¿Tienen alguna relación evolutiva los monoteísmos religiosos con la sexualidad humana?
El biólogo evolutivo y experto en psicólogía David P. Barash opina que los mitos abrahámicos son el inevitable resultado de las fuerzas evolutivas que han modelado nuestro comportamiento como primates durante los últimos millones de años.
Con motivo de su reciente libro “Out of Eden: The Surprising Consequences of Polygamy”, el Dr. Barash ha publicado el siguiente artículo de divulgación sobre la relación entre nuestras ancestrales características socio-sexuales y la religión.
Imagínese un zoólogo de Marte, que visita la Tierra y observa al Homo sapiens por primera vez.
Él, ella o ello vería una especie de primates que se diferencia de otras en muchos aspectos, principalmente nuestro cultural, intelectual, lingüístico, simbólico y tecnológico complejo estilo de vida. Pero al mirarnos a través de la lente de un zoólogo, nuestro observador no quedaría especialmente impresionado.
Sin duda, tenemos algunos rasgos anatómicos externos (bípedos con poco pelo y grandes cerebros, mandíbulas no prognáticas con dientes poco impresionantes, etc.) pero no somos demasiados únicos ya que cada especie es especial a su manera.
Entre nuestro catálogo de rasgos no tan especiales estaría el hecho de que los hombres son, en conjunto, más grandes que las mujeres: un 7% más altos y un 15% más pesados, con una diferencia algo mayor cuando se trata de musculatura.
También notablemente los hombres superan a las mujeres cuando se trata de violencia letal en un factor de aproximadamente 10:1, un hecho diferencial no sólo en adultos de distintas culturas, sino también reconocible entre los niños pequeños como una proclividad a la violencia.
Ante estos hechos, nuestro zoólogo podría sospechar firmemente que estos humanos son paradigmáticos mamíferos poligínicos, a pesar del hecho de que, en el mundo occidental al menos, la monogamia sea la norma.
En nuestro dimorfismo sexual (diferencias físicas y de comportamiento entre hombres y mujeres), encajamos en el perfil poligínico normal de todas las demás especies animales.
Este perfil surge como resultado de la selección sexual, mediante el cual los machos compiten con otros machos, y los machos más aptos cosechan la recompensa del éxito reproductivo a través de un aumento del número de parejas sexuales.
Este diagnóstico de poliginia sería mayor si el observador visitara una escuela secundaria: las niñas son física y socialmente más maduras que los varones de la misma edad (para consternación de ambos).
Este modelo, conocido como “bimaduración” sexual, también es una consecuencia inadvertida de la poliginia, si bien contra-intuitiva.
Para llegar a reproducirse, las mujeres se ven sometidas a un mayor estrés fisiológico que los hombres; deben nutrir a un embrión en el útero, dar a luz y amamantar.
Por el contrario, los hombres sólo necesitan producir unos pocos centímetros cúbicos de semen.
Se podría esperar que los hombres llegaran a la madurez sexual antes que las hembras ya que se requiere mucho menos de ellos, pero este no es el caso.
En las especies poligínicas, los machos deben participar en una competencia feroz entre los de su mismo sexo para reproducirse.
¡Hay del macho que entre en la arena reproductiva cuando es demasiado joven, pequeño, débil y sin experiencia!
Así como el grado de dimorfismo sexual se relaciona muy estrechamente con el grado de poliginia (tamaño medio de harén) en una especie, la extensión de la “bimaduración” sexual está también fuertemente correlacionada con el grado en que los machos compiten entre sí en el acceso a las hembras. Los seres humanos caen en la parte moderada de ese espectro poligínico.
La evidencia de la poliginia humana no se limita a las diferencias fisiológicas.
Antes de la homogeneización cultural por el colonialismo occidental y la coacción misionera, más del 80% de las sociedades humanas tradicionales eranpreferentemente poligínicas.
Por otra parte, los datos genómicos cuentan la misma historia: hay considerablemente más variación cuando se trata del ADN mitocondrial, que se hereda solo de las madres, que del ADN del cromosoma Y, otorgado a las generaciones posteriores exclusivamente por los padres.
En otras palabras, sobre la historia de la evolución del Homo sapiens, un número relativamente pequeño de hombres engendró niños con un número relativamente grande de mujeres. Como especie, hemos tenido una mayor variedad de madres que de padres.
Puesto todo esto unido el resultado es claro. Un observador extraterrestre imparcial consideraría que la poliginia del Homo sapiens es simplemente innegable.
Caso cerrado.
