«El curso agresivo y abiertamente expansionista en el que se ha comprometido el imperialismo estadounidense desde el final de la Segunda Guerra Mundial, se manifiesta en la política exterior y la política interna de los Estados Unidos.
El apoyo activo a las fuerzas reaccionarias y antidemocráticas de todo el mundo, el sabotaje a los acuerdos de Potsdam que llaman a la reconstrucción democrática de Alemania, la protección que se brinda a los reaccionarios japoneses, los amplios preparativos de guerra y la acumulación de bombas atómicas: todo esto va de la mano de la ofensiva contra los derechos democráticos elementales de los trabajadores en el propio Estados Unidos.
Aunque los Estados Unidos sufrió relativamente poco en la guerra, la gran mayoría de los estadounidenses no quiere otra guerra, con los sacrificios y limitaciones que la acompañan.
Esto ha conducido a que el capital monopolista y sus servidores en los círculos gobernantes de los Estados Unidos recurran a medios extraordinarios con el fin de aplastar la oposición interna a la orientación expansionista agresiva y así tener las manos libres para la aplicación de esa peligrosa política.
Pero la cruzada contra el comunismo, proclamada por los círculos gobernantes de Estados Unidos con el respaldo de los monopolios capitalistas, conduce como consecuencia lógica a ataques contra los derechos e intereses fundamentales de los trabajadores estadounidenses, a la fascistización de la vida política de Estados Unidos y a la difusión de las «teorías» y puntos de vista más salvajes y misántropos.
Soñando con la preparación de una nueva guerra, una tercera guerra mundial, los círculos expansionistas estadounidenses tienen un interés vital en sofocar toda resistencia interna posible a sus aventuras en el extranjero, en envenenar las mentes de las masas estadounidenses políticamente atrasadas con el virus del chauvinismo y el militarismo, y en embrutecer al estadounidense promedio con la ayuda de los diversos medios de propaganda antisoviética y anticomunista –en el cine, la radio, la iglesia y la prensa–.
La política exterior expansionista, inspirada y dirigida por los reaccionarios estadounidenses, prevé una acción simultánea en todas las líneas:
1) medidas estratégicas militares,
2) expansión económica, y
3) lucha ideológica.
La elaboración de planes estratégicos para una futura agresión está relacionada con el deseo de utilizar al máximo las instalaciones de producción bélica de los Estados Unidos, que crecieron en proporciones enormes hacia el final de la Segunda Guerra Mundial.
El imperialismo estadounidense se empeña en seguir una política de militarización del país.
El gasto en el ejército y la marina supera los 11,000 millones de dólares al año.
En 1947-48, el 35 por ciento del presupuesto de Estados Unidos fue apropiado por las fuerzas armadas, esto es, once veces más que en 1937-1938.
Al inicio de la Segunda Guerra Mundial, el ejército estadounidense era el décimo séptimo más grande del mundo capitalista. Hoy en día, es el más grande. Los Estados Unidos no sólo están acumulando bombas atómicas, se están preparando para las armas bacteriológicas, según lo proclaman abiertamente sus estrategas.
Los planes estratégicos de los Estados Unidos incluyen la creación de numerosas bases y puestos de avanzada situados a gran distancia del continente americano, diseñados para ser utilizados con fines agresivos contra la Unión Soviética y los países de nueva democracia.
Estados Unidos ha construido o está construyendo bases aéreas y navales en Alaska, Japón, Italia, Corea del Sur, China, Egipto, Irán, Turquía, Grecia, Austria y Alemania Occidental.
Hay misiones militares estadounidenses en Afganistán e incluso en Nepal. Y se están haciendo febriles preparativos para utilizar el Ártico con fines de agresión militar.
Aunque la guerra terminó hace mucho tiempo, sigue existiendo la alianza militar entre Gran Bretaña y Estados Unidos, e incluso tienen un staff militar mixto, anglo-estadounidense.
