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Chile: El año cero de los Cordones Industriales: 1972.



Para la generación que aún no cumple medio siglo, el proceso que viviera nuestro país, desde 1970, puede parecer lejano. Sin embargo, su eco aún resuena en los oídos no sólo de nuestro pueblo sino en el de muchos pueblos del mundo.

Se esté de acuerdo o no, con la interpretación que se haga de sus hechos y propuestas, la Unidad Popular de Salvador Allende – junto a los esfuerzos del Che Guevara, por abrir un nuevo camino a los pueblos de América Latina – está entre los procesos relevantes del último tercio del siglo pasado a nivel mundial.

Es interesante observar la connotación ideológica global que adquirieron, aunque en la base de este fenómeno esté la confrontación ideológica y de bloques que se desplegó en la periferia del sistema capitalista mundial a posteriori de los resultados inmediatos de la 2ª Guerra Mundial.

En esa memoria colectiva algunas individualidades han adquirido una talla de gigantes, algunas veces utilizadas con objetivos menores por diversas perspectivas, pero lo interesante son algunos fenómenos sociales de esa época que han logrado encarnarse como alegorías y leyendas en la conciencia mundial.

Uno de los más evidentes ha sido para el caso de Chile, el de los Cordones Industriales, eje central de los organismos de Poder Popular del país. Su mito no ha dejado de crecer a pesar del esfuerzo de la ideología e instituciones de la burguesía chilena para acallarlo y reducirlo o los esfuerzos de las propias organizaciones, que se autodenominan de izquierda, para domesticarlo, adocenarlo y olvidarlo.

Muchas pueden ser las razones de ese fenómeno y probablemente varias de ellas tienen que ver con la necesidad de los pueblos de pergeñar sus esperanzas. La conciencia no es simplemente la evidencia de la positividad – en ese caso de una articulación de asambleas de fábrica y su posterior derrota – es también la búsqueda de la verdad, en la medida que esta exista, incluso más allá de las racionalizaciones.

En ese entonces, la generación a la que pertenezco – heredera de una larga lucha del pueblo chileno por la libertad, la igualdad y el bienestar – contaba con una edad cercana a la de muchos de ustedes, y estábamos convencidos que en esa coyuntura – la que estaba abierta con la elección Allende – se abría una posibilidad para una sociedad más justa, feliz y solidaria.

Las exigencias sociales que recogíamos eran muy simples: vivienda, trabajo digno, alimentación suficiente para todos, especialmente, para los niños, salud tan buena como lo permite la naturaleza de cada uno, un bienestar material alcanzable, y una educación responsable, ética e integral, con una ciencia puesta al servicio de la humanidad y no de la guerra.

En sólo mil días de Gobierno Popular se dio perfil a una esperanza social que no lograba ser borrada por el egoísmo, el consumismo ni los esfuerzos de los poderes fácticos de este país, que incluso en el presente sueñan con hacernos olvidar ese intento.

Mil días que no pueden ser medidos en base al tiempo habitual, pues en ellos cada jornada no era de 24 horas, ni cada hora de 60 minutos pues ese tiempo restaba preñado de esperanzas.

Esa conciencia expresada en cada militante de diversas organizaciones, de avanzar en el seno de una multitud que busca el bienestar colectivo, proporciona un sentimiento de felicidad difícilmente comunicable, pero que es necesario comprender para superar los enfoques de simple nostalgia.

Los grupos y personas que convergimos en los Cordones no sólo éramos obreros o empleados de fábrica, sino estudiantes profesionales y pobladores, militantes todos de esa causa histórica. No había un reconocimiento o instructivos de partido, excepto los esbozos de comprensión que la lectura permitió a algunos sobre los períodos de poder dual, como los denominaban Lenin y Trotsky. La censura ideológica en la izquierda era feroz en esa época impregnada de ortodoxia, y guerra fría, durante la cual sólo mencionar el nombre de Rosa Luxemburgo abría las puertas de una excomunión.

Pero se había abierto un período de luchas de clase que impulsaba en la izquierda y en el pueblo a organizarse para enfrentar las tareas del cambio que se buscaba y para responder y compensar los daños que las huelgas, sabotajes y boicots de los enemigos del proceso provocaban en nuestra marcha. Ciertamente se perdían posibilidades de acción y organización, tal como la de los Comités de la Unidad Popular (CUP) al inicio del proceso, pero siempre se buscaban y creaban otras, tales como los organismos poblacionales y la movilización por tierras o salarios, así como los esfuerzos por democratizar lo existente.

