Es la tapadera con la que se quiere ocultar la bancarrota política y económica de los EE.UU, cuyas graves contradicciones no pueden ser resueltas sino por medio de la aplicación de su poderío militar contra aquellas naciones consideradas como amenazas, o estados renegados que rehúsan o amenazan su supremacía global.
Si la intención de todo este asqueroso complot era deslegitimar la presidencia de Trump por una supuesta colusión con el gobierno ruso de Putin quien habría subvertido el proceso electoral -la Democracia- estadounidense para poner a Trump en el poder, resulta que lo que han logrado los arquitectos de este plan malévolo, las fuerzas más oscuras y reaccionarias de la clase gobernante, es poner al descubierto la hipocresía y la debilidad estructural de todo el sistema sobre el cual se ha creado la imagen de una superpotencia indestructible, diseñada para durar y dominar a perpetuidad.
Desafortunadamente esa creencia choca de frente con su propia realidad histórica; la de los imperios que cayeron victimas de sus propios errores, su enorme arrogancia, la corrupción, la violencia y las mentiras con las que proyectaron su dominación sobre los demás.
El Russiagate como se ha dado por llamar al escándalo sobre la interferencia de Rusia en la pasadas elecciones de Estados Unidos, y que algunos han llegado hasta el extremo de considerarlo como un ataque similar a Pearl Harbor durante la segunda guerra mundial y que precipitó el involucramiento del país en esa conflagración mundial, es una muestra de flagrante nivel de descaro e hipocresía de todo el aparato político-económico-militar y sus órganos de propaganda que ha gobernado el país ininterrumpidamente desde su misma incepción y que precisamente ha hecho de la interferencia, en todas sus modalidades, el instrumento preferido para subvertir el orden político y agredir la soberanía nacional de innumerables naciones alrededor del mundo.
Por otra parte, estos hechos que se asumen como normales a su condición de nación superior/excepcional destinada a dominar por un mandato divino (in god we trust), ignorando todos sus grandiosos enunciados sobre la democracia y la primacía de la ley, ponen al desnudo no solo la depravación de la clase dirigente, sino también la espiral decadente en la que entrado todo el entramado imperialista. Sin embargo, la negación es lo que prevalece, y en su lugar se buscan culpables en otras latitudes.
Rusia y el presidente Vladimir Putin son el blanco de toda la invectiva imperialista; se les acusa de todo. Es una histeria total, no transcurre un solo día sin que aparezcan nuevas acusaciones ligadas directamente al Kremlin, y Putin es señalado como el siniestro titiritero que mueve todos los hilos de la conspiración anti estadounidense. Facebook ha sido literalmente invadido por un ejército de trols manejados por alguien conocido como el “Chef” de Putin a quienes se les acusa de haber manipulado a los votantes en las últimas elecciones presidenciales.
Hasta en la reciente masacre en una escuela en Florida han intervenido los trols rusos sembrando la discordia y el odio. Y el asunto es de nunca acabar pues las agencias encargadas de la seguridad nacional han advertido que existen indicios que los malignos rusos pueden estar planeando interferir en las elecciones legislativas de noviembre próximo, lo que obviamente tiene como objetivo aumentar los decibeles de la histeria anti rusa.
Lo intolerable de todo esto es que se quiera presentar a Estados Unidos como una víctima inocente, cuyas acciones benevolentes, según el aparato propagandista, han sido siempre orientadas hacia la paz y el progreso de las naciones del mundo.
Pero la historia, aunque se intente, no se puede borrar de un plumazo o reescribirla, como pretenden los apologistas del imperio, al contrario, está allí inexorable guardando para la posteridad el record de las innumerables actividades criminales que en nombre de la libertad y la democracia los Estados Unidos ha llevado a cabo en todos los rincones del planeta; invasiones, revoluciones de colores, golpes de estado, guerras humanitarias etc., en contra de pueblos como el guatemalteco, el chileno, el libio, el iraquí, el sirio y el venezolano cuya única aspiración ha sido ser independientes, soberanos y libres de cualquier injerencismo en sus asuntos internos; hasta la propia Rusia ha sido una víctima.
Nada de todo esto, sin embargo, asume gran relevancia en los grandes medios cebados en el complot ruso, y si acaso se referencia, es con el fin de justificarse y hasta autocongratularse, argumentando que el intervencionismo estadounidense promueve la democracia, mientras que Rusia boicotea la democracia y promueve el autoritarismo; no existe equivalencia moral entre las acciones del uno y del otro, argumentan.
Encuentran inadmisible, abominable, que el presidente Putin insinué que sus acciones son equivalentes a aquello de lo que se acusa a Rusia de estar haciendo ahora en los Estados Unidos. No es solo de manzanas y naranjas, dicen, se trata de comparar a alguien que administra medicina que salva la vida, a alguien que trae veneno mortal.
Hasta ahora, la investigación que se lleva a cabo a través de un investigador especial no ha producido evidencias concluyentes sobre la supuesta colusión del gobierno de Rusia y la campaña de Donald Trump. No se ha descubierto nada que indique de manera irrefutable la existencia de una conspiración rusa para afectar directamente el resultado de las elecciones en favor de Trump, todo este circo se basa en presunciones descabelladas que no resistirían un riguroso escrutinio y serian fácilmente desechados por no apegarse a hechos concretos.
Todo gira alrededor de la ridícula afirmación por parte de la agencias de inteligencia de que Putin, sus asesores y el gobierno ruso abiertamente manifestaron su preferencia por el presidente electo Trump sobre la secretaria Clinton. Según analistas muy serios, si las investigaciones del Senado no han encontrado suficientes y persuasivas evidencias como para convencerse de que la “supuesta preferencia de Putin” era Trump, entonces no existe razón para tomar con seriedad las adolescentes observaciones y otros razonamientos distorsionados de la Comunidad de Inteligencia, francamente, indican, es una vergüenza para la profesión de analista de inteligencia.
En realidad, más que una vergüenza de las agencias de inteligencia, es la perversa inclinación de todo el sistema político estadounidense para la falsedad y la creación de una diabólica realidad alterna que la inmensa propaganda desinformativa transforma y transmite como una verdad que no acepta ningún cuestionamiento y cataloga cualquier disensión como traición, como es el caso de todos aquellos que se atreven a poner en duda la veracidad de las alegaciones del Russiagate.
Esta manipulación de la realidad, no tiene otra finalidad más que exacerbar las tensiones para llegar al último objetivo; la guerra con Rusia, para lo cual ya se ha demonizado y atacado al país y su líder en todos los frentes, económico, político y militar (a través de terceros) quedando pendiente la confrontación directa.
El Russiagate es una fabricación, un complot urdido por la corrupta y decadente elite gobernante estadounidense, es la tapadera con la que se quiere ocultar la bancarrota política y económica de los EE.UU, cuyas graves contradicciones no pueden ser resueltas sino por medio de la aplicación de su poderío militar contra aquellas naciones consideradas como amenazas, o estados renegados que rehúsan o amenazan su supremacía global. Rusia, China, Irán, Venezuela y Corea del Norte conforman esa lista negra como los grandes enemigos de la poderosa democracia estadounidense que, irónicamente, está siendo acorralada por un régimen estructuralmente débil, con una economía al borde del colapso.
A este respecto, y respondiendo a una pregunta sobre la creciente efectividad de Rusia a nivel global, Putin contestó:
“Si jugamos audazmente con cartas débiles, quiere decir que los otros son sencillamente jugadores mediocres, no son tan fuertes como parece, ellos carecen de algo”.
http://lacunadelsol-indigo.blogspot.com/2018/03/el-russiagate-es-una-fabricacion-un.html