Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Pregunten a cualquier gobernante árabe y les hablará de los grandes sacrificios que sus países han hecho por Palestina y los palestinos.
Sin embargo, tanto la realidad histórica como la actual dan testimonio no sólo de que no estuvieron a la altura de lo que se esperaba de ellos ni mantuvieron la solidaridad con sus hermanos oprimidos, sino también de la traición oficial árabe a la causa palestina. La guerra contra Gaza y el dudoso papel jugado por Egipto en las conversaciones para un alto el fuego entre Hamas e Israel son buen ejemplo de ello.
Lean estos comentarios de Aaron David Miller, un investigador del Wilson Center, en Washington, para apreciar la profundidad de la inequívoca traición árabe. “Nunca he visto una situación así, con tantos estados árabes consintiendo la muerte y destrucción de Gaza y la paliza a Hamas”, decía Miller en The New York Times. “El silencio es ensordecedor”.
Miller explica el silencio árabe en relación a su odio hacia el Islam político, corriente que adquirió máxima importancia tras la denominada Primavera Árabe. Ese ascenso vio la llegada a los centros de poder de movimientos como los Hermanos Musulmanes en Egipto y al-Nahda en Túnez. La “Primavera Árabe” desafió, y al menos temporalmente deshizo, la hegemonía sobre el poder a causa de la corrupción de las elites árabes prooccidentales, desatando las energías de sociedades civiles históricamente marginadas.
El Islam político, especialmente el que está afiliado a una ideología islámica moderada conocida como al-Wasatiyyah (que podría traducirse como “moderación”), arrasó en los votos de varias elecciones democráticas. Al igual que la victoria de Hamas en las elecciones palestinas en 2006, otros movimientos islámicos siguieron su ejemplo durante el tiempo de la “Primavera Árabe”, abriendo un pequeño margen a la democracia y a la libertad de expresión.
El peligro de los movimientos islámicos políticos que no se adhieren a una ideología extremista como la del Estado Islámico y al-Qaida, por ejemplo, es que no resulta fácil descartarles como “extremistas”, “terroristas” y términos así. A veces, de hecho a menudo, parecen mucho más inclinados a jugar el juego democrático que los autoproclamados movimientos árabes “laicos”, “liberales” o “socialistas”.
La última guerra de Israel contra Gaza, que empezó el 7 de julio, se produjo en un momento en que al Islam político le habían desarraigado de Egipto y criminalizado en otros países árabes. Fue el primer ataque militar israelí importante contra Gaza desde el derrocamiento del Presidente de Egipto, democráticamente elegido y perteneciente a la Hermandad Musulmana, Mohammed Morsi, acaecido el 3 de julio de 2013. Aunque la guerra israelí se trocó en genocidio en el transcurso de escasos días (miles de personas asesinadas, miles de heridos y casi la cuarta parte de la población de Gaza sin hogar), la mayoría de los países árabes permanecieron en silencio. Fanfarronearon casualmente alguna que otra condena sin apenas significado. Sin embargo, Egipto llegó aún más lejos.
Poco después de que empezara la “Operación Borde Protector” de la guerra de Israel, Egipto propuso un más que sospechoso alto el fuego, algo que incluso le extrañó a The Times. “El gobierno en El Cairo… sorprendió a Hamas proponiendo públicamente un acuerdo de alto el fuego que cumplía todas las demandas de Israel y ninguna del grupo palestino (Hamas)”, escribió David Kirkpatrick el 30 de julio. Hamas, el principal partido palestino en el conflicto, al que el gobierno egipcio denomina también “terrorista”, no fue consultado y sólo se enteró de la propuesta a través de los medios de comunicación. Por supuesto, Benjamin Netanayahu acogió bien la propuesta egipcia; el Presidente Mahmud Abbas de la Autoridad Palestina, el principal rival de Hamas, y firme opositor a la resistencia armada (y, podría decirse que, en realidad, a cualquier forma de resistencia palestina) dio la bienvenida al “fraternal” gesto egipcio; otros gobernantes árabes se apresuraron a elogiar a Abdul Fatah al-Sisi, de Egipto, por su astuto liderazgo regional.
