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La porra, el yugo y la correa.



Nota: ésta es una traducción del texto de Aviva Cantor, “The club, the yoke and the leash. What can we learn from the way a culture treats animals”. El original puede encontrarse aquí.

En ningún lugar se puede ver tan claramente el puño de hierro del patriarcado como en la opresión de los animales, que sirve como modelo y cancha de entrenamiento de todas las otras formas de opresión.

Sus tres estrategias básicas -la porra, el yugo y la correa- operan igualmente en la opresión de las mujeres y las minorías. La estrategia de la porra es matar animales por beneficio económico, placer sádico y la “afirmación de la masculinidad”. 

Es la dominación por la fuerza bruta. La estrategia del yugo consiste en domesticar animales para cargar bultos o tirar de vehículos, producir huevos, lana y leche; proveer carne y pieles. Es la dominación por la esclavitud. 

La estrategia de la correa es amansar animales para obtener los beneficios psicológicos de la dominación directa del amo sobre la mascota. Es la dominación por el engaño.

La porra

En la Edad de Piedra, cuando los humanos temían y respetaban a los animales salvajes, la porra -la fuerza bruta aumentada por las herramientas letales- permitió a los cazadores eliminar poblaciones enteras de animales que no necesitaban para alimentarse pero que eran consideradas una amenaza. 

En periodos históricos posteriores, la caza se convirtió en un deporte popular que funcionaba algunas veces como símbolo del poder de la clase dominante con las consecuentes restricciones a su práctica.

 Hoy en día es practicado por una gran cantidad de hombres de clase baja, así como por patricios de clase alta, que experimentan cierta “excitación” gracias a la reconstrucción segura de la caza primitiva.

La caza contemporánea de animales con rifles automáticos, vehículos de nieve, helicópteros y flechas envenenadas no da a los animales ninguna oportunidad. 

Pero al cazador no le interesa una competición real, sólo ganar. Las cabezas, cornamentas o patas de los animales que cuelgan de manera prominente en las viviendas o clubs masculinos, llamados de manera significativa “trofeos”, demuestran una “victoria” sobre lo salvaje que otorga un status a los hombres sobre sus semejantes.

La caza de animales por placer sirve como forma de entrenamiento para el endurecimiento, la crueldad y la falta de sensibilidad. Enseña a los hombres a no sentir nada cuando matan o mutilan a una criatura viviente. Existe una progresión sorprendentemente corta desde la caza de animales a la caza de y tortura de personas, la captura y linchamiento de negros o la ejecución de judíos durante el Holocausto. Cuando el protagonista de “El Cazador” (N.d.T: “The Deer Hunter”) vuelve de la matanza de Vietnam y sale de caza con sus amigos, se ve incapaz de matar a un ciervo. 

Ha sentido la conexión que existe entre la facilidad con la que se mata a un ciervo y la facilidad con la que se mata a la gente, y ya no desea ninguna de las dos.

Una segunda estrategia de la porra es el abuso de animales en la pornografía. Harriet Schleifer, una de las fundadoras de Mujeres de Montreal contra la Pornografía y directora ejecutiva del Colectivo para la Liberación Animal de Quebec explica que el bestialismo no es de ninguna manera un nicho en la pornografía, sino que tiene libros, revistas y películas dedicadas al mismo.

 “El sexo pornográfico con animales es brutal y explotador”, escribe, “siendo habitual el abuso sexual y posterior asesinato de los animales en vídeo [películas snuff con animales] sólo para el disfrute de hombres con un gusto por las fantasías de ese tipo.”

La vivisección -la experimentación en animales vivos- es una tercera categoría de crímenes contra los animales bajo la estrategia de la porra. Sólo en los EEUU más de 100 millones de perros, gatos, primates, conejos, roedores y otros animales son torturados, mutilados, y asesinados cada año en aras de la experimentación y enseñanza “científica”, médica y psicológica. 

Las instituciones científicas insisten en que esos experimentos son necesarios, a pesar de que la salud de la nación [N.d.T: los EEUU] no ha mejorado de manera significativa en los últimos 50 años. Un gigantesco número de experimentos han sido realizados de manera repetida con las más ínfimas variaciones para así poder recibir una beca federal o merecer una tesis doctoral, todo ello a pesar de la disponibilidad creciente de métodos alternativos de investigación.

