Nicaragua: “Oenegé” de Javier Meléndez Quiñónez facturó C$88 millones anuales

El bloqueo de Cuba: crimen y fracaso

La entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial


Cartel apelando al deber de humanidad de las personas para engancharlos a la guerra de Europa. 
Quedándote en casa estás dando tu aprobación a este tipo de cosas. 

Las guerras "humanitarias"

Se ha dicho correctamente que la inyección del veneno del odio en las mentes de los hombres por medio de la falsedad es un mal mucho mayor en los tiempos de guerra que las reales pérdidas de vidas. La corrupción del alma humana es peor que la destrucción de su cuerpo.1 Arthur Ponsonby.

Esta gran guerra, la Primera Guerra Mundial, grande por sus terribles consecuencias no por su propia grandeza, que se desarrolló de 1914 a 1918, enfrentó a las poderosas potencias europeas en una lucha fratricida; donde los importantes intereses territoriales y de control sobre los países colonizados por estas tuvieron una parte fundamental en su comienzo y desarrollo.

Estados Unidos ya emergía entonces como una potencia mundial tras su expansión territorial y su gran crecimiento económico e industrial. 

Y la guerra supuso una enorme fuente de ganancias para las compañías norteamericanas, debido a que se requería todo tipo de productos para abastecer las necesidades urgentes de los contendientes: desde alimentos a toda clase de armamentos, materiales o equipos. 

No solo suministraron a los países combatientes, especialmente a Gran Bretaña, sino que también lo hicieron a los mercados tradicionales de estos, que ahora habían quedado sin poder ser abastecidos. Hacia abril de 1917 habían enviado mercancías a Europa por un valor superior a dos mil millones de dólares, esto era mucho dinero y un motivo muy serio para que desde el mundo de los negocios y desde el gobierno vinculado a él se decidiese un apoyo decidido hacia la guerra. 

El presidente Wilson fue muy claro ya en 1917 respecto a atender los deseos del poderoso sector empresarial, incluido el uso de la violencia, olvidándose del mercado libre y de la libre competencia, y también del supuesto pacifismo con el que ganó las elecciones: 

Las concesiones obtenidas por los financieros deben ser salvaguardadas por los ministros del Estado, incluso si la soberanía de naciones remisas fuese ultrajada en el proceso… las puertas de las naciones que están cerradas deben ser echadas abajo.2. Esta ha sido la política exterior estadounidense en el mundo, tal cual, desde entonces hasta ahora.

En la guerra, como es habitual, nadie jugaba limpio, los británicos bloqueaban los puertos a Alemania y Alemania utilizaba la nueva tecnología militar, los submarinos, para controlar el flujo marítimo. A su vez EE.UU. en modo alguno se mantenía neutral, enviando armas a Gran Bretaña.

En Norteamérica se estaban extendiendo, y ganando apoyo social, las organizaciones que defendían los derechos de los empleados y de los que poseían menos bienes. Esto preocupaba profundamente al mundo de los negocios, que temía seriamente perder el control sobre la sociedad. Como la élite económica no parecía que ganaba muchos adeptos por sus “buenas acciones” y por su “ejemplo”, pensaron que seguramente la guerra pondría fin al pensamiento crítico y reivindicativo, al imponerse por la fuerza los sentimientos nacionalistas, belicistas e intolerantes que brotan cada vez que suenan las trompetas de la guerra.

El presidente norteamericano Woodrow Wilson había prometido ser neutral y no entrar en esa guerra antes de ser elegido en las elecciones. Pero el mundo empresarial y financiero presionaba a favor de la guerra, porque además de suponer un gran negocio serviría para tener controlada a la población de su país; que cada vez estaba más insatisfecha y desencantada por la crisis que se extendía por la nación.

Estados Unidos tenía un importante problema respecto a entrar en la guerra en Europa a favor de algún contendiente, en este caso del lado de Gran Bretaña y contra Alemania, ya que había unos ocho millones de personas de descendencia germana y cuatro y medio de procedencia irlandesa, que no tenían precisamente mucho aprecio a los ingleses. Para cambiar la opinión pública, de forma que una población contraria a entrar en una contienda bélica con los europeos se convirtiese en una nación dominada por la histeria y la intolerancia, se requirió de una intensa manipulación de las mentes de los norteamericanos.

