La historia de las diferencias entre las múltiples posiciones de izquierda en América Latina es mucho más larga y dolorosa que una simple carta firmada por un grupo de intelectuales más o menos famosos, más o menos activos, más o menos participativos, es la historia de confrontaciones terribles de las cuáles siempre sale avante el enemigo común, que se solaza con tales diatribas para terminar utilizándolas a su favor.
Recuerdo tiempos de la Unidad Popular en Chile, en el que llegaron momentos tales de confrontación, que la principal preocupación entre los militantes de los partidos de la Unidad Popular era cuánta responsabilidad le cabía al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) en la difícil situación creada, que a la postre devino en el golpe de Estado contra Salvador Allende y todo lo que sabemos como consecuencia, lo cual, entre otras cosas significó la destrucción de la izquierda como opción política en Chile, hasta hoy.
Por cierto, tales debates se prolongaron como centro de discusión, después del 11 de septiembre de 1973 y durante años continuó estando en el eje de la formación política de muchos cuadros.
Años después, en Nicaragua, la división entre diferentes tendencias al interior del Frente Sandinista de Liberación Nacional no le permitían, -teniendo todas las condiciones políticas y militares-, consumar la victoria del pueblo contra la terrible dictadura somocista.
Tuvo que hacerse valer la autoridad moral y política del Comandante Fidel Castro, quien llamó a los dirigentes de las tres tendencias a la sensatez y la cordura para hacerlos entender que solo la unidad les posibilitaría derrotar a la dictadura.
La ansiada fusión del FSLN, se produjo en marzo de 1979 y en julio el sátrapa fue derrotado definitivamente, huyendo del país. Vale recordar que tan solo dos meses después del triunfo, una brigada “internacionalista” mal llamada Simón Bolívar, formada por ciudadanos de varios países y que no llegó a participar en los combates por la liberación de Nicaragua, había comenzado a haber trabajo político contra el gobierno sandinista, acusándolo de no avanzar aceleradamente en la realización “de la transformación revolucionaria de la sociedad”.
La autoridad se vio obligada a detenerlos y expulsarlos del país por realizar actividades incompatibles con su condición.
En El Salvador, el poeta revolucionario Roque Dalton fue asesinado por sus propios “compañeros” bajo la terrible acusación de ser agente de la CIA.
Se dice que Joaquín Villalobos, quien posteriormente si se ha puesto al servicio del Departamento de Estado de Estados Unidos, junto a su grupo, actuaron como jueces y verdugos de Roque.
Si de acusaciones de intelectuales de izquierda se trata, la propia Cuba fue objeto de la ira de dos connotados de su época. José Saramago y Eduardo Galeano, quienes manifestaron en el año 2003, sentirse arrepentidos por apoyar a la isla de Fidel. El escritor portugués afirmó contundente “Hasta aquí he llegado”.
Mi experiencia, después de participar, aunque brevemente en la gestión de gobierno en varios países (de diversas orientaciones políticas) y en los últimos años, intentando esbozar algunas ideas a través de mis escritos, es que una cosa es con el lápiz (o con la computadora en la modernidad) cuando lo que se dice o se escribe no tiene ninguna repercusión directa en la vida de los ciudadanos, e incluso cuando se posee el recurso de que, ante la equivocación, se escribe otro libro u otro artículo, refutando lo anteriormente dicho sin consecuencia alguna..
Otra, cuando se tienen que tomar decisiones que redundan de manera puntual en la existencia cotidiana y en el diseño del futuro de los pueblos, los errores suelen tener consecuencias catastróficas.
La duda surge de cómo colocarse éticamente en el lugar adecuado y asumir una posición acorde lo que se piensa y lo que se transmite. No es fácil, cuando a la vista podrían enumerarse una larga lista de omisiones y equivocaciones que jamás he justificado y no lo voy a hacer ahora.
No obstante, una de las primeras cosas que aprendí de la política es la categoría de “enemigo principal”.
No olvidarlo ni confundirlo, ha sido muy útil en mi vida. En momentos como éste, la brújula debe siempre orientarse hacia saber dónde está el imperio, dónde está Estados Unidos y ponerse en el lado contrario.