Pero probablemente esta aseveración no se detendría ahí. Cualquier persona lo suficientemente alejada de los sesgos inconscientes que todos sufrimos bien podría señalar que el patrimonio poligínico de la humanidad no sólo influye en cómo los hombres y las mujeres se comportan entre ellos. También explica una de las más importantes creaciones imaginarias de nuestra especie: la religión monoteísta.
Esto no es más que un salto. Cada una de las tres grandes tradiciones monoteístas se centra en una figura masculina, que se parece mucho a un macho alfa en la cumbre de un grupo social. Los teólogos sofisticados normalmente hacen hincapié en que su deidad carece de un cuerpo físico, trascendiendo de alguna manera lo físico.
Más raramente, Dios se concibe como no-género. No obstante, no hay duda de que la gran mayoría de los creyentes imaginan un Dios personal con el que se pueda hablar, que responde a las oraciones, que tiene fuertes opiniones y muchas veces emociones perceptibles: triste, enojado, contento, descontento, vengativo, celoso, indulgente, amoroso y así sucesivamente.
No todo el mundo compra la idea de un dios del cielo con una larga barba blanca, un grave y lleno de sabiduría semblante, capaz de recompensar el buen comportamiento y castigar el malo.
Pero no se necesita mucha imaginación para reconocer que Dios, como es adorado en la mayor parte del mundo, es notablemente humanoide, ampliamente percibido como un gran, imponente, colérico, obstinado, pero a la vez cuidadoso y protector varón… en definitiva, un gran gorila de espalda plateada.
Estos rasgos merecen un escrutinio más detallado:
“Grande”: los musulmanes gritan con entusiasmo ¡Dios es grande!, y aunque las palabras exactas son específicas para el Islam, el sentimiento no, como es la aparente necesidad de proclamarlo como parte de la oración.
Entre los monoteístas, Dios es visto universalmente no sólo como grande sino que literalmente es El Más Grande en todos los aspectos: poder, sabiduría, bondad y así sucesivamente, como los gorilas espaldas plateadas se describirían sin duda a sí mismos y exigirían que sus subordinados estuvieran de acuerdo.
“Imponente”, dominante: los machos que mantienen harenes suelen ser grandes en estatura (recuerden el dimorfismo sexual) y, entre la tribu así como en las tradiciones religiosas modernas, ellos generalmente se conceden a sí mismos ornamentación (traje de gala, especialmente la cabeza) que los hacen parecer más grandes todavía.
Por otra parte, se espera que los subordinados recalquen su condición subalterna al inclinarse, arrodillarse y en cualquier caso mantener la cabeza más baja que la del rey, papa, obispo, gorila o chimpancé dominantes.
El tamaño (o el tamaño aparente) importa. No es sorprendente que un dios diminuto sea un oxímoron.
“Colérico”: es peligroso desafiar el estatus del macho alfa del harén. Después de todo, llegó hasta allí no sólo por ser omnipotente y omnisciente, sino también “omni-destructor” (o por lo menos, altamente amenazante) cuando alguien se cruza en su camino.
Para el monoteísta, el temor de Dios es más que un requisito previo para la creencia en Él: ambos conceptos son casi idénticos.
“Obstinado”: Dios en general tiene opiniones muy fuertes, tanto que Él debe ser obedecido.
Un verdadero ser omnipotente presumiblemente podría orquestar las cosas según Su propio criterio, pero en su lugar -como un macho alfa que se encuentra actualmente en la cúspide, pero que tiene que protegerse constantemente de los intrusos (contra las absorciones por otros aspirantes a alfas, o en términos religiosos, dioses competidores)- está celoso, es vengativo de aquellos que le desobedecen y prohíbe enérgicamente cualquier vuelta atrás o cualquier apoyo contrarrevolucionario a sus competidores.
“Cuidadoso”: de un modo u otro se espera que el guardián del harén beneficie a sus subordinados, a menudo con el éxito en la caza, la guerra o por el éxito no sólo de su propia fertilidad (a través de sus esposas), sino también el florecimiento de los otros miembros del grupo.
“Ha dado alimento a los que le temen; Se acuerda de su pacto para siempre” (Salmo 111: 15). “Y Él es el que me da de comer y de beber” (Corán 26:79). “Él es el que hizo la tierra dócil para ti – para caminar entre sus laderas.. y comer de Su provisión” (Corán 67:15).
“Protector”: al igual que el espalda plateada guarda su harén con feroz actitud protectora, también lo hace Dios. “Pero tú, Señor, no te alejes de mí,” implora el salmista.