En abril de 1917 se creó un Comité de Información Pública, respaldado y promovido por el Gobierno y las corporaciones, al frente del cual estaba George Creel. Su misión era ganar apoyo y entusiasmo hacia el reclutamiento de soldados y hacia la guerra, a la vez de denigrar y acusar de traición a los contrarios a ella. Para llevar a cabo esta tarea contrataron a expertos en temas psicológicos, como el propio sobrino de Freud, Edward Bernays, con el objetivo de realizar un trabajo científico y efectivo sobre el control de pensamiento de la gente. Vemos, por tanto, que no fue la Alemania nacionalsocialista la inventora de tales prácticas. Edward Bernays explicaba cómo comprendiendo determinados comportamientos colectivos del ser humano pueden utilizarse para realizar un control sutil sobre el conjunto de un país:

Si entendemos el mecanismo y los motivos de la mente en grupo, ¿no es posible controlar y adoctrinar las masas de acuerdo a nuestra voluntad sin que ellos lo sepan?3.

Es entonces cuando de desarrolla y se pone en práctica la llamada “ingeniería del consenso” o “la fabricación del consenso”, haciendo referencia a estas técnicas de engaño y manipulación de los ciudadanos. Esto se hizo mediante los medios de comunicación, principalmente prensa, y también mediante mítines y grandes concentraciones; donde los oradores y todo el espectáculo que les acompañaba trataban de atraer a la gente. 

El psicólogo social Alex Carey explicó el porqué de este desarrollo de las técnicas de propaganda y persuasión:

El siglo XX se ha caracterizado por tres acontecimientos de gran importancia política: el crecimiento de la democracia, el crecimiento del poder de las corporaciones, y el crecimiento de la propaganda de las corporaciones como medio de proteger este poder contra la democracia.3.

Es el miedo a la democracia, a los deseos y voluntad de la población, lo que impulsó que se crearan y financiaran estas organizaciones con el fin de precisamente poder controlar el pensamiento y el comportamiento de las personas. 

El gran poder que ansiaban y lograron tener las corporaciones es antidemocrático, y, por tanto, no se puede esperar que la gente apruebe algo que les va a perjudicar de forma muy notoria. Por ello, se requiere de técnicas de manipulación, de engaño, ya que la violencia está mal vista y al final se vuelve poco viable y cara. 

Por el contrario, el mostrar un mundo favorable a los intereses de las grandes compañías económicas y en el que la población terminase creyendo, dejando su responsabilidad como ciudadano en manos de otros que tomarían todo el poder, sería y será el objetivo de estas campañas de relaciones públicas; en las que se invirtieron y se siguen invirtiendo enormes sumas de dinero y medios. 

El cine, la televisión, la prensa, la radio o la opinión de intelectuales, famosos o artistas contratados a propósito, tendrán un enorme poder de captación y convicción, arrastrando incluso a quienes en principio no mostraban ningún interés.

 Contra quienes denuncian o rechazan los motivos reales por el que se realizan estas campañas y no se dejan engañar o sobornar, se aplicará bien la censura, la descalificación pública o incluso la violencia, ayudado por cambios legales que recorten las libertadas y los derechos humanos. 

Todo esto se llevó a cabo con determinación en Estados Unidos en el periodo anterior y durante la Primera Guerra Mundial, y se continuaría haciendo en todas las guerras siguientes hasta el presente: la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Corea, la de Vietnam, Yugoslavia, Afganistán, Nicaragua, El Salvador, Irak, Libia, Siria…

A lo largo de Estados Unidos se patrocinaron al menos a 75.000 oradores que dieron más de 750.000 discursos. Se recurrió a la demonización del enemigo, en este caso Alemania. 

Y se hizo de modo que se promoviese la indignación de los norteamericanos, mostrando cruentas y suplicantes imágenes acompañadas de estremecedores relatos sobre matanzas de niños y bebés por parte de las tropas alemanas, junto a violaciones masivas de las mujeres belgas. 

