La pregunta es pertinente pues la canciller Claudia Ruiz Massieu recibió recién en su sede a Lillian Tintori, esposa del contrarrevolucionario y terrorista venezolano mencionado en el título.
Tintori vino como parte del show internacional fabricado por la CIA para denunciar la supuesta prisión política de su cónyuge. Ya lo ha hecho ante los ultrarreacionarios Mauricio Macri, Mariano Rajoy y, claro, el vicepresidente del imperio, Joseph Biden, apoyada siempre por los muy democráticos José María Aznar y Felipe González.
La señora fue también acogida por el presidente del PRI y recibió un homenaje en el Senado de la República con los parabienes del PAN y el PRD, los otros dos partidos del Pacto por México.
Acaso la Embajada de México en Caracas no lo haya informado a su gobierno pero es público y notorio que López, como alcalde de Chacao, fue actor prominente del fracasado golpe de Estado del 11 de abril de 2002 contra el presidente Hugo Chávez.
Fue uno de los firmantes del llamado decreto Carmona, mediante el cual se dispuso la disolución de los poderes públicos emanados de la Constitución de 1999, apoyada tres años antes en referendo por más del 80 por ciento de los electores. El decreto también nombró presidente de facto a Pedro Carmona Estanga, líder a la sazón de la cámara empresarial Fedecámaras, célebre por haber abogado siempre en pro de las causas más antipopulares. Mientras, Chávez, el presidente constitucional, se mantenía secuestrado por los golpistas.
Posteriormente a la demolición del golpe por un huracán popular sin precedente, Chávez, en su infinita nobleza, amnistió a la mayoría de los golpistas, incluido López, pero ello no exime a este del ignominioso estigma moral de haber pisoteado las instituciones de la república.
Mucho menos cuando se trata de un reincidente. Ya en 2004 reafirmaba su vocación golpista: “del 11 de abril hay que sentirse orgulloso. Yo no sé si hay alguien que no se sienta orgulloso del 11 de abril cuando tumbamos a Chávez con una marcha”. También es ampliamente conocido que fue el cabecilla y convocante de un plan subversivo bautizado como La Salida, desencadenado el 12 de febrero de 2014, que buscaba derrocar al presidente Nicolás Maduro. Días antes, desde Miami, el ex alcalde de Chacao llamó a “adelantar la salida del gobierno… y que Nicolás Maduro tiene que salir antes que tarde de la presidencia de Venezuela… cómo vamos a esperar seis años más… no podemos asumir una actitud propia de un sistema democrático”.
De regreso en Caracas afirmó en plena plaza pública ante una marcha que había convocado que “esto solo se termina cuando logremos sacar a quienes nos están gobernando”. Con ello se distanciaba de sectores más cautos de la contrarrevolución, como el liderado por Enrique Capriles, que con vista a ganar las próximas elecciones presidenciales, habían decidido apostar al desgaste del gobierno mediante la guerra económica, el cerco mediático y el implacabable acoso diplomático de Washington y la derecha internacional.
La Salida rápidamente tomó un cariz de extrema violencia, costó la vida a 43 personas, entre ellas militantes chavistas y miembros de los cuerpos de seguridad, además de cientos de heridos. En los asesinatos y disturbios, que causaron cuantiosos daños en propiedad pública y privada y cercaron y aterrorizaron barrios enteros de clase media de Caracas, intervinieron mercenarios, incluyendo paramilitares colombianos, entre ellos francotiradores que ocasionaron algunos de los decesos. He escuchado en Caracas el indignado reclamo de miembros del Comité de Víctimas de las Guarimbas porque se haga justicia a los responsables de esos actos de violencia. Me pregunto si serán invitados y recibidos en la cancillería mexicana algún día.
Lo que sí es seguro que cuando los tribunales venezolanos condenaron a Leopoldo López a más de 13 años de prisión por su responsabilidad comprobada en esa orgía de sangre y terror, las víctimas de las guarimbas sintieron que la justicia de su país sancionaba por primera vez, posiblemente en la historia venezolana, a un rico, con las manos manchadas de sangre, además. Un egresado del selecto Kennyon High School de Ohio con maestría en la Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard, vivero de agentes del capital financiero, de la CIA y otros servicios especiales de Estados Unidos. Porque eso es Leopoldo López, un cachorro del imperio, de los hoy asignados por este a retrotraer a nuestra América a la larga noche neoliberal.