Hernán Cortés y otros hechos desconocidos sobre el canal de Panamá

Hernán Cortés y otros hechos desconocidos sobre el canal de Panamá

Sólo los marxista-leninistas enarbolan y llevan adelante la bandera de la revolución




Enver Hoxha, tras explicar en sus capítulos precedentes que supone el eurocomunismo, como nueva rama del revisionismo, pone punto y final a este documento recordando al lector ciertos problemas inherentes a la revolución proletaria, problemas que ya existían desde hace muchos años, y otros que se han acentuado notablemente en el devenir del tiempo. 

Entre ellos, destaca:

–La cuestión fundamental de pertrechar al partido ideológicamente y organizativamente con el marxismo-leninismo, sin hacer concesiones al eclecticismo en lo ideológico, ni a las fracciones y líneas en lo organizativo. 

–La continua aparición en los países capitalistas de diferentes versiones de la ideología burguesa, en el caso de Francia, Italia, y España, del eurocomunismo en cuestión.

 Y el deber pendiente del partido marxista-leninista de combatir a estas y otras ramas del revisionismo.

–La cuestión de combatir toda teoría oportunista, mantenido especialmente una: «actitud firme y resuelta hacia el revisionismo moderno», educando al partido y sus militantes a dejar un lado las tendencias indulgentes y sentimentalistas hacia la Unión Soviética y el jruschovismo, o del mismo modo, dejar el mito y propaganda de Mao Zedong, y no tratar de separar la política de Deng Xiaoping del Pensamiento Mao Zedong. O sea, realizar análisis objetivos acordes a la realidad existente, y no con la que se desea.

–El problema de los nuevos partidos marxista-leninistas a mantener una tendencia intelectualista y prepotente, que cierra las puertas al partido, a todo elemento –obrero o de las otras capas de la población– que no tiene el mismo nivel ideológico que los mejores cuadros del partido. 

Del mismo se critica igualmente la tendencia socialdemócrata a engrosar las filas del partido con cualquier elemento de cualquier extracto social con el fin de parecer un partido fuerte, o incluso aceptando la admisión de elementos de la clase obrera por simplemente pertenecer a este extracto, sin testar sus habilidades ni defectos. 

–La denuncia así mismo de la «manía» de formular buenos análisis y resoluciones, que apenas se registraran en los papeles, quedándose estas en círculos cerrados, ya que el partido no populariza estas consignas y programas entre las masas –ni siquiera entre los obreros– y tampoco pasa a la acción para remediarlo, provocando un aislamiento e incluso desconfianza de cara a las masas. 

Aplicase esta inoperancia también, para la dejadez de trabajar en los sindicatos o actos políticos diarios donde dominan otras fuerzas.

–Comprender el papel que juegan las organizaciones de masas como los sindicatos, las organizaciones juveniles, femeninas, estudiantiles etc., como correas de transmisión o palancas, del partido proletario. Sin subestimar si sobrestimar estas frente al partido.

–Conocer el papel que juega igualmente el ejército burgués, el cual pese a sus elementos de origen trabajador, son mandados por las castas reaccionarias, por lo que se debe persuadir al ejército o neutralidad a la mayor parte de sus elementos, para lograr una revolución victoriosa. He ahí su importancia.

–Saber lidiar y manejar las alianzas del proletariado y su partido, con el resto de capas de la población, en cada etapa sin caer en el izquierdismo, pero tampoco sin caer sobre todo en el oportunismo de derechas de pretender una unión de clases antagónicas cuando se tenga como fin la revolución socialista. 

He por ello que el frente único del proletariado y el frente popular de las masas trabajadoras son herramientas que el partido comunista tiene para estrechar sus lazos con las masas reformistas, anarquistas, revisionistas, apolíticas, en reivindicaciones puntuales, mientras no se deja de criticar su ideología, y se les persuade desde la práctica de estas acciones de la limitación de tal doctrina que profesan.

–Tener en cuenta y prepararse no sólo para aprovechar los aspectos legales que la democracia burguesa ofrece, sino también para el trabajo ilegal y clandestino, de otra forma, en países fascistas el partido comunista no puede operar, y de igual forma, en los países de democracia burguesa, este tarea, prepara al partido, frente a posibles invasiones imperialistas o frente al advenimiento del fascismo, y claro, para la revolución proletaria.

–Saber diferenciar el momento oportuno –condiciones objetivas y subjetivas– para emprender la toma de poder, no cayendo en el ejemplo de grupos aventuristas y pseudomarxistas conocidos por iniciar absurdas insurrecciones, prácticas terroristas, o guerrillas; grupos, de carácter más bien anarquista, que se hacen llamar «marxista-leninistas», y que suelen conocerse por rechazar o minimizar el papel del partido proletario y sus palancas –sindicatos, organizaciones juveniles etc.– y exagerar su propio potencial militar para su victoria. 