En los carteles, acompañando a las explícitas imágenes, aparecían apelaciones a la dignidad y humanidad de los jóvenes que todavía no se habían alistado en el ejército para que acudiesen a hacerlo. Junto a la exposición de la muerte de mujeres y niños inocentes se lanzaba una súplica envuelta en denuncia:

¡Enlístate! Quedándote en casa, tú estás dando tu aprobación a este tipo de cosas.4

El objetivo era crear un sentimiento de culpa en aquellos que no reaccionaban ante tales atrocidades, se buscaba asociar el no ir a la guerra, quedándose en casa, con una acción egoísta, cobarde e inhumana. 

Hoy hay que recordar que estos relatos de atrocidades, que tanto se divulgaron, fueron inventados; como bien relata el brillante escritor Arthur Ponsonby en su obra Falsedad en tiempos de guerra. 

También hay que comentar que quienes manipularon los buenos sentimientos de tanta gente para ir a una guerra a matar a otras personas, que eran tan ingenuas o inocentes como ellos, no merecen ningún apoyo o aprobación, en realidad deberían haber sido duramente castigados. 

Pero no fue así, millones de personas murieron de una forma absurda, otros tantos quedaron inútiles o traumatizados para toda la vida y ninguno de ellos hizo o logró algo positivo de aquello. Y lo que es peor, no se aprendió de la historia, que se continuó repitiendo a lo largo de todo el siglo hasta el mismo día de hoy. 

De hecho esta misma técnica de apelar a los sentimientos y crear presión social para justificar la guerra, basándose en sucesos falsos o inexistentes, se está aplicando hoy mismo. Libia y Siria son dos ejemplos.

Nos dijeron que Muamar Gadafi amenazó con atrocidades masivas, incluso "genocidio", contra Bengasi. Nos dijeron que exacerbó a sus tropas con viagra, así podrían lanzarse a una sistemática violación masiva. Nos dijeron que uso la fuerza aérea contra manifestantes desarmados y pacíficos. Nos dijeron que trajo a mercenarios africanos [los trabajadores extranjeros que vivían en el país y los libios de piel negra] para asesinar a la oposición. 

Y nos dijeron que nuestra intervención militar salvaría vidas y estaba diseñada para proteger a los civiles.5

Todo ello era mentira, una gran mentira que causó miles de muertos y la destrucción de un país. Sin embargo, casi toda la gente de nuestros países europeos se la tragó. Pongo de muestra estos dos informes que hice para mostrar la actitud de los medios de comunicación y las organizaciones humanitarias en relación a Libia: Los medios de comunicación y la guerra en Libia y Justificando la barbarie contra Libia

 Y esto ocurrió, recordemos, no en el año 1917, sino en 2011, en Libia, y hoy ocurre en Siria, siguiendo el mismo guion y el mismo engaño. Lo que muestra que somos una sociedad muy poco informada y, por tanto, muy poco avanzada.

Si nosotros pensábamos que podríamos bombardear a un país para traer la democracia y respetar los derechos humanos, éramos peor que solo ingenuos. Éramos culpables de esconder nuestras motivaciones y culpables de ignorar las consecuencias de nuestras acciones.5

El esconder inconfesables motivaciones e intereses bajo el manto de la ayuda humanitaria, tan falsa esta, muestra como se puede hacer el mal pero encubierto de forma que parece que se está haciendo el bien. 

Toda una tragedia, y una obscenidad, que envuelve a las principales organizaciones humanitarias, como Amnistía Internacional o Human Rights Watch, y también a un buen sector de la izquierda. Para un análisis del papel de las organizaciones humanitarias aconsejo este artículo: La manipulación emocional de las personas: el testimonio de la niña Nayirah. Y de la izquierda: Cuando la izquierda se deja arrastrar por la influencia del poder económico.
En definitiva, la Primera Guerra Mundial fue otra lección más que no se aprendió de la historia.

De Mikel Itulain. Justificando la guerra.

