Nicaragua: “Oenegé” de Javier Meléndez Quiñónez facturó C$88 millones anuales

El bloqueo de Cuba: crimen y fracaso

Vaticano: Juan XII, el papa que murió por una infidelidad

Vaticano


La vida del Papa Juan XII (Roma 937 - Roma 964) no tuvo nada de apostólica. 

Fue sorprendido in fraganti por el esposo de una de sus amantes. 

El ofendido esposo, sin tener en cuenta la santidad del pontífice, no dudó el propinarle a Juan XII una gran paliza. 

Y fue a consecuencia de dicha paliza que Juan XII murió tres días después.

LOS CRÍMENES DEL PAPA JUAN XII

Por Jesús Hernández

Las vidas de los Papas medievales han sido motivo de numerosos artículos cuyo fin es desprestigiar a la Iglesia Católica Medieval. Entre vidas de los Papas, Inquisición, "oscurantismo", Cruzadas, etc., la Iglesia Católica de la Edad Media ha sido denunciada por numerosos medios como Intolerante, Represiva, Lasciva, Inmunda, repleta de vicios y corrupción.

Es cierto que en la Edad Media, la Iglesia pasó por periodos de corrupción y de lucha por el poder contra los reinos medievales. Entre los Papas que principalmente lucharon por la supremacía del Papado sobre los monarcas europeos, podemos citar a Gregorio VII y a Inocencio III.

Y entre los Papas cuya vida personal fue más escandalosa y viciosa, los diferentes medios, clericales y anticlericales, suelen citar a Juan XII, quien ocupó el trono de San Pedro de 955 a 964 D.C., sucesor de Agapito II y antecesor de León VIII. 

Octaviano, que tomó el nombre de Juan XII, fue elegido papa a la edad de 18 años, el 6 de diciembre del año 955. El era nieto de una prostituta muy bella de nombre Marozia. Esta mujer, junto con su madre Teodora, fueron conocidas como un par de prostitutas que atravez de sus fornicaciones, intrigas y asesinatos, consiguieron poner y deponer papas a su antojo. 

Teodora de roma, habiendo sido la esposa de un poderoso senador romano, manipulaba la política romana explotando el hecho que su hija Marozia era la amante del papa Sergio III. Teodora que a su vez había sido la amante de dos clérigos, después de la muerte de Sergio III, consigió hacerlos papas a ambos : Anastacio III (911-13) Y Landón ( 913-14). 

Edwar Gibbón en su obra Decline and Fall of the Roman Empire (1830, cap. XLIX) dice: La influencia de dos prostitutas Marozia y Teodora, estaba fundada en su riqueza y hermosura, y en sus intrigas políticas y amorosas. El más esforzado de sus amantes era recompensado con la mitra romana.... El hijo bastardo de Marozia, su nieto, y su bisnieto, (una rara genealogía) se sentaron en la silla de san pedro. 

Al papa Juan XII, que como ya hemos mencionado fue nieto de Maroiza se le atribuyen los siguientes hechos: 

Cometió incesto con su madre.
Cometió incesto con sus hermanas.
Cometió incesto con su sobrina. 

Y por si esto fuera poco; mantenía un harem en el palacio Laterano. El tipo era tan fornicario que a las mujeres de ese entonces se les prevenía que no fuesen a la iglesia de san juan Laterano, ya que podrían ser violadas por su "santidad" el papa. 

El Obispo Liudprand de Cremona, observador papal y cronista de ese tiempo, dijo al respecto: Las mujeres temen venir a la iglesia de los santos apóstoles pues han oído que hace poco Juan llevó por la fuerza a varias mujeres peregrinas a su cama, casadas, viudas y virgenes indistintamente... (Byzantine Christianity: Emperor; Church and the West, Rand McNally, 1982, pp. 103-4) 

Juan XII también llegó a tener cerca de 2000 caballos; y a sus caballos preferidos solía alimentarlos con almendras e higos empapados en vino. En una ocación, cuando jugaba a los dados; le pidió ayuda al diablo para ganar y brindó por él ante el altar mayor de la basílica de san pedro; (De Rosa, p. 51; Gontard, op. p. 204; A Woman Rides The Beast, Dave Hunt, 1994, p. 166) 

