El Partido Comunista de China (PCCh) afronta a partir del próximo 18 de Octubre un congreso decisivo para su futuro inmediato. Sin duda, no es un congreso más.
Por el contrario, todo indica que abrirá una nueva fase del proceso de modernización en China iniciado en 1949 bajo la batuta del PCCh.
En efecto, tras el período maoísta (1949-1978) y denguista (1978-2012), el actual liderazgo chino auspicia una nueva inflexión del proceso histórico de modernización del país.
A priori, no obstante, no habrá un cambio tan radical como el propiciado por Deng Xiaoping en relación al periodo anterior, pero la China de Xi Jinping aspira a situarse en el mundo con una nueva agenda.
Podemos afirmar que hasta Hu Jintao (2002-2012), China perseveró en la política de reforma y apertura implementada por Deng con un modelo que transformó el país en la fábrica del mundo. Lo mismo hicieron sus antecesores desde los años ochenta, incluido Jiang Zemin (1989-2002).
Pero ya en el segundo mandato de Hu Jintao se atisbó con claridad el agotamiento de dicho modelo y se sentaron las bases del cambio.
Es a Xi Jinping a quien corresponde gestionar la transición hacia ese modelo de desarrollo que debe conducir a una economía basada en la innovación, los servicios y el mercado interno y la construcción de una sociedad acomodada.
En lo político, la intensa campaña contra la corrupción, la insistencia en la “línea de masas” y el énfasis en las virtudes éticas han configurado desde 2012 un nuevo escenario orientado a mejorar la capacidad de gobernanza del PCCh.
El proceso discurre en paralelo a un renovado esfuerzo de centralización política que podría experimentar nuevas manifestaciones en el futuro inmediato.
A diferencia también del pasado reciente, no todo es ni será economía, aunque la “nueva normalidad” apunta a ajustes y reconversiones importantes en numerosos sectores, ya en curso, profundizando la reforma. La política, no obstante, pasa a primer plano para culminar el diseño de un modelo que asegure la perennidad del PCCh al frente del Estado-continente.
Es en dicho contexto que cabe interpretar las propuestas alentadas en el último lustro a propósito del Estado de derecho, la independencia de la justicia, o, en suma, el trazado de un camino propio y alejado de las influencias liberales occidentales.
En lo ideológico, el xiísmo o pensamiento de Xi quedará recogido en los estatutos del Partido, esperándose cambios de cierta relevancia.
La base del xiísmo es la consecución del sueño chino que apuntala la reforma y la línea de masas.
El xiísmo es la respuesta teórica del PCCh para asegurar su poder en los tiempos actuales y más allá, apostando por una sinización sin complejos del marxismo.
En el ámbito internacional, preparémonos para coexistir con una China más fuerte y mucho más activa, comprometida con el ejercicio de una mayor presencia e influencia en los foros y organismos internacionales y más que dispuesta a consolidar sus propios acrónimos.
El proyecto bandera de la Franja y la Ruta cataliza su proposición de un nuevo modelo de globalización que quiere trascender el comercio para poner énfasis en las infraestructuras, la conectividad, la inclusividad, la cooperación estratégica, etc.
Con el viento a favor pese a contar con una considerable agenda de contradicciones y dificultades, el PCCh saldrá de este congreso con la mirada puesta en el horizonte no ya de 2021 –cuando se cumplirá el centenario de su fundación– sino de 2049 –centenario de la República Popular China–, entonces cuando los objetivos de construcción de una sociedad acomodada, una economía moderna y desarrollada, una China soberana y alejada de las redes de dependencia de Occidente, la confirmen como un pilar clave del nuevo orden multipolar del siglo XXI.
Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China. Su último libro: China Moderna (Tibidabo, 2016).
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