Bajo la apariencia de un acuerdo para la normalización de las armas, Estados Unidos ha establecido su control sobre las fuerzas armadas y los planes militares de otros países, especialmente de Gran Bretaña y Canadá.
Los países de América Latina están siendo incorporados a la órbita de los planes de expansión militar de Estados Unidos, con el pretexto de la defensa conjunta del Hemisferio Occidental.
El gobierno estadounidense ha declarado oficialmente que está comprometido en ayudar a la modernización del ejército turco.
El ejército del Kuomintang reaccionario está siendo entrenado por instructores estadounidenses y está siendo armado con material estadounidense. Los círculos militares se están convirtiendo en una fuerza política activa en Estados Unidos, aportando un gran número de funcionarios gubernamentales y diplomáticos que están dirigiendo toda la política del país hacia un curso militar agresivo.
La expansión económica es un complemento importante para la realización del plan estratégico de Estados Unidos.
El imperialismo estadounidense está intentando, como buen usurero, tomar ventaja de las dificultades de posguerra de los países europeos –en particular de la escasez de materias primas, combustibles y alimentos en los países aliados que sufrieron la mayor parte de la guerra–, para imponerles condiciones abusivas en la ayuda que les da.
Ante la inminente crisis económica, Estados Unidos tiene prisa por encontrar nuevos ámbitos monopólicos para las inversiones de capital y nuevos mercados para sus productos. La «asistencia» económica estadounidense persigue el objetivo general de incorporar a Europa al dominio del capital estadounidense.
Mientras más difícil es la situación económica de un país, más duras son las condiciones que los monopolios estadounidenses tratan de imponerle. Pero el control económico conduce lógicamente a la subyugación política al imperialismo estadounidense.
De acuerdo con eso, Estados Unidos combina la ampliación de los mercados monopólicos para sus productos con la adquisición de nuevas cabezas de puente para su lucha contra las nuevas fuerzas democráticas de Europa. Al «salvar» a un país de la hambruna y el colapso, los monopolios estadounidenses tratan de robarle, al mismo tiempo, todo vestigio de independencia.
La «asistencia» estadounidense involucra automáticamente el cambio en la política del país al que se otorga: los partidos y las personas llegan al poder –que está dispuesto según las directivas de Washington–, para llevar a cabo un programa de política interna y exterior adecuada a los Estados Unidos –los casos de Francia, Italia, etc.–.
Por último, la aspiración a la supremacía mundial y la política antidemocrática de los Estados Unidos incluyen la lucha ideológica.
El objetivo principal de la parte ideológica del plan estratégico estadounidense es engañar a la opinión pública mediante la acusación calumniosa a la Unión Soviética y las nuevas democracias de intenciones agresivas, para presentar al bloque anglo-sajón en un papel defensivo que lo exima de cualquier responsabilidad por preparar una nueva guerra. Durante la Segunda Guerra Mundial, la popularidad de la Unión Soviética en el extranjero creció enormemente. Su dedicada y heroica lucha contra el imperialismo le ganó el cariño y respeto de los trabajadores de todos los países.
El mundo pudo apreciar la demostración del poderío militar y económico del Estado socialista y la fuerza invencible de la unidad moral y política de la sociedad soviética. Por esa razón, los círculos reaccionarios de Estados Unidos y Gran Bretaña están ansiosos por borrar la impresión causada por el sistema socialista en los trabajadores del mundo.
Los belicistas comprenden perfectamente que es necesaria una larga preparación ideológica antes de lograr que sus soldados combatan contra la Unión Soviética.
En su lucha ideológica contra la Unión Soviética, los imperialistas estadounidenses, que no tienen una gran comprensión de las cuestiones políticas, demuestran su ignorancia al poner énfasis principal en la alegación de que la Unión Soviética es antidemocrática y totalitaria, mientras que Estados Unidos, Gran Bretaña y todo el mundo capitalista son democráticos.