Los Grupos dominantes, desde el ascenso de Allende a la Presidencia, habían abandonado su cacareado respeto por la Democracia y su supuesto pacifismo, para complotar, boicotear y generar grupos para-militares así como conspirar con el Gobierno de Nixon en el Imperio Americano, de modo de debilitar, destruir y aplastar un proyecto social que estaba siendo desarrollado ante los ojos del mundo por un pueblo pequeño ubicado en donde el mundo se cierra.

Es interesante constatar que en Chile en ese período no se desarrolló un movimiento guerrillero anclado en las capas media o en el campesinado, tal como sucedió en países vecinos. La UP y el movimiento de trabajadores que estaba en su seno atrajeron a su cauce a diversos movimientos políticos que, sin coincidir con su estrategia política o su programa, se plegaban a su fuerza y a su conducta.

En ello había indudablemente un giro de la esfera política que solo encuentra explicación en los procesos de crisis global y de las modalidades de la acumulación de capital, que hemos mencionado en otros escritos. Éramos producto del fin de los años de prosperidad de la posguerra y de las movilizaciones y guerras que se resolvían en una y otra dirección momentáneamente.

Pero ese combate en ascenso de nuestra clase trabajadora y los Partidos del Pueblo, de esa época, no tiene parangón en cuanto a su peculiar carácter. La elección de Allende, el respeto al programa – que nacionalizó Bancos y la Minería del Cobre, que creó un sector de la economía en manos del Estado –, o el surgimiento de Cordones Industriales y otros organismos de Poder Popular, tienen explicación en niveles profundos de nuestra conciencia e historia.

El entusiasmo desbordado de las multitudes, que anulaba parcialmente el espíritu de secta en la izquierda política, así como el espíritu grupal de un pueblo que con sus hijos a cuesta asistió a actos políticos, pintó barrios y escuelas, combatió plagas, hizo trabajo voluntario y que, como señalaban con asombro los extranjeros que venían, leen publicaciones, libros y cuentos – por miles – y que recitan y cantan en los momentos compartidos, no pueden borrarse a pesar de la ferocidad de la represión posterior ni de la traición oportunista de sus legatarios.

Esa actitud, ya cuando surge, no podía ser permitida por los grupos dominantes. Esa valoración del bien común antes que los intereses privados, les parecía subversiva. Ese amor por la tierra y esa fusión con la herencia mapuche ancestral, esa esperanza de profundizar la conciencia social y de grupo, y de una democracia real, participativa y lo más ampliamente directa, les parecía una locura que atentaba contra el sagrado carácter que le daban a los objetos y mecanismos que ellos controlaban y que eran la base de sus privilegios. 

Empresarios de viejo y nuevo linaje, con sus medios de comunicación que incluso hoy hablan de libertad y patriotismo, políticos de derecha y de centro coludidos y financiados por empresas transnacionales, comandados por una potencia extranjera y sus servicios secretos, articularon un golpe de militares y civiles chilenos para destruir esperanzas, cuerpos y mentes de un pueblo que había logrado en ese período ponerse de pie para exigir su derecho a la libertad, a la justicia y a la fraternidad.

El año 1972, Año Cero de los Cordones Industriales, fue un año decisivo del enfrentamiento de la clase dominante en la estructura social chilena contra la población. Pero allí debieron enfrentar y diluir la respuesta que intentó consolidar el pueblo chileno ante su barbarie: Organizar Poder Popular, crear Cordones de Industria, exigir un rol central para los trabajadores en el proceso. Y lo lograron.

Todos conocemos los pasos hacia adelante y hacia atrás que se dieron, tratando de mantener el diálogo político y el funcionamiento de la economía y la institucionalidad bajo control y diseño de la hegemonía pre-existente, por parte de los rivales que se enfrentaban. Algún día se podrá hacer un balance histórico que dé cuenta de ese último período sin egoísmos partidistas ni justificaciones banales.

La fuerza de las ideas heredadas y generadas por nuestro pueblo, su moral de combate y su ética, su deseo de justicia y generoso amor siguen en la bruma del tiempo expresándose como mitos sobre Allende y los Cordones, épicas sobre el Poder Popular y la Unidad Popular, leyendas sobre la posibilidad de luchar más allá de las fronteras partidarias por una posibilidad de cambio real y profundo que permita enfrentar las nuevas amenazas creadas por el capitalismo tales como la precariedad de la vida y el Cambio Climático.