Recuerdo en 1982, cuando estando en Nicaragua, se produjo la invasión imperialista británica a las Malvinas, ante lo cual Estados Unidos olvidando interesadamente el Tratado Interamericano de Asistencia Reciproca (TIAR) se puso de lado de la potencia europea invasora.
En Managua, pasaron recogiendo firmas para aquellos que deseaban ir a luchar a Malvinas junto al pueblo argentino.
Firmé sin titubear, no pasaron muchas horas antes que se desplegara la brutal crítica de aquellos que nos acusaban de querer ir a defender a una dictadura genocida.
Creo que ese día, apenas a mis 25 años, la vida me obligó a aprender a usar la brújula política para orientarme en un mundo que contario a lo que se supone no está conformado solo de la oscuridad y la luz, lo más difícil, pero lo mejor, es saber determinar la intensidad más correcta del gris necesario.
En el caso de América Latina, el Comandante Tomás Borge lo hizo práctico con su proverbial capacidad de decir cosas profundas con total simplicidad, decía Tomás: “… en nuestra región, cuando tenemos dudas sobre qué decisión tomar, fijémonos dónde está Fidel, ahí hay que estar”.
No dudo que en el caso de la reciente carta firmada por un grupo de intelectuales, -no sé si de izquierda, porque ya ni se sabe qué es eso, cuando se argumenta que Felipe González, Bachelet, Tony Blair y Françoise Hollande presidieron gobiernos de esa tendencia- algunos actuaron de buena fe, no sé si todos, no lo creo, pero para medir el impacto de sus declaraciones les pido que miren, en cuántos medios de comunicación de la derecha internacional fue reproducido su escrito y en cuántos lo fue la carta de respuesta de otro gran grupo (incluso superior en número) también de intelectuales en apoyo al gobierno de Venezuela.
Tal vez, eso entregue pistas respecto de la libertad de prensa de la que tanto se habla y de dónde se colocan los argumentos esgrimidos, más allá de si son válidos o no.
Así mismo, resulta interesante el debate que podría devenir de las diferentes visiones de democracia que en ambas cartas se esbozan. Se podría, por ejemplo confrontar el modelo venezolano y lo que aquí pasa con el brasileño que es exaltado de forma permanente por los medios y venerado desde el norte: “gobierno de Temer”, “régimen de Maduro”.
Desde mi punto de vista, la sacralización de la democracia representativa y de sus instituciones, no conducen más que al engaño, las oligarquías las han usado cuando les han servido y se han limpiado la parte posterior del cuerpo con ella, cuando sus intereses han estado en juego: Honduras, Paraguay y Brasil son hechos recientes.
El verdadero problema: pésele a quien le pese, es el problema del poder, frente a lo cual según el presidente Putin, lamentablemente “en el mundo rige la ley de los puños”.
En esas condiciones en las que los pueblos del planeta han sido colocados, la democracia representativa no parece ser suficiente, por eso hay que hacer que los pueblos debatan, opinen, participen y sean protagónicos, sólo así serán superados los escollos que le imprimen a la política, la violencia, la agresión, la posibilidad de la intervención extranjera, pero también la corrupción y la incapacidad administrativa y gerencial.
No hay que tenerle miedo al debate, siempre que no conduzca a regresar, a subordinarse, a arrodillarse frente al enemigo, la historia es muy sabia y nos ha enseñado con abundancia de ejemplos a dónde conduce el debate sano cuando se transformado en ensañamiento fraternal, eso no ocurre en la derecha, es pragmática, tiene claros sus intereses, y son capaces de unirse para logar sus objetivos. Fukuyama escribió en 1992 su libro anunciando el fin de la historia, posteriormente publicó “América en la encrucijada” en el que crítica y abandona su posición ultra conservadora.
Ambos libros fueron grandes éxitos editoriales y le aportaron mucho dinero a su autor.
Los cubanos tuvieron paciencia, se dieron el tiempo para explicarle a Saramago y Galeano su verdad la verdad de la revolución. Ambos murieron en paz y reconciliados con Cuba y con Fidel… tal vez, escucharon a Tomás. Solo los grandes son capaces de criticar y también de regresar, cuando la crítica, justa o no, favorece al enemigo.
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