Pablo Gonzalez

España: La gran mentira del 11-M


En 2009 Mathieu Miquel expuso gran cantidad de datos que evidencian que la versión oficial y el veredicto sobre los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid son insostenibles.

 Éstas son las conclusiones de su artículo, rigurosamente documentado: 
El 11 de marzo los especialistas en explosivos neutralizaron dos mochilas no explotadas en los trenes. 

En el momento de inventariar los objetos de los trenes se descubrió en una comisaría de Vallecas una mochila que contenía una bomba con dinamita, metralla, un detonador y un teléfono móvil.

 La bomba no explotó porque había un cable que simplemente no estaba conectado.

 El especialista en explosivos encargado de desactivarla declaró en el juicio que aquella «chapuza» no se correspondía con la complejidad del resto del dispositivo. 



La única pieza sobre la que se sostiene toda la versión oficial del 11-M tiene todo el aspecto de ser una prueba falsa, un señuelo fabricado por las fuerzas de seguridad para encaminar la investigación hacia la autoría islamista.

Los especialistas en explosivos explicaron que ellos habían registrado cuatro veces todos los objetos abandonados en los vagones y certificaron que era imposible que la bomba aparecida milagrosamente estuviese entre ellos. 

No hay fotos de la mochila anteriores al momento en que fue desactivada. 

Esa mochila-bomba era la única que contenía metralla. ¿Por qué era diferente a las demás? 



Rafa Zouhier, un narcotraficante marroquí de poca monta, confidente de la Guardia Civil, dio la pista sobre Jamal Ahmidan, alias “El Chino”, otro traficante marroquí, del que no se ha probado que tuviera relación alguna con Zougam, el condenado por el atentado. 

Tres semanas después de los atentados, la policía localiza a la banda del Chino en un apartamento de Leganés; fuerzan la puerta del apartamento y se produce una explosión en la que mueren los siete sospechosos y un policía del GEO. 

Entre los escombros del apartamento aparecen explosivos del tipo Goma 2 Eco, algunos textos y un vídeo reclamando la autoría del atentado, pero las personas que aparecen en el video no son identificables ya que portan máscaras. 

La mayoría de los siete muertos son narcotraficantes de poca monta. 

Una furgoneta Renault Kangoo se hallaba en el aparcamiento de la estación del metro de Alcalá. 

Un conserje de la estación dijo que salieron de ella hombres con aspecto de europeos del este. 

La furgoneta fue inspeccionada el 11 de marzo por perros policía que no detectaron nada.

 Tras ser trasladada a dependencias policiales, aparecen en ella siete detonadores, explosivo del tipo Goma 2 Eco y una casete con una grabación del Corán.

 ¿Por qué habrían de abandonar los terroristas ese vehículo dejando en él esos objetos? 



No existe una factura que pruebe que la tarjeta SIM del móvil de la mochila de Vallecas fue vendida al condenado Zougam. 

Lo único que permite llegar a esa conclusión es el testimonio de su proveedor, que dice recordar específicamente la venta de esa tarjeta SIM entre cientos de otras tarjetas.

 El supuesto uso que Zougam hizo de esa tarjeta no responde a la lógica. 

Y tras el atentado Zougam prosiguió su actividad normal hasta el día de su arresto, en la tarde del 13 de marzo. 

A pesar de que toda España sabía desde el 12 de marzo por la mañana que la policía había desmantelado una de las bombas, él no trató de esconderse ni huir. 

Zougam fue identificado por varias personas como presente en uno de los trenes, pero fue tras difundirse ampliamente su foto en los medios.

 Además los testimonios se contradicen. El tribunal finalmente sólo acepta el de dos amigas rumanas, una de las cuales añadió su testimonio un año después de que empezara a declarar la primera. 

Ambas con el tiempo fueron cambiando detalles sobre el sospechoso, que siempre ha negado toda implicación en el atentado.


Jamal Ahmidan, "el chino", y Serhane Ben Abdelmajid Faked, "el tunecino"

El veredicto reconoce que se ignora cuáles de entre las siete personas fallecidas en el piso de Leganés se dedicaron a poner las bombas y dónde lo hicieron.

Durante mucho tiempo, la policía habló de un tiroteo callejero entre varios de sus agentes y una banda de magrebíes que finalmente se refugiaron en el piso de Leganés. 

Las grabaciones de las conversaciones entre las patrullas de la policía hubieran permitido aclarar estos hechos. Pero cuando el juez de instrucción pidió esas grabaciones, la policía respondió que no habían sido conservadas. 

Esta versión de la persecución desaparece posteriormente del discurso oficial para dar paso a otra explicación (la única que figura en el veredicto), según la cual para llegar al piso de Leganés rastrearon un teléfono sospechoso y dieron con un propietario que afirmaba haber alquilado el apartamento a un grupo de árabes. 


Ningún vecino pudo ver claramente a los sospechosos. Y no existen huellas ni registro alguno de los impactos de bala que deberían existir en el lugar después del supuesto intercambio de disparos. 