Notas:

1.Arthur Augustus William Harry Ponsonby. Falsehood in Wartime: Propaganda Lies of the First World War. George Allen and Unwin, 1928, p 10.
2.Howard Zinn. A People´s History of United States, 1492-Present. Chapter 14. New York: Harper Colllins Publications, 2003.
3.Stephen Lendman. Selling War: "You Furnish the Pictures, and I'll Furnish the War." Global Research, January 2012.
4.Mikel Itulain. Estados Unidos y el respeto a otras culturas y países. Libertarias, 2012, pp. 75-83.
5. Maximiliam Forte. Destroying Libya: A War for “Human Rights”? Global Research, 9.12.12.

Apoyo y oposición en Estados Unidos a la guerra: La Primera Guerra Mundial, una lección a aprender.

¡Despierta América! ¡La civilización llama a cada hombre mujer y niño! (1)
Exaltación de los sentimientos y emociones para la guerra, ayer y hoy

Una equivocación muy extendida es el juzgar a los hechos y a las personas del pasado con demasiada condescendencia. Solemos pensar en su ignorancia, en sus miedos, en sus prejuicios, en sus creencias irracionales y en unas cuantas cosas más, normalmente casi todas ellas poco positivas. 

Sin embargo, se nos olvida que estamos hablando de hombres y mujeres tan inteligentes o tan poco inteligentes como nosotros mismos, esto conviene tenerlo presente, porque de hecho, muchos de los dislates, locuras y barbaridades cometidas en tiempos bien pasados se están perpetrando ahora mismo delante de nuestros ojos. 

Y lo que es peor, ante una indiferencia generalizada, cuando no un apoyo casi explícito.

¿Cómo explicar a una persona que vivió a mediados del siglo pasado en el norte de África o en Oriente Medio los crímenes execrables que se cometen hoy allí por los mercenarios islámicos financiados por nuestros gobiernos, y eso ahora, en el siglo XXI, en el año 2013? Donde vemos que se graban con completa naturalidad a fanáticos degollando a personas o comiéndose su corazón.

¿Cómo explicar que a estos fanáticos se les ha ayudado con dinero, armas y financiación que ha prestado y sigue prestando nuestro gobierno?, y no porque todo ello haya caído en las manos inadecuadas, como suelen decir utilizando una excusa socorrida, porque en verdad esas eran precisamente las personas adecuadas elegidas por ellos, esas eran las personas adiestradas por nuestros servicios de inteligencia para hacer tales atrocidades. 

Sí, porque las organizaciones islamistas de Al Qaeda, del Ejército Sirio Libre, compuesto y dirigido por los anteriores junto a wahabíes y otros grupos como los Hermanos Musulmanes y el movimiento tafkir han sido financiados porque quienes dirigen nuestra sociedad occidental, por el poder económico y su servidor el poder político. 

Y todo ello para mediante su brutalidad arrasar países libres y soberanos que se oponen a los intereses económicos de nuestros dirigentes. Como ya lo hicieron en los años 80 en Afganistán, en los 90 en Yugoslavia y lo intentaron numerosas veces en Libia hasta al final lograrlo con el apoyo de la barbarie tecnológica de la OTAN, y ahora están haciendo lo propio con insistencia en Siria. Les recomiendo este enlace donde pueden ver explicado lo que les he comentado: Oriente Medio.

¿Qué avance es este? ¿Cómo podemos así mirar con altanería al pasado? ¿Qué pensarán nuestros hijos, sobrinos o nietos de todas estas monstruosas y terribles acciones en el futuro?

Bien, con esta cura de humildad moral e intelectual, muy necesaria para nuestra sociedad y tiempo presente, con la que he comenzado, vamos a ir a ver ya qué sucedió en América del Norte, en la sociedad de los Estados Unidos, a comienzos del siglo XX, cuando estalló una contienda que enfrentó a las potencias económicas y militares de Europa, originando lo que conocemos como Primera Guerra Mundial. 

Y lo vamos a ver desde el punto de vista de los promotores y de los opositores a esa guerra. Para una introducción a ese conflicto que surgió y cómo fue afectando a los Estados Unidos, recomiendo este otro artículo que ya escribí, relacionado con el que ahora expongo: La entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial.