Debido a las barbaridades cometidas por este personaje, el emperador Oton I se vió obligado a intervenir y convocó un sinodo para decidir la suerte de Juan . Numerosos testigos fueron llamados para denunciar; bajo juramento, los crimenes cometidos per ese papa. El Obispo Liudprand presidió en el nombre del emperador y registró el procedimiento. Las acusacionesconsintieron, entre muchas otras, que el papa había ordenado a un diácono en un establo, a su director espiritual Benedicto lo había dejado ciego quemandole los ojos, y a un cardenal de nombre Juan lo había castrado ocasionandole la muerte. Anteriormente al sinodo, el emperador Otón I le había escrito una carta a Juan XII la cuál por su contenido constituya una de las grandes "curiosidades" de todos los tiempos. La carta dice asi: Todos, incluyendo clérigos asi como láicos, lo acusan su santidad; de homicidio, como un pagano a Jupites, Venus y otros demonios. (De Rosa, op. cit; p. 51) 

NO obstante, una vez hallado culpable y antes de que el emperador pudiera ejecutar justicia sobre Juan XII el papa fue muerto de un martillazo en la cabeza por un marido celoso que lo encontró en camo con su esposa. In flagrante delicto. (Ibid, p. 52) 

Lo curioso del caso, es que a este papa; La ICAR; como ha hecho con muchos otros papas, lo tiene en su lista oficial de papas y es reconocido como "su santidad" y también como "vicario de Cristo". E incluso, a fin de cubrir la vergonzosa muerte de este personaje, la siempre deformada y falsa história católico romana registra su fallecimiento como: "Una muerte misteriosa". 

No deje el lector de notar la presencia de DOS autores declaradamente anticatólicos: Peter de Rosa y Dave Hunt, éste último no sólo anticatólico, sino calumniador, como se ha expuesto en otros artículos de esta web (ver aquí).

Con esto ya tiene uno idea de cómo tratan estos autores el tema: con Morbo, con el sólo Afán de desprestigiar, con el afán de Juzgar, con el afán de que los católicos juzguemos a nuestros actuales Pontífices y a nuestra actual Iglesia como herederos y hasta continuadores de esas atrocidades que se cometieron en el pasado.

Pues debo empezar declarando que yo no era muy ducho en la vida de Juan XII, pero desde el principio esas acusaciones me sonaron demasiado fuertes. ¿Es que acaso el Papa Juan XII era un monstruo, un loco, un Calígula??, eso me pregunté. 

Pero las siguientes preguntas fueron: ¿De dónde salen esas acusaciones en su contra? ¿En qué se basan esos autores anticatólicos tendenciosos? ¿Hasta qué punto puedo confiar en ellos?

Después de consultar algunos libros, encontré uno bastante bien documentado, esquematizado y reconocido en el medio académico como una Fuente Seria y Respetable para las investigaciones históricas sobre la Iglesia Católica, en la Edad Antigua, Media y Moderna. Me refiero a la Historia de la Iglesia Católica, volumen II: Edad Media (800-1303), por B. Llorca S.I., R. García Villoslada S.I., y F.J. Montalbán S.I., 2a. Edición corregida y aumentada por el p. Ricardo García Villoslada S.I., Profesor de Historia Eclesiástica de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Biblioteca de Autores Cristianos, editada por La Editorial Católica S.A., Madrid, 1958.

A continuación pongo a disposición de los lectores varios fragmentos de dicha obra, sobre todo los que se refieren a la vida y persona del Papa Juan XII, comenzando con las relaciones entre el Papa Sergio III y Marozia, la abuela de Juan XII.

