La ex precandidata presidencial y ex secretaria de Estado Hillary Clinton, esposa del ex presidente William Clinton, inició ayer formalmente un nuevo intento por alcanzar la presidencia de Estados Unidos en las elecciones previstas para el año entrante.
Es, por lo pronto, la única aspirante en las filas de su partido, el Demócrata, y cuenta allí sin duda con un formidable capital político que podría enfilarla a ganar las primarias y obtener la postulación sin un gran esfuerzo.
Pero nada está escrito: en 2008 Clinton actuaba en una situación favorable parecida cuando el entonces desconocido Barack Obama se le interpuso en el camino y le arrebató la candidatura demócrata.
Sea como fuere es claro que la abogada oriunda de Chicago volverá a la primera línea de la política interna de la superpotencia al menos por los meses próximos y es pertinente, por ello, tener en cuenta sus posturas y sus actitudes.
Cabe recordar que Hillary se ha presentado siempre como una restauradora del poderío estadunidense, a diferencia de su marido, y del propio Obama, quienes aderezaron sus campañas (1992 y 2008, respectivamente) con propuestas para reformarlo, si bien no necesariamente cumplidas una vez instalados en la Casa Blanca.
Y aunque en el video en el que anunció formalmente que disputará la presidencia deslizó guiños a sectores tradicionalmente marginados o discriminados –afroestadunidenses, latinoamericanos, minorías sexuales– y ofreció combatir la desigualdad social, lo hizo desde una perspectiva de defensa del statu quo y del llamado American way of life.
Aunque no hizo referencia a política exterior, sus tendencias en este ámbito son de sobra conocidas, toda vez que fue la responsable de la diplomacia durante el primer mandato de Obama (2009-2013).
En ese periodo Washington cambió sus prioridades estratégicas de Irak a Afganistán y moderó algunas de las expresiones más impresentables de su política imperial, pero no varió un ápice sus afanes hegemónicos e injerencistas ni modificó sus alianzas con regímenes caracterizados por su violación masiva a los derechos humanos, como Arabia Saudita, Israel y Pakistán.
Bajo la dirección de Clinton, el Departamento de Estado mantuvo hacia gobiernos independientes de América Latina la combinación de desinterés y hostilidad que lo caracterizaron durante los periodos de George W. Bush en la Casa Blanca y un intenso respaldo a las violentas estrategias policiales y militares emprendidas por las administraciones de México y de Colombia.
Pero el episodio más revelador de las tendencias de Clinton fue el cruento golpe de Estado perpetrado por sectores oligárquicos de Honduras por medio del cual fue depuesto el presidente Juan Manuel Zelaya (junio de 2009), episodio en el cual la entonces secretaria de Estado desempeñó un papel decisivo para permitir la consolidación de los golpistas en el poder, en alianza con sectores empresariales hondureños y estadunidenses.
Tales son, en síntesis, algunos de los antecedentes más relevantes de Hillary Clinton, la primera precandidata formal a la presidencia de Estados Unidos para los comicios de 2016.