A lo largo de Estados Unidos se patrocinaron al menos a 75.000 oradores que dieron más de 750.000 discursos para convencer a los estadounidenses de que debían aprobar lo que iba a hacer su gobierno, ir a la guerra, y que esta era un deber moral y humanitario. Se recurrió a la demonización del enemigo, en este caso Alemania. 

Y se hizo de modo que se promovió la indignación de los norteamericanos, mostrando cruentas y suplicantes imágenes acompañadas de estremecedores relatos sobre matanzas de niños y bebés por parte de las tropas alemanas, junto a violaciones masivas de las mujeres belgas. Un cuadro terrible al modo en que hoy nos lo presentan también los medios de comunicación. 

En los carteles, acompañando a las explícitas imágenes, aparecían apelaciones a la dignidad y humanidad de los jóvenes que todavía no se habían alistado en el ejército para que acudiesen a hacerlo, y así, junto a la exposición de la muerte de mujeres y niños inocentes, se lanzaba una súplica envuelta en denuncia:

¡Enlístate! Quedándote en casa, tú estás dando tu aprobación a este tipo de cosas.(1)

El objetivo era crear un sentimiento de culpa en aquellos que no reaccionaban ante tales atrocidades, se buscaba asociar el no ir a la guerra, quedándose en casa, con una acción egoísta, cobarde e inhumana. Hoy, hay que recordar que estos relatos de atrocidades que tanto se divulgaron, fueron inventados, como bien relata el brillante escritor Arthur Ponsonby en su obra Falsedad en tiempos de guerra. 

 En esto tampoco somos diferentes, se repiten las mentiras y se repite el engaño a la gente, aunque de esto seamos poco conscientes.También hay que comentar que quienes manipularon los buenos sentimientos de tantas personas para ir a una guerra a matar a otras personas que eran tan ingenuas o inocentes como ellas, no merecen ningún apoyo o aprobación, en realidad deberían haber sido duramente castigados. 

Pero no fue así, millones de personas murieron de una forma absurda, otros tantos quedaron inútiles o traumatizados para toda la vida y ninguno de ellos hizo o logró algo positivo de aquello, ninguno de los que fueron a ella, pero sí los que se beneficiaron de la guerra, los dueños de las corporaciones económicas y financieras, y los políticos, periodistas e intelectuales a sueldo que les sirvieron. Y lo que es todavía peor, no se aprendió de la historia, que se continuó repitiendo a lo largo de todo el siglo hasta el mismo día de hoy. 

De hecho, esta misma técnica de apelar a los sentimientos humanitarios y crear presión social para justificar la guerra, basándose en sucesos falsos, magnificados o inexistentes, se está aplicando hoy mismo, Libia y Siria son dos buenos ejemplos.

En Europa, durante la Primera Guerra Mundial, se practicaban imperecederas estrategias de engaño y mentiras hacia la población. 

Cuando la cantidad de muertos era tan enorme que podía causar la consternación y la ira de los mismos europeos hacia sus propios gobernantes, se recurrió a ocultar las cifras de bajas en el frente y a apoyar sin ninguna crítica al ejército. 

Hoy en este asunto se sigue una similar estrategia. En el caso inglés tenemos por ejemplo al general Douglas Haig, que en julio de 1916 ordenó a sus divisiones salir de las trincheras y lanzarse contra las filas alemanas, de los ciento diez mil soldados ingleses veinte mil fueron muertos y cuarenta mil quedaron heridos por las ametralladoras. Pese a ello Haig fue promovido en enero de 1917 para Mariscal de Campo. 

No sería la última vez que iba a provocar una enorme matanza, en la tercera batalla de Ypres, en una operación donde no rompió las filas enemigas y avanzó solo cinco millas, produjo la muerte de otros cuatrocientos mil soldados ingleses. Pero esto no les fue contado a los británicos, como tampoco se castigó a locos de la guerra como Haig. Lo que muestra la falta de humanidad de aquellos que dirijían el país y también de sus medios de comunicación. Mensajes del siguiente tipo eran los que se les enviaba a la población a través de los periódicos de Londres:

¿QUÉ PUEDO HACER? Cómo los Civiles Pueden Ayudar en esta crisis.

