De entrada, al encontrarse con ese letrero de Televisa producciones, uno sabe que va a ver una telenovela reducida a un par de horas y sin propagandas. Ya la guardia está abajo, se respira tranquilo y nos consolamos pensando en que no siempre se entra al cine a ver buenas películas.
A veces también es válido distraerse con una gran explosión, con el rugido de un monstruo o con la información que uno pueda recopilar sobre la vida de un famoso.
La biopic de Cantinflas, un cómico tan enraizado en el pueblo mexicano como el mezcal o el mariachi, sería una buena excusa para salir un rato de la casa.
Y al principio nos emocionamos y asombramos al ver al español Óscar Jaenada encarnar con precisión al Mario Moreno actor de ferias de barracas, al payaso con la cara tiznada de negro que empezaba a soltar unos monólogos enrevesados, laberínticos, pero que de alguna manera se identificaba con un pueblo que estaba con hambre, que pasaba frío y que no sabía ni leer ni escribir.
La narración paralela en un principio también funciona bien, así ese Hollywood de la edad de oro nos parezca de cartón, así los actores norteamericanos sean incompetentes y que la Elizabeth Taylor que se consiguieron se parezca más a Victoria Ruffo que a Cleopatra.
La telenovela todavía no aparece, han pasado quince minutos y nos estamos divirtiendo genuinamente.
Pero a medida que avanza la película nos damos cuenta que Televisa nos ha hecho una emboscada. Sí, este muchacho gallego, vaya que imita muy bien a Cantinflas y todo lo que usted quiera, pero… ¿A qué horas nos van a mostrar a Mario Moreno el hombre? Eso es una deuda que nunca logrará saldar el filme.
Los que conocieron a la persona que se escondía detrás del bigote partido, la gabardina roñosa y los pantalones caídos, afirmaban que estaba lejos de ser un santo y algunos, como el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante se atrevieron a afirmar que era “un hombre Insoportable”.
El autor de Tres tristes tigres entrevistó alguna vez al cómico mexicano porque quería escribir sobre sus películas, pero Moreno fue enfático en decir que a él no le interesaba hablar de cine sino de sus obras benéficas. Cabrera Infante, aburrido, se levantó en el acto.
Para entrevistar a farsantes que se hacen pasar por santos hubiera viajado a Calcuta a verse con la Madre Teresa en una de sus casas de la muerte.
A medida que se fue convirtiendo en el hombre más famoso y rico de México, Mario fue estrangulando a Cantinflas. Ya sus monólogos no tenían esa carga política que ridiculizaba al poderoso, ya su personaje no tenía ese tufillo rebelde, diogenesco y pícaro que lo llevaba a ser un vago irreductible al que la sola posibilidad de trabajar, de entrar en el sistema, le daba urticaria.
La rebeldía de sus primeros y mejores filmes se fue disipando hasta encontrarnos con el hombre viejo, gordo y reaccionario de Patrullero 777, una producción que recibiría un único premio: el de la policía del D. F. que la consideró la mejor película del año 1978.
Un tipo sangrón y prepotente, que dista mucho de ser el gran defensor de los actores que muestran en la biografía cinematográfica. Según varios de sus colegas, compartir set con Mario Moreno era una pesadilla. No solo humillaba sino que en sus larguísimas improvisaciones borraba de paso al compañero de diálogo. En el plató, mientras él estuviera, no había director que mandara.
La mayoría de grandes cómicos del siglo XX pretendían el control absoluto de las películas en las que estuvieran participando. Es por eso que Chaplin, Keaton, Jaques Tati y Harold Lloyd terminaron dirigiendo sus propias producciones.
A Cantinflas, la verdad sea dicha, lo único que le importaba era que su rostro saliera en todos los planos.
Eso explica por qué sus primeros filmes fueron los mejores, porque detrás de la cámara estaba alguien como Arcady Boytler, el gran realizador ruso que filmó la maravillosaÁguila o sol o Juan Bustillo Oro, el inmortal artífice de Ahí está el detalle, directores con carácter férreo que no estaban ahí para complacer los caprichos del divo sino para hacer obras de arte.
Cuando su fama fue creciendo no solo decidía que actores tenían que estar a su lado, la mayoría escogidos por su probada incompetencia ya que nadie podía opacar el brillo de la estrella, sino qué directores tenían que ponerse de rodillas ante él y complacerlo en sus exigencias.
El pueblo, que en masa aplaudía sus irreverencias, le volteó la espalda.
Ya mediados los sesenta y con una cirugía plástica acribillándole el rostro, Cantinflas dejó de ser un cómico popular para convertirse en una marioneta de la dictadura del PRI: ante la horrenda masacre de Tlatelolco el cómico no hizo ninguna declaración y solapadamente aprobó con su silencio el genocidio de miles de estudiantes. Encerrado entre el lujo y la soberbia, Mario Moreno escupió sobre el mismo público que lo había convertido en el cómico más popular de América Latina.
Y bueno, las peleas, los conflictos, la música empalagosa, la lluvia cayendo sobre un rostro, te van anunciando, sin que te des cuenta, que has entrado al universo Televisa; un lugar frívolo donde hasta el mismísimo Marlon Brando se puede convertir en un temible rival del galán principal.
Poco apegada a la realidad, con un diseño de arte lobo y ramplón, con actuaciones que rayan la intrascendencia y lo caricaturezco, Cantinflas es un biopic sin carne, sin anécdotas, sin investigación, que tiene como única justificación el hecho de que la gente vuelva a ver esa joya llamada El gendarme desconocido, de resto es una película intrascendente y mediocre que se hundirá, inevitablemente, en la pútrida y espesa ciénaga del olvido.
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