En torno a esta plataforma de lucha ideológica –en esta defensa de la pseudodemocracia burguesa y la condena del comunismo como totalitario– se unen todos los enemigos de la clase obrera, sin excepción, desde los magnates del capital hasta los líderes socialistas de derecha, que se aferran con el mayor entusiasmo a cualquier imputación calumniosa contra la Unión Soviética, sugerida por sus amos imperialistas.
La médula y la sustancia de esta propaganda fraudulenta es la afirmación de que la característica de una verdadera democracia es la existencia de una pluralidad de partidos y una minoría opositora organizada.
Por esta razón, los laboristas británicos, que no escatiman esfuerzos en su lucha contra el comunismo, quieren descubrir clases antagónicas y la correspondiente lucha de partidos en la Unión Soviética. Ignorantes políticos que son, no pueden entender que los capitalistas y los terratenientes, las clases antagónicas, y por lo tanto la pluralidad de partidos, dejaron de existir desde hace mucho tiempo en la Unión Soviética.
A ellos les gustaría ver en la Unión Soviética a los partidos burgueses que son tan caros a sus corazones –incluyendo los partidos pseudosocialistas–, como agencias del imperialismo. Pero para su amargo pesar, estos partidos de la burguesía explotadora han sido condenados por la historia a desaparecer de la escena.
Los laboristas y otros defensores de la democracia burguesa llegan a todos los extremos para calumniar al régimen soviético, pero consideran perfectamente normal la sangrienta dictadura de la minoría fascista sobre los pueblos de Grecia y Turquía; cierran los ojos ante las clamorosas violaciones –incluso de la democracia formal– en los países burgueses; y no dicen nada acerca de la opresión nacional y racial, la corrupción y la abrogación brusca de los derechos democráticos en Estados Unidos de América.
Una de las líneas seguidas por la «campaña» ideológica, que va de la mano con los planes de avasallamiento de Europa, es el ataque contra el principio de la soberanía nacional, el ataque a todo lo que se opone a la idea de un «gobierno mundial», apelando a la renuncia a los derechos soberanos de las naciones. El propósito de esta campaña es ocultar la expansión desenfrenada del imperialismo estadounidense, que está violando despiadadamente los derechos soberanos de las naciones, y presentar a Estados Unidos como el campeón de las leyes internacionales, a la vez que se tilda de creyentes en un nacionalismo obsoleto y «egoísta», a todos los que se resisten a la penetración estadounidense.
La idea de un «gobierno mundial» fue promovida por maniáticos intelectuales y pacifistas burgueses. Y está siendo explotada no sólo como un medio de presión que busca desarmar ideológicamente a las naciones que defienden su independencia frente al avance del imperialismo estadounidense, sino también como una consigna dirigida especialmente contra la Unión Soviética, que defiende infatigable y permanentemente el principio de la verdadera igualdad y la protección de los derechos soberanos de todas las naciones, grandes y pequeñas.
En las actuales condiciones, los países imperialistas como EEUU, Gran Bretaña y los países estrechamente relacionados con ellos, son enemigos peligrosos de la independencia nacional y la autodeterminación de las naciones, mientras que la Unión Soviética y las nuevas democracias son baluartes seguros contra las violaciones de la igualdad y la autodeterminación de las naciones.
Es un hecho notable que los agentes estadounidenses de la inteligencia político-militar del tipo Bullitt, los dirigentes sindicales amarillos de la clase de Green, los socialistas franceses encabezados por ese inveterado apologista del capitalismo, Blum, el socialdemócrata alemán Schumacher y los líderes laboristas del tipo Bevin, estén unidos en estrecha comunión en la ejecución del plan ideológico del imperialismo estadounidense.
En la actual coyuntura, las ambiciones expansionistas de los Estados Unidos tienen su expresión concreta en la «Doctrina Truman» y el «Plan Marshall». Aunque difieren en la forma de presentación, ambos son la expresión de una política única, son la materialización del plan estadounidense para avasallar Europa.
Las principales características de la «Doctrina Truman», tal como se aplica en Europa, son las siguientes:
1) Creación de bases estadounidenses en el Mediterráneo oriental, con el propósito de establecer la supremacía estadounidense en esa zona.