PARTE I.- De Carlomagno a Gregorio VII (800-1073)

Cap. V.- "Saeculum ferreum obscurum". Los Papas y los emperadores sajones
I Desprestigio de la Sede Romana

6. La familia de Teofilacto.- (pág. 137) La responsabilidad más grave de Sergio III ante la Historia se origina de sus relaciones con la familia de Teofilacto. Era Teofilacto distinguido patricio, uno de los más altos funcionarios de la curia, que desempeñaba el cargo de vestararius, al cual pertenecía, entre otras prerrogativas, la superintendencia sobre el gobierno de Ravena. En la ciudad no había autoridad comparable a la suya. Se le daba comúnmente el título de senador y también, por estar al frente de las milicias, el de dux et magister militum. Poseía el castillo de Santángelo y tan gran poder, que había sombra al mismo Papa. A su lado gozaba de igual poder e influencia su esposa Teodora.

Si fuéramos a creer a Liutprando de Cremona, esa Teodora no era más que una "meretriz impúdica", que vivía en el libertinaje, poniendo su hermosura y sus pasiones al servicio de su ambición, a fin de acrecentar las riquezas y posesiones de su familia. Vulgarius, en cambio, un sacerdote formosiano que luego se pasó al bando de Sergio III, la apellida "matrona santa y amadísima de Dios", y le habla con místico acento de sus "nupcias espirituales con el celeste esposo". Seguramente que en Liutprando hay pasión y quizá ignorancia; en Vulgarius, lisonja y adulación.

Teofilacto y Teodora tenían dos hijas: Teodora la joven y Marozia, iguales a su madre en talento y ambición.

El Papa Sergio III debía probablemente la tiara al poderío de esta familia, cuya casa frecuentaba más de lo debido, tanto que, siendo ya cincuentón, se dejó prender, a lo que parece, en los lazos amorosos de Marozia, la cual apenas tendría veinte años. 

Fruto de esas sacrílegas relaciones sería un hijo que, andando el tiempo, se llamó Juan XI y que, ciertamente, tenía a Marozia por madre. Tales son las noticias que recoge la crónica escandalosa y picante de Liutprando. No le daríamos ningún crédito, ya que este autor, en su Antapodosis, se muestra muy parcial y confunde más de una vez los hechos y los nombres, si no viéramos confirmado este punto por el Liber Pontificalis, que, llegando a tratar de Juan XI, cifra toda su vida en estas únicas palabras: "Iohannes natione Romanus, ex Patre Sergio papa, sedit ann. III, mens. X".

Notemos sin embargo que el mismo Liber Pontificalis, al tratar más ampliamente de Sergio, no hace la menor alusión a sus relaciones con Marozia, como tampoco dicen nada Flodoardo ni Juan Diácono. Por eso no falta quien atribuya toda esta leyenda a una calumnia popular, hija de la envidia, calumnia que Liutprando aceptó sin crítica.

El nombre de Sergio III va gloriosamente unido a la basílica Lateranense, cuya reconstrucción, empezada por Juan IX, él la llevó a cabo con gran magnificencia. Murió el Papa en abril de 911.

Nota: Aquí insertaré algunos detalles sobre el Pontífice Juan X, que, aunque no tienen nada que ver con Juan XII, sí tienen que ver con Liutprando de Cremona, el informador de las acusaciones contra Juan XII, que presentó el hermano protestante en el Foro.

7. La campaña de Juan X contra los sarracenos.- (pág. 139) Dos años rige la Iglesia el papa Anastasio III (911-913) y sólo seis meses Landon I (913-914), hasta que, con el apoyo de Teofilacto y Teodora, sube al trono pontificio, contraviniendo a los cánones, el obispo de Ravena Juan X (914-928). Son evidentemente falsos algunos rasgos novelescos que Liutprando refiere de este pontífice enérgico y emprendedor, que en tiempos tan aciagos tuvo conciencia de su papel de jefe de la Cristiandad e intervino, no sin acierto, en los principales asuntos de Europa.

Desde el primer momento echó de ver que la marea sarracena constituía un inminente peligro para Roma y sintió necesidad de un poderoso protector. En el norte de Italia reinaba Berengario, codicioso siempre de la corona imperial. Juan X le brindó con ella, y no tardó en ponérsela sobre la frente, luego que Berengario, ovacionado por la muchedumbre, entró en la Ciudad Eterna (noviembre de 915).

