La dominación no siempre se ejerce mediante la fuerza, ni a través de las armas o la coerción directa. Los símbolos constituyen un campo de batalla silencioso de la sempiterna guerra entre opresores y oprimidos.
Y no hay nada que guste más a los poderosos que apropiarse de las palabras y su significado. Ese es el caso de “sociedad civil”, un concepto que ha sido manipulado y puesto al servicio de quienes buscan perpetuar el tipo de sociedad consumista y capitalista que ha marcado la modernidad. Igual suerte corren otros como derechos humanos, democracia y libertad, que pierden todo sentido práctico en sociedades basadas en la injusticia y la desigualdad.
No es extraño entonces escuchar hablar de “apoyo a la sociedad civil” cuando se entrena y arma a grupos subversivos para derrocar gobiernos legítimos, que no son complacientes con el estatus quo global. Pero nunca se invoca para hablar de aquellos que reclaman en las calles un puesto de trabajo digno, el fin de la austeridad y la destrucción de los servicios sociales o que el 1 % de la humanidad no continúe tomando las decisiones por el otro 99 %.
En medio de ese escenario se llevará a cabo en Panamá, a comienzos de abril, un foro sobre la sociedad civil de nuestro hemisferio, cuyos resultados serán presentados a los mandatarios asistentes a la VII Cumbre de las Américas.
Cuba, que asistirá a este evento por primera vez, deberá enfrentar allí las viejas tácticas de vestir a algunos asalariados de potencias extranjeras como luchadores por los derechos humanos, mientras se intenta desconocer a las más de dos mil organizaciones y proyectos que conforman nuestra sociedad civil.
La Constitución cubana garantiza los derechos de asociación y establece que estos son “ejercidos por los trabajadores, manuales e intelectuales, los campesinos, las mujeres, los estudiantes y demás sectores del pueblo trabajador”.
Además, se refiere directamente a las garantías de las organizaciones de masas y sociales, cuyos miembros “gozan de la más amplia libertad de palabra y opinión”.
Existe, asimismo, una Ley de Asociaciones del año 1985 que tiene como fin regular ese derecho constitucional y bajo la cual están inscritas más de dos millares de organizaciones con intereses científicos, culturales, deportivos, de solidaridad, entre otros.
Aún así, hay quienes se empeñan en cuestionar la validez de una sociedad civil que no busca parecerse a ninguna otra, de la misma manera que es único el proyecto político y económico que soberanamente ha decidido construir el pueblo cubano durante más de medio siglo.
El Foro de la Sociedad Civil Cubana Pensando Américas, celebrado en La Habana el pasado 17 de marzo, fue una muestra de la vitalidad y heterogeneidad de las formas de asociación en el país, así como de las profundas transformaciones que se han llevado a cabo durante los últimos años.
Allí se reunieron más de 300 representantes de los trabajadores por cuenta propia, la Central de Trabajadores de Cuba, los estudiantes, la Federación de Mujeres Cubanas, los artistas, los intelectuales, los educadores, los científicos y los religiosos.
Sus reflexiones colectivas sobre lo que se ha hecho en materia de derechos para todos los ciudadanos y la dignificación de todo un pueblo, así como los debates sobre lo mucho que falta por hacer para perfeccionar nuestro sistema político y económico, seguramente sorprenderían a quienes solo ven una contradicción entre la sociedad y el Gobierno.
Y es que cuando un Estado representa los intereses de las grandes mayorías, no tiene por qué haber un antagonismo insalvable con las asociaciones que de manera libre establecen los ciudadanos.
Quienes tienen esos temores son los mismos que pregonan la abolición de las instituciones públicas cuando se trata de llevar servicios sociales al pueblo, pero que recuerdan al Estado cuando se trata de salvar a bancos especuladores, que por poco lanzan al precipicio toda la economía global.
Cuba, aunque no es un caso único, es un buen ejemplo de cuánto se puede hacer cuando el gobierno y la sociedad trabajan juntos en la construcción y la aplicación de las políticas que han sido debatidas y aprobadas democráticamente por las mayorías.
Como quedó demostrado en el Foro, eso no implica que las opiniones sean unánimes, sino que en la diversidad y la confrontación de ideas está la clave para superar los retos de un país subdesarrollado, que ha sufrido más de medio siglo de agresiones de la mayor potencia económica y militar del mundo, y que ahora avanza en un nuevo proceso para establecer una relación civilizada con ese adversario.
Los debates, en muchos sentidos críticos del accionar propio y el del Estado, demostraron que Cuba dista de ser una sociedad perfecta u homogénea, pero que ha decidido perfeccionarse sin injerencias ni presiones externas.
Esos mismos jóvenes, intelectuales, sindicalistas, científicos y trabajadores de todos los sectores y formas de propiedad, llevarán también la voz de toda una nación en apoyo a la República Bolivariana de Venezuela, cuyo pueblo lucha por una sociedad cada vez más justa, lo cual le ha valido para que la superpotencia imperialista la acuse de amenazar su seguridad nacional.
Tomado de Granma
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