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Centinelas de la vida


Los doctores Armando Caballero López, a la izquierda en la foto, y Álvaro Lagomasino Hidalgo, dos pilares de las Ciencias Médicas en Cuba. Foto: Echevarría , Arelys María

Santa Clara.—Pocas veces logran unir­se en dos personas tanto talento, profesiona­lidad y sencillez, co­mo en el caso de los doctores Álvaro Lago­ma­sino Hidalgo y Arman­do Caballero López, mé­­dicos villaclareños de larga trayectoria en el oficio de salvar vidas.
Si me preguntaran qué los diferencia, diría que únicamente el trabajo realizado —uno cardiocirujano y el otro intensivista—, porque en la práctica son muchas más las cosas afines que las que los separan.

Aunque ambos son conocidos, Caballero, como le llaman sus colegas, se presenta como un cubano nato, amante de la música, aunque no es muy bailador; apasionado a compartir con sus amigos y la familia, tres de los cuales son médicos como él: Nancy, la esposa; Armandito y Jorge, los hijos. También siente adoración por el café y la pelota.

Lago, en cambio, se considera un ardien­te lector, admirador de Fidel, Bolívar y el Che, sensible a la buena música, en especial la de los Beatles y Joan Manuel Serrat. Le gusta el vino tinto y la frase que más aprecia es aquella pronunciada por José Martí, donde dice que toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz. En fin, es un cubano común y corriente como cualquier otro, según se au­todefine.

En Santa Clara se les puede observar cualquier día en plena calle mientras hablan con un obrero, un dirigente, un carretonero, una fé­mina o el más encumbrado pelotero o científico, en fin, gente de pueblo, quienes los de­tienen para hacerle una consulta o expresarles “usted fue quien salvó mi vida, no re­cuerda”, a lo que casi siempre contestan, “ah, sí, como no, ¿estás bien?”, cuando en realidad casi no debían acordarse de los miles de pa­cientes que han devuelto a la vida.

Téngase en cuenta que Álvaro ha realizado miles de intervenciones quirúrgicas en el Car­diocentro Ernesto Che Guevara, y en el caso de Caballero, es jefe de la Sala de Cuidados In­tensivos del Hospital Arnaldo Milián Castro, a donde llegan semanalmente decenas de pa­cientes graves con peligro inminente para la vida, el 80 % de los cuales ha logrado sobrevivir, gracias a la labor del equipo encabezado por Caballero López.

Quienes los conocen, saben que a ellos los identifica, en primer lugar, una extrema sencillez, alejada de cualquier vanidad o vanagloria por tanto reconocimiento a la entrega y las mi­les de vidas arrebatadas a la muerte.

Los une, además, el infinito amor por la pro­fesión, como demostró en fecha reciente el doctor Lagomasino, quien regresó al quirófano para continuar reparando corazones, cuando muchos pensaban que tras la riesgosa in­tervención a que fue sometido el pasado mes de octubre en su órgano vital, todo había terminado para él.

Respecto a la pasión por la Medicina, el Doctor en Ciencias Armando Caballero Ló­pez, autor principal de los cuatro tomos de Te­rapia Intensiva que obtuvo el Gran Premio en el certamen anual de Salud 2011, expresa que le viene de su madre Francisca, auxiliar de en­fermera en una clínica privada antes del triunfo de la Revolución, quien despertó en él mu­cho interés por la profesión.

En cambio, el cirujano del Cardiocentro siempre soñó con ser piloto, mas, sus frecuentes ataques de asma se lo impidieron. Luego pensó en la arquitectura, y hasta llegó a matricular la carrera, sin embargo, al final, optó por la Medicina, una profesión que lo embaucó de tal modo que si volviera a nacer volvería a escoger esa noble labor.

En el afianzamiento de esa vocación influyeron, según reconocen, las grandes mujeres que los han acompañado durante años, porque tanto María, la esposa del cardiocirujano; como Nancy, la compañera en la vida de Ca­ballero, también son doctoras, y más que eso, amigas y consejeras de ambos.

Al indagar acerca de un asunto tan serio como la forma en que enfrentan el dilema diario entre la vida y la muerte, el médico intensivista recuerda que su especialidad es a la que más pacientes les fallecen, sin embargo nun­ca ha logrado acostumbrarse a esa idea, y de hecho, su función es luchar cada día por salvar a las personas.

Sobre el tema, el eminente cardiociruja­­no habanero devenido villaclareño, señala que ver fallecer a un paciente es uno de los trances más difíciles de su profesión, en cambio, cuan­do opera a alguien que estaba a punto de morir y logra extenderle la existencia, siente una gran satisfacción porque ha ganado un com­bate a la muerte.

Casi al final de la conversación, les sugiero me hablen de un asunto poco tratado como el intento de algunos en otras latitudes de comprarlos, ofreciéndoles jugosas ganancias con tal de lograr la deserción para ponerlos a trabajar al servicio de la medicina privada.

Al comentar ese hecho, el especialista de segundo grado en Anestesiología y Reani­ma­ción, Armando Caballero López —quien también es asistente extranjero en Rea­ni­ma­ción Médica de los hospitales de París, Fran­cia— muestra un diploma colgado en una de las paredes de su casa, firmado por Fi­del, donde puede leerse: Profesional incansable, eterno luchador por la vida y la esperanza. “Tú crees que esas cosas pueden traicionarse. Resulta imposible”, nos dice.

Al abordar el asunto, el doctor Álvaro La­go­masino me recuerda la respuesta ofrecida en ocasión de una entrevista realizada hace algunos años, en la cual nos decía que no ne­ce­si­taba salir de aquí para sentirse millonario. “Aquí tengo el cariño de muchísimas personas que me quieren y un país muy lindo al que no puede defraudarse”.

http://www.granma.cu/ciencia/2014-08-08/centinelas-de-la-vida

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