Parafraseando una consabida idea: los Cordones y el Poder Popular son algo que nunca ocurrió tal como se cuenta, pero que siempre como esperanza nos está ocurriendo.

En la segunda mitad de los años 60 se agotó en Chile la expansión industrial y de mercados que había generado la 2ª Guerra Mundial y la coalición de Partidos de Izquierda denominada Frente Popular.

Los sindicatos aglutinados en torno a Clotario Blest se sienten cercanos a la gente campesina y éstos respecto a los obreros y población marginalizada por el sistema. Los empleados y gente de servicios se sienten incluidos en un mismo y gran deseo de cambio social. Hay un cambio de sensibilidad de las grandes masas trabajadoras, que se expresaba en torno al FRAP y a la figura de Salvador Allende.

La guerra de Vietnam y la lucha juvenil a todo lo largo del planeta parecen anunciar un cambio global y conducir no sólo a una crisis en el centro del sistema sino, también, en países de su periferia. Son los tiempos de Ho Chi Minh y del Che Guevara. Son los tiempos de la Unidad Popular.

En Chile el acuerdo social desarrollista de la 2ª Guerra está roto. El empresariado y la clase trabajadora han optado por caminos divergentes. La urbanización y la industrialización necesitan ser reorientadas.

¿Cómo hacerlo y en beneficio de quiénes? La Alianza para el Progreso y las Reformas del Gobierno de Eduardo Frei Montalva de la Democracia Cristiana son la respuesta del sistema. La Tricontinental y la Candidatura Unitaria de Allende son la respuesta de las fuerzas sociales de izquierda.

A nivel local y de los ámbitos nacionales del capitalismo el avance de la izquierda parece imparable. El Che proclama: ¡Crear dos tres, muchos Vietnam…! En Chile no sólo se radicaliza el cuadro político, incluso en los partidos de centro, sino que la Izquierda se amplía a otros sectores ideológicos, sociales y políticos más allá de aliados tradicionales y su líder Salvador Allende Gossens gana electoralmente la Presidencia de la República en un cuadro en que la propia Democracia Cristiana ha debido apelar a un mensaje comunitarista.

Es algo que no tiene precedentes. La derecha política, oligárquica y conservadora, aparece desorientada y exhausta. No se conocía una experiencia anterior en que un declarado marxista ganase en elecciones controladas por un Estado Nacional y Burgués. Ha roto momentáneamente el inmovilismo al que parecía estar condenando la Guerra Fría. Incluso lo hace superando las triquiñuelas de última hora de la CIA que conducen al asesinato del Comandante en Jefe del Ejército René Schneider y al intento de la DC, a través de un denominado Pacto Constitucional, de maniatar a Allende y al grupo de dirigentes de izquierda que lo rodea.



La Unidad Popular allendista había sido creada en torno al Partido Socialista de la época y del Partido Comunista, fiel seguidor de las políticas de la URSS. Pero junto a ellos se aglutinan sectores y grupos cristianos y laicos, así como lo más granado de las expresiones sociales y sindicales del país.

Su programa planteaba reformas democráticas y económicas que permitiesen una mayor autonomía nacional en un enfoque industrializador en que se anunciaba un futuro camino al socialismo, entendido como una versión autónoma, democrática y participativa que mantenía grandes ambigüedades respecto a la confrontación entre China y Rusia, así como a la evidente intervención del imperio americano.

Las 40 Primeras medidas y la nacionalización de la minería del Cobre en manos de empresas norteamericanas, anuncian un nuevo tipo de Gobierno, ante el cual la derecha política se ve en retroceso, en tanto la derecha económica y los aparatos de inteligencia de los gobiernos de los grandes países capitalistas se articulan para conspirar.

Hoy sabemos que el dueño del Diario El Mercurio, Agustín Edwards, partió en esa época – traicionando su ciudadanía y mentado “patriotismo” – a ofrecer sus servicios a una potencia extranjera, los EEUU, para derrocar a cualquier costo el Gobierno de su país. Esos personajes son los mismos que usaron el chovinismo cerril para acusar a Cuba y a los movimientos del Tercer Mundo por su solidaridad y compromiso con el Gobierno de Salvador Allende, y para azuzar a las Fuerzas Armadas contra el pueblo. Los mismos que hablan de la valentía de los araucanos en los desfiles del 19 de septiembre para reprimirlos implacablemente a lo largo de la historia de este país.

