Hillary Clinton no es una persona que sea particularmente de mi agrado, aunque entiendo que entre ella y el candidato manchuriano, ella es el mal menor.
Lamentablemente, la semana pasada Clinton recurrió a la fe durante un acto de campaña en Kansas City (Missouri):
El próximo presidente, dijo ella a la audiencia en la Convención Nacional Bautista aquí en la noche del jueves, debe ser "una persona que rece".
"Nuestros líderes más grandes son a menudo los más humildes, porque reconocen tanto las enormes responsabilidades del poder y la fragilidad de la acción humana", dijo la señora Clinton a un público que era casi totalmente negro.
La nación, agregó, necesitaba "un presidente que rece con ustedes y por ustedes".
Hasta ahora, Clinton lo había hecho relativamente bien, defendiendo el laicismo cuando se pretendió usar la ambigüedad de Bernie Sanders para descalificarlo por, presuntamente, ser ateo (que, además, no lo es), y con un historial pro-ciencia mucho mejor que el de Donald Trump —que no es que el listón esté muy alto—.
En todo caso, pretender que tener fe es una cualidad sine qua non para dirigir las riendas de cualquier país es una bofetada a todos los que podemos vivir sin poner nuestra ignorancia en un altar y llamarla dios.
Y que Clinton sea menos mala que Trump no significa que nos vayamos a hacer la vista gorda cuando promueve la intolerancia anti-ateasólo por ganar puntos en las encuestas.
(vía Atheist Revolution | imagen: Gage Skidmore)
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Publicado en De Avanzada por David Osorio