Nota: Algunos detalles sobre Alberico, hijo de Marozia y padre de Juan XII. Alberico subió al poder en Roma al derrocar a su padrastro Hugo de Provenza, casado con Marozia.

(pág. 141) El árbitro y rey absoluto de Roma era Alberico. Nuevo Augusto, empezó a llamarse Princeps omnium Romanorum. Se portó en todo como dictador, pero demostrando gran capacidad política y empleando su autoridad omnímoda en reformas beneficiosas. Redunda en honor de Alberico la protección que dispensó a los cluniacenses. Hizo venir de Cluny al abad San Odón, por cuyos consejos se guió muchas veces, y le cedió su propio palacio del Aventino para que lo convirtiera en monasterio. San Odón se encargó de introducir la reforma en varios monasterios romanos, como el de San Pablo y en Subiaco, y en otros al sur de Italia, iniciándose así el formidable alboreo de la tierra inculta y áspera, que había de producir, pasada una centuria, espléndidas cosechas espirituales.

Alberico, el dictador de Roma, tuvo un hijo, a quien le impuso el glorioso nombre de Octaviano. Como le destinaba para el trono, la educación que le dio fue profana, palaciega, propia de un príncipe temporal. No es, pues, extraño, que el joven Octaviano, de pasiones ardientes y algo brutales, contrajera los vicios que cundían en aquel ambiente. Y fue el mayor desacierto de Alberico el propósito de que su hijo con la corona imperial ciñera también la espiritual. Reunió en San Pedro a los nobles romanos, bajo la presidencia del Papa, y les hizo jurar que a la muerte de Agapito II no eligirían a otro que a Octaviano. El primero en morir fue Alberico (954). Su hijo heredó el título de "Senador y Príncipe de todos los Romanos", y cuando al año siguiente bajó a la tumba Agapito II, el joven príncipe Octaviano, que contaría entonces dieciocho años, ciñó la tiara pontificia. Y se llamó Juan XII (955-964). Desgraciadamente, al cambiar de nombre no cambió de conducta.

Nota: Ahora pasamos directamente a la vida y persona del Papa Juan XII, el protagonista de esta breve investigación que he querido hacer.

El nieto de Marozia en la sede de Pedro.- (pág. 142) Es imposible al historiador formarse juicio sobre la conducta del joven Papa.
No podemos dar crédito al apasionado y parcial Liutprando de Cremona, que al narrar las gestas de Otón I, por su empeño en glorificar a este emperador, acumuló en la cabeza del partido contrario todas las torpes calumnias que la maledicencia popular inventa contra los más altos personajes. Tampoco es digno de fe el Liber Pontificalis, que probablemente depende en esto de Liutprando, aunque Duchesne lo niega, y que ciertamente está redactado en este punto por un enemigo personal de Juan XII. Basta lo que nos dice en su extraño latín el monje Benito de San Andrés, que escribía hacia el año 1000, lejos de todo partidismo, aunque también sin medios para verificar críticamente los sucesos; que Juan XII amaba la caza, que sus pensamientos eran de vanidad, que gustaba de las reuniones de mujeres más que de las asambleas litúrgicas o eclesiásticas, que se complacía en las tumultuosas insolencias de los jóvenes y que en lascivia y audacia superaba a los paganos. Frases demasiado vagas, generales e infundadas, como para que el crítico las admita a pies juntillas. [1]

Esto quiere decir, por lo menos, que en la vida de Juan XII se veían, más que al pontífice y sacerdote, al príncipe secular, poco diferente de los señores de aquella atormentada y turbulenta época.