Con una derecha económica conspirando y con un bloqueo económico para quebrar al país – al negarle repuestos y materias primas, así como objetos de consumo – Allende no renunció a su compromiso con el pueblo que había confiado en él después de varias tentativas: nacionalizó el cobre y la banca, y ordenó desarrollar una Nueva Economía basada en un sector Privado, uno Público y uno Mixto de Empresas. Se plantea crear un área de industrias estratégicas cuyo número se ubica en torno a 100 empresas, pero en su entorno se aglutina un número similar como producto de la paralización que intenta realizar una parte de los grandes empresarios.

La Reforma Agraria y la normalización en la industria se realizan utilizando las propias leyes existentes que dejan de ser papel molido cuando favorecen a población. Al lock out patronal se responde con la intervención y paso de las empresas paralizadas a control de CORFO. Yarur, Sumar, Cristalerías Chile y otras pasan a control de nuevas administraciones en las que los trabajadores también tienen mucho que decir.

En ellas se crearon formas inéditas de participación y con ellas se logró inicialmente amortiguar el boicot externo e interno que buscaba una caída rápida del proyecto de la Unidad Popular. Se inicia la devolución de tierras mapuche usurpadas por la colonización de inmigrantes europeos traídos desde el siglo XIX por los Gobiernos chilenos.

La batalla de la producción y el manejo de la institucionalidad existente, adquieren un rol y sentido central para impulsar y posibilitar un cambio que se plantea revolucionario aun cuando algunos sectores de la izquierda las absolutizaban y otros las demonizaban.

El Imperio Norteamericano, embarcado de lleno en la Guerra Fría, sabía que la flexibilidad táctica y la unidad lograda por los partidos de izquierda chilenos eran un peligroso ejemplo para los pueblos latinoamericanos, sobre todo, después del asesinato cobarde del Che en Bolivia, tras hacerlo prisionero.



Una situación transicional requería de una hegemonía. Y nadie más consciente de eso que el alto mando empresarial que ya en 1972 empieza a buscar paralizar el abastecimiento y la producción así como ampliar sus bases de apoyo hacia las empresas pequeñas, y las capas medias.

En tanto la Derecha política busca establecer una situación de caos social y económico que facilite la intervención del Ejército, la Democracia Cristiana está fracturada con una mayoría que se inclina hacia la alianza con la derecha pensando ser la heredera del Golpe militar.

¿Qué hacer en una situación como la existente en 1972? Hay un Gobierno asediado por dentro y por fuera, pero con un amplio apoyo de multitudes no organizadas. En la izquierda chilena, Socialistas y Comunistas polarizaban el espectro social bajo su influencia en dos orientaciones contrapuestas, sin conseguir -en su propio interior y en la alianza de fuerzas que habían conseguido- la unanimidad alcanzada anteriormente.

Es la lucha de las clases fundamentales de la sociedad chilena la que busca expresarse directamente en el plano político.

En la CUT (Central Única de Trabajadores) que aglutina en torno a un tercio del total de obreros y empleados del país, se discute si ingresar o no a la institucionalidad del Gobierno – en discordancia con su propia tradición y la opinión de líderes como Clotario Blest – como mecanismo para equilibrar el eventual ingreso de otras fuerzas institucionales en las que se rumorea están las FFAA.

Corre el año 1972, el Gobierno controla los Bancos y parte de la distribución, así como ejerce una visible influencia sobre los niveles de producción. Junto al bloqueo externo que impulsa el Gobierno de EEUU a través de atrasos de pagos y entregas, retención de órdenes de comercio o negativas de venta, se extiende en el mercado interior el boicot de productos necesarios para el consumo. En los riachuelos aparecen agujas de coser y azúcar, biberones de bebé y artículos de difícil obtención, productos que fueron arrojados por parte de boicoteadores del proceso.