Sé entusiasta…
Escribe animando a los amigos en el frente… No repitas ese chismorreo loco. No escuches a ese infundado chismorreo. No pienses que tú sabes hacerlo mejor que Haig.(2)

Se trataba, una vez más, de eliminar cualquier oposición y crítica, y acallar así los rumores que llegaban sobre las matanzas y las bajas de soldados de su país. En este papel la prensa ha continuado con esta función, apaciguando y engañando a la gente sobre los horrores de la guerra.

El hundimiento del Lusitania por parte de los submarinos alemanes fue el pretexto empleado para justificar que Estados Unidos no podía permanecer neutral por más tiempo en esa contienda. 

En realidad EE.UU. no había sido neutral, ya que enviaba armas en grandes cantidades hacia Inglaterra. Y tampoco jugó limpio en el caso del Lusitania, porque junto a las personas que viajaban en la embarcación también se enviaba en sus bodegas un cargamento de armas para los británicos. 

Al enviarlo hacia una zona donde ya había habido hundimientos de barcos terminó produciéndose su destrucción, muriendo mil ciento noventa y ocho personas, ciento veinticuatro estadounidenses.(2) Estamos ante un caso de utilización de escudos humanos por parte del gobierno estadounidense, provocando más de mil muertos y usado como pretexto para justificar la entrada en una guerra.

La guerra era largamente deseada por el mundo de los negocios, que además de aportarles unas enormes ganancias iba a hacer que se enviara a Europa a soldados estadounidenses, principalmente jóvenes de sectores humildes y pobres de la sociedad, lo que ayudaría en gran medida a controlar y a aliviar el creciente descontento en el país ante las desigualdades sociales y la pobreza creciente.

 La guerra era y es también un “remedio” para controlar a la sociedad que utilizan quienes tienen el poder en tiempos de crisis. Además, esto imprimiría en esta sociedad un carácter militar de obediencia y sumisión hacia los dueños y propietarios de Estados Unidos. 

Recomiendo ver este otro enlace sobre esa misma actuación en Italia, durante su régimen fascista: El desempleo: arma política y causa para la guerra.

Tanto el sector financiero, con sus elevados intereses en préstamos hacia los británicos, como el de las grandes compañías industriales, con sus espectaculares aumentos en las ventas de sus productos, estaban completamente implicados en la actuación militar.

 Una vez puesta en marcha la campaña probélica no toleraron ninguna disidencia, nadie que les aguara la fiesta y el negocio, y que pudiese hacer ver a los norteamericanos que esa guerra no era una guerra por ninguna causa justa, sino una guerra comercial, por ganar más dinero, por enriquecer a aquellos que la favorecían y aplaudían. 

Por este motivo el gobierno estadounidense emitió en junio de 1917 una Ley de Espionaje y en 1918 una Ley de Sedición. El oponerse al reclutamiento, denunciar los motivos reales de esa guerra y las prácticas para llevarla a cabo, negarse a participar mostrándose no sumiso o promover el rechazo a la actividad y pensamiento bélico, serían duramente castigados hasta con penas de cárcel de veinte años. Como es habitual se promovió también la creación de espías y el pago a delatores, con el fin de arrestar y acallar a los líderes antibelicistas y de atemorizar al resto de la población.

El sociólogo e historiador W.E.B Du Bois habló sobre los motivos de fondo de la guerra, la lucha por las riquezas de las colonias que poseían cada una de las potencias europeas. Un motivo por cierto muy actual hoy y precisamente también en África, Oriente Medio y en los Balcanes. 

Lo llamó en un escrito publicado en 1915, “La raíces africanas de la guerra”, en el que explicaba que era la lucha entre las grandes compañías occidentales por bienes como el oro, los diamantes, el caucho, los minerales, el aceite u otro tipo de productos, lo que condujo a este enfrentamiento militar.(2) La disputa en los Balcanes entre Rusia y Alemania era también notoria.