Pero hay que advertir una cosa, y es que el gobierno de la Iglesia sigue perfectamente normal; Juan XII se informa de los problemas que se plantean al episcopado en las diversas naciones, defiende los bienes eclesiásticos aun con amenaza de excomunión, favorece y pide en cambio oraciones a los monasterios y tiene clara conciencia de que él es la cabeza visible del Cuerpo místico, según afirma en una carta al arzobispo de Maguncia: "Hemos sido constituidos, después de Cristo, como cabeza de toda la Cristiandad, no por privilegio humano alguno, sino por la palabra del mismo Señor a San Pedro Apóstol..., y, por tanto, cuando tenemos noticia de que algún miembro de nuestro Cuerpo sufre injustamente tribulaciones y molestias, nos compadecemos y sentimos el peso del dolor". [2]

II RESTAURACIÓN OTONIANA

1. La restauración del Imperio.- La conducta de Juan XII, aunque no fuera tan inmoral como pretenden los que se fían de Liutprando, tenía que escandalizar a los monjes reformados por San Odón y otros eclesiásticos seguidores de la misma corriente. Tal vez este partido -y es conjetura de Hauck- anhelaba la intervención del rey alemán Otón I en la política romana, esperando de ahí la paz, el orden, mayor independencia y regularidad en lo eclesiástico. Pero por tradición familiar Juan XII estaba lejos de simpatizar con el monarca germánico.
Cuando en 951 Otón realizó por primera vez sus ilusiones de entrar en Italia, sabido es cómo derrotó a Berengario el Joven, marqués de Ivrea, libertó a la joven princesa Adelaida, a la que tomó por esposa, y se hizo nombrar rey en Pavía; mas, queriendo llegar hasta Roma, fue Alberico, padre de Juan XII, quien se opuso eficazmente a ello. Y Otón I tuvo que volverse a Alemania, dejando al vencido Berengario y a su hijo Adalberto la administración del reino italiano.

El año 960 son los mismos italianos, condes, obispos, etcétera, los que se presentan en la corte de Otón pidiéndole y suplicándole baje a Italia a poner coto a los desmanes de Berengario. Entre los enviados figuraban dos altos funcionarios romanos. ¿Los había enviado el Papa espontáneamente, con el deseo de librarse de Berengario, o había dado ese paso cediendo a la presión del partido reformista?
Los sueños de Otón iban a realizarse. Sería él, como Carlomagno, el protector del Pontífice Romano y el emperador de toda la cristiandad. La idea del Imperio no había desaparecido de Europa. Acaso, nunca lo echaban tan en menos como en aquellas horas sombrías y anárquicas del siglo X. Ese deseo era una nostalgia en no pocos romanos, y un supremo ideal, muchas veces ilusorio, en los príncipes cristianos. Ninguno de éstos reunía tantos méritos como Otón I. LA figura del monarca germánico se veía aureolada de grandeza, no sólo por sus triunfos guerreros, como la gran batalla de Lech (955) contra la formidable invasión de los húngaros o magiares, y la batalla de Recknitz contra los eslavos del norte y este, sino también por el favor que prestaba a la Iglesia y pro la santidad que circundaba su trono: Santa Matilde era su madre; Santa Adelaida su esposa, San Bruno I, arzobispo de Colonia, su hermano. Cuenta Widukind que en la batalla de Merseburgo el ejército victorioso se volvió hacia su rey vitoréandole: Pater Patriae, Imperatorque.

En el otoño de 961 Otón, acompañado de su esposa, entra en Pavía, desposee de su poder a Berengario y se dirige a la Ciudad Eterna. El Papa le exige garantías. Y Otón jura sobre una reliquia de la verdadera cruz hacer todo lo posible por la exaltación de la Iglesia romana y de su cabeza, respetar la vida y el honor de los pontífices romanos, no entrometerse en la jurisdicción del Papa y proteger los estados y posesiones de la Iglesia. [3]

3. Carácter del Imperio otoniano.- Otón I fue proclamado emperador por el Papa y por el pueblo romano. Hecho trascendental en la Historia del Pontificado y de Europa. Era la restauración del Imperio, pero con un matiz, de parte de los monarcas sajones, más espiritual, más eclesiástico, y por ende, más universal y católico, o sea, menos nacionalista que el de los carolingios, aunque cuando su soberanía efectiva y directa sobre territorios de Europa era más restringida que la de Carlomagno. El segundo y tercer Otón mirarán más a Roma y el Mediterráneo que a Alemania. Desde ahora todos los reyes germánicos buscarán la aprobación del Romano Pontífice para poder titularse reyes de romanos y emperadores del Sacro Imperio Romano con la soberanía de gran parte de Italia.

