Recientemente he tenido la ocasión de visitar unos días Moscú y San Petersburgo. Al volver a Donetsk, me paré a pensar en que el punto de vista que muchos ucranianos, especialmente de muchos nacionalistas, tienen de Rusia está significativamente anticuado.
Para ser precisos, al menos veinte años. Más o menos el mismo tiempo que le lleva de ventaja a Kiev. En Ucrania es común el estereotipo de que Rusia es un país que se tambalea y sufre graves problemas económicos, conflictos internos agudos y escasas perspectivas de futuro.
Es decir, lo mismo que anunciaban en 1995 1996.
Para los habitantes de Rusia, es evidente que las cosas son diferentes y no comprenden que no se tenga esa visión. Pero para muchos ucranianos parece que se ha parado el tiempo.
Se ha quedado estancado en los años 90. Intentaré explicar por qué ocurre, pero es preciso insistir en que aparentemente esta percepción también existe en Europa.
Para esa misma parte de la sociedad ucraniana, que se aproxima ahora a su situación en los 90, Europa se ve como el pico del desarrollo. Aumentando constantemente su territorio y su riqueza, se ve a la Unión Europea en contraposición a la moribunda Rusia.
Así era aproximadamente hace veinte años.
En otras palabras, se realiza una comparación entre el que objetivamente ha sido uno de los mejores momentos de la historia de Europa con uno de los peores en la historia de Rusia.
Así que, ¿por qué, pese a que obviamente se trata de una percepción equivocada, continúan tantos millones de ucranianos apegados a esas ilusiones?
En mi opinión, es en gran parte un mecanismo psicológico de protección que, aparentemente funciona, no solo a nivel personal, sino a nivel social.
En 1991, Ucrania se independizó de la Unión Soviética como una república altamente desarrollada que disponía de infraestructura moderna, industria, energía, ciencia, un clima y localización geográfica favorable, una población relativamente joven y carecía de deuda.
La llegada de la sociedad de consumo reforzó la confianza en que los ucranianos estaban destinados a una vida mejor. Y el ejemplo de esa vida mejor, por supuesto, era el próspero Occidente, que curiosamente también fue ampliamente admirado una vez en la antigua República Socialista Soviética de Rusia.
Según esta lógica, el ejemplo de cómo no vivir era Rusia. Concretamente, porque los años 90 transcurrieron en Ucrania de una forma menos dolorosa que en su vecino del noreste, sin luchas en la capital, sin guerras en la periferia ni graves problemas de alimentación.
Sin embargo, a medida que transcurrió el tiempo a lo largo de los quince años de independencia, se ha hecho evidente que gran parte del potencial se ha malgastado.
La herencia de industria y ciencia se ha perdido irremediablemente, la élite política y económica, compuesta principalmente o por tramposos sin principios en un mercado en el que todo estaba en venta o por antiguos funcionarios soviéticos, vendió con facilidad todas las ideas que le habían garantizado su estatus en la sociedad soviética.
Las crisis económicas ocurren una tras otra y, lo que es más importante, Europa no cuenta con toda la riqueza de la que disfrutó en otros momentos.
Según una teoría de la psicología, si uno no consigue algo que realmente desea, comienza a engañarse a sí mismo.
Esos mecanismos de defensa están diseñados para ocultar la cruda realidad. Y en ocasiones, para modificar completamente la realidad.
Por ejemplo, un bebedor compulsivo se engaña a sí mismo para no reconocer su alcoholismo, diciendo que no bebe tanto.
A veces, los argumentos, son simplemente ridículos, y aun así los sigue creyendo con firmeza, como decir que son los demás los que beben más.
En el primer caso, la medida de protección es una proyección, una atribución a otros el infierno propio. El segundo, atribuir a otros cualidades que no tienen.
Algo parecido ha ocurrido con la sociedad ucraniana. Si se analizan las estadísticas, maravilla ver en cuántas categorías –tasa de criminalidad, mortalidad, calidad de las carreteras, ingresos- algunos países africanos superan a Ucrania.
Hay muchas similitudes, pero en la mente del Estado caído en la proyección, todos los horrores se identifican con Rusia. Y en Ucrania, los problemas no se ven como permanentes sino como dificultades temporales que, sin duda, desaparecerán.
Simultáneamente se produce el mecanismo contrario.
Los ucranianos se jactan de tener las cualidades de la adorada Europa, algunas de las cuales ha perdido y otras ni siquiera tuvo. Puede que en este momento no se disfrute de educación, alta cultura y gran potencial, algo exclusivo a las sociedades avanzadas, pero será así en breve, se dicen habitualmente los ucranianos al describir la dignidad de su país.
Esos mecanismos también se utilizan dentro de Ucrania. Una de las mejores y más modernas ciudades, Donetsk, antes parte de Ucrania, se percibe habitualmente como un lugar extremadamente triste, miserable, abandonado. Lviv, en cambio, se considera una de las mejores ciudades de Europa.
Sin embargo, cualquier persona imparcial que haya visitado ambas ciudades puede comprobar con facilidad la diferencia en la calidad de las infraestructuras, la limpieza, el cuidado de los jardines (en plena estepa, por cierto), las condiciones de vida o las carreteras de Donetsk, que llevan a las de Lviv una ventaja de al menos una década.
Pero todo esto sigue sin existir para ciertos ucranianos, que sinceramente se sorprenderían de los actuales bombardeos de Donetsk.
Mientras tanto, aunque tengan la nariz metida en la basura de Lviv [el enfrentamiento local entre facciones acabó hace unos meses con toneladas de basura esparcida por calles y autopistas], ahora distribuida por todo el país, seguirá pensando en los sabores de Europa como café y croissants.
Además de todos estos efectos y mecanismos, se añade también otro de desplazamiento.
Mecanismos de protección para mantener sus ilusiones, una condición en la que las personas simplemente son incapaces de aceptar hechos que psicológicamente se salen de su zona de confort.
Aceptar que las calles de Donetsk están limpias o los trenes modernos de producción propia en Rusia, o darse cuenta de que nuestra ciencia está destruida para siempre (y que nunca fue ucraniana sino soviética), o que el alcoholismo infantil no es problema de Rusia supondría destruir el actual equilibrio psicológico.
De lo contrario tendrían que aceptar una terrible responsabilidad por lo que le ha ocurrido a su propio Estado y la catastrófica situación actual. De hecho, sería como caer en un estado comparable a lo que sería para una persona una descontrolada crisis de los cuarenta.
Cuando pasan los años y se percibe que lo que realmente se quería nunca ocurrirá se comprende que todo eso no era más que una ilusión. En esa situación, algunos se refugian en el alcohol y otros simplemente saltan por la ventana.
Así que al hablar de los patriotas ucranianos (no los extremistas, que ven una imagen completamente diferente), los patriotas comunes, creo que es evidente que se dan estas circunstancias.
Respondiendo a una pregunta sobre el tema ucraniano en el Foro de Valdai, Vladimir Putin se reafirmó en su afirmación de que rusos y ucranianos son un mismo pueblo. “Primero nos dividimos y luego sangramos, pero solo podemos culparnos a nosotros mismos y buscar una salida a la situación”, insistió.
En mi opinión, si hay una salida a esta situación, esa es buscar las claves de la destrucción de las ilusiones descritas que habían cegado a la sociedad ucraniana. Pero no será fácil. Puede que solo el futuro desastre que se gesta ahora en Ucrania sea un fracaso y haga que lo dañino de esas ilusiones sea obvio para todos.
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