Estimado lector: le podrá sorprender este texto, sobre todo por el título, que de hecho escribí en un monasterio benedictino en Francia. Sí, así como lo lee. Dirá usted: ¡Cuánta hipocresía! No señores y señoras, al contrario, me he tomado la libertad de estudiar al criticado antes de escribir la crítica.
Educado católico, a lo largo de mi vida pasé por varias religiones, desde la evangélica hasta la budista. Y es justo por haber sido parte de estas instituciones que me preocupa el papel que la religión está jugando en la política costarricense, y la manera como se utiliza para controlar y oprimir a ciertos grupos sociales para beneficiar agendas políticas retrógradas y deshumanizadoras. No podemos dejar que discursos como estos se sigan manifestando, mucho menos durante celebraciones nacionales.
No es posible, por ejemplo, que los partidos evangélicos, con el apoyo de partidos de historia “progresista”, estén bloqueando proyectos en la Asamblea como el matrimonio igualitario, la fecundación in vitro, la educación sexual o el aborto.
O, peor aún, que el obispo de Limón tergiversase públicamente el delito de una violación, haciéndolo pasar como un reto y acto de amor impuesto por Dios.
¡Madres, esposas, hijas y creyentes, las invito a alzar la voz y romper el silencio!
En nuestro país vecino, El Salvador, una mujer paga 30 años de condena por haber sufrido un aborto espontáneo, producto de una violación.
¿Es esta la Costa Rica que queremos?
Prejuicios. No estoy diciendo que convirtamos a nuestro país en un Estado ateo, ni que saquemos a todos los religiosos del país. No.
De hecho, muchas de religiones cultivan valores importantes y empoderan a los miembros de su sociedad, pero Costa Rica tiene que saber la diferencia entre una religión que busca defender la dignidad humana y los derechos fundamentales de ciertos grupos, a una religión heteropatriarcal, llena de prejuicios y simpatizante de agendas políticas que solo benefician a aquellos en el poder.
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Si bien nos decimos ser la Suiza centroamericana, esta es una alegoría que se queda corta al tratarse de aspectos humanos fundamentales, tales como la decisión de a quién puede uno amar o del derecho que las mujeres deben tener sobre qué hacer con sus cuerpos.
Suiza aprobó el aborto desde el 2002 y la unión civil para parejas del mismo sexo desde el 2007, la Iglesia católica suiza respetó la ley civil y ni siquiera se manifestó públicamente. Pienso que en Costa Rica tenemos que aprender a discernir y marcar los límites.
Claro que necesitamos una reforma fiscal. Pero ¿por qué no empezar por cobrarle impuestos al negocio millonario de las iglesias evangélicas y eliminando el diezmo obligatorio a la Iglesia católica?
Es momento de despertar, Costa Rica, es el siglo XXI y lo que se está poniendo en juego son derechos humanos básicos, los suyos y los míos.
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