En pocos días, la presidenta electa de Brasil, Dilma Rousseff, tendrá el veredicto del Senado.
Si se le encuentra culpable de crimen de responsabilidad, deberá dejar su cargo definitivamente y por un plazo de ocho años le será prohibido presentarse a elección alguna.
Caso contrario, volverá a ocupar la presidencia y todo sucederá como si nada hubiera pasado.
Por Isabel Prieto Fernández
Ayer, jueves 25 de agosto, el sistema político brasileño comenzó una nueva etapa, la última en el juicio político (impeachment) a la mandataria –aún mandataria– Dilma Rousseff.
Por un tema de tiempos, porque en Uruguay es feriado nacional, estoy escribiendo este artículo antes de que Rousseff se defienda en el Senado.
Cuando eso suceda, este material ya habrá pasado por el movimiento vertiginoso de las rotativas.
Eso no impide, igualmente, poder afirmar que Dilma tiene sus días presidenciales contados.
Aunque el discurso de la presidenta electa -previsto para el lunes 29- sea sensato, aunque haya utilizado una oratoria clara para defender los 54 millones de votos que la llevaron a Planalto, aunque sus palabras sean justas y sus términos exactos, Rousseff será culpable porque así está decidido de antemano y nadie puede cambiarlo.
Empezando por la propia Dilma, que se ha pasado todo este tiempo confundiendo “representatividad” con “democracia”, que tanto defendía la una como la otra, volviéndose ambos conceptos sus enemigos.
Los votos que se depositaron en las urnas no tuvieron cuerpo que los defendiera en la calle.
La tan mentada democracia está por el piso cuando un grupo de gente investigada por corrupción tiene el poder de hacer a un lado a la mandataria.
Son los mismos que siempre tuvieron la sartén por el mango, los que movieron los hilos de la política de alianzas, logrando poner al vicepresidente Michel Temer como presidente en ejercicio.
Cronograma y después
De acuerdo al cronograma, luego de iniciado el juicio, los 81 senadores decidirán el destino político de Dilma Rousseff y, por extensión, el de Michel Temer y el de cada uno de las personas que ocupan cargos de confianza política en el gobierno.
La sentencia será oída entre el 30 y el 31 de agosto.
Con 54 votos (dos tercios del total de senadores), Dilma está afuera, y todo parece indicar que por lo menos 58 manos serán levantadas para que ella no vuelva a Planalto.
¿Por qué entonces no importará lo que diga en su defensa cuando le toque hablar? Porque ya lo dijo ante corresponsales de medios extranjeros:
“Voy a argumentar a favor de la democracia, del respeto al voto directo del pueblo brasileño, como también a favor de la Justicia”.
O sea, a favor de todo lo que la tiene en esta situación.
Me recuerda una frase de El Evangelio según Jesucristo, de José Saramago, cuando el diablo le dice a un joven Jesús:
“No has aprendido nada. Vete”.
Si hasta dan ganas de escribirle una carta que comience así:
“Estimada Dilma, usted en este momento no está en condiciones de ser políticamente correcta, de defender nada.
Usted, amiga, tiene que cuestionar todo, empezando por esa democracia que tiene leyes que permiten que le hagan esto, que le pasen por arriba, y, siguiendo por la representatividad: ¿aún no se dio cuenta de que cada uno representa lo que se le antoja, o se hace la distraída?”.
Lo que está sucediendo es lo contrario a lo esperado. Se suponía que con el pasar del tiempo, Michel Temer se iba a ir desprestigiando.
Como contrapartida, Rousseff encontraría en el apoyo internacional el anclaje necesario que presionara en lo interno.
Y vaya que por un tiempo lo logró. Allá quedaron los artículos del New York Times y otros medios reconocidos denunciando un golpe de Estado moderno, parlamentarista.
Mientras tanto, Temer hacía oídos sordos e iba posicionando a su gente de confianza.
En el primer mes de gobierno interino, cayeron tres ministros. Todos pensamos que sería un efecto dominó y que tras esos farsantes mosqueteros, otros verían la arena.
Sin embargo, y a pesar de que las denuncias de corrupción de los ministros seguían surgiendo, eso no sucedió.
La explicación es sencilla: nadie pretende que un presidente de dudosa procedencia nombre un gabinete honesto.
Así que para qué exigir atributos éticos donde sabemos que campea la inmoralidad.
La defensa
La abogados de Rousseff presentaron 524 páginas en su defensa. En ellas vuelven a estampar que la presidente electa no cometió crimen de responsabilidad al poner en práctica las famosas “pedaleadas fiscales” ni al aprobar decretos de créditos suplementarios sin autorización del Congreso Nacional.
La defensa incluye la solicitud del Ministerio Público del Distrito Federal para que la Justicia Federal archive la investigación que inculpaba a Rousseff y la había apartado de la presidencia.
Para el procurador de la República, Iván Claudio Marx, las “pedaleadas” no configuran crimen por no tratarse de operaciones de crédito.
La defensa dice: “Varios hechos surgieron a lo largo de este período. Uno de ellos es muy importante: la propuesta del Ministerio Público Federal de archivar lo que se está haciendo [por el proceso de juicio político].
El procurador afirmó que efectivamente no hubo operación de crédito.
Es la tesis que nosotros defendemos”.
El documento cita una declaración de la senadora Rose de Freitas (PMDB, mismo partido que Michel Temer). De Freitas afirmó en entrevista para una radio de Minas Gerais que la suspensión de Rousseff no era por causa de las “pedaleadas”, sino por “falta de apoyo político y popular”.
Además de eso, la defensa asegura que el proceso de impeachment es un acto de venganza del expresidente de la Cámara baja, Eduardo Cunha.
El problema es porque Cunha, integrante del PMDB y acusado de corrupción, solicitó ayuda al Partido de los Trabajadores (PT, partido de Rousseff) para que no dieran apoyo a la investigación de su persona en el Consejo de Ética de Diputados. El PT optó por dar la espalda a Cunha sin tener en cuenta que era él quien decidiría si se daba o no entrada al juicio político de Rousseff.
Para reafirmar su hipótesis al respecto, la defensa cita una carta de Cunha, escrita con motivo de su propia suspensión:
“No tengo dudas de que la causa principal de mi suspensión reside en mi conducción en el proceso de impeachment”.
Como ya fue dicho, Dilma no tiene por qué hablar, pero lo hará. Prefiere ver las caras de quienes la acusan y poner la suya para la defensa.
Durante todos los días desde el comienzo de este proceso, dijo que eso haría. Dentro de cuatro o cinco días, sabremos cómo impactaron sus palabras. La democracia y la representatividad no están aseguradas.
http://www.carasycaretas.com.uy/dilma-vez-mas-cerca-la-inquisicion/