2) Apoyo demostrativo a los regímenes reaccionarios en Grecia y Turquía, bastiones del imperialismo estadounidense contra las nuevas democracias de los Balcanes –asistencia técnica y militar a Grecia y Turquía, concesión de préstamos–.
3) Presión permanente sobre los países de nueva democracia, expresada en las falsas acusaciones de totalitarismo y ambiciones expansionistas, en los ataques contra los cimientos del nuevo régimen democrático, en la interferencia permanente en sus asuntos internos, en el apoyo a los elementos antinacionales y antidemocráticos de estos países, y en la demostrativa ruptura de relaciones económicas con estos países con la idea de crearles dificultades económicas, retrasar su desarrollo económico, impedir su industrialización, etc.
La «Doctrina Truman», que incluye la prestación de la asistencia estadounidense a todos los regímenes reaccionarios que se oponen activamente a los pueblos democráticos, tiene un carácter francamente agresivo. Su anuncio causó cierta consternación, incluso entre los círculos capitalistas estadounidenses que están acostumbrados a todo.
Los elementos progresistas de Estados Unidos y otros países protestaron enérgicamente contra el carácter provocador y abiertamente imperialista de la proclama de Truman.
La desfavorable recepción que tuvo la «Doctrina Truman», planteó la necesidad de la elaboración del «Plan Marshall», un intento mejor disimulado para llevar a cabo la misma política expansionista.
Las formulaciones vagas y deliberadamente veladas del «Plan Marshall» equivalen en esencia a un plan para crear un bloque de Estados vinculados por obligaciones a Estados Unidos, y conceder créditos estadounidenses a los países europeos como recompensa por su renuncia a la independencia económica y política.
Más aún, la piedra angular del «Plan Marshall» es la restauración de las zonas industriales de Alemania Occidental bajo el control de los monopolios estadounidenses.
El «Plan Marshall», como se puede concluir de las conversaciones y las declaraciones de los líderes estadounidenses, está diseñado para prestar ayuda, en primer lugar, no a los empobrecidos países vencedores –aliados de Estados Unidos en la lucha contra Alemania– sino a los capitalistas alemanes, con la idea de poner bajo control estadounidense las principales fuentes de carbón y hierro que Europa y Alemania necesitan, y hacer que los países que tienen necesidad de carbón y hierro dependan del restablecido poderío económico de Alemania.
A pesar del hecho de que el «Plan Marshall» contempla la reducción definitiva de Gran Bretaña y Francia a la condición de potencias de segundo orden, el gobierno laborista de Attlee en Gran Bretaña y el gobierno socialista de Ramadier en Francia se aferraron el «Plan Marshall», como su tabla de salvación.
Gran Bretaña, como se sabe, ya ha agotado prácticamente el préstamo estadounidense de 3.750.000.000 de dólares que se le otorgó en 1946. Como también se sabe, las condiciones de ese préstamo fueron tan onerosas que ataron de pies y manos a Gran Bretaña.
Incluso ahora cuando ya está atrapada en el lazo de la dependencia financiera de los Estados Unidos, el gobierno laborista británico no puede concebir otra alternativa que no sea recibir nuevos préstamos. Por eso, elogia al «Plan Marshall» como una forma de salir del estancamiento económico, como una oportunidad de obtener nuevos créditos.
Por otro lado, los políticos británicos esperan sacar provecho de la creación del bloque de países europeos occidentales deudores de Estados Unidos, desempeñando el papel de principal agente de Estados Unidos, con el fin de beneficiarse a expensas de los países más débiles. Con el uso del «Plan Marshall», con la prestación de servicios a los monopolios estadounidenses y su sometimiento al control de éstos, la burguesía británica espera recuperar sus posiciones perdidas en una serie de países, en particular en los países de la zona de los Balcanes-Danubio.
