Pablo Gonzalez

Nicaragua: En honor al XXXVII Aniversario del Ejército


Mi integración al Ejército Popular Sandinista en 1979 y mi permanencia en el hasta 1991, estuvo ligada a la permanente ilusión y a la esperanza que siempre generaban los momentos de esa gran y hermosa época revolucionaria. 

Esos momentos, los he ido escribiendo como parte de mi testimonio, y he decidido hoy compartir un pequeño trozo en honor a esta institución nacionalista, patriótica, formada en el fragor de una lucha constante por una Nicaragua mejor.

Con nuestro triunfo y conformación del Ejército, se me acabó la angustia respecto al futuro. No había que pensar más allá de lo inmediato y cercano, solo vivir intensamente y con eso lográbamos ir transformando sin detenernos nunca.

El futuro no era una ilusión de algo lejano que querías alcanzar, era esa intensidad que permanente se movía y se transformaba veloz; era ir construyendo sistemáticamente y alcanzando diariamente con la ilusión de continuar sin parar.

Y vivíamos con tanto entusiasmo y con tanta ilusión que se abrían caminos interminables que transitaban entrelazados con la intensidad.

 Se acabaron las ansiedades y los dolores de la existencia que habían ocurrido antes, en la etapa de las decisiones estratégicas de mi vida.

Se abrió la pasión, la apertura de los sentidos y sobre todo se integró mi alma finalmente al mundo y al universo y fueron uno solo, hubo balance, armonía y nada parecía no concordar. 

Los elementos no esenciales y problemas mundanos no tenían efecto ni importancia suficiente ante la grandeza del alma y la energía transformadora.

Era un orgasmo vivencial y sentí dicha y honor de vivirlo y sentirlo.

 Pensé siempre en los que estarían felices acompañándonos y ya no estaban, pero nunca pensé que ellos estuvieran tristes de no estar, sino más bien eran parte ya de mi energía y reían conmigo.

Los dolores por fracasos amorosos se sentían de forma incipiente y efímera, capaces de ser superados en breves etapas y la energía transformadora lograba superar y volar sin detenerse.

Esa misma arrolladora energía constante me hizo sentir en poco tiempo que era aún más grande y más inmensa y universal, cuando supe que se extendía con la presencia de esa hija divina y tan esperada que llegó y me permitía llegar aún más allá, y colmarme de una ilusión y esperanza interminable para mí. ¡Oh felicidad!

Soñábamos con la utopía.

 Que tendríamos una Nicaragua con mayor igualdad de clases, que habría mayor movilidad social, menos elitismo; y por lo tanto, más desarrollo de toda la sociedad y no de unos pocos. 

Eso traería menos pobreza y los humildes y excluidos tendrían más acceso a las decisiones y al poder político, para que sus intereses pudieran ser escuchados.

En esos años con tiempos alegres, tristes, duros y suaves, me hice plenamente mujer, integrada al desarrollo de nuestra nación me sentí parte activa y partícipe de estos sueños y de los logros que se lograron alcanzar.

Todo iba lindo hasta que comenzaron los ataques, la guerra, los aviones hondureños, las bombas en la frontera, las explosiones, las lanchas rápidas, el pájaro negro, y con eso la necesidad del servicio militar… 

Y nuestros esfuerzos se desviaron.

 El horror de los hijos muertos otra vez en guerra... Eso paralizó nuestro sueño... ¡Oh tristeza!

En ese fragor de la ilusión, de las transformaciones, del mundo mejor, pasamos a los fusiles levantados en alto, al llamado a las armas a los ciudadanos patriotas; comenzamos todos la conformación de los batallones y las brigadas militares e irregulares, a la movilización permanente por toda nuestra patria, a defenderla contra invasores e ideologías externas, que atacaban al proyecto esperanzador nuestro.

Y en medio de grandes enseñanzas que absorbíamos para conformar un ejército dulce y profesional, vino una guerra diaria, pasamos de una breve paz a una cruel e injusta guerra.

 Así fuimos naciendo, creciendo, luchando, apoyando el nacimiento de un ejército que se conformó al fragor de las movilizaciones, los combates y el deseo de la institucionalización y la paz, bajo hermosos valores nacionalistas y patriotas.

De este gran espíritu, organización y honor, llegamos a ser varios miles de miles, parte de esta grandiosa y hermosa institución militar; y con la paz alcanzada salimos retirados, llenos de vida y también de gran preparación humana y profesional. 

Armados de historia, de conocimientos científicos, técnicos y sociales, con grandes capacidades de liderazgo, planificación, y grandes cualidades de resiliencia, capacidad organizativa, actitud y confianza hacia metas insuperables; altos valores de honorabilidad y dulzura como son morir por la patria, y llenos de solidaridad y hermandad.


Honores siempre a todos los hombres y mujeres que conformamos nuestro glorioso Ejército, los que están en vida, los caídos en cumplimiento de misiones y los fallecidos; y honores a esta institución que sigue graduando y desarrollando seres valiosos, humanos, profesionales, fieles a la patria, a la nación y su pueblo, orgullosos de preservar nuestra soberanía, nuestra patria y siempre brille hermosa la paz en nuestra tierra. Honores a esta gloria nacional, el Ejército de Nicaragua, orgullo de esta nación y de todo el continente americano.

por. Rosa Pasos

La autora es Teniente Coronel (R). Presidente de la Fundación de Militares Retirados Julio Ramos Argüello (REDIM 13). 

 Máster en Administración de Empresas (MAE), del INCAE.

http://www.elnuevodiario.com.ni/opinion/403208-honor-xxxvii-aniversario-ejercito/

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