Fidel se ha vuelto sinónimo de revolución desde que se publicaron las primeras fotos de aquellos barbudos que derrocaron a un dictador en el ya lejano 1959. Más todavía para nosotros, en América Latina, para quienes ese movimiento era un fenómeno distante en el tiempo y en el espacio –en Rusia, en China, con Lenin, con Mao–.
Fue Cuba, con Fidel, quien planteó para nosotros y para tantas generaciones la revolución como actualidad y que era posible en nuestro continente.
Fidel encarnó la revolución en América Latina y en todo el mundo, porque Cuba levantó de nuevo la idea del socialismo, cuando éste se había vuelto algo aparentemente petrificado, postergado.
Empecé mi militancia política en 1959 repartiendo un periódico –Acción Socialista– que tenía estampada la imagen de unos barbudos que habían derribado a un dictador –en aquel momento, de América Central; no se hablaba aún del Caribe–, posando como si fueran jugadores de futbol.
Luego mi generación se volvió la generación de la Revolución Cubana, que sedujo a tantos cuando convocó a los estudiantes a terminar con el analfabetismo en la isla y con las reformas agraria y urbana, la fundación de la Casa de las Américas, la soberanía frente al imperialismo y la proclamación de la revolución socialista, así como con la resistencia contra el intento de invasión en Bahía de Cochinos y frente al plan del cerco naval a la isla; con todo lo que venía de allá, que nos alentaba y señalaba caminos.
Sólo pude ver a Fidel cuando visitó Chile durante el gobierno de Allende, en sus recorridos por el país, hasta su discurso final en el Estadio Nacional.
Después del golpe en Chile pude encontrarme con él por primera vez en La Habana, para discutir las consecuencias de esa acción.
Fue inolvidable verlo entrar, enorme, alto, enérgico, simpático, afectivo, y presenciar su infinita capacidad de escuchar a las personas, de preguntar mucho sobre Chile, el golpe, Allende, Miguel Enríquez y el MIR, así como sobre Brasil.
Tuve el privilegio de convivir con su presencia en la vida cubana durante muchos años.
Conocí cómo un dirigente se interesa por todo lo cotidiano de un país y del mundo; pronunciarse sobre todos los problemas, ser el crítico más radical de la revolución, señalando problemas, implacable con los errores, pero siempre proponiendo alternativas y despertando esperanzas.
Verlo hablar en la Plaza de la Revolución tantas y tantas veces fue una de las experiencias más impresionantes que uno pudo tener.
En una de esas concentraciones, siempre ante millones de personas, se homenajeaba a las víctimas de un acto terrorista que abatió un avión cubano, en el que murieron, entre otros, jóvenes deportistas isleños.
Con todos los cuerpos presentes en la plaza, Fidel pronunció uno de sus discursos más emocionantes, que concluyó diciendo:
Cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla.
Y provocó las lágrimas de aquellos cubanos que se habían desplazado de todas partes de la isla para escucharlo hablar durante horas bajo el sol inclemente.
Fidel siempre sorprendió a todos con su audacia.
Desde la primera acción, el asalto al cuartel Moncada, y luego el desembarco del Granma, hasta sus iniciativas posteriores, ya en el poder, valiéndose del factor sorpresa de la guerrilla.
También cuando abrió las puertas de todas las embajadas para que quienes quisieran irse de Cuba lo hicieran, permitiendo que llegaran embarcaciones desde Miami para recogerlos.
Un gesto audaz que él supo revertir en favor de la revolución, como todo lo que hacía.
Como cuando proclamó que el niño Elián sería recuperado por Cuba, objetivo que parecía imposible, pero que él, irradiando en todos enorme confianza, logró.
Y cuando afirmó que Cuba recuperaría a sus cinco héroes presos en Estados Unidos, lo cual parecía absolutamente inviable, pero él supo construir, una vez más, la estrategia victoriosa para conseguir lo imposible.
Fidel fue sinónimo de revolución durante más de 50 años.
Para quien quisiera saber sobre ésta y sobre socialismo, bastaba dirigir su mirada hacia él.
Él y el Che señalaron para muchas generaciones el horizonte del socialismo, de la revolución y del compromiso militante.
Fidel fue la personificación de la revolución y del socialismo.
Su vida y sus palabras han sonado siempre como la voz más fuerte, más digna, más vibrante, con más esperanza y más coraje que la historia ha conocido.