La función primaria de los laboratorios de vivisección es servir como campos de entrenamiento para las autoridades científicas, los sumos sacerdotes de la medicina y la salud mental. 

El aprender a suprimir los sentimientos, la sensibilidad y la emoción supone una gran parte de su agenda oculta. Hans Ruesch escribe lo siguiente en “Asesinato de los inocentes” sobre los experimentos Nazis con prisioneros de guerra: “Muchos de los prisioneros gritaban mientras parte de sus cuerpos se congelaban. 

Pero los médicos encargados del experimento estaban acostumbrados a los gritos -de los laboratorios de animales.”

Es más, cualquier estudiante de zoología, biología y psicología, todo doctor y psiquiatra, es obligado a realizar una vivisección para poder graduarse y conseguir su título (sólo un pequeño porcentaje se niegan). 

Tras haber probado ser duros, insensibles y sin sentimientos -y capaces de tener la boca cerrada, ya que todo lo que ocurre en los laboratorios financiados con dinero federal se mantiene en secreto ante el público que paga los impuestos- los futuros sanadores del patriarcado son por fin considerados dignos de practicar sus artes en personas. Algunos serán capaces de superar estas experiencias, pero muchos mantendrán la falta de sensibilidad que aprendieron en los laboratorios de vivisección.

 Los doctores alemanes a juicio en Nuremberg explicaron que ya que habían realizado vivisecciones con animales, era “lógico” que también deseasen practicarlas con seres humanos. 

El mito muy extendido de que la vivisección había sido prohibida en la Alemania Nazi hace creer a la gente que la prohibición de la experimentación en animales lleva irremediablemente a la experimentación con seres humanos, llevándoles a concluir que la vivisección debe ser apoyada.

La destrucción de cientos de naciones animales y el asesinato y mutilación de animales individuales tienen su paralelo en el femicidio, el asesinato de las mujeres.

 Algunos ejemplos de femicidio, muy numerosos a lo largo de la historia, incluyen el asesinato de casi nueve millones de mujeres acusadas de ser brujas en la Edad Media Europea. Como hecho significativo, algunos animales eran ejecutados al mismo tiempo acusados de ser “espíritus familiares” de las brujas.

Otro ejemplo de la estrategia de la porra, de la fuerza bruta masculina aplicada a las mujeres humanas es, claro, la violación.

 La violación, especialmente las violaciones en grupo, se parece mucho a la caza. Ambas implican el acoso de la víctima, la crueldad y la excitación de la captura y la muerte, la degradación de la víctima, el disfrute ante su terror y derrota.

Andrea Dworkin en “Pornografía: hombres poseyendo a mujeres” (Perigee) describe una fotografía que ilustra este paralelismo. La foto, titulada “Cazadores de castores”, muestra a una mujer desnuda atada con una cuerda al capó de un todoterreno en el que están sentados dos hombres vestidos de cazadores y con rifles. 

El texto debajo de la foto dice: “Los cazadores occidentales nos cuentas que la caza fue particularmente bien… durante la temporada anterior. Estos dos cazadores… explicaron a ‘Hustler’ que rellenaron y montaron a su trofeo nada más llegar a su casa.”

El yugo

La domesticación de los animales durante la Era Neolítica fue un proceso largo cuyos orígenes todavía son objeto de debate entre prehistoriadores y antropólogos. Sean cuales fueren sus orígenes, la metodología de la domesticación implicó la limitación del movimiento, la castración y la cría forzada para la creación de lo que eran esencialmente nuevas especies.

Las corridas de toros y los rodeos son intentos de reconstruir el drama de la domesticación y la subyugación de los animales. El toro, tradicionalmente y de manera significativa el símbolo de la fertilidad, es el más fuerte y por lo tanto más peligroso de los animales domesticados en Occidente. 

La corrida de toros, escribe Philippe Diolé en “El Arca Errante”, “es una ceremonia en la que todo ha sido planeado para demostrar la superioridad del hombre sobre el animal”, y éste es su proposito principal. Por lo tanto es irrelevante que la corrida esté amañada y se parezca más a una ejecución pública que a otra cosa.

