Para aquellos sectores progresistas que esperaban que el pueblo se portara a la altura que demandaban las circunstancias de la coyuntura política actual marcada por el accionar criminal de una clase política que se dedicó a delinquir y no a gobernar, la actuación del pueblo legitimando aquello que había perdido toda legitimidad, resulto ser una tremenda desilusión, un fiasco si se quiere.
Era inconcebible que esa misma ciudadanía después de una épica victoria en la calles se haya sometido en las urnas como mansos borregos, en unas elecciones fraudulentas impuestas por los mismos que han hecho de la corrupción y la impunidad su modus operandi.
Cuando apenas habían transcurrido cuatro días después de la caída del régimen corrupto de Otto Pérez Molina y cuando se esperaba que el pueblo votante manifestara su rechazo total al corrompido sistema político, ya fuera a través de la abstención masiva, el voto en blanco o nulo, sucede lo inesperado, (o quizás no).
La gente acude masivamente y vota, sorprendentemente para avalar con su voto la permanencia del mismo sistema político oligárquico-militar que a lo largo de la historia se ha dedicado a abusar y violentar sus derechos y dignidad humana.
Par quienes se ocupan en mantener por todos los medios la inalterabilidad del sistema, la participación de la masa de votantes en la bien trabajada farsa electoral, fue un ejemplo de civismo y amor patrio dado al mundo por el heroico pueblo de Guatemala que tan solo unos días atrás había forzado la salida del inglorioso presidente de Guatemala, el máximo jefe de una red mafiosa enquistada en el Estado.
Sin embargo, para aquellos sectores progresistas que esperaban que el pueblo se portara a la altura que demandaban las circunstancias de la coyuntura política actual marcada por el accionar criminal de una clase política que se dedicó a delinquir y no a gobernar, la actuación del pueblo legitimando aquello que había perdido toda legitimidad, resulto ser una tremenda desilusión, un fiasco si se quiere.
Era inconcebible que esa misma ciudadanía después de una épica victoria en la calles se haya sometido en las urnas como mansos borregos en unas elecciones fraudulentas impuestas por los mismos que han hecho de la corrupción y la impunidad su modus operandi.
Seguramente se van a producir muchos análisis que de una forma u otra trataran de explicar el comportamiento, o las razones, que motivaron a los votantes para decidir como lo hicieron en estas elecciones, cuando parecía que se habían creado las condiciones propicias para iniciar un proceso de reformas democráticas profundas que diera al traste con las viejas estructuras antidemocráticas sobre las cuales se ha erigido el Estado delincuencial que históricamente ha conspirado contra los intereses de las mayorías.
Lo que si es cierto es que el pueblo desperdicio, desde la perspectiva de la lucha popular por el establecimiento de una democracia real y tangible, una gran oportunidad y decidió votar contra sus propios intereses.
Por su puesto que esto no es nada nuevo ya que ha venido siendo una constante durante más de medio siglo, desde la caída de la revolución en 1954, en que el pueblo una y otra vez ha venido avalando muy obedientemente con su voto el proyecto político-económico explotador, expropiador, exclusionista y represivo que la burguesía nacional y su brazo armado, el ejército, han mantenido durante todo este tiempo.
Todo lo que hemos visto en las elecciones del 6 de septiembre, sobre todo si se toma en cuenta el clima de profunda crisis política, de total perdida de legitimidad del sistema político, en el cual se realizan, dan para pensar que la actuación del electorado, o bien producto de la ignorancia y la manipulación de los medios incitándolo a no desperdiciar su voto y preservar la democracia, o bien producto de su afinidad ideológica con el ultra conservadurismo de la derecha guatemalteca, que hay que enfatizarlo, ha copado todos los espacios políticos relegando, con la ayuda de la prensa servil, a la invisibilidad cualquier opción de una izquierda progresista, pudieron haber sido las causas que llevaron a la gran mayoría de los votantes a darle el “si” a la continuidad al sistema que los ha victimizado por generaciones enteras.
Es muy posible, aunque nada concluyente.
Por otra parte, el argumento esgrimido por los defensores del statu quo y que resaltan la actitud ejemplar de la mayoría del electorado, en el sentido de querer explicar la conducta de los votantes como un voto contra la corrupción y de rechazo a los políticos corruptos, resulta ser una afirmación engañosa que no se ajusta con los resultados obtenidos, por la sencilla razón de que, los votos obtenidos por el candidato anticorrupción de la ultra derecha, son superados por los votos de los dos principales candidatos pro-corrupción de la llamada derecha populista.