A la coronación de Otón I siguió, el 13 de Febrero, un tratado importante, cuyo diploma se conserva todavía en el Vaticano. [4]

En aquella especie de concordato el emeprador garantizaba al pontífice sus dominios temporales y se los ampliaba, de suerte que sus fronteras, taxativamente marcadas, abarcaban tres cuartas partes de Italia, donación más generosa que la de Carlomagno. A continuación hacía constar que al emperador, como a protector de la Iglesia, pertenecía el alto dominio de esos mismos estados tan generosamente concedidos. Los romanos por su parte, juraban fidelidad al emperador y prometían, inspirándose en la Constitutio del año 824, que nunca elegirían Sumo Pontífice sin la aprobación imperial, ni se celebraría la consagración sino delante de los dos missi o representantes del emperador.

4.- El cisma.- Apenas Otón I había salido de Roma para luchar contra Berengario y su hijo Adalberto que se resistían en el norte de Italia, cuando Juan XII, sintiendo la pesadez del yugo alemán, que él mismo se había impuesto, infiel al emperador, tiene conversaciones de alianza con el hijo de Berengario y aun trata de pactar -según se dijo más tarde- con los terribles húngaros y con los griegos para echar del suelo italiano a Otón. Este revuelve sobre Roma, y mientras el Papa huye a Tívoli, un sínodo romano presidido por el emperador juzga y depone a Juan XII (963).

Liutprando, allí presente, hizo de intérprete de Otón, y nos ha consignado todos los crímenes de que acusaron al Papa en este orden: celebrar misa sin comunión, ordenar a destiempo y en una cuadra de caballos, consagrar simoniacamente a algunos obispos y a uno de edad de diez años; otros sacrilegios, hacer de su palacio un lupanar a fuerza de adulterios, dedicarse a la caza, haber cometido la castración y asesinato de un cardenal, haber producido incendios armado de espada y yelmo, beber vino a la salud del diablo, invocar en el juego a dioses paganos, no celebrar maitines ni horas canónicas, no hacer la señal de la cruz.

No vayamos a creer ingenuamente todas estas acusaciones, algunas demasiado atroces para dichas de un hombre que no sea un monstruo o un demente; otras ridículas e imposibles de demostrar, por más que a la demanda del emperador, si en tal requisitoria se habían dejado llevar de la pasión o de la envidia, respondiesen los congregados negativamente.

Otón, con verdadero fundamento, le acusó de deslealtad y traición. Y el clero romano, diciendo que a grandes males grandes remedios, se decidió a condenar al ausente Papa, deponiéndole y nombrando en su lugar a un simple laico, el protoscriniario León, que en dos días recibió todas las órdenes menores y luego la consagración episcopal. Este antipapa se llamó León VIII (963-965). Inexplicable ceguera la del clero romano y de Otón al arrogarse el poder de juzgar al Vicario de Cristo, lanzándose abiertamente por el camino del cisma. Con semejantes acusaciones increíbles, un rey francés, Felipe el Hermoso, promoverá el proceso de Bonifacio VIII.

Retirado en Campania, Juan XII aguardó a que se marchase el emperador, y no bien hubo salido éste a la lucha contra los secuaces de Berengario, regresó aquél a la ciudad, puso en fuga a León VIII, deshizo cuanto él había hecho y procedió violentamente contra sus propios enemigos. Esto quiere decir que la mayoría de los romanos estaba de parte del verdadero Papa.
Otón emprendió de nuevo el viaje a la Ciudad Eterna. En el camino tuvo noticia de que Juan XII acababa de fallecer, probablemente de un ataque de apoplejía, sin recibir los sacramentos, y herido por la mano del diablo, según Liutprando (14 de Mayo de 964).

