El Gobierno ucraniano preparaba una desagradable sorpresa para aquellos que huyeron de los horrores de la guerra en Donbass o acabaron en la otra orilla de Crimea, en territorio ucraniano.
En busca de fondos para seguir simulando una vida normal en el país, Kiev ha decidido investigar a 400.000 desplazados internos acusados de haber falsificado su estatus para, no solo negarles la prestación social, sino para exigir la devolución de la ayuda ya recibida.
La ayuda, por supuesto, no es excesiva: 440 grivnas para trabajadores y 880 grivnas para pensionistas, cantidades que perciben solo alrededor de 600.000 de los 1,7 millones de desplazados internos registrados a 1 de febrero de 2016.
Pero siempre hay ovejas negras. Además, cualquier verdadero patriota nacionalista sabe que solo viven en Donbass ganado y moskalis.
Y esas tierras son apetecibles: según el ministro de Políticas Sociales, Pavel Rozenko, se pueden cultivar en esas fértiles tierras hasta 12.000 millones de grivnas, suficiente para fabricar un par de toallas del Titanic y comprar unos botes de pintura amarilla y azul, incluso a pesar de los recortes.
Acostumbrados a no tener piedad, los servicios de seguridad de la democracia nazi de Kiev, olvidando la presunción de inocencia, decidieron que dos tercios de los desplazados que recibían ayudas eran criminales.
Y para que el proceso fuera incluso más rápido, se enviaron cartas a con los detalles de todos esos refugiados que recibían ayudas sociales a los establecimientos pertinentes.
Por ejemplo, solo en Stajanov, Ucrania decidió que más de 17.000 personas son defraudadoras. No hay duda de que esa cantidad incluso aumentará en un futuro próximo.
Es probable que el próximo paso sea encontrar una razón oficial para desahuciar a los pocos afortunados que han conseguido asentarse en las viviendas modulares construidas para refugiados.
Al principio de la guerra en Donbass, Alemania recaudó fondos construir, en varias ciudades de Ucrania incluyendo Zaporozhie y Járkov, pequeñas cabañas en las que alojar a los refugiados de Donbass. Es posible que las “iniciativas sociales” de Rozenko y compañía les cueste su alojamiento temporal.
En realidad, esos pocos afortunados y el resto de personas temporalmente desplazadas no tienen nada más que perder que sus cadenas.
Todos aquellos que no han podido ser acogidos por familiares o amigos fueron inicialmente alojados en residencias vacías, refugios para los sintecho, sanatorios abandonados o asilos.
Y en un primer momento, la comunidad ucraniana les prestó especial atención. Se reunía la comisión, donde hombres poderosos se mostraban apenados, y voluntarios recogían toneladas de ayuda para los refugiados.
Pronto, la esperanza de una victoria rápida comenzó a desaparecer: los voluntarios fueron exterminados y el Ejército Ucraniano ardía en las calderas.
Así que la política informativa sobre el problema de los refugiados comenzó a cambiar de forma dramática en la prensa.
Comenzaron a aparecer historias sobre refugiados perezosos que se aprovechaban de la generosidad de los verdaderos ucranianos y que se quedaban sentados viendo como engordaban a costa del dinero público y se traicionan a sí mismos mostrando su envidia por los verdaderos ciudadanos. Gradualmente, los refugiados de Donbass (y también algunos de Crimea) comenzaron a abandonar el alojamiento más o menos cómodo para acabar en los lugares más incómodos.
El flujo de ayuda humanitaria desapareció progresivamente.
A partir de ahí, la actitud hacia los refugiados era proporcional a la cantidad de población nacionalista. A mayor número, más frecuentemente se daban casos de discriminación, acoso o, en ocasiones, incluso agresiones.
Pero incluso allí donde la población y los funcionarios trataban a los refugiados con lealtad, las autoridades no siempre podían, o querían, ayudar.
Recuerdo la historia de una familia de Popasnaya que había había tenido que pasar todo el invierno en una cabaña de madera en la zona de Nikolayev, a cinco kilómetros del pueblo más cercano. Para calentarse tenían que utilizar el horno.
Tuvo que intervenir el público, que hizo suficiente ruido y forzó a las autoridades a encontrar un alojamiento normal para la familia. Así que, con esfuerzos de activistas por los derechos humanos y la generosidad y compasión de la población, los refugiados han sobrevivido donde era posible.
Lo que pasará a partir de ahora, teniendo en cuenta las políticas de Kiev y el empobrecimiento general de la población y de los presupuestos locales, se puede adivinar.
Lo más curioso es que la democracia nacionalista de Kiev no solo perjudica a los refugiados en el sentido abstracto. Han maltratado a esas personas, que en su mayoría defienden el régimen y se oponen a la separación de Crimea y de Donbass o simplemente creen ciegamente que el coco amenaza a Ucrania.
Porque huyeron a Kiev decenas, si no cientos o miles de ciudadanos leales a Kiev, por no hablar de los miles de acérrimos defensores del régimen, y pocos de ellos han visto solucionados sus problemas solo con encontrar un lugar para vivir entre la plaga que recorre el país.
Y cuanta mayor sea la injusticia y la deshumanización, más personas, movidas por el odio, abandonarán Ucrania.
Y así Kiev tendrá más enemigos, que podrán enseñar los dientes, aunque no necesariamente matar.
Artículo Original: Yuriy Kovalchuk
Tomado de SLAVYANGRAD.es