El rodeo es la versión Estadounidense de la corrida de toros, reconstruyendo el drama de la doma de caballos y ganado en la “frontera” del Oeste. 

Aquí, también, el reto que supone el animal sólo es aparente. Los espectadores pueden no darse cuenta -aunque los participantes lo saben- de que los caballos y toros son obligados a actuar apretando un cinturón en su costado justo antes de soltar al animal al ruedo.

 En la modalidad “quebrar al toro” el objetivo es tirar al animal al suelo con tal violencia como para que permanezca atontado el tiempo suficiente para atar tres de sus patas; uno de cada 15 toros queda cojo o muere durante el proceso.

La domesticación requirió que los animales fueran encerrados en un espacio limitado sin posibilidad de moverse o escapar para criar o encontrar comida que no fuese la que recibían. Encerrar a los animales como prisioneros en áreas cerradas lleva a que acaben perdiendo su capacidad de supervivencia. La limitación del movimiento produce resultados similares en la domesticación de las mujeres.

Otro método de domesticación consistía en la cría selectiva para conseguir tamaños reducidos, docilidad, dependencia y rasgos juveniles que persistían en la edad adulta.

En las granjas industriales de hoy en día el animal es sintético hasta el punto de no ser más que una máquina de producir carne, huevos o leche, y es tratado de esa manera. 

El confinamiento de los animales ha crecido hasta tal punto que no se puede decir que su vida tenga ni el más mínimo parecido a la que llevaban sus ancestros. Las crías de ganado viven 16 semanas pasando 22 horas al día en total oscuridad, encadenadas en una jaula en la que no pueden moverse.

 Este tratamiento produce carne de ternera lechal tierna. Las gallinas están tan hacinadas bajo luces que brillan durante 18 horas al día (para estimular la producción de huevos) que algunas llegan a matar a sus compañeras a picotazos si no se les arrancan los picos.

 Las vacas han sido alteradas de tal manera mediante la crianza selectiva para incrementar la producción de leche que necesitan utilizar sujetadores para que sus ubres no se arrastren por el suelo.

La ingeniería genética es el último paso en el espectro de control patriarcal sobre la reproducción de los animales domesticados. Si la ciencia consigue finalmente ser capaz de diseñar desde cero la apariencia y comportamiento de las especies animales, entonces los hombres habrán pasado a ser verdaderamente “como dioses”.

El control sobre la reproducción también ha sido crucial en el plan de los hombres de crear una hembra humana domesticada. Al ganar el control sobre con quién podía reproducirse una mujer, y en qué circunstancias, eran capaces de crear un género de acuerdo con sus propias especificaciones. Debido a que el control sobre la reproducción es la clave en la domesticación de las mujeres, la oposición al control del mismo por las mujeres suele ser particularmente extremo y violento.

Las implicaciones de esta domesticación son terroríficas. Ya que, si durante milenios, las mujeres han sido seleccionadas por su docilidad, este rasgo -suplementado por el infanticidio femenino y apoyado por la socialización “femenina”- puede haber pasado a formar parte de la estructura genética femenina junto con otras características, por supuesto positivas, desarrolladas para su supervivencia como pudieran ser la cooperación, resistencia y sensibilidad. Sin embargo, las tendencias dóciles pueden ser superadas, muchos animales domesticados, como los caballos, vuelven a sus comportamientos originales si consiguen escapar de su confinamiento.

 La lección para las mujeres es evidente.

La correa

La tercera estrategia patriarcal consiste en convertir al animal en una “mascota”. Desde tiempos prehistóricos la gente ha creado y desarrollado lazos afectivos con animales que eran sus compañeros. Pero la diferencia entre un compañero animal, cuya naturaleza y necesidades son respetadas, y una mascota es que la mascota vive con las personas con una correa real o invisible de sufrimiento.

En apariencia, la mascota (uno de los significados de la palabra es “favorito” [N.d.T: esto es cierto en el original inglés, “pet” puede usarse para indicar que algo es el favorito en un grupo]) parece ser una excepción a la regla de la relación hombre/animal basada en el poder y la fuerza. 

