Pablo Gonzalez

Nicaragua: San Jacinto y la defensa de nuestra libertad

Famosa escena de Andrés Castro derribando a un invasor filibustero con una pedrada durante la Batalla de San Jacinto. 

La Batalla de San Jacinto, acontecida hace 158 años, marcó un parteaguas en la historia de Nicaragua. 

Y es que el arrojo mostrado por criollos e indígenas ante un enemigo técnica y numéricamente superior —los filibusteros estadounidenses de William Walker— devino victoria histórica para la dignidad nacional.

La fina neblina que cubría la Hacienda de San Jacinto el 14 de septiembre de 1856 era perfecta para un ataque sorpresa. O eso creyeron los filibusteros norteamericanos que desde hacía meses pretendían desmembrar a Nicaragua bajo el mando de William Walker.

Tenían un plan trazado, y contaban con la seguridad que brinda la superioridad numérica. Así como los espartanos que defendieron su tierra de la invasión persa, eran 300.

 Sin embargo, su objetivo no era noble: buscaban destrozar las defensas de las tropas nicaragüenses comandadas por el entonces coronel José Dolores Estrada.

Llevaban seis meses los invasores norteamericanos enfrentando al Ejército del Septentrión, y este punto era de especial interés para lograr suplirse de víveres. Habían intentado el 5 de septiembre la toma de la Hacienda pero fueron rechazados. Esta vez el teniente-coronel Byron Cole, que comandaba la tropa, confiaba en el triunfo.

Mientras avanzaban, el vigía de la hacienda, el cabo Faustino Salmerón, los divisó. Corrió a la casa para avisar a los patriotas, que en ese momento desayunaban. Pronto se desataría un combate por el control del recinto, que devino combate por la dignidad nacional.

Antes de la tormenta

Nicaragua se encontraba dividida por una guerra civil en septiembre de 1856. Desde antes, William Walker y sus filibusteros habían realizado inteligentes movidas, primero políticas y luego militares, para agenciarse el control del territorio que ocupa Managua hacia el sur, incluida la ruta del Río San Juan. La capital de esa “nación” es Granada.

La situación que encontró Walker para hacerse con este control fue un conflicto interno entre nicaragüenses, divididos por varios intereses en Democráticos y Legitimistas. Este estadounidense oriundo del sur, esclavista y creyente en el Destino Manifiesto de John Quincy Adams que reza “América para los americanos”, creía que la política expansionista de su país era legítima, y él un encargado de llevarla a efecto.

Walker aceptó defender los intereses de los Legitimistas, hasta que enterado de que Granada carecía de defensa, el 13 de octubre de 1855 cayó sorpresivamente sobre la capital legitimista. 

Con esta toma se hizo dueño de la situación y comenzó a revelar sus verdaderos intereses. Impuso como presidente a Patricio Rivas, el 23 de octubre, reservándose la Comandancia de las Armas. La resistencia de los legitimistas no se hizo esperar y, posteriormente, la de los democráticos.

El 26 de junio de 1856 el presidente Rivas destituyó al filibustero, ya decidido a convertir a Centroamérica en un territorio al servicio de la causa esclavista del sur de Estados Unidos, tal como se leía en el lema escrito en la bandera del primer batallón que mandaba el coronel filibustero Edward J. Sanders: “Five or none”, es decir, las cinco repúblicas centroamericanas o ninguna.

Se acercaba por esos días la mañana de la unidad. El 12 de septiembre, legitimistas y democráticos firmaron en León convenios de ayuda. 

El General Tomás Martínez quedó a cargo de la dirección de la guerra. Martínez y los jefes de los ejércitos aliados, Paredes y Belloso, de Guatemala y El Salvador, respectivamente, concluidos los convenios de León se ocuparon de las operaciones militares. 

El primero debía avanzar por Tipitapa; los otros debían marchar sobre Managua y Masaya, hasta Masatepe.

De las cuatro compañías de patriotas que se formaron en Somotillo para combatir a los filibusteros, la tercera, comandada por el entonces coronel José Dolores Estrada y los capitanes Carlos Alegría y Bartolomé Sandoval, estaba destinada a encontrarse con las primeras avanzadas de Walker.

Una espina en el camino filibustero

El coronel José Dolores Estrada llegó a San Jacinto el 29 de agosto de 1856, a las cinco de la tarde. Eran 160 hombres, cansados, hambrientos y mal armados, un dato muy valioso para lo que sucedería después. 

La casa de la hacienda era grande, de teja y con dos corredores; estaba ubicada en el centro de un extensísimo llano, y solo en la retaguardia de la casa, como a 100 varas, había un pequeño bosquecillo.

Estrada puso la casa en estado de defensa de forma inmediata, claraboyando las paredes del lado de los corredores; y con la madera de dos corrales mandó a formar un círculo de trincheras y levantar también barricadas en el corredor sur de la propiedad.

La misión de Estrada era recorrer las haciendas del Llano de Ostócal, al sur de San Jacinto, enrolar adictos e interceptar los recursos llevados al enemigo. Y se le había instruido no presentar combate (dada la limitación de sus recursos), salvo en caso de tener segura retirada.

El 5 de septiembre se presenta sorpresivamente una guerrilla exploradora de filibusteros, la que fue rechazada en San Jacinto. Estrada escribió urgentemente a Matagalpa, pidiendo elementos de guerra. “Sería un descrédito equivalente a una derrota volver un paso atrás. Después de haber desafiado a Walker hay que morir aquí”, afirmó.