Aunado a lo anterior, el nuevo congreso resultante de las elecciones estará compuesto por más de la mitad de diputados reelectos sobre muchos de los cuales pesan señalamientos de actos de corrupción y de estar relacionados con el crimen organizado, mientras que por otra parte, sorprendentemente el partido señalado como el símbolo de la corrupción, gana casi la mitad de las alcaldías en todo el país.
Estos hechos nos demuestran que el exagerado entusiasmo de los defensores del (des)orden institucional, por querer ver los resultados como una muestra de madurez política del pueblo manifestada en el contundente rechazo a la corrupción de los partidos políticos, es desvirtuado por la realidad de lo que no sucedió.
Al pueblo de Guatemala se le presentó una oportunidad histórica de modificar el destino político de la nación, pero desafortunadamente fracasó en aprovechar esa oportunidad que se le puso a disposición inadvertidamente.
Esto porque la meta del principal instigador de la crisis política interna, los EE.UU que conto con colaboradores eficientes como la CICIG y del sector oligárquico agrupado en el CACIF, era ir tras las cabezas de los grandes delincuentes institucionales que se habían convertido en una carga pesada e inconveniente para sus planes imperialistas de seguridad, desarrollo y prosperidad previstos para el área centroamericana, y no propiciar las condiciones para un cambio auténticamente democrático en Guatemala que nunca estuvo en consideración.
El pueblo no supo aprovechar esa ventana que se le abrió y cayó en el hechizo de la revolución de color -la primavera azul y blanco- encabezada por los sectores de clase media urbana que siguiendo puntualmente el guion trazado desde Washington y su cruzada anticorrupción, se limitó a demandar la renuncia y el castigo de los corruptos designados como el enemigo público #1, ahogando cualquier insinuación de una depuración profunda del sistema político oligárquico sumergido en una crisis profunda de credibilidad y legitimidad. Como lo volvemos a reiterar, eso nunca estuvo contemplado en la agenda intervencionista de los EE.UU, como tampoco de sus lacayos del CACIF que protegidos por la CICIG, al mantener ésta el silencio sobre su participación en las redes de defraudación aduanera, aprovecharon la crisis política para lavarse la cara y presentarse ante la ciudadanía como adalides del movimiento anticorrupción que conmocionaba al país, al tiempo que defendían, conjuntamente con la embajada estadounidense y los medios de prensa serviles, la celebración de las elecciones como la única solución para salir de la crisis desatada por los escándalos de corrupción gubernamental que había roto el sagrado orden institucional burgués que era necesario reparar.
Así las cosas y con la crisis en plena efervescencia la ciudadanía entusiasmada tras haber forzado la salida y encarcelamiento del presidente Otto Pérez Molina acude a las urnas a expresar a través de su voto el repudio a la corrupción de la clase política, sin quizás percatarse que estaban siendo participes de un proceso fraudulento nacido de las entrañas mismas del sistema político-económico implantado por la clase oligárquica y los militares, que ha producido el engendro de la corrupción, el que paradójicamente se pretendía sanear con unas elecciones teñidas de corrupción e ilegalidad.
Ahora y con los resultados a la vista de todos es fácil caer en la cuenta de que todo ha sido una farsa bien montada, la corrupción no fue derrotada, los dos partidos políticos más corruptos son los grandes ganadores, la composición del nuevo congreso y el número de alcaldías ganadas así lo atestiguan. Por otra parte el triunfo del candidato anticorrupción que la prensa ha elevado por los cielos es frágil, pues no llega ni al 25%.
Esto que indica que el proyecto de rescate del sistema capitalista oligárquico en crisis que intentan las fuerzas ultraconservadoras carece de firmeza, situación que deben aprovechar las fuerzas progresistas de izquierda para diseñar una estrategia acorde con la coyuntura actual que sea capaz de articular un movimiento político que conduzca al establecimiento, en el mediano o largo plazo, de un orden político, económico y social plenamente democrático.
Hay que tomar muy en cuenta que el voto de protesta representado por el abstencionismo (29.67%) y el voto nulo (4.17%) y en blanco (5.03%) que en estas elecciones se constituyó en la fuerza más significativa, representa una base muy sólida desde la cual iniciar el trabajo para la refundación de Guatemala.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.