Un hombre puede apalear conejos, envenenar coyotes, torturar mapaches, atropellar a propósito ardillas, disparar a gatos callejeros con rifles de balines, aplastar a lobos con su moto de nieve, paralizar a ciervos con flechas envenenadas, e inventar maneras científicas de volver a monos locos -sólo para volver a su casa y acariciar a su perro. 

La mascota es realmente un símbolo. 

Y, siendo un símbolo, su status puede deteriorarse en cualquier momento. Es marginal, su existencia se permite en los intersticios de la sociedad de los hombres siempre que sirva para satisfacer alguna necesidad humana. 

Al contrario que el animal “salvaje”, no tiene defensas. Al contrario que el animal esclavo, no posee un valor económico.

En mayor grado incluso que el animal esclavo domesticado, la mascota es una criatura totalmente dependiente de su amo para obtener su comida, cobijo y protección. 

Es un “juguete viviente”. Criada para ser dócil y obediente, eliminadas sus habilidades de supervivencia, sería improbable que consiguiese sobrevivir mucho tiempo en un entorno salvaje o en la jungla de asfalto, como es evidente por las cortas y tristes vidas de las mascotas abandonadas y perdidas.

“Una mascota”, escribió Diolé, “es un remedio soberano contra los sentimientos de inferioridad o rechazo… y nuestra… defensa psicológica contra las mujeres que nos rechazan, los jefes que no nos aprecian, nuestros competidores…”. 

Algunos hombres necesitan perros, continua, “para poder convencerse a sí mismos que son figuras con autoridad”. Thorstein Veblen escribió que cuánto más inútil es un perro, más status otorga a su dueño, que demuestra así que puede permitirse una criatura sin ningún valor económico inmediato.

Al contrario que los animales esclavos, que han sido “diseñados” mediante la crianza selectiva para trabajar para los humanos, la mascota, aunque también producto de la crianza selectiva, requiere un entrenamiento de obediencia para llegar a responder a los dictados de sus dueños individuales. 

Una de las emociones de poseer una mascota es la de enseñarle “trucos”. Cuánto más “salvaje” sea la naturaleza del animal, mayor será el prestigio si se consigue que haga esos trucos.

Al igual que un animal elegido como esclavo realiza una función diferente a la del animal elegido como mascota, la mujer elegida como mascota también tiene una función particular. Existe por supuesto un solapamiento en las funciones. 

De manera significativa, el psicólogo infantil Boris Levinson comenta en “Psicoterapia Infantial centrada en Mascotas” que el animal domesticado sirve al cuerpo del hombre; la mascota, a su psique: “que de manera ocasional los animales tuviesen un rol doble era tan inevitable como la confusión humana [sic] entre el papel de una mujer y una amante.”

La mujer-mascota es entrenada para ser dependiente e inútil, incapaz de distinguir o tratar de suplir sus propias necesidades, centrada en su amo como proveedor, protector y rescatador. Está programada para estar aterrorizada del mundo exterior y para encontrarlo carente de interés. 

Su amo es todo su mundo. La mujer-como-mascota suplanta el papel de la mujer-como-esclava en situaciones en las que la inutilidad de un miembro del hogar sirve como prueba de la riqueza y poder de su amo. Como símbolo, la mujer-mascota recibe un trato diferente que otras mujeres, un privilegio ganado con el buen comportamiento.

El amansar a animales como mascotas ha proporcionado técnicas útiles para amansar a las mujeres como mascotas. Por ejemplo, la restricción del movimiento es esencial. Para las mascotas animales existen cuerdas, correas, collares y bozales; para las mujeres mascotas existía el “vendado de pies” -que aseguraba, en palabras de Dworkin, “una nación de mujeres que eran incapaces literalmente de ir a ningún sitio”- ropas como los corsés, que dificultan el movimiento, o lugares designados peligrosos e “inmorales” por los hombres que las mujeres deben evitar.

Un segundo método de entrenamiento de mascotas ha sido el de eliminar las actividades naturales de los animales. Para las mujeres esto significó eliminar la actividad humana natural del trabajo. Una tercera técnica para el amansamiento consiste en recluir a un animal de su propia especie.

 Las mujeres-mascota, cada una recluida en su propia casa, es alentada a desconfiar de y competir con otras mujeres, a centrarse sólo en su amo.

