Habrá quien al escuchar que quieren aumentar los impuestos sobre la carne y los lácteos se lleven las manos a la cabeza y, ya de paso, se tape los oídos para no tener que escuchar los motivos que vienen después. Pero vale la pena tratar de entender las razones que habría detrás de una medida así antes de salir con antorchas a la calle o encadenarse en la puerta de un McDonald's.
Durante demasiados años la industria ganadera ha sido el elefante en la habitación del que nadie quería hablar cuando se abordaba el tema del cambio climático.
En 2006 la FAO (La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) ya dejó claro en un informe que la ganadería produce más gases invernadero que todos los medios de transporte del planeta juntos.
Pero todo el mundo siguió mirando hacia el otro lado.
Es más cómodo criticar a las aerolíneas que replantearse el beicon en la pizza.
Y crecen también la contaminación, la obesidad, la diabetes, la arterioesclerosis, el cáncer...
Esta nueva propuesta va justo adonde más nos duele, el bolsillo, pero puede que una colleja a la hora de sacar la cartera una forma efectiva para reaccionar.
Según un estudio de la Universidad de Oxford, una sobretasa del 40% sobre la carne y de un 20% sobre la leche podrían salvar medio millón de vidas al año gracias a fomentar unas opciones alimenticias más saludables.
El informe, publicado en la revista Nature Climate Change, propone reevaluar las tasas aplicadas a cada tipo de comida según la huella ecológica que implica su producción.
En el caso de la ternera, la deforestación, las emisiones de metano y los cereales cultivados para alimentar al ganado, suponen una contaminación elevadísima, por lo que necesitaría unos impuestos adicionales del 40% de media para contrarrestar los daños de su producción.
Si el plan se aplicase a nivel óptimo las emisiones se reducirían en un billón de toneladas cada año.
Además, han calculado todos los números y medidas necesarias para que, tanto en países ricos como en los que están en vías de desarrollo la ciudadanía pudiera tener acceso a comida saludable sin problemas económicos.
Si el plan se aplicase a nivel óptimo las emisiones se reducirían en un billón de toneladas cada año, el equivalente a lo que produce toda la industria aeronáutica a nivel global
Los antecedentes que conocemos de este tipo de iniciativas no siempre han funcionado.
Cuando el gobierno de Dinamarca puso un impuesto sobre las grasas saturadas y simplemente se quedó con la pasta, tuvieron que abortar la medida en un año.
En México, por el contrario, la tasa sobre los refrescos fue todo un éxito ya que los fondos fueron invertidos en surtir a los colegios de agua potable gratuita.
Tal y como dice Rob Bailey, director de investigación en el centro de estudios Chatham House, conseguir recortar la demanda de carne y lácteos no es una tarea fácil:
"El cambio es político.
Como demuestra este estudio, en muchos países hay una fuerte necesidad de cambiar la dieta de la población por cuestiones de salud pública y razones climáticas, pero no está pasando".
"Los gobiernos son reacios a intervenir en las decisiones de estilo de vida de la gente por miedo a la reacción pública y las críticas de ser un estado sobreprotector.
Así como el temor a la reacción de la industria de la carne y el lobby de la agricultura por atacar sus intereses", declaró.
Springmann, director del estudio llevado a cabo por la universidad de Oxford, no titubea a la hora de poner sobre la mesa las opciones que tenemos:
"O aceptamos el cambio climático y que cada vez haya más casos de enfermedades cardíacas, diabetes y obesidad, o hacemos algo sobre el sistema alimentario".