Charles Schenk, perteneciente al partido socialista, fue acusado por oponerse al reclutamiento y denunciar la violencia militar, condenándolo a seis meses de cárcel. Aunque apeló, indicando que se estaba vulnerando el derecho a la libertad de expresión según la Primera Enmienda, la Corte Suprema indicó que la protección de la libertad de expresión no implicaba proteger a quien crea alarma entre la población.(1) 

Como si el denunciar esa campaña de histeria colectiva para apoyar la guerra fuese un peligro, seguramente para quienes la promovían lo era, pero no para los estadounidenses que eran engañados con el objetivo de que apoyasen esta campaña militar. Los castigos fueron habitualmente bastante más severos que los aplicados a C. Schenk, así, a Eugene V. Debs, candidato socialista para la presidencia, le condenaron a diez años de prisión; los jueces, el gobierno y el mundo de los negocios no podían tolerar que alguien fuese tan claro y sincero:

Nos dicen que vivimos en una gran república libre; que nuestras instituciones son democráticas; que somos un pueblo libre y autónomo. Incluso para un chiste, eso es demasiado. A lo largo de la historia, se han hecho guerras para conquistar y saquear… eso es la guerra en resumen. Siempre es la clase dominante la que declara las guerras y siempre es la clase oprimida la que lucha en las batallas…(2)

El mundo de la universidad tampoco estuvo a la altura, dominando en él también el sentimiento de sumisión y apoyo a la guerra. 

El psicólogo James Mckeen Cattel fue destituido de su puesto en la Universidad de Columbia por oponerse a la llamada a filas y por el control que se estaba ejerciendo sobre la universidad. Charles Beard, uno de los más prestigiosos e influyentes historiadores estadounidenses, dimitió en señal de protesta por tal acción.

Todo este fenómeno de persecución y castigo hacia la disidencia tenía como finalidad el evitar que la población hiciese preguntas molestas del tipo: ¿Para qué ir a una guerra que nada bueno me va a aportar? ¿Por qué abandonar a mi familia que me necesita para salir adelante? ¿Para qué matar a personas que no conozco y que no me han hecho ningún daño?

 ¿Qué hacemos en Europa? Eran preguntas con sentido común que cualquier joven norteamericano se podía hacer en aquellos años. No es de extrañar pues, que pese a los esfuerzos del gobierno por convencer de que se trataba de una guerra justa, es más, por convencer de que esta iba a ser “la guerra para acabar con todas las guerras”, como así la denominaron, el reclutamiento fuese escaso. 

Se necesitaba un millón de personas para el ejército, pero en las primeras seis semanas, después de la declaración de guerra de EE.UU., solo había setenta y tres mil voluntarios. Aquí es cuando se puso en marcha con intensidad la campaña de Relaciones Públicas y propaganda para convencer a los estadounidenses de la necesidad y bondad de la guerra. El propio presidente norteamericano Wilson se olvidaba de sus palabras dichas en enero de 1916:

En la medida que puedo recordar, este es un gobierno del pueblo, y este pueblo no va a elegir la guerra.(3)

Por supuesto, la gente normal de una nación no iba a elegir una guerra, solo el miedo generado desde quien controlaba el gobierno y el poder económico les haría cambiar de opinión.

 La continua repetición e insistencia de los “argumentos” a favor de la guerra, la demonización del enemigo, la persecución a los que se oponían y la incesante presión del gobierno y sus colaboradores condujo a que la población empezase a rechazar e incluso a sospechar de aquellos que todavía mantenían el sentido común y se oponían a la guerra, llamándoles traidores. 

Como en todas las historias de histeria colectiva esta también tuvo sus chivos expiatorios, que fueron, entre otros, aquellos sindicatos, organizaciones de izquierda y pacifistas que se mantuvieron en sus principios de defensa de la paz y de solidaridad internacional, y todo aquel que no siguiese la marcha militar. 

