¿Hay fascismo en Ucrania? ¿Se puede llamar dictadura al actual régimen político ucraniano? El debate sobre estos temas puede causar intensas reacciones en las redes sociales, pero probablemente sea una inútil pérdida de tiempo para la población de nuestro país.
Hace tres años, durante los primeros enfrentamientos en Donbass, muchos no creyeron la aparición de tarjetas de visita del líder del Praviy Sektor Dmitro Yarosh y ridiculizaron la noticia en miles de sarcásticos posts [el propio Yarosh confirmó dos años después que la noticia era cierta-Ed].
Y ahora se encuentra una tarjeta similar en uno de sus guardaespaldas después de que este hiriera seriamente a un taxista que no quería responder al grito de “gloria a Ucrania”. Esto ya no causa la más mínima sorpresa a nadie, ya que los crímenes sin castigar de la extrema derecha hace tiempo que incluyen una cantidad de incidentes ordinarios.
Cuántas discusiones ha causado el antes inocente término “junta”, que en realidad no significa más que un grupo de personas que han tomado el poder como resultado de un golpe de Estado.
Y ahora, uno de los ideólogos de Euromaidan, Sergey Leschenko, escribe abiertamente que los dirigentes de nuestro país llegaron al poder “con la sangre”, usurpando y concentrando todo el poder y los recursos de la información en sus manos, infringiendo la ley e ignorando la Constitución.
Al definir así a un gobierno, cualquiera reconoce fácilmente las características típicas de los regímenes dictatoriales de América Latina. Curiosamente también ellos vivieron a expensas de créditos, adoraban organizar farsas para los turistas extranjeros para esconder sus crímenes y codearse con los líderes democráticos del “mundo libre”.
No discutan con quienes se niegan a ver el catastrófico aumento de la influencia de la extrema derecha, causado en gran medida por las propias estructuras de poder y en ocasiones por la pérdida del monopolio de la violencia de las fuerzas de seguridad.
No pierdan el tiempo con aquellos que no ven la represión política, ciegos a los procedimientos criminales por portar banderas rojas, por publicar citas comunistas en las redes sociales o por protestar contra la guerra, ni con quienes no ven ningún problema en el vandalismo de monumentos o en la política oficial de revisionismo histórico.
Erich Maria Remarque una vez describió a este tipo de personas en los ricos judíos alemanes que se negaron a ver el terror Nazi cuando ya había comenzado su persecución. En sus palabras se pueden reconocer claramente los argumentos que probablemente se hayan encontrado en Facebook del flujo sin fin de “patriotas ucranianos”: hasta el punto de culpar a las propias víctimas de lo que les ha pasado.
“Créame, las cosas no están tan mal como dicen. Lo sé de fuentes muy fiables. Entre nosotros, los propios judíos tienen la culpa de mucho de lo que está pasando actualmente. Eso le digo y sé de lo que estoy hablando. Mucho de lo que están haciendo, no había necesidad de hacerlo. Hay que ser objetivo. Odio cuando la gente intenta culpar de todo a las masas.
Bueno, entonces ese alguien, o cierto grupo de personas, tiene dificultades consiguiendo lo que se merecen por las duras necesidades políticas. En lo alto se eleva la dignidad nacional. Por supuesto, eso no está libre de excesos, pero eso siempre pasa primero. Mire en qué se ha convertido nuestra Wehrmacht. Es algo especial. De repente, nos hemos vuelto a convertir en una nación”.
Los argumentos para comprender nuestra realidad objetiva solo pueden venir de la vida misma. Para quienes han sufrido la ira de los nacionalistas o las prácticas represivas de la “descomunización”, para quienes han visitado prisiones secretas o han perdido su trabajo por motivos ideológicos no es necesario probar que Ucrania viola sistemáticamente los derechos humanos y que la amenaza de la extrema derecha no es un invento de la prensa del Kremlin.
Otros entienden estas noticias como ruido informativo, creyendo la propaganda hasta que, un día, tengan que experimentar en persona los dictados del poder. Millones de leales ucranianos, que se han mantenido al margen de la política, se han visto afectados por el decreto del Consejo de Defensa y Seguridad Nacional, que ha impuesto una prohibición en populares redes sociales (justamente donde se discutía sobre fascismo y dictadura), buscadores, servicios de correo electrónico, productos antivirus e incluso software de contabilidad. Estas personas apolíticas han recibido una lección. Lo repetiré: puede que no vean la tiranía, pero la tiranía aún les afectará, aunque obedientemente aguanten todo lo que pasa a su alrededor. Ya sea a través de la puerta o por la pantalla del ordenador.