Nota: Para concluir, hablemos de lo que ocurrió en Roma después de la muerte de S.S. Juan XII.

Entre tanto los romanos, sin preocuparse del antipapa León, y contra el pacto de 963, eligieron para el Sumo Pontificado a un subdiácono de Roma que tenía fama y hechos de hombre prudente, y que se llamó Benedicto V (964).

Indignóse Otón al saberlo, y aceleró su marcha sobre Roma. Benedicto mandó cerrar las puertas de la ciudad y aprestarse a la defensa, pero el hambre provocó un motín y el emperador pudo hacer su entrada con poderosa escolta. Delante de un sínodo improvisado, el infeliz Benedicto V fue despojado de sus vestiduras pontificales y desterrado luego a Hamburgo, donde murió en olor de santidad en 966. Un año antes fallecía tranquilamente en su trono de Roma el antipapa León VIII. 

Referencias

[1] Chronicon n. 35, en MGH, Script. III, 618. El Liber Pontificalis resume sus acusaciones en esta frase: totam vitam in adulterio et vanitate duxit, y Liutprando en las del sínodo romano, que luego citaremos. Desde el papa Sergio III hasta Juan XII corre un periodo triste, es verdad; mas no tan escandaloso como quiere la leyenda y como repiten ciertos historiadores, hablando del imperio de las meretrices, o pornocracia. El que introdujo ese término fue el protestante Valentín E. Loscher, Histoire des römischen Huren-Regiments der Theodorae und Maroziae (1705). 

[2] ML 133, 1014-1015 

[3] Véase el Iuramentum Ottonis, en MGH, Leges sect. 4, const. 1,23. 

[4] Privilegium Ottonis, en MGH, Leges, sect. 4, const. 1, 24; ML 98,603. El diploma que se conserva no es el original, pero es una copia exacta y contemporánea del documento, como ha demostrado T. Sickel, Das Privilegium Ottos (Innsbruck, 1883). Duchesne y Amann opinan que el texto primitivo sufrió algún pequeño retoque. 

A partir de lo expuesto, voy a dar algunas conclusiones en lo referentes a la vida y obra del Papa Juan XII:

Para esto expondré fragmentos del texto anticatólico del inicio, que me presentó el hermano protestante, y ataremos cabos:

Dice el citado texto:

El era nieto de una prostituta muy bella de nombre Marozia. Esta mujer, junto con su madre Teodora, fueron conocidas como un par de prostitutas que atravez de sus fornicaciones, intrigas y asesinatos, consiguieron poner y deponer papas a su antojo.

Se responde: A quien dice esto se le pregunta cómo o por quién consta que Marozia y su madre Teodora eran prostitutas. Siendo ambas de familia noble y acaudalada, no parece razonable que necesitaran prostituirse. De Marozia consta que estuvo muy interesada en obtener enlaces favorables, como aquel último que tuvo con Hugo de Provenza, y que finalmente no le sirvió de nada: Esto sin embargo no convierte a una mujer en "prostituta", sino, acaso, en una mujer interesada y materialista.

La influencia de dos prostitutas Marozia y Teodora, estaba fundada en su riqueza y hermosura, y en sus intrigas políticas y amorosas. El más esforzado de sus amantes era recompensado con la mitra romana.... 

Se responde: Hablemos primero de Marozia: Sergio III fue su único amante Papa, y subió al trono de San Pedro mucho antes de ser amante de Marozia, así que no fueron sus amoríos con ella los que lo llevaron al Pontificado. El segundo amante de Marozia fue su primer esposo, Alberico, marqués de Espoleto, y abuelo de Juan XII, su segundo esposo fue el marqués Guido de Tuscia. 

Durante la cúspide de su poder Marozia colocó en el trono de San Pedro, sucesivamente, a León VI, Esteban VII y Juan XI (éste último su hijo, aunque la paternidad no es segura, pues se ha atribuido tanto a su primer esposo, Alberico, como al Papa Sergio III), de éstos tres, ninguno fue su amante, o por lo menos no se tienen pruebas -ni testimonios de la época- de que ninguno lo haya sido. Sí se tienen pruebas, en cambio, de que fueron Pontífices pacíficos, elegidos ex-profeso para no hacerle sombra al poder político de Marozia. Con todo eso, eran Papas dedicados a la vida consagrada y a sus deberes cristianos, y sin ambiciones ni sueños de poder.