Con el fin de darle un brillo engañoso de «imparcialidad» a las propuestas estadounidenses, decidieron incorporar a Francia como uno de los patrocinadores de la ejecución del «Plan Marshall». Francia también ha sacrificado la mitad de su soberanía ante Estados Unidos, dado que el crédito que recibió de este país en mayo de 1947 fue concedido con la condición de que los comunistas fueran eliminados del Gobierno francés.
Siguiendo instrucciones de Washington, los gobiernos británico y francés invitaron a la Unión Soviética a participar en una discusión de las propuestas de Marshall. Esta medida se adoptó con el fin de ocultar la naturaleza hostil de esas propuestas con respecto a la Unión Soviética.
Como sabían de antemano que la Unión Soviética se negaría a la ayuda estadounidense en los términos propuestos por Marshall, calculaban que era factible trasladarle la responsabilidad a la Unión Soviética por «negarse a colaborar con la restauración económica de Europa», y con ese pretexto incitar contra la Unión Soviética, a los países europeos que están en necesidad de ayuda real.
Si, por el contrario, la Unión Soviética aceptaba participar en las conversaciones, sería más fácil atraer a los países del este y sudeste de Europa a la trampa de la «restauración económica de Europa con ayuda estadounidense».
Mientras que la Doctrina Truman fue diseñada para aterrorizar e intimidar a estos países, el «Plan Marshall» fue diseñado para poner a prueba su firmeza económica, para atraerlos a una trampa y encadenarlos con los dólares de «ayuda». En ese sentido, el «Plan Marshall» facilitaría uno de los objetivos más importantes del programa general estadounidense, esto es, restaurar el poder del imperialismo en los países de nueva democracia y obligarlos a renunciar a la estrecha cooperación económica y política con la Unión Soviética.
Los representantes de la Unión Soviética –después de haber aceptado discutir las propuestas de Marshall en París con los gobiernos de Gran Bretaña y Francia– expusieron en la Conferencia de París de 1946, la falta de solidez del intento de desarrollar un programa económico para toda Europa, y demostraron que la pretensión de crear una nueva organización europea bajo la égida de Francia y Gran Bretaña amenazaba con interferir en los asuntos internos de los países europeos y violar su soberanía.
Los representantes de la Unión Soviética demostraron que el «Plan Marshall» estaba en contradicción con los principios normales de cooperación internacional; que albergaba el peligro de la división de Europa y la amenaza de someter a una serie de países europeos a los intereses capitalistas estadounidenses; que fue diseñado para dar prioridad a la asistencia a los intereses monopólicos de Alemania sobre los intereses de los aliados; y que la restauración de esos intereses alemanes fue incluido en el «Plan Marshall», obviamente, para desempeñar un papel especial en Europa.
Esta clara posición de la Unión Soviética desenmascaró el plan de los imperialistas estadounidenses y sus coadjutores británicos y franceses.
La Conferencia Europea fue un rotundo fracaso. Nueve países europeos se negaron a tomar parte en ella. Incluso los países que accedieron a participar en la discusión del «Plan Marshall» y en la elaboración de medidas concretas para su realización, no lo recibieron con especial entusiasmo, sobre todo, cuando quedó claro que la Unión Soviética estaba plenamente justificada en su suposición de que el plan estaba lejos de ser una ayuda real.
Se supo que, en general, el gobierno de los Estados Unidos no tenía ninguna prisa para llevar a cabo las promesas de Marshall. Los líderes del Congreso estadounidense admitieron que el Congreso no examinaría la cuestión de la concesión de nuevos créditos a los países europeos antes de 1948.
Así, se hizo evidente que, al aceptar el esquema de París para la aplicación del «Plan Marshall», Gran Bretaña, Francia y otros países europeos fueron engañados por la argucia estadounidense.
Sin embargo, continuaron los esfuerzos para construir un bloque occidental bajo la égida de los Estados Unidos.
Cabe resaltar que la variante estadounidense del bloque occidental encontrará una seria resistencia, incluso entre los países que ya dependen de Estados Unidos, como Gran Bretaña y Francia.
