la puerta de su clínica subterránea - “Punto 200”, se llama, en la extraña geología de esta ciudad parcialmente subterránea - hay un corredor cuesta abajo donde me mostró su humilde hospital y las pocas camas donde una pequeña niña lloraba mientras las enfermeras trataban un corte sobre su ojo.
“Estaba con mi familia en el sótano de mi casa a trescientos metros de aquí esa noche, pero todos los médicos saben lo que pasó. Hubo muchos bombardeos [por parte de las fuerzas gubernamentales] y los aviones siempre sobrevolaban Duma por la noche, pero esa noche hubo viento y enormes nubes de polvo comenzaron a entrar en los sótanos y bodegas donde vivía la gente.
La gente comenzó a llegar aquí sufriendo de hipoxia, pérdida de oxígeno. Entonces alguien en la puerta, un “Casco Blanco”, gritó “¡Gas!”, Y comenzó el pánico.
La gente comenzó a arrojarse agua unos sobre otros.
Sí, el video fue filmado aquí, es genuino, pero lo que se ve en él son personas que sufren de hipoxia, no de envenenamiento por gas.”
Curiosamente, después de conversar con más de 20 personas, no pude encontrar ninguna que mostrara el más mínimo interés en el papel de Duma como provocación de los ataques aéreos occidentales. Dos me dijeron textualmente que no tenían idea de que hubiera ninguna conexión.
Pero fue un mundo extraño en el que entré. Dos hombres, Hussam y Nazir Abu Aishe, dijeron que desconocían cuántas personas habían sido asesinadas en Duma, aunque este último admitió que tenía un primo “ejecutado por Jaish el-Islam [Ejército del Islam] por supuestamente ser “cercano al régimen”. Se encogieron de hombros cuando pregunté sobre las 43 personas que se dice que murieron en el infame ataque de Duma.
Los Cascos Blancos, los asistentes médicos de respuesta rápida, ya legendarios en Occidente pero con algunos aspectos llamativos en su historial, desempeñaron un papel familiar durante las batallas. Este grupo está en parte financiado por el Ministerio de Asuntos Exteriores británico y la mayoría de las oficinas locales estaban integradas por hombres de Duma. Encontré sus oficinas destruidas no muy lejos de la clínica del Dr. Rahaibani.
Habían abandonado una máscara de gas fuera de un contenedor de alimentos con un ojo perforado y había una pila de sucios uniformes militares de camuflaje dentro de una habitación. ¿Un montaje? me pregunté a mí mismo. Lo dudo. El lugar estaba lleno de cápsulas, equipos médicos rotos y archivos, ropa de cama y colchones.
Por supuesto, debemos escuchar su versión de la historia, pero eso no sucederá aquí: una mujer nos dijo que todos los miembros de los Cascos Blancos de Duma abandonaron su cuartel general principal y optaron por tomar los autobuses organizados por el gobierno y protegidos por los rusos con destino a la provincia rebelde de Idlib junto con los grupos armados, cuando se acordó la tregua final.
Había puestos de comida abiertos y una patrulla de policías militares rusos, un extra optativo para cada alto el fuego sirio, y nadie se había molestado siquiera en asaltar la intimidante prisión islamista cercana a la Plaza de los Mártires, donde supuestamente decapitaban a sus víctimas en los sótanos. El personal complementario de la ciudad a la policía civil del Ministerio sirio del Interior –que llevan una extraña vestimenta militar– es vigilado por los rusos, que a su vez parecen o no observados por los civiles. Una vez más, mis serias preguntas sobre el gas se encontraron ante lo que parecía una genuina perplejidad.
¿Cómo podría ser que los refugiados de Duma que habían llegado a los campos en Turquía ya estuvieran describiendo un ataque con gas que nadie en Duma hoy parecía recordar? Se me ocurrió, una vez que hube caminado más de una milla a través de estos miserables túneles excavados por prisioneros, que los ciudadanos de Duma vivieron tan aislados unos de otros por tanto tiempo que las “noticias” en nuestro sentido de la palabra simplemente no tenían significado para ellos.
Siria no llega a ser una democracia jeffersoniana -como me gusta cínicamente decirles a mis colegas árabes- y de hecho es una dictadura despiadada, pero eso no pudo evitar que esta gente, feliz de ver a los extranjeros entre ellos, no reaccionara con unas pocas palabras de verdad.
Entonces, ¿qué me estaban diciendo?
Me hablaron de los islamistas bajo los cuales vivieron. Hablaron de cómo los grupos armados se habían robado viviendas civiles para evitar los bombardeos del gobierno sirio y los rusos.
Jaish el Islam había incendiado sus oficinas antes de marcharse, pero los enormes edificios dentro de las zonas de seguridad que ellos mismos habían creado habían sido derribados por ataques aéreos. Un coronel sirio que encontré detrás de uno de estos edificios me preguntó si quería ver qué tan profundos eran los túneles.
Me detuve después de caminar más de una milla, y él me hizo la críptica observación de que “este túnel podría llegar hasta Gran Bretaña”. Ah sí; me acordé de la señora May, cuyos ataques aéreos habían estado tan íntimamente conectados a este lugar de túneles y polvo. ¿Y el gas?
Fuente original: https://www.independent.co.uk/voices/syria-chemical-attack-gas-douma-robert-fisk-ghouta-damascus-a8307726.html
https://www.rebelion.org/noticia.php?id=240744