El 2 de abril concluyó el proceso para elegir presidente y vicepresidente de la República, entre los binomios Lenín Moreno-Jorge Glas y Guillermo Lasso-Andrés Páez.
Las cifras que arrojaron las urnas arrojan como resultado el triunfo del primero, por una cifra cercana a los 250.000 votos, cuando legalmente con un solo voto de ventaja ya era ganador.
Lleno de rabia y despecho, el segundo binomio ha llevado su derecho al pataleo a límites extremos para que se desconozca esa legítima victoria de los candidatos de Alianza PAIS, apoyados por centenares de organizaciones y colectivos sociales.
Victoria reconocida por cerca de 300 observadores internacionales, incluidos los de OEA, entidad llamada a gritos por los propios perdedores días antes del 2 de abril, seguramente convencidos de que les iba a dar una mano, dados sus antecedentes intervencionistas, favorables a la política norteamericana. Luego el triunfo de este binomio fue reconocido por gobiernos y misiones diplomáticas del mundo entero, incluido el Gobierno de Estados Unidos. Pero el derecho al pataleo se ha convertido en peligrosas pataletas que no solo afectan a la imagen de los derrotados, sino que pone en riesgo la existencia misma de la frágil democracia que ha construido el país con grandes sacrificios, particularmente en los últimos diez años.
El desconocimiento de la autoridad del Consejo Nacional Electoral, el irrespeto a la misma, las amenazas de muerte a su presidente, la vocinglería sobre un inexistente fraude, el asedio físico a las sedes electorales en Quito, Guayaquil y otras ciudades, la absurda pretensión de que se recuenten los once millones de votos emitidos (tarea que, además de ilegal, llevaría varios meses), a lo cual se suma el delirante pedido de Enrique Herrería, quien, saliendo de su tumba política, clama porque se realice ¡una tercera vuelta!
Todo esto forma parte de un plan de desestabilización para el gobierno actual y el entrante. Deslegitimar la victoria de Lenín Moreno y sembrar de obstáculos el camino de la gobernabilidad que necesita para constituir la nueva administración e iniciar el cumplimiento de su plan de reivindicaciones sociales, progreso económico y consolidación de las instituciones del Estado.
De allí proceden las desvergonzadas maniobras para atraer a las Fuerzas Armadas, mediante llamamientos públicos y movimientos dentro de los cuarteles, apenas disimulados.
Por otra parte, hay algo de lo cual apenas se habla entre las fuerzas triunfantes, y es el hecho evidente de que el plan golpista Lasso-Páez forma parte de un programa internacional de ataque y derrocamiento de los gobiernos progresistas de América Latina, que ha dado frutos ya en Honduras, Paraguay, Argentina, Brasil, mientras avanza peligrosamente en Venezuela y Ecuador. Detrás de ese plan, como siempre, están los más agresivos círculos dominantes de Estados Unidos, como la mafia financiera, el Pentágono y la CIA. No ver esto con claridad es no darse cuenta de lo que se oculta más allá de las urnas.
¿Qué dicen ante esto los llamados izquierdistas que se mueven tras la cola de Lasso-Páez? ¿Dónde quedó su historial de lucha contra la banca chulquera y la oligarquía caníbal? ¿En qué recodo del camino abandonaron su estruendoso antiimperialismo?