Los diarios de la derecha proclaman su deseo de Golpe en una secuencia que delata el cumplimiento de planes elaborados por Servicios de Inteligencia. Se bloquea la TV nacional y se asesina a un periodista de izquierda en el sur del país en una acción que se relaciona con sacerdotes de la derecha. Se organizan grupos fascistas en los barrios altos y en el campo, pero la izquierda política ha crecido también en militancia y partidos, como el Socialista y el Comunista que tienen al menos 500 mil militantes cada uno y se fortalecen así mismo los partidos y sectores de su alianza que incluye cristianos, laicos y marxistas.


La derecha impulsa el boicot individual de su militancia por los medios de comunicación que mayoritariamente controla haciendo desaparecer por semanas el arroz o el aceite que arroja a las pocetas sanitarias, así como acapara otros bienes esenciales para crear un malestar en las capas medias y la izquierda responde estableciendo cadenas de solidaridad y distribución popular.

Se lucha por la influencia en los medios de comunicación, lo que obliga a otros poderes del Estado (Judicatura y Contraloría) a hacer evidentes sus vínculos con la oligarquía. Se crean medios de comunicación, la izquierda y la derecha se atrincheran en los dos canales de TV Universitarios, de los cuales el aparato Judicial obligará a la izquierda a entregar el suyo.

Los pequeños comerciantes buscan acaparar o participar en un incipiente Mercado Negro, en tanto el Gobierno responde fortaleciendo cadenas de distribución bajo control estatal y los partidos de izquierda impulsan las JAPs (Juntas de Abastecimientos y Precios) y otros mecanismos.

Surge, desde la base y en forma asamblearia, el Primer Cordón Industrial (el Cordón de la zona industrial de Cerrillos en Santiago). Sus antecedentes históricos están, contradictoriamente, en los esfuerzos por realizar un Cabildo Abierto en semanas previas en la zona urbano-industrial de Maipú, el cual fuera inicialmente impulsado por grupos democristianos sobrepasados por sectores populares.

A éste le siguen en las semanas siguientes los Cordones Vicuña Mackenna y San Joaquín donde se reúnen experiencias y dirigentes sociales, poblacionales, estudiantiles y las formas de intervención administrativa del Estado en las empresas y el mercado. Se organizan Mercados Populares y se plantea la necesidad de establecer nexos entre esos agrupamientos y los Consejos Campesinos de la zona metropolitana. Se establecen nexos de esos primeros Cordones con organismos sociales de base en el Sur del país, sin que los Partidos políticos de izquierda se adhieran a esas iniciativas dado que están atentos a las pugnas en la cúspide política del Estado. El tiempo se acelera y se cuenta en semanas.

A fines de septiembre de 1972 gremios de pequeños y medianos empresarios – liderados por Camioneros y Comercio Minorista – con apoyo del gran empresariado, intentarán aglutinar tras de sí a los partidos de la derecha y a la Democracia Cristiana detrás de un Paro Nacional, Indefinido, y sedicioso que intenta una parálisis total del Gobierno y del aparato productivo, de distribución y servicios del país, tal que permita una sublevación del ejército. Se ha iniciado el lock out nacional e insurreccional de la burguesía que se conocerá como el PARO PATRONAL DE 1972.

La respuesta será para ellos, sorprendente. La clase trabajadora se organiza como un reguero de pólvora en los que serán denominados como los cordones industriales, en al menos 55 lugares del país. Tras ellos, el Gobierno se reactiva, así como los partidos de la Izquierda, articulándose una reacción social que impide la paralización que busca la derecha social y política para abrir paso al Golpe.


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Es una prueba de fuerzas de la que, desafortunadamente la izquierda y el Gobierno incluso triunfando momentáneamente, no logran aprender las lecciones correspondientes. La salida política obtenida -para continuar el itinerario electoral- por parte de la Unidad Popular consistió en desmantelar parcialmente el poder de los Cordones y hacer ingresar al Generalato y al liderazgo de la CUT al Gobierno, haciéndose rehén del juego institucional formal.

Cuando, con los votos de la izquierda, se aprueba la Ley de Control de Armas que otorgaba a las FFAA la facultad de intervenir, ingresar y reprimir los locales sindicales y las fábricas intervenidas, el cuadro estará ya listo para el futuro control cívico-militar que se ve en lontananza.

Sin armas, sin apoyo explícito de los partidos, execrados por el sector estalinista de la CUT, y sin tiempo ya para establecer una orgánica política propia, los Cordones serán meros espectadores del derrumbe del Gobierno UP lo cual pagarán con sangre desde los primeros días de la tiranía pinochetista.

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