Igual que con las mascotas animales, el sistema de recompensa y castigo moldea a las mujeres individuales según los deseos de su amo. La recompensa principal por el buen comportamiento es el “amor” y objetos materiales. El castigo va desde la eliminación del “amor” y la ayuda financiera hasta amenazas de abandono, abuso físico y violación.

Un último paralelismo entre los animales mascota y la mujer-mascota es el espectáculo. El equivalente humano de los shows de mascotas son las fiestas de “presentación” para exhibir a mujeres-mascota núbiles y de clase alta, al igual que los concursos de belleza a nivel local o internacional.

Muchos psicólogos han observado que los niños pequeños se identifican intuitivamente con los animales. 

Por lo tanto en nuestra cultura es necesario programar a los niños, especialmente los varones, para oprimir a los animales. 

La programación prosigue durante toda la edad adulta mediante la repetición constante de una propaganda diseñada para hacer parecer a los animales irreales, aterradores y repugnantes.

Las mascotas que los niños reciben para “entrenar” (o sea, para controlar y dominar) cuando son muy jóvenes sirven muchas veces para alejarles de los animales, a pesar de las buenas intenciones de sus padres. Los peluches les enseñan a ver a los animales de una manera irreal, del mismo modo que las muñecas enseñan a las niñas a ver a los bebés y las mujeres como objetos y juguetes.

Los circos y los zoos, vistos como un entretenimiento dirigido principalmente a los niños, degradan a los animales, dando una justificación social a la dominación de los animales por la fuerza, y también dando una imagen irreal de ellos. 

Como Maureen Duffy observa en su ensayo “Animales, Hombres y Moralidad” (Grove), el punto álgido del circo a mediados del siglo XIX coincidió con la popularización de teorías evolutivas que sacudieron las creencias anteriores sobre la condición única de los seres humanos.

 Fue en este momento, dice, cuando los circos empezaron a utilizar a “los primos [de los humanos] tratando de imitar a las personas… y fallando, demostrando así nuestra dominación sobre ellos…”, nuestros imitadores eran “lamentablemente ineptos”.

Los zoos, a pesar de todos los esfuerzos de sus gerentes y educadores progresistas, se parecen muchas veces a los asilos o sanatorios mentales que se visitaban en el siglo XVII o XVIII para pasar una tarde de domingo. Los niños aprenden que está bien capturar y encerrar a un animal de por vida siempre que los humanos se entretengan o “eduquen” con el espectáculo.

Los animales domesticados se convierten en objetos desagradables para justificar su esclativud: el cerdo es sucio, los pavos demasiado estúpidos como para guarecerse de la lluvia. Las mascotas que no son tan dóciles como se esperaría de una mascota -como los gatos- son descritas como poco amigables, egoístas, engañosas.

Estos sentimientos desagradables y odiosos pueden ser transferidos a las personas igualándolas con los animales. 

Algunos nombres despectivos para las mujeres incluyen insultos como vaca, perra, gallina, arpía, coneja estúpida, gansa, pajarraca y zorra, o adjetivos como tímida (N.d.T: “mousy” en el original), cara caballo y gata. Algunos nombres sexuales coloquiales incluyen pájara (en el Reino Unido), pollita (N.d.T: “chick” en el original) (en los EEUU blancos) o zorra (en los EEUU negros).

 Los genitales femeninos se llaman “pussy” o “beaver” (N.d.T: términos intraducibles manteniendo relación con los animales). De igual modo, a los negros se les llama “mapaches” (N.d.T: “coon”), o “conejos de la jungla”, y la propaganda Nazi igualaba a los judíos con los “gusanos”.

Se nos bombardea con propaganda contra los animales desde los lobbies de la caza, la ciencia, las industrias agrícolas, de mascotas y de entretenimiento, donde se suele abusar de los animales para el disfrute de los espectadores. 

Aunque estas industrias se benefician económicamente de la explotación animal, es el propio sistema patriarcal el que se beneficia, se mantiene y se recarga a través de la opresión animal. 

Y cuando el patriarcado se beneficia a través de la porra, el yugo y la correa, todos los animales -humanos y no humanos- pierden.

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