Los norteamericanos de origen alemán sufrieron esta ira, siendo perseguidos, teniendo que permanecer en silencio y lo más ocultos posibles. Las quemas de libros alemanes se convirtieron en un ritual más del terror. En esto también los nazis tuvieron sus antecesores. El gran filósofo y libre pensador Bertrand Russell describió este estado de locura colectiva y el terror y presión que generaba y genera:

La mayor dificultad fue la puramente psicológica para resistir a la sugestión de las masas, cuya fuerza se convierte en terrible cuando la nación completa está en un estado de violento excitamiento colectivo.(3), (4)

Él mismo fue objeto directamente de estas presiones, su colega Alfred North Whitehead, con quien escribió el trabajo Principia Matematica, le reprochó que intentase buscar una solución dialogada al conflicto, evitando que Estados Unidos entrase en la guerra. 

Y le indicó que aquellos que permanecían neutrales eran responsables de las atrocidades que estaban cometiendo los alemanes, lanzándole una pregunta directa y acusadora: “¿Qué vas a hacer para ayudar a esa gente?”(4) 

Como vemos, las formas de presión hacia los que buscaban la paz eran, y son, terribles, aunque fuesen completamente falsos los argumentos empleados, como en este caso eran las supuestas atrocidades germanas, que fueron una invención. Hoy sucede lo mismo con quienes defienden el diálogo y no la imposición como medio de abordar lo que sucede en el mundo, bien en África, en Oriente Medio o en cualquier otro lugar.

El Comité de Información Pública (CPI), junto a promover la censura, se dedicó a guiar y dirigir a los medios de comunicación sobre la información a emitir sobre la guerra. Puso en marcha unas “directrices voluntarias” para elaborar las noticias a divulgar. Constaba el CPI de diecinueve subdivisiones con funciones específicas en diferentes campos. 

Emitieron más de seis mil comunicados de prensa y fue la primera fuente de información sobre lo relacionado con la acción militar. Más de veinte mil columnas fueron realizadas en los periódicos con la información suministrada por ellos.(3) 

Para poder tener más capacidad de convicción se contrataron a conocidos escritores, de modo que su influencia y su capacidad literaria fuese capaz de persuadir a los más descreídos. John Dewey y Walter Lippmann fueron dos renombrados autores que dieron este apoyo a la guerra.

 Esta práctica de sustento ideológico por parte de intelectuales no dejó de suceder en el tiempo y en cada país desde entonces, conocidos son los casos de Henry Levy o Arturo Pérez Reverte a favor de la intervención militar de la OTAN en Yugoslavia a finales del siglo XX, también la de buena parte de la izquierda ante los casos de Siria y Libia, ver este enlace: La izquierda y el apoyo a las guerras de agresión

Estos intelectuales o escritores trabajan siempre en el lado de las necesidades de los dirigentes en el poder, que por eso les permite divulgar ese discurso aparentemente humanitario en sus medios de comunicación, pero que en realidad es claramente propagandístico y probélico, que nada tiene que ver con una defensa real de derechos humanos y que se hace, en definitiva, en beneficio de los intereses comerciales ocultos que hay detrás de esas guerras. 

Se utilizaba y utiliza la influencia de estos intelectuales, que disfrazan los hechos, o simplemente manipulan, falsifican o silencian lo que no es conveniente, con el fin de dar legitimidad social y moral a lo que de por sí ya es inmoral, provocar una guerra para obtener beneficios económicos.

Durante el mismo año de 1917, el círculo de pragmáticos liberales de John Dewey se atribuyó el mérito de guiar a una población pacifista a la guerra bajo “la influencia de un veredicto moral alcanzado tras la más completa de las deliberaciones por los miembros mas sensatos de la comunidad... una clase que se ha de describir de forma inclusiva pero aproximada como los ‘intelectuales’ ”(5)

De la obra: Justificando la guerra. de este autor, Mikel Itulain.

Notas:
(1) Mikel Itulain. Estados Unidos y el respeto a otras culturas y países, p 22-23.Marzo 2011
(2) Howard Zinn. A People´s History of United States, 1492-Present. Chapter 14. New York: Harper Colllins Publications, 2003.
(3) Aaron Delwiche. Of Fraud and Force Fast Woven: Domestic Propaganda During The First World War. Firstworlwar.com, 2009.
(4) Jean Bricmont. Humanitarian imperialism. Monthly Review Press,2006
(5) Noam Chomsky. Ilusiones necesarias. Libertarias, 1992, p.62.

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