Cuando todo movimiento social resulta siempre sospechoso al poder -al menos por su espontaneismo y potencialidad de disidencia- no deja de causar cierta perplejidad la paradoja de que sea el propio poder el que incentive ciertas formas de dinamización del tejido social a través del voluntariado.
Así a la Ley del Voluntariado, siguió el Congreso Estatal, los Planes trianuales de promoción del voluntariado y, en general, una actitud tan positiva e incentivadora por parte de quienes manejan los hilos de la vida política y económica que obliga, más que nunca, a caminar bajo la "dinámica de la sospecha".
En esa línea ya se han manifestado plumas más competentes denunciando la falacia (PETRAS) y la perversión (GOMEZ GIL) de lo solidario, ese peligroso camino hacia la solidaridad de diseño (indolora, la llama LIPOVESTKY).