La introducción de cesura en internet se ha convertido en un salto cualitativo que ha elevado las violaciones de los derechos humanos a otro nivel. Es el resultado de las numerosas prohibiciones y restricciones que gradualmente se han ido acumulando en el país en los últimos tres años y que no se han encontrado con ninguna resistencia seria en la sociedad. Las reformas antisociales a gran escala, sistemáticas violaciones de los derechos de la oposición, formación de listas negras de publicaciones, películas y libros, cazas de brujas y ucranización forzada han sido la constante durante todo este tiempo. Pero la mayoría de los ucranianos han preferido creer la retórica de la propaganda sobre la sagrada lucha contra los enemigos de la nación o se han visto intimidados o no han querido ofrecer resistencia. Era más sencillo no ver el ascenso de esta entropía política, autoconvencerse de que la tormenta pasará y pensar que, de alguna manera, las cosas se solucionarán por sí mismas.
Toda esta locura de la derecha -violencia impune, gritos orwellianos, discurso del odio, agresivo revisionismo histórico, abusos y censura- fue originalmente planteado por el programa ideológico y político de Euromaidan. Algunos sorprendidos ciudadanos siguen pretendiendo que las cosas podrían haber salido de otra forma. Sin embargo, fueron avisados de las consecuencias desde el principio, se les explicó que de una serpiente no puede nacer un cisne y que un movimiento nacionalista solo podría crear, con su victoria, un régimen antidemocrático, reaccionario, intolerante de toda oposición, un régimen que hará pasar la lucha por el control de la población como la lucha contra los enemigos del pueblo. Hace tres años se burlaban de estas predicciones y nadie habría creído entonces en la prohibición de VKontakte u Odnoklassniky. Y ahora pocos comprenden que las autoridades pueden llevar la censura de internet mucho más lejos: se pueden abrir causas penales por el uso de redes sociales prohibidas o prohibir usuarios anónimos en YouTube, donde también se difunde “propaganda enemiga”. Al fin y al cabo, representantes oficiales ya han prometido rastrear las direcciones de IP.
La más trágica consecuencia de la “revolución de la dignidad” ha sido la eliminación de libertades civiles y la criminalización de la resistencia a las políticas del Gobierno, algo sin precedentes en la Ucrania moderna. Los ucranianos nunca antes se han sentido inertes y sin ningún poder y el Gobierno, pese a su pésima valoración, se ha permitido el cinismo de ignorar completamente la opinión de la población, alardeando de su riqueza robada en las declaraciones electrónicas. Es suficiente con recordar la historia del intento de bloquear la compañía ex.ua, que logró defenderse en 2012, y compararlo con la actual situación en la que los usuarios de internet buscan esquivar, sin hacer mucho ruido, las prohibiciones. O apoyan incondicionalmente las medidas restrictivas.
La guerra y la histeria nacionalista pueden ayudar a mantener a la sociedad bajo control, cualquier tímido intento de levantarse y protestar se responde con intimidación y acusaciones de traición. Los ejércitos privados de los batallones voluntarios suministran una sólida garantía de seguridad para sus patrocinadores, los “patriotas” se presentan como la opinión pública y los leales defensores prefieren ignorar la mayor parte de ofensas, que achacan a los costes de la guerra. Quienes han tomado el poder no quieren perderlo, a pesar de los fracasos, crímenes y escándalos.
Y la infeliz población no puede hacer nada. Todo esto sirve de ilustración de la famosa cita de Karl Marx: “Ni a la nación ni a la mujer se les perdona la hora de descuido en que cualquier aventurero ha podido abusar de ellas por la fuerza”. Con la aclaración de que, en el caso ucraniano, la violencia es de grupo y está ya en su tercer año.
Discutir sobre ello no nos va a llevar a ninguna parte en un futuro inmediato. Por supuesto que en Ucrania no hay una “junta”, no hay fascismo ni dictadura. Pero no tendrán acceso libre a sus redes sociales favoritas, algo importante para millones de personas. Salvo que millones de ucranianos protesten en las calles.
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