El argumento decisivo para sostener la tesis del suicidio es que los sospechosos supuestamente se comunicaron por teléfono con sus familias durante el asedio para despedirse de ellas. 

El único familiar citado en el juicio como testigo de esas llamadas fue el hermano de uno de los sospechosos, quien declaró que no pudo reconocer la voz de su hermano durante la llamada, y que pensó que no era él, razón por la cual avisó de inmediato a la policía. 

Cada uno de los tres informes sobre esas llamadas desde el piso de Leganés contradice el anterior en numerosos aspectos. 

Si hacía cuatro días que los medios venían anunciando que los sospechosos estaban siendo buscados y que sus fotos habían sido divulgadas, ¿por qué se reunieron todos en un apartamento?

 ¿Por qué esperarían aquellos criminales, que supuestamente acababan de cometer un crimen masivo, a que la policía evacuara toda la vecindad antes de volar el apartamento? 

El estilo de vida del Chino y los demás sospechosos no se corresponde con el islamismo radical que supuestamente los llevó a perpetrar la masacre. 

Los vagones donde explotaron las bombas fueron destruidos sólo dos días después del atentado, eliminándose así pruebas fundamentales. 

El veredicto reconoce que no se sabe aún con precisión qué explosivo explotó en los trenes.

 El jefe de los especialistas en desmantelamiento de bombas que supervisó las operaciones el 11 de marzo declaró que el visible desgarramiento de las estructuras de los vagones era característico de explosivos de alto poder, de tipo militar, y no de dinamita. 

La policía italiana grabó y tradujo en 2004 las conversaciones telefónicas de un egipcio que residía en Italia, Rabei Osman, en las cuales supuestamente se atribuía la organización del atentado.

 Durante el juicio, nuevas traducidas solicitadas por la defensa mostraron que las frases en las que Osman se atribuía el atentado fueron simplemente inventadas por los traductores italianos. 

La justicia española se vio por lo tanto obligada a absolverlo de todo vínculo con el atentado, cuando este hombre había sido presentado como el cerebro del grupo islamista. 

En el veredicto no se designa por lo tanto a nadie como cerebro del atentado. 

Tres meses después de los atentados la policía encontró un vehículo Skoda Fabia a 20 metros del lugar donde se había encontrado la furgoneta Kangoo, con rastros del ADN de uno de los muertos de Leganés. 

Sin embargo, numerosos observadores dudan que un vehículo estacionado tan cerca de la furgoneta Kangoo haya podido pasar inadvertido durante tres meses; además su número de matrícula ni siquiera figura en los registros recogidos el 11 de marzo.

 Resulta que ese vehículo había estado abandonado durante tres semanas en un barrio de Madrid en noviembre de 2003, recibiendo numerosas multas, hasta que desapareció. 

Y se sabe que en los meses previos se usó para delitos como robos callejeros. 

Es decir, que para cometer uno de los peores atentados que nunca se hayan visto en Europa a los terroristas no se les ocurrió nada mejor que utilizar un auto robado, implicado en toda una serie de delitos, que había permanecido abandonado en la calle durante un tiempo, que había sido multado repetidamente, y al que ni siquiera cambiaron las matrículas. 

El tribunal no tuvo por lo tanto más remedio que descartar el Skoda de la lista de elementos de prueba del veredicto. 


Zouhier durante el jucio del 11-M

El testigo Hassan Serroukh declaró ante el juez de instrucción que en su declaración ante la policía jamás había descrito a Zougam como un fanático religioso, como figuraba en la declaración, que había sido por tanto manipulada.

Dos actores claves del atentado son confidentes de las fuerzas de seguridad: el mencionado Zouhier (a quien la Guardia Civil llamó los dos días antes del atentado), y Emilio Trashorras, quien supuestamente habría proporcionado al Chino explosivos procedentes de una mina asturiana. 

Trashorras también habló con un policía en los días en que puso los explosivos en manos del Chino, pero el policía asegura que Trashorras no le dijo nada de esa operación. 

Trashorras afirmó que la policía le había pedido que inventara ese episodio con la promesa de que gozaría de la condición de testigo protegido y de que no tendría más problemas con la justicia. 

¡Ninguno de los confidentes denunció que se iba a cometer un crimen! 

Estos colaboradores de la policía estuvieron bajo seguimiento entre enero de 2003 y febrero de 2004. 

Pero la vigilancia cesó once días antes de la operación de entrega de los explosivos, y veinticuatro días antes del atentado. 

El apartamento vecino del piso de Leganés estaba “casualmente” ocupado por un policía que se dedicaba a la lucha antiterrorista.

Todos estos comportamientos sospechosos, antes y después del atentado, vinculados a la evidente inconsistencia de la pista islamista, hacen pensar que los verdaderos culpables se encuentran bajo la protección del aparato del Estado. 


Publicado por posesodegerasa

http://astillasderealidad.blogspot.com/2017/03/la-gran-mentira-del-11-m.html

Related Posts

Subscribe Our Newsletter