“Eres mi fuerza; ven pronto en mi ayuda. Líbrame de la espada, libra mi preciosa vida de las garras de los perros. Líbrame de la boca de los leones; sálvame de los cuernos de los búfalos” (Salmos 22: 19-21).
“Varón”’: el Dios monoteísta es varón como lo son sus principales representantes en la tierra, al igual que los primates guardianes del harén. No debe sorprender que los líderes religiosos sean propensos a emplear al gran, imponente, colérico, obstinado, pero a la vez cuidadoso y protector varón cuando se trata de alcanzar y reforzar su dominio.
¿Por qué sus seguidores sucumben a esta dominación? Hasta cierto punto, se necesita un sujeto dispuesto a ser conducido por el camino de percibir a Dios como una poderosa y guardiana entidad del harén
. Nuestra historia poligínica ha marinado seres humanos con esa tendencia precisamente.
En “El porvenir de una ilusión” (1927), Sigmund Freud especuló que la religión vino de desplazamiento de la asunción de la omnisciencia, omnipotencia y omni-benevolencia que, desde la perspectiva del niño, inicialmente caracteriza a los padres de cada uno.
A medida que el niño crece, él o ella se da cuenta de la insuficiencia de los padres, con lo cual se proyectan estos rasgos divinos sobre un super-padre imaginario que es perfecto, poderoso y lo suficientemente alejado de los acontecimientos diarios para mantener su imaginaria potencia y capacidad de intimidación.
Y así, una vez más, Dios emerge fácilmente como un idealizado señor del harén. No hay necesidad de distinguir entre Dios-macho-alfa y Dios-padre.
Ambas consideraciones funcionan de la misma manera y apuntan en la misma dirección. En psico-lenguaje, el resultado está “sobredeterminado”.
Hay mucho en la psicología evolutiva del Homo sapiens que hace a nuestra especie sensible a un Dios como el retratado en las religiones abrahámicas, es decir, el judaísmo, el cristianismo y el Islam.
Somos profundamente sensibles a las jerarquías de dominio y en especial a la necesidad de respetar al macho espalda plateada y Sus prerrogativas.
Estamos sujetos a los impulsos sexuales que en nuestro pasado evolutivo contribuyeron al éxito de nuestros antepasados, pero que también presentaban el riesgo de serios problemas si no se desplegaban con cautela.
Por lo tanto, estamos dotados de impulsos que son poderosos, pero que también intuitivamente los reconocemos como potencialmente peligrosos para nosotros mismos, sobre todo si se evocan la ira celosa del macho poderoso.
En “El mono desnudo” (1967), el zoólogo Desmond Morris escribió que la “extrema potencia” de la religión es simplemente una “medida de la fuerza de nuestra tendencia biológica fundamental, heredada directamente de nuestros ancestros simios y monos, para someternos a un todopoderoso y dominante miembro del grupo”.
Sobrevuele las llanuras de América del Norte en una avioneta, y tendrá la extraña impresión de que los pueblos están habitados por relativamente pequeñas criaturas, ocupando casas que son aproximadamente del mismo tamaño, a excepción de un edificio excepcionalmente grande en cada ciudad que debe ser la casa de una persona de hecho muy grande.
Además de su tamaño exorbitado, cada una de las “casas de Dios” tiene una arquitectura relativamente elaborada, preciosa factura, y la sumisa devoción, casi adoración que muestran regularmente los reverenciales y subordinados miembros de la tropa, que siguen (o al menos pretenden seguir) las reglas que Él ha establecido.
Y que se sienten aliviados y tranquilos como consecuencia no sólo de la obediencia, sino también seguros de que se han unido a un poderoso y dominante líder como fuente de protección en un mundo temible.
John Byers, profesor de biología en la Universidad de Idaho, ha pasado décadas estudiando antílopes americanos, las criaturas terrestres más rápidas de América del Norte.
Teniendo en cuenta que no hay actualmente ningún depredador súper rápido en Norte América, la hipótesis de Byers en “Built for Speed” (2003) es que la deslumbrante velocidad de estos animales es debida a que están siendo perseguidos por los “fantasmas de los depredadores pasados”, espantosos lobos y gatos de gran tamaño ahora extintos.
De la misma manera, como el psicólogo Héctor García ha señalado en “Dios Alfa” (2015), los seres humanos están siendo perseguidos por los fantasmas de su pasado poligínico, más concretamente quizás (cuando se trata de su vulnerabilidad a un determinado tipo de deidad/culto) por los fantasmas del macho alfa, poseedores de harenes del pasado.