El 11 de septiembre llegó una división de 60 indios flecheros al mando del mayor Francisco Sacasa y los oficiales Ceferino González, Miguel Vélez, José Ciero, Francisco Aviles, Manuel Morenco y Estanislao Morales. Venían de Matagalpa.

Dos días después Estrada recibió municiones. Sabía que su presencia en San Jacinto era un serio inconveniente para el abasto de víveres de los filibusteros. Pero tenía algo a su favor, no podrían enviarle artillería contra sus tropas por el mal estado de los caminos.

Así, Walker envió un cuerpo de 300 “voluntarios”.

De chaleco y levita

Una vez que Salmerón anunció la noticia de la inminente llegada de los norteamericanos, Estrada dispuso que solamente quedase en el interior de la casa una escuadra que comandaba el Teniente D. Miguel Vélez, y que el resto de la tropa ocupase la línea exterior.

Todos tenían orden de no hacer fuego hasta que los agresores estuvieran a tiro de pistola.

Relata el doctor Rafael Córdova Rivas en un artículo: “A las 7 a.m. divisamos al enemigo como a 200 varas de distancia: marchaban a discreción y no traían cabalgadura. Los Jefes y Oficiales vestían de paisano; levita, pantalón, chaleco y sombreros negros; algunos portaban espada y revólver y otros rifles, la tropa iba uniformada con pantalón y camisa de lana negros, sombreros del mismo color e iban armados de rifles “Sharp” y columnas paralelas de 100 hombres cada una.

“Cuando estuvieron a una distancia conveniente, rompimos el fuego. Al recibir la descarga, en vez de vacilar se lanzaron impetuosamente sobre las trincheras; una columna atacó de frente, otra por la izquierda y la última por la derecha. 

Todas fueron rechazadas por tres veces y hasta el cuarto asalto no lograron apoderarse de la trinchera por el lado izquierdo, cuando el valiente Oficial Jarquín y toda la escuadra que defendía ese punto, había muerto heroicamente. Dueños los filibusteros de un punto tan importante hacían un nutrido y certero fuego sobre el resto de la línea.

“Cortados de esta manera, teníamos que comunicamos las órdenes a gritos. El infrascrito, con los Tenientes Don Miguel Vélez y Don Adán Solís, defendían el ala derecha; y yo, como primer Teniente, recibí orden de defender el puesto, hasta morir si era necesario.

“Mis compañeros se batían con admirable sangre fría. Los Yankees multiplicaban los asaltos pero tuvimos la fortuna de rechazarlos siempre. Uno de ellos logró subir la trinchera y allí fue muerto por el intrépido oficial Solís.

“Eran ya las 10 a.m. y el fuego seguía vivísimo. Los americanos, desalentados sin duda por lo infructuoso de sus ataques, se retiraron momentáneamente y se unieron las tres columnas, pero pocos momentos después al grito de Hurra Walker se lanzaron con ímpetu sobre el punto disputado. Se trabó una lucha terrible, se peleaba con ardor por ambas partes, cuerpo a cuerpo.

“Desesperábamos ya de vencer a aquellos hombres tan tenaces, cuando el grito de Viva Martínez, dado por una voz muy conocida de nosotros, nos reanimó súbitamente”.

Estrada inclina la balanza

El coronel Estrada, quien comprendió la gravedad de la situación para sus hombres, envió al capitán Bartolo Sandoval a que procurase atacar a los yanquis por la retaguardia.

Este militar se puso a la cabeza de los valientes oficiales Siero y Juan Estrada y 17 individuos de la tropa saltaron a la trinchera por detrás de la casa, colocándose en la retaguardia. Les hizo una descarga y lanzando con su potente voz los gritos de ¡Viva Martínez!, cargó a la bayoneta con arrojo admirable.

Los estadounidenses, aterrorizados, retrocedieron y se dieron a la fuga. Fueron perseguidos por cuatro leguas, con el coronel Estrada a la cabeza de la caballería.

En la hacienda San Ildefonso, dieron muerte a Byron Cole.

En total, 28 nicaragüenses murieron. Entre ellos, el Capitán Francisco Sacasa y el Subteniente Jarquín.

Los filibusteros perdieron a Cole, un mayor y su segundo jefe, junto a otros 35. Del batallón norteamericano 18 fueron hechos prisioneros.

El ardor patriótico y la habilidad táctica de los nicaragüenses permitieron la histórica victoria en San Jacinto. El coronel José Dolores Estrada, hombre humilde hasta su muerte, por sus relevantes méritos, y especialmente por las acciones de San Jacinto, fue ascendido el 25 de junio de 1857 al grado de General de Brigada.

Una buena cuota en el triunfo ese 14 de septiembre de 1856 tuvieron también los indios flecheros de Matagalpa. 

La memoria histórica de su participación fue recuperada en 2007 por el Gobierno Sandinista, debido a que el Presidente de la República, Comandante Daniel Ortega, se ha dedicado a rescatar toda la historia nacional.

Los restos de estos valerosos combatientes, que fueron armados con pertrechos rudimentarios, fueron exhumados y puestos en el reposo eterno en un lugar de la Hacienda San Jacinto, hoy Casa Museo. 

En septiembre de 2012, la Asamblea Nacional los reconoció como Héroes Nacionales, por su arrojo y creatividad militar que propiciaron la victoria.

Hoy en San Jacinto todavía existen mañanas de fina neblina, esa que recuerda un día hace 158 años, cuando los invasores espurios comprendieron que Nicaragua se respeta, y para siempre.

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