La perspectiva de la restauración del imperialismo alemán, como una fuerza efectiva capaz de oponerse a la democracia y el comunismo en Europa, no puede ser muy atractiva para Gran Bretaña o Francia. Aquí tenemos una de las grandes contradicciones dentro del bloque anglo-francés-estadounidense. Evidentemente, los monopolios estadounidenses y los reaccionarios internacionales en general, no consideran a Francia y los fascistas griegos baluartes confiables de Estados Unidos contra la Unión Soviética y las nuevas democracias de Europa.
Por esa razón, ponen sus esperanzas principales en la restauración de la Alemania capitalista, que consideran será una mayor garantía de éxito en la lucha contra las fuerzas democráticas de Europa. No confían ni en los laboristas británicos ni en los socialistas franceses, a quienes –a pesar de su manifiesta complacencia– consideran «semicomunistas», no dignos de suficiente confianza.
Es por esta razón que la cuestión de Alemania y, en particular, de la cuenca del Ruhr como una potencial base industrial-bélica de un bloque hostil a la Unión Soviética, está jugando un papel tan importante en la política internacional y es una manzana de discordia entre los Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia.
El apetito de los imperialistas estadounidenses provoca serias inquietudes en Gran Bretaña y Francia. Estados Unidos ha dado a entender inequívocamente que quiere tomar la cuenca del Ruhr de las manos de los británicos.
Los imperialistas estadounidenses también están exigiendo que las tres zonas de ocupación se fusionen, y que se proceda abiertamente a la separación política de Alemania Occidental bajo control estadounidense. Estados Unidos insiste en que se debe incrementar el nivel de producción de acero en el Ruhr, con las empresas capitalistas bajo la égida estadounidense. La promesa de Marshall, de créditos para la recuperación europea, se interpreta en Washington como una promesa de asistencia prioritaria a los capitalistas alemanes.
Vemos, así, que Estados Unidos está tratando de construir un «bloque occidental», no según el plan de los «Estados Unidos de Europa» de Churchill –que fue concebido como un instrumento de la política británica–, sino como un protectorado estadounidense en el que a los Estados soberanos de Europa, sin excluir la propia Gran Bretaña, se le asigna un papel parecido a la de «Estado número 49 de Estados Unidos». El imperialismo estadounidense es cada vez más arrogante y sin ceremonias en su trato con Gran Bretaña y Francia.
Las conversaciones bilaterales y trilaterales con respecto al nivel de la producción industrial de Alemania occidental –Gran Bretaña-Estados Unidos, Estados Unidos-Francia–, además de constituir una violación arbitraria de los acuerdos de Potsdam, son una demostración de la completa indiferencia de Estados Unidos ante los intereses vitales de sus socios en las negociaciones. Gran Bretaña y especialmente Francia se ven obligadas a escuchar los dictados de Estados Unidos y a obedecer sin chistar.
El comportamiento de los diplomáticos estadounidenses en Londres y París ha llegado a ser muy reminiscente de su comportamiento en Grecia, donde consideraban absolutamente innecesario observar la decencia elemental al nombrar y destituir a los ministros griegos a voluntad, conduciéndose como conquistadores.
Así, el nuevo plan para la Dawesización de Europa atenta fundamentalmente contra los intereses vitales de los pueblos europeos y representa un plan para la subyugación y esclavización de Europa por Estados Unidos.
El «Plan Marshall» atenta contra la industrialización de los países democráticos de Europa, y por lo tanto contra las bases de su integridad e independencia. Y si el plan para la Dawesización de Europa estaba condenado al fracaso, pese a que las fuerzas de resistencia al Plan Dawes eran mucho más débiles, hoy, en la Europa de posguerra, hay fuerzas más que suficientes, incluso si hacemos a un lado a la Unión Soviética, que si muestran voluntad y determinación pueden vencer este plan de sometimiento. Todo lo que se necesita es la determinación y la voluntad de los pueblos de Europa para resistir. En cuanto a la Unión Soviética, ella hará todo lo posible para que este plan esté condenado al fracaso.