La sugerencia de que Dios ha sido creado a la imagen de un macho alfa poseedor de un harén no es sólo mía: no es nada sorprendente ya que es muy consistente con una comprensión biológica de la historia de nuestra especie. García señala que:
“Los primates machos luchan por el dominio dentro de los grupos sociales, utilizando una variedad de estrategias (el miedo y la agresión entre ellos) para adquirir rango.
Rango, a su vez, que por lo general confiere recompensas, que para los machos incluye el acceso preferencial a recursos como los alimentos, las hembras y el territorio.
Los simios y los hombres dominantes tienen una larga historia de asegurarse tal tesoro biológico perpetrando la violencia y la opresión sobre los miembros de menor rango de sus sociedades.
Una vez que observamos que Dios, también, es retratado como teniendo un gran interés en este tipo de recursos, y obteniéndolos a través de medios similares, se hace cada vez más claro que Él se ha revelado como ni más ni menos como el macho de más alto rango de todos.”
Dios, se podría suponer, estaría por encima de preocuparse por los pecadillos eróticos de sus seguidores.
No es así: el Dios monoteísta exhibe la clásica preocupación del dueño del harén acerca del comportamiento sexual de sus seguidores, incluyendo una gran cantidad de lo que los biólogos llaman “vigilancia de la pareja” y una no pequeña codicia sexual.
El Dios de Abraham deja claro que Él es “un Dios celoso”, y uno que es especialmente intolerante si alguno de su rebaño incursiona con otras deidades.
“No harás ídolo alguno, o cualquier semejanza de lo que está arriba en el cielo o debajo de la tierra o de las aguas. No te inclinarás ante ellos, ni los honrarás; porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso” (Éxodo 20: 4-5.)
Los incrédulos y los que adoran “falsos ídolos” son tratados con un celo especialmente violento; al igual que todos los guardianes del harén, Él es implacable en el tratamiento de la competencia de otros que puedan suponer un riesgo para desplazarle a Él.
Por otra parte, el Dios bíblico personaliza ciudades enteras (en particular Babilonia e Israel) como mujeres de su vida, cuya obediencia y fidelidad son de suma importancia, y cuya desobediencia e infidelidad garantizan un severo castigo.
Las demandas de Dios sobre exclusividad en el culto parecen haber sido tomadas directamente del libro de comportamiento de un desconfiado macho dominante sexual.
La insistencia de que uno no debe “tener otros dioses por delante de mí” es muy parecida al tú no debes “tener otros amantes más que yo”.
Aquí es Dios, reprendiendo a Israel por haberse “extraviado”, en el proceso de confundir la adoración de otros dioses con la infidelidad sexual: “Si un hombre se divorcia de su mujer, y ella se va de su lado y llega a ser de otro hombre, ¿volverá él a ella? ¿No quedará esa tierra totalmente profanada? Pues tú eres una ramera con muchos amantes, y sin embargo, ¿vuelves a mí? “(Jeremías 3: 1-2.)
Por otra parte, al igual que con los otros machos dominantes poligínicos con los que nuestros antepasados tuvieron que hacer frente, un Dios cornudo es una cosa peligrosa: “Te juzgaré como son juzgadas las adúlteras y las que derraman sangre, y traeré sobre ti sangre de furor y de celos.”(Ezequiel 16:38) La especificidad de la amenaza podría haber salido directamente de unos convencidos y violentos polígamos del pasado: “No seguiréis a otros dioses, a ninguno de los dioses de los pueblos que os rodean … No sea que la ira del Señor tu Dios se encienda contra ti, y te borre de la faz de la tierra “(Dt 6: 14-15)
De ello se desprende que este Dios (en consonancia con las ansiedades de los mamíferos masculinos en general) estaría especialmente preocupado por Su paternidad, con tal inquietud que no sólo se manifiesta en el comportamiento agresivo amenazando a potenciales competidores sexuales, sino también en la búsqueda de la seguridad de que a Él no le han puesto los cuernos.
De acuerdo con ello, vamos a ver uno de los pasajes bíblicos más conocidos aunque todavía insuficientemente estudiado como es el Génesis 1:26. “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza, para que puedan gobernar sobre los peces del mar y las aves del cielo, sobre el ganado y todos los animales salvajes y sobre todas las criaturas que se mueven por el suelo.” Aquí tenemos a la descendencia siendo revelada por el Jefe.
Dios anuncia, además, que debido a esto confirma la conexión, Sus hijos son los herederos legítimos de, bueno, todo.
