"A la mujer dijo (Dios): Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolores darás a luz a los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti". Génesis 3:17
Es usual que relacionemos la pureza con la virtud e interpretemos que la misma se alcanza con la ausencia de pecado.
Ahora bien, el pecado es, en términos cristianos, la desviación del orden de dios. Se cree que el ser humano se aleja de dios cuando peca, y que el sexo es una de las principales fuentes de "contaminación espiritual”.
La relación entre la virginidad y la pureza proviene de suponer que Jesús es producto de una concepción virginal.
También debemos entender que, desde la interpretación cristiana, la negación del disfrute, así como de los intereses individuales, es entendida como virtud. En palabras de Jesús mismo:
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.”
Podemos también citar a Pablo de Tarso:
“En otro tiempo todos nosotros vivimos entre ellos en las pasiones de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de la mente; y por naturaleza éramos hijos de ira, como los demás.”
Evidentemente, negar la naturaleza humana pasa a ser un requisito para obtener la salvación y merecer el Reino de los Cielos. Aquí entra en juego el juicio moral sobre aquello que las Escrituras penalizan por ser opuesto a los designios bíblicos.
La culpa y el remordimiento eterno matizan un discurso acusatorio hacia la conducta sexual y principalmente hacia la mujer.
La Biblia sostiene que María concibió a Jesús en un estado de virginidad y, por ello, de pureza.
También enaltece el valor del sufrimiento como una alegoría de su salvador y un medio para la purificación del alma. Incluso Jesús nos enseña a sufrir por amor; nos dice que no hay mayor bien para las almas que las gracias obtenidas por medio del sacrificio libremente ofrecido.
No hay antecedentes pre cristianos de la virginidad como sinónimo de pureza, ni tampoco de la relación entre la sexualidad y el pecado; menos aún del auto sacrificio como virtud en relación a una recompensa celestial.
Éstas son, en efecto, construcciones del ideario cristiano que han llegado hasta nuestros días.
El cristianismo no sólo nos legó la Inquisición, las cruzadas y las tantas masacres e injusticias fomentadas históricamente, se ocupó también de promover una visión nefasta de la sexualidad humana y del género femenino.
Como consecuencia ello, incluso hoy las culpas y el peso del juicio moral recaen sobre millones de mujeres alrededor del mundo.
Desde la antigüedad, principalmente en la Edad Media, cuando lo femenino era frecuentemente relacionado con brujería y rituales satánicos, hasta la actualidad, con muchísimas mujeres aún relacionando el sexo con el pecado y reivindican criterios como la virginidad y la abstinencia sexual, el discurso de culpas y menosprecio que el cristianismo ha impuesto parece ser la guía moral consensuada por un género que ha sido por demás menospreciado, históricamente negado y absolutamente invisibilizado.
El relato bíblico nos presenta una inequívoca preponderancia de Adán, como creación e imagen de dios, por sobre la mujer, consecuencia de esa creación primera.
El discurso cristiano ha segregado, negado y demonizado a la mujer, cubriéndola con absurdas acusaciones de pecaminosidad.
En el texto bíblico, la mujer es un simple objeto que se rapta, se compra o se vende, sosteniendo incluso que con ella comenzó el pecado, ya que en la primera mujer carga el Génesis la responsabilidad de tomar y ofrecer al hombre el fruto del Árbol de la Ciencia.
Pasa a ser vista como la hacedora del mal, el origen del pecado y la personificación del deseo que aleja al hombre del sendero de la virtud y de dios.
Desde la aparición en escena del cristianismo, la mujer fue tomada por objeto y sometida a un discurso de culpas y menosprecio; debía guardarse para el hombre que llegara a ser su esposo y dueño.
La virginidad debía conservarse celosamente, como un valor que garantizaría la pureza y castidad del objeto de intercambio: ella misma.
Nota: A pesar que son varios los sistemas religiosos que menosprecian y deslegitiman a la mujer, como occidentales, el cristianismo es la creencia que afecta nuestras vidas en mayor medida, por tanto, mi análisis se centra en el efecto de éste en la vida de millones de mujeres.
Históricamente la virginidad ha sido una condición que sólo cobra valor para el sexo femenino, pero su importancia únicamente radica en los valores religiosos impuestos desde la niñez y no en una concepción innata o natural del ser humano.
-Pablo-