La evaluación del «Plan Marshall», efectuada por los países del campo antiimperialista, ha sido totalmente confirmada por el curso de los acontecimientos. En relación con el «Plan Marshall», el campo de los países democráticos ha demostrado que es una poderosa fuerza por la defensa de la independencia y la soberanía de todas las naciones europeas, que se niega a retroceder ante el maltrato y la intimidación, y se rehúsa a dejarse engañar por las maniobras hipócritas de la diplomacia del dólar.
El gobierno soviético nunca se ha opuesto al uso de créditos extranjeros, y en particular los créditos estadounidenses, como un medio capaz de acelerar el proceso de recuperación económica. Sin embargo, la Unión Soviética siempre ha tomado la postura de que las condiciones de los créditos no deben ser abusivas y no deben dar lugar a la subyugación económica y política del país deudor con respecto al acreedor.
A partir de esta posición política, la Unión Soviética siempre ha sostenido que los créditos externos no deben ser el principal medio para restaurar la economía de un país. La condición principal y primordial de la recuperación económica de un país debe ser la utilización de sus propias fuerzas y recursos internos y la creación de su propia industria.
Sólo de esta forma puede garantizarse la independencia frente a las arremetidas del capital extranjero, que demuestra constantemente una tendencia a utilizar los créditos como instrumentos de subyugación política y económica. Esto es precisamente el «Plan Marshall», que amenaza la industrialización de los países europeos y está diseñado para socavar su independencia.
La Unión Soviética invariablemente defiende la posición de que las relaciones políticas y económicas entre los Estados deben ser construidas exclusivamente sobre la base de la igualdad de las partes y el respeto mutuo de sus derechos soberanos. La política exterior soviética y, en particular, las relaciones económicas de la Unión Soviética con países extranjeros se basan en el principio de igualdad, en el principio de que los acuerdos deben ser ventajosos para ambas partes.
Los tratados con la Unión Soviética son acuerdos de beneficio mutuo para ambas partes y no contienen nada que afecte la independencia nacional y la soberanía de las partes contratantes. Esta característica fundamental de los acuerdos de la Unión Soviética con otros Estados se destaca nítidamente en este momento, a la luz de los tratados injustos y desiguales que son celebrados o previstos por Estados Unidos.
Los acuerdos desiguales son ajenos a la política soviética de comercio exterior. Además, el desarrollo de las relaciones económicas de la Unión Soviética con todos los países interesados en establecer esas relaciones, demuestra sobre qué principios deben construirse las relaciones normales entre los Estados. Basta con recordar los tratados concluidos por la Unión Soviética con Polonia, Yugoslavia, Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria y Finlandia.
De esta manera, la Unión Soviética ha puesto de manifiesto sobre qué líneas Europa puede encontrar la forma de salir de su difícil situación económica actual. Gran Bretaña pudo tener un tratado similar, si el gobierno laborista no hubiera –bajo presión externa– frustrado el acuerdo con la Unión Soviética, acuerdo que estaba en camino de concluirse.
El desenmascaramiento del plan estadounidense para la subyugación económica de los países europeos es un servicio indiscutible prestado por la política exterior de la Unión Soviética y las nuevas democracias.
Debe tenerse en cuenta que Estados Unidos mismo está amenazado por una crisis económica. Hay razones de peso para la generosidad oficial de Marshall. Si los países europeos no reciben créditos de Estados Unidos, la demanda de productos estadounidenses disminuirá y esto tenderá a acelerar e intensificar la crisis económica que se avecina en Estados Unidos.
Por consiguiente, si los países europeos demuestran el vigor necesario y la voluntad de resistirse a los términos subyugantes del crédito estadounidense, Estados Unidos puede verse obligado a batirse en retirada». (Andréi Zhdánov; Sobre la situación internacional;Informe en la Iº Conferencia de la Kominform, 1947)