Muchos pasajes de la Biblia afirman no sólo un aire de familia, sino la paternidad directa de Dios. Por ejemplo: “Ustedes son los hijos del Señor tu Dios” (Dt. 14: 1); “Sois hijos del Dios viviente” (Oseas 1:10); “Somos los hijos de Dios” (Hechos 17:29). Por otra parte, esta relación está fuertemente coloreada con una reconocible emoción humana, notablemente un amor paternal y una devoción filial: “Mira qué gran amor que el Padre nos ha dado, para que seamos llamados hijos de Dios!” (1 Juan 3: 1)
Y los más que influyentes teólogos católicos (como García ha señalado) los santos Tomás de Aquino y San Agustín argumentaron que el cuerpo del hombre fue hecho a Imago Dei“adaptada para mirar al cielo”.
Más exactamente, Imago Dei es un caso de Imago Homo, en el que Dios fue creado a la imagen del hombre, o tal vez Imago Homo poligínico. Cualquiera que sea la frase latina apropiada, la realidad bio-lógica es que las tradiciones religiosas tienden a enfatizar precisamente la continuidad (la genética transubstanciada en teología) que las consideraciones evolutivas podrían predecir.
Los machos guardianes del harén son propensos al cambio violento de régimen: no sólo son intensamente territoriales y agresivos entre sí, sino también son implacables al adquirir nuevas hembras.
En muchas especies como los leones, el nuevo conquistador matará a cualquier joven engendrado por el macho alfa anterior.
La tradición judeocristiana se ajusta tan estrechamente a esta expectativa sociobiológica que casi podríamos preguntar si alguien ha “amañado” los datos.
El Antiguo Testamento en particular rebosa de terribles exhortaciones al infanticidio, en consonancia con la realidad biológica y no en la moralidad actual, y previsiblemente evocados cuando los antiguos israelitas conquistan una tribu ajena que rinde culto a otros dioses:
“Ahora pues, matad a todo varón entre los niños, y matar toda mujer que haya conocido varón carnalmente. Pero a todas las jóvenes que no hayan conocido varón acostándose con él, las dejaréis con vida para vosotros” (Núm. 31: 17-18).
Los machos señores del harén (independientemente de la especie) hacen a menudo grandes esfuerzos para restringir las ambiciones sexuales de sus subordinados, y no es sorprendente, hay pocas religiones en la que Dios se presenta como favorecedor de la licencia sexual, y en muchas de las cuales se espera la práctica la abstinencia por parte de los acólitos, con la virginidad y el celibato siendo especialmente apreciados.
Las tres grandes religiones abrahámicas muy especialmente sostienen que Dios desaprueba fuertemente diversas prácticas sexuales, no sólo el adulterio.
El Dios de Abraham tiende a indignarse por casi cualquier tipo de placer sexual, incluyendo la homosexualidad, la masturbación, el sexo oral o anal, la ropa sugerente, incluso los pensamientos libidinosos.
El control de la sexualidad es una excelente manera de evitar la ira celosa por parte de cualquier ser dominante poseedor de un harén.
Parece probable que el cerebro humano (de todas sus maravillas) también contenga un componente mamífero que se ha desarrollado en un ambiente de poliginia dominado por los machos, junto con una poliandria más sutil orientada a la mujer (algo que no he descrito aquí, pero que también merece atención).
Como consecuencia de ello, estamos predispuestos no sólo a la poligamia manifiesta además de la infidelidad secreta, sino también a una familiaridad y a una inclinación a participar en los sistemas de deferencia social y vasallaje asociados a un macho alfa polígamo. No es un cuadro bonito, pero como Charles Darwin observó en “El origen del hombre” (1871), “aquí no interesan ni las esperanzas ni los temores, sólo la verdad hasta donde nuestra razón nos permita llegar a descubrir”.
Una consecuencia desafortunada, sin embargo, del proceso evolutivo que Darwin describió tan bien es que, aunque el Homo sapiens de hecho tenga su tan cacareada razón, también lleva asociados patrones de comportamiento osificados y dinámicas psicológicas que persisten en sus valores religiosos y restricciones, una combinación de esperanzas y temores prehistóricos que reflejan las visiones del mundo que la mayoría de las personas nunca harían suyas si no estuvieran tan acostumbradas a oírlas.
Si ese mismo zoólogo imaginario de Marte con el que comenzamos esta meditación interrogara a un pez inteligente, pidiendo una descripción de su entorno, probablemente la última cosa que diría es:
“Está muy húmedo aquí abajo”.
De la misma manera, nuestra mentalidad poligínica pervive, sobre todo en las desconocidas trincheras del océano profundo de nuestras más importantes tradiciones de culto.
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