Al enviudar de Guido de Tuscia, Marozia tuvo un tercer esposo; el rey Hugo de Provenza, pero con él duró poco, pues su hijo (de Marozia), Alberico II, lo depuso rápidamente y encarceló a su madre, que fuera tan poderosa.

En cuanto a Teodora, la madre de Marozia, nos limitaremos a decir que no se le conoce ningún "amante Papa", y ningún otro esposo más que Teofilacto, padre de Marozia.

El hijo bastardo de Marozia, su nieto, y su bisnieto, (una rara genealogía) se sentaron en la silla de san pedro.

Se responde: El hijo bastardo al que se refieren es el Papa Juan XI, y el nieto es Juan XII (hijo de Alberico II). Pero desconozco por completo al citado "bisnieto". Marozia tuvo, a lo que se sabe, dos hijos (Juan XI y Alberico II), y de estos dos, sólo Alberico dejó un hijo único: Juan XII. Y como Juan XII murió sin dejar descendencia, no pudo haber "bisnieto" de Marozia en el trono de San Pedro. De los pontífices que sucedieron a Juan XII se conocen sus orígenes, lo suficiente para que se extinga la generación en la que cabría un "bisnieto" de Marozia.

El Obispo Liudprand de Cremona, observador papal y cronista de ese tiempo, dijo al respecto:

Se responde: Está probado que Liutprando de Cremona era partidista, parcial y poco digno de crédito, respecto no sólo a Juan XII, sino también sobre Juan X y Teodora, la madre de Marozia.

Sus informes no son confirmados por nadie, ni siquiera por alguna víctima de los supuestos crímenes del Papa Juan XII. 

Sólo él pronunció dichas acusaciones, en abierto partidismo y adulación al emperador Otón I, recurriendo para ello de acusar al contrario (Juan XII), de los PEORES crímenes y aberraciones que cupieran en la imaginación: Lo acusa prácticamente de todo, de borracho, violador, asesino, torturador, lujurioso, sanguinario, satánico, idólatra, pirómano, extravagante... ante lo cual cabe preguntarse si semejante "ejemplar" tendría la cordura suficiente para defender el derecho del Papado frente a Otón I, y en escribir una carta como la que consta y que presentamos, en la que asume su papel de Jefe de la Iglesia Cristiana.

E incluso, a fin de cubrir la vergonzosa muerte de este personaje, la siempre deformada y falsa história católico romana registra su fallecimiento como: "Una muerte misteriosa". 

Se responde: Esto nos limitamos a negarlo. Ricardo G. Villoslada reconoce que el periodo de Sergio III a Juan XII es triste en la Historia de la Iglesia, y reconoce que el Papa no era ningún dechado de virtudes. En cuanto a su muerte, G. Villoslada alude "probablemente un ataque de apoplejía". Estoy de acuerdo en que sólo es un ejemplo, pero es ejemplo de una de las obras más reconocidas en el ámbito de Historia Eclesiástica.

Titulé este artículo como "Un Pontificado Vergonzoso... los crímenes del Papa Juan XII", con un afán evidentemente irónico e inquisitivo. Que el lector saque sus propias conclusiones, que la mía es El León no es como lo Pintan. Con ambos extractos a la vista, el presentado por el hermano protestante, y el que aquí me permití exponer, es cuestión de decidir a cuál darle mayor credibilidad. Yo, por lo mientras, le doy más crédito a éste último. 

Todos somos humanos, inclusive los Papas Medievales, así que no tiene nada de extraño que surjan en las vidas de algunos, aspectos negativos. Pero de éstos, sólo podemos atender los que estén comprobados. 

Los rumores se los dejamos a los crédulos. 

Related Posts

Subscribe Our Newsletter