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Nicaragua: Gesta de los héroes de Pancasán


La Guardia Nacional copaba todos los espacios y salidas.
Los jóvenes guerrilleros no tenían ninguna escapatoria. Debían enfrentarse tan sólo con su mística y valentía ante un ejército versado en crímenes, mejor entrenado y con mucho mejor armamento que ellos. 

La muerte era inminente, y los resultados lo demostraron: 13 miembros de la columna guerrillera dejaron sus vidas en esa gesta, la Gesta Heroica de Pancasán, acaecida exactamente hace 47 años en las montañas de Matagalpa. 

Ese 27 de agosto de 1967, marca el comienzo de una nueva etapa en el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), pues a partir de ese momento se toma la decisión de una lucha frontal y decidida contra la Dictadura Somocista, dada la conciencia generalizada de que el régimen no caería, sino por la fuerza de las armas, reseña un reporte del portal oficial El 19 Digital.

 Ocupaba la presidencia en ese entonces Anastasio Somoza Debayle. El tercero de la dinastía. Antes habían sido jefes de Estado su padre Anastasio Somoza García -ajusticiado en 1956 por el joven poeta Rigoberto López Pérez- y su hermano Luis Somoza, llamado eufemísticamente “El Bueno”, pero que había sido responsable de la matanza de jóvenes estudiantes en 1959. 

Con pocos meses de estar en el poder, “Tachito”, a como se le conocía, tenía sobre sí la responsabilidad y la firme decisión de eliminar cualquier oposición verdadera. 

La única opción la representaban un grupo de jóvenes idealistas que en 1961 fundaron el FSLN, y que desde entonces buscaban cómo terminar con el régimen de los Somoza y su gobierno de terror. 

Pero hasta la fecha sin ningún resultado concreto. Pancasán era en ese entonces un lugar perdido de la geografía nacional, con bosques tupidos, ríos caudalosos y con comunicaciones casi inexistentes. A ello había que sumar una población campesina distribuida a lo largo de varios kilómetros, sumida en la pobreza, la desigualdad y la injusticia. 

En ellos encontró el Frente Sandinista la simiente de donde germinaría la decisión de todo un pueblo de luchar por su libertad.

 Tras largos meses de estar internados en esas montañas, los combatientes sandinistas fueron denunciados a la Genocida por un juez de mesta, “ojos” y “orejas” de la dictadura en las zonas rurales. 

No obstante ya habían creado una red de colaboradores y guías entre el campesinado, quienes luego ayudarían a los sobrevivientes a escapar de las garras de los cazadores.


 Cuando la Guardia se internó al monte en horas de la mañana para eliminar al foco guerrillero, estos ya no tenían ninguna escapatoria. 

Los fieros combates se suscitaron en todo el perímetro y más allá de la hacienda “Washington” donde los sandinistas estaban asentados.

 La marcha por salvar la vida era prácticamente una causa perdida. 

Para la tarde yacían muertos Silvio Mayorga -quien comandaba la columna guerrillera-, Rigoberto Cruz, cuyo seudónimo era "Pablo Úbeda", Carlos Reyna, Carlos Tinoco, Otto Casco, Francisco Moreno, Nicolás Sánchez, Fermín Díaz, Felipe Gaitán y Ernesto Fernández, entre otros. 

Posteriormente fue capturado, torturado y asesinado el joven médico Oscar Danilo Rosales. Unos jóvenes que soñaban con una patria mejor para todos Quienes recuerdan a esos muchachos los describen como seres sin iguales, comprometidos con las causas justas. 

Con pocas defectos de hombres y muchas de las virtudes de los ángeles. Llegaron a la zona como misioneros. Enseñaban a leer y a escribir a los campesinos. 

Pero también les despertaban conciencia de sus derechos y de que una Nicaragua mejor era posible. Entre estos se contaba al fundador y máximo dirigente del Frente Sandinista, comandante Carlos Fonseca Amador. Su voz dulce pero decidida, sus ideales, su estatura moral no dejaban lugar a dudas: Este hombre tenía un objetivo y lo iba a cumplir. 

Para esa época Víctor Guillén, ahora de 75 años, era un campesino que servía como guía a los guerrilleros. Cuenta que se sentía como embrujado por ellos, pero que fue Carlos quien más impactó en él por la visión profética de sus palabras. 

Recordó cómo Carlos le dijo que al triunfar la Revolución se cambiaría a la Guardia Nacional, se repartirían las tierras entre el campesinado, se construirían viviendas, habría justicia, educación y salud para todos. “Carlos tenía una visión profética-científica”, aseguró. 

Otros cuentan que los guerrilleros les daban esperanzas en esas sus vidas monótonas y sin anhelos de algo mejor. 

“Me acuerdo que nos decían: «mire compañera, nosotros tenemos buenas casas allá en Managua, pero estamos aquí para que todos podamos vivir mejor, para que todos seamos iguales.

 La Guardia son unos perros, estamos aquí porque no queremos más Guardia»”, según testimonia Julia Polanco, de 65 años.

 Pero a los trágicos acontecimientos de ese 27 de agosto de 1967 siguieron otros no menos dolorosos. Las vejaciones, el asesinato y la persecución al campesinado no se dejaron esperar cuando ya no quedaban dudas de que la columna guerrillera había sido derrotada. 

“La Guardia era grosera, mataban a cualquiera por una simple sospecha”, refirió Julia Ochoa Pérez, una vieja colaboradora histórica del Frente, que a sus 76 años aún recuerda con lujo de detalles esos momentos aciagos para sus familias y para todo el que colaborara con el FSLN. “Nosotros les dábamos comida a los muchachos. 


Les dábamos tortillas, frijoles, porque otra cosa no teníamos para darles. 

Les ayudábamos en lo que podíamos. Por eso fue que la Guardia se ensañó con nosotros después”, manifestó Ochoa López. 

Muchos de ellos tuvieron que esconderse, internarse en las montañas o irse a la Costa Atlántica y mimetizarse entre las demás personas. 

Algunos lograron tener éxito, otros no. “Mi mismo papa fue asesinado por la Guardia, porque mi papa también era colaborador del Frente, y de aquí de Pancasán se fue a un lugar de la Costa a vivir y allí lo mataron. 

Mi mama también fue muerta y dos hermanos míos, jovencitos”, explicó Reyna Isabel Ochoa, de 70 años. Cuarenta y siete años después, la vida para estos campesinos transcurre en una especie de anonimato. Trabajan la tierra como siempre lo han hecho. 

Sus cuerpos, a pesar de no contar con las mismas fuerzas de antaño, aún guardan esa vitalidad del indio nicaragüense.

 “Sirvió. La lucha del Frente era para que hubiera libertad, que hubiera la libertad de tener por lo menos una vara de tierra, una casita. 

Esa fue la lucha y hoy cada quien aquí vive en su parcela, cada quien tiene su finquita, porque antes aquí en Pancasán eran como tres o cuatro dueños de todo”, señaló Encarnación Suárez, otra vieja colaboradora. 

Ya en esta segunda etapa de la revolución, la meta, según indicó Suarez, es revertir el daño que hicieron los 16 años de gobiernos de derecha, y lograr que el pueblo junto al Frente Sandinista pueda disfrutar plenamente por lo que tanto luchó. “Seguimos en la lucha. 

Si el Frente dice que va a ayudar, lo hace.

 El Frente nunca miente. Yo soy roja y negra de sangre”, expresó, con las esperanzas y recuerdos que se traslucen en sus rostros, ya surcados por el tiempo, en esa mirada expectante y fiel de cuando eran jóvenes y valientes junto a aquel puñado de luchadores.

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