Desde luego que toda la historia no era sino una farsa que pretendía finalmente culpar a Hamas y a la resistencia en Gaza por negarse a poner fin al conflicto (un conflicto que no empezaron y del que son su principal víctima), y apoyar a Sisi como el nuevo icono de paz y moderación en la región; el tipo de “hombre fuerte” con el que al gobierno de EEUU le gusta hacer negocios.
Todo fracasó, por supuesto, por una única razón, la resistencia de Gaza se mantuvo firme, costándole a Israel serias pérdidas militares y ganándose la simpatía y el respeto mundial.
Pero no llegó respeto alguno de los tradicionales gobiernos árabes, faltaría más, incluidos aquellos que alaban la legendaria “sumoud” –entereza- del pueblo palestino en todas las ocasiones, discursos y sermones. El nuevo éxito de Hamas, que había ido cayendo en el olvido tras el derrocamiento de la Hermandad en Egipto y la ruptura de lazos con Damasco y Teherán, fue desconcertante e inmensamente frustrante para esos gobiernos.
Si Hamas sobrevive a la batalla de Gaza, la resistencia promocionará su entereza como una victoria ante el supuestamente ejército más fuerte del Oriente Medio. Netanyahu va a tener que afrontar consecuencias nefastas en casa. Los lazos entre Hamas e Irán podrían renovarse. El “campo de la resistencia” podría reavivarse una vez más. La victoria moral para la Hermandad y la derrota moral de Sisi (y su esperado papel regional) serían sorprendentes.
Entre varios países árabes e Israel se llegaron a alianzas de todo tipo para asegurar la desaparición de la resistencia en Gaza, no sólo de la resistencia como idea y sus expresiones prácticas, sino también de sus manifestaciones políticas, que van mucho más allá de los confines de la asediada Gaza.
Martin Indyk, ex cabildero de Israel y actual vicepresidente de la Brookings Institution en Washington, tiene una explicación: “Se produce un ‘alineamiento de intereses’ entre las naciones que no son aliadas pero que tienen ‘adversarios comunes’”, declaró a Bloomberg. “Como ven que EEUU está menos comprometido de lo que estaba antes, es natural que se miren unos a otros –silenciosamente, bajo cuerda, en la mayoría de los aspectos- para encontrar una forma de ayudarse entre ellos”.
Naturalmente, la última ronda de negociaciones de alto el fuego en El Cairo fracasó porque la parte que las alberga considera que el principal grupo de la resistencia palestina, Hamas, es un grupo terrorista y lo último que querría ver es un escenario en el que Gaza prevalezca sobre Israel. Si la demanda de la resistencia de poner fin al bloqueo se acepta, especialmente la exigencia de reactivar el puerto y el aeropuerto de Gaza, Egipto ya no dispondría de capacidad de apalancamiento contra Hamas, la resistencia ni el pueblo palestino en general.
Y si la resistencia gana –manteniendo a raya al ejército israelí y consiguiendo algunas de sus demandas- es probable que cambie el discurso político del Oriente Medio, donde los débiles, una vez más, se atreverán a desafiar a los fuertes exigiendo reformas, democracia y amenazando con la resistencia como una forma realista de conseguir esos objetivos.
Curiosamente, la victoria de Hamas en las elecciones legislativas palestinas de 2006 había reavivado la posibilidad del Islam político al conseguir sus objetivos a través de las urnas, lo que fue un presagio de la aparición del Islam político por toda la región tras la “Primavera Árabe”. Cualquier victoria de la resistencia palestina puede también considerarse peligrosa por quienes quieren mantener el statu quo por toda la región.
Algunos dirigentes árabes continúan declarando su firme apoyo a Palestina y a su causa. Sin embargo, la “Operación Borde Protector” ha dejado fuera de duda que esa solidaridad no es más que mera palabrería; y que, aunque discretamente, algunos árabes desean ver cómo Israel aplasta cualquier atisbo de resistencia palestina, en Gaza y en cualquier lugar.
Ramzy Baroud es Doctor en Historia de los Pueblos por la Universidad de Exeter. Es editor jefe de Middle East Eye, columnista de análisis internacional, consultor de medios, autor y fundador de PalestineChronicle.com. Su último libro es “My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story” (Pluto Press, Londres).