Matthew Lynn, El Economista ///Salvo que la hubieran descubierto usando especies protegidas en la tapicería de piel o suministrando utilitarios gratis al Estado Islámico, cuesta imaginar otro motivo por el que la noticia podría haber sido peor para Volkswagen.
Esta semana hemos sabido que la empresa ha manipulado el software de sus vehículos diésel para inducir a las autoridades a pensar que los motores eran más limpios de lo que en realidad son.
Los accionistas, con razón, se han deshecho de las acciones. Volkswagen, una de las empresas alemanas más grandes y respetadas, perdió una cuarta parte de su valor el lunes y las acciones siguieron sufriendo durante la semana. Y todavía puede empeorar mucho más antes de que termine el escándalo.
La falta de honradez
Pero hay un problema más grave más allá de VW. Se ha descubierto una serie de escándalos de empresas europeas que afectan en lo más hondo a una forma de hacer negocios. BP sufrió tremendos daños a su reputación y a sus finanzas tras el vertido de petróleo de Deepwater Horizon. Se sorprendió a un grupo de grandes bancos manipulando la tasa del Líbor en Londres. BNP Paribas se ha sometido a multas mayúsculas por infringir las sanciones.
Y ahora parece que VW está implicada en un engaño sistémico.
La Europa corporativa parece haber inoculado la falta de honradez en su ADN. Debe encontrar la manera de revertirlo porque si no, nadie querrá invertir en sus empresas.
Por el momento, los focos apuntan a VW. El viernes 18 de septiembre la Agencia de Protección Medioambiental de Estados Unidos dijo que los coches diésel de la compañía producían emisiones muy superiores de lo que sugerían las pruebas y que el software instalado en los vehículos estaba diseñado especialmente para provocar confusión. Los coches generan mucha más contaminación de lo que ellos (o sus conductores) habían sido inducidos a pensar.
No es un error es un engaño
En respuesta, la empresa ya ha destinado 6.500 millones de euros a afrontar esta crisis y el director de su filial en EEUU, Michael Horn, ha reconocido que la empresa había "metido la pata hasta el fondo". Hasta qué punto ni él ni nadie más lo dice. Siempre pueden cometerse errores pero esto es otra cosa. El software estaba diseñado e instalado, y alguien de VW debió de haberlo autorizado.
Todavía falta esclarecer todos los hechos pero va a ser muy difícil convencer a nadie de que VW no se ha embarcado en una estrategia deliberada de falsedad. Se aprecia un patrón incómodo. Tras el vertido de Deepwater Horizon en el Golfo de México, el gigante petrolero británico BP se enfrentó a acusaciones de descuido y negligencia. La empresa se vio obligada a pagar multas históricas por su papel en la catástrofe, de las que aún no se ha recuperado del todo.
Aunque no se hubiera propuesto engañar, desde luego parecía haber permitido el desarrollo de una cultura de temeridad.
El escándalo del Líbor fue todavía más grave. Es un tipo clave de interés fijado en Londres, que se usa para valorar instrumentos financieros por todo el mundo, y fue manipulado sistemáticamente por algunos agentes para beneficio propio.
Bancos como Barclays, Royal Bank of Scotland y UBS tuvieron que pagar multas ingentes por su papel en el caso.
El regulador americano impuso al francés BNP Paribas una multa de 9.000 millones de dólares por esquivar las sanciones impuestas a Sudán, Cuba e Irán. Las grandes empresas de Europa se han visto afectadas por toda una serie de escándalos y, aunque los detalles difieran, todas tienen en su raíz una forma u otra de engaño.
¿Qué no funciona en Europa?
Y es que algo no funciona. Nadie pretende que las empresas sean hermanitas de la caridad. Está claro que su función es maximizar los beneficios y si en ocasiones pasan por alto las reglas para que ocurra, no es ninguna sorpresa.
El capitalismo no ha sido nunca un sistema apto para el remilgado de más. Sin embargo, parece haberse producido un aumento en estos últimos años del número y la escala de los escándalos que salen a la luz. Son, por supuesto, preocupantes en sí mismos (el engaño hasta ese punto siempre está mal) pero también suponen cada vez un problema para los accionistas.
Cuando se invierte en una gran empresa europea y multinacional, ¿cómo asegurarse de que no se verá afectada por un escándalo inesperado, hasta el punto de hacerla perder un tercio o la mitad de su valor en cuestión de días? La respuesta es que no se puede.
El problema principal es que a los altos directivos de las empresas les preocupan más sus propias carreras y bonificaciones que la salud a largo plazo de sus negocios.
En la banca de inversiones, antes de la crisis, se decía: "Yo no estaré ni tú tampoco", para describir la forma en que los directivos podían cerrar un acuerdo que quedara bien sobre el papel en cuanto a cifras de beneficios de este año e impulsara sus bonificaciones hasta alturas astronómicas, pero que todos sabían que sería nefasto a largo plazo.
No importaba porque ellos cobrarían sus bonificaciones y para cuando todo se fuese al garete ya estarían instalados en otro banco.
La misma cultura parece haberse extendido de la banca a la cultura corporativa en general. Cuesta creer que nadie en VW haya pensado que al final se descubriría el amaño de las emisiones. Pero, quién sabe, para entonces a lo mejor dirigen Toyota. Lo mismo pasa con manipular o saltarse las sanciones del Libor. Algún día tenía que salir a la luz pero, con un poco de suerte, no ocurriría en nuestro mandato.
Los accionistas deben repensar la forma en que los incentivos funcionan en las empresas europeas y en el tiovivo ejecutivo para que los directivos no tengan más remedio que pensar en la salud a largo plazo de los negocios y no limitarse a cumplir el objetivo del año.
Y pensar en la presión de rendimiento a corto plazo que ejercen, porque un descenso del 3% en el precio de las acciones partiendo de unos números algo decepcionantes es mucho mejor que un bajón del 50%. Si no lo hacen, los escándalos seguirán saliendo y perderán grandes cantidades de dinero cada vez que se hunda el valor de las empresas.
Y supuestamente eso no lo quiere nadie.
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