Los cuales como resultado, acaban defenestrado por las mismas masas, y en consecuencia fracasando, dejando de por medio también, una mala fama propagandística al comunismo a ojo de las masas, de la cual la burguesía se aprovecha para calificar al comunismo de aventurero y terrorista.

El documento:

Sólo los marxista-leninistas enarbolan y llevan adelante la bandera de la revolución

La sociedad actual capitalista, burguesa y revisionista está preñada de la revolución, y la revolución siempre se ha guiado y se guiará sólo por las ideas de Marx, Engels, Lenin y Stalin. 

Toda la gama de ideas que buscan revisar nuestra gran teoría, terminarán como siempre ha ocurrido en el basurero de la historia. Todas ellas junto al capitalismo, el imperialismo y el socialimperialismo, quedarán destruidas ante la gran fuerza del proletariado mundial que guía la revolución y se inspira en la inmortal doctrina del marxismo-leninismo.

Las tácticas y las maniobras de los eurocomunistas no pueden oscurecer nuestra gran doctrina y nunca podrá establecerse. Sólo los que están moldeados con esta doctrina –el marxismo-leninismo– y se atienen fielmente a ella, ven cuán peligrosos y astutos oportunistas tienen ante sí en la gigantesca luchar por el triunfo del mundo nuevo; del mundo socialista sin opresores, ni explotadores, sin el belicismo del imperialismo y el socialimperialismo belicistas, sin revisionistas, demagogos y traidores, ya sean viejos o nuevos.

En Francia, Italia, España y otros países capitalistas, depende en gran medida del proletariado y de su partido marxista-leninista el que fracasen las teorías que les son hostiles, las teorías antirrevolucionarias, antimarxistas, de los revisionistas. 

Sin un auténtico partido marxista-leninista que guíe al proletariado en las batallas de clase y en la revolución, no se puede combatir estas teorías antimarxistas que son propagadas por los partidos revisionistas, no se puede liquidar el poder de la burguesía.

Conscientes del gran daño que para la causa de la revolución y del comunismo ha supuesto el surgimiento y la propagación del revisionismo moderno, sobre todo el jruschovista, los revolucionarios marxistas-leninistas han sabido y podido oponer resistencia a esta gran embestida contrarrevolucionaria, han aprendido a organizarse y combatirla decididamente.

Con un elevado sentido de responsabilidad ante el proletariado de sus países y ante el proletariado mundial, se pusieron al frente de la encarnizada lucha de principios para desenmascarar la traición revisionista, y acometieron la tarea de crear nuevas organizaciones y partidos marxistas-leninistas.

En este gran proceso de diferenciación con el revisionismo moderno y de la lucha por la causa del comunismo, ha nacido y se ha desarrollado el movimiento marxista-leninista, que ha asumido la misión de enarbolar y llevar adelante la bandera de la revolución y del socialismo, traicionada y repudiada por los ex-partidos comunistas, a quienes la degeneración revisionista ha transformado en bomberos de la revolución proletaria y de las luchas de liberación de los pueblos. 

La formación de los nuevos partidos marxistas-leninistas constituyó una victoria de importancia histórica para la clase obrera de cada país, así como para la causa de la revolución a nivel mundial.

Los partidos en los que arraigó el revisionismo moderno de tipo: browderiano, titoista, eurocomunista, maoísta, fueron liquidados como partidos comunistas.

 El revisionismo les despojó de su espíritu marxista-leninista revolucionario, les transformó de destacamentos organizados de la clase obrera para llevar a cabo la revolución, en armas para la «extinción» de la lucha de clases la instauración de la «paz» de clases, el sabotaje de la revolución y la destrucción del socialismo.

No perdiendo de vista la lucha que los revisionistas modernos están desplegando contra la teoría y la práctica leninista sobre el partido, los auténticos revolucionarios comunistas combaten por la defensa, el reforzamiento y el desarrollo de los partidos proletarios, edificándose siempre desde la base de las enseñanzas del marxismo-leninismo.

 Son conscientes de que sin un partido de este tipo, sin un destacamento organizado y de vanguardia de la clase obrera, no se puede hacer la revolución, no se puede llevar a cabo correctamente y hasta sus últimas consecuencias la lucha de liberación nacional, no se puede hacer avanzar la revolución democrático-burguesa y pasar a la revolución proletaria.

No es por casualidad ni por un simple capricho que nace y se forma el partido marxista-leninista. Nace y se forma como resultado de algunos factores objetivos y subjetivos muy importantes. El partido marxista-leninista surge del seno de la clase obrera, representa sus elevadas aspiraciones, sus objetivos revolucionarios, desarrolla y lleva