Pablo Gonzalez

La impunidad, en los delitos de lesa humanidad, descalabró los acuerdos de paz en Colombia y oxigenó a una derecha ya en bancarrota


No solo la ultraderecha citadina votó por el NO. El voto mayoritario lo hizo posible la percepción de injusticia de sectores medios y populares, de izquierda y derecha. 

No es la demagogia y la maña de Uribe el que los convenció. 

Los convenció de votar por el NO el único aspecto viciado de los acuerdos de paz sobrecargado de impunidad.

 Ese fue el problema. 

La confianza excesiva que los Acuerdos de Paz no debían llevar afeites de injusticia.

Por Luciano Castro Barillas


En ninguna parte del mundo, durante casi todo el siglo XX y en la totalidad de los diez y seis años del siglo XXI, podrán dejar de ser penalizados los delitos de lesa humanidad, es decir, los crímenes de guerra, donde ordinariamente las víctimas de estos actos atroces, despiadados e inhumanos, son la población civil desarmada, entre otros, niños, mujeres y ancianos.

 Esos horrores perpetrados contra grandes contingentes de seres humanos son inexcusables, y no pueden justificarse de ninguna manera, ni por ideologías de derecha que proclaman la ley y el orden ni por ideologías de izquierda en su lucha por la construcción de una democracia revolucionaria.

 Una impunidad signada por la lenidad, por el encubrimiento tipificado en un concepto grosero de una amnistía, no conduce sino a abonar los resentimientos de los familiares de las víctimas que lo que piden única y exclusivamente es justicia.

De las dos clases de justicia que hay en el ámbito del derecho penal en el mundo entero: o una justicia retributiva (castigo y cárcel para el perpetrador o los perpetradores); o una justicia restaurativa (reparación del daño causado). 

En los casos de crímenes de guerra o muerte masiva, la justicia penal tiene que ser aplicada de las dos maneras, porque, sencillamente, no hay al final manera de cómo paguen los criminales sus actos truculentos y no hay manera de disminuir el dolor de los familiares sobrevivientes, por tantas vidas que pudieron ser de gran utilidad para la sociedad.

 Todo hombre por sencillo que sea, tiene una gran utilidad para la vida y no es un desecho para la muerte.

 Todos los seres humanos somos iguales en dignidad y en derechos. Pero alguien por allí tuvo la pésima percepción por una fuerte indigestión ideológica que hizo a muchos seres humanos en Colombia descartables y el resultado fue más de medio siglo de guerra interna donde oligarcas y sectores populares, unos más, otros menos; fueron tocados por el dedo infame de Tanatos y llevados más temprano que tarde a la sepultura. 

Hubo innegable voluntad de negociación de las partes, FARC-EP y Oligarquía; para llegar a entendidos que permitieran implementar una verdadera democracia social en Colombia la cual conferiría mejores condiciones de vida a las grandes mayorías del pueblo colombiano. 

Era un monumental contrato social que organizaría de mucho mejor manera la vida social, económica y política de Colombia, pero hubo una falla en el instrumento jurídico-político, que fue el detonante real de que pasó pese a la euforia de los Acuerdos de Paz suscritos en La Habana y la ceremonia triunfalista de Cartagena: ningún ofendido por los dos bandos podía aceptar impunidad para los dos bandos, pues tan graves fueron los crímenes cometidos por el uribismo-paramilitarismo, como atroz también períodos innecesariamente prolongados de secuestro de policías, militares y políticos en los territorios selváticos bajo control de las FARC-EP (Fidel Castro emitió incluso declaraciones en contra de esas prácticas inhumanas). 

Esos excesos de las dos partes, de los cuadros operativos e intelectuales de las FAR-EP y la Oligarquía-ejército colombiano, fueron los que dieron al traste con el referendo que a duras penas gano el NO. No solo la ultraderecha citadina votó por el NO. El voto mayoritario lo hizo posible la percepción de injusticia de sectores medios y populares, de izquierda y derecha.

 No es la demagogia y la maña de Uribe el que los convenció. Los convenció de votar por el NO el único aspecto viciado de los acuerdos de paz sobrecargado de impunidad. Ese fue el problema. La confianza excesiva que los Acuerdos de Paz no debían llevar afeites de injusticia. 

Los acuerdos de paz colombianos están debidamente encarrilados y solo encontraron a su paso una profunda incisión que les pegó un remezón a todos. Se trata ahora de darle participación al peor convidado de piedra, el ex presidente Uribe, que en declinación por su fundamentalismo irracional encubierto de habilidad retórica; recibió una bocanada de aire fresco con el error aludido. 

El fenómeno de la restauración conservadora está llegando a su fin en todo el mundo y Colombia pareciera ser la excepción, pero no se puede ir en contra de la dinámica de la historia: la conferencia internacional de le energía celebrada en Turquía restaurará los precios reales del petróleo y los países que viven de estas exportaciones primarias podrán, por fin, tras cuatro o cinco años de acoso económico, fortalecer sus estructuras financieras para que haya dinero sano y poder de ese modo sacara adelante a sus respectivas democracias y sus modelos sociales.

 Uribe no tiene futuro ante el actual movimiento y acuerdos energéticos del mundo.

 La restauración conservadora ha llegado a su fin y los capitalismo encabezados por Estados Unidos y sus satélites tienen que enfrentar, a la vuelta de la esquina, su segunda y decisiva crisis financiera, que ahora, da la casualidad, quieren resolverla incendiando el mundo a bombazos. 

La paz en Colombia tiene un gran futuro, en tanto se fundamente sobre la justicia. Porque, por ejemplo, hay muchos paramilitares presos y extraditados, pero falta el principal: Alvaro Uribe, un pequeño y hasta diminuto hombre (con complejo de Napoleón), pero revestido de la más absoluta maldad. Ese don se tiene que ir en primer lugar en el nuevo paquete de los Acuerdos de Paz en Colombia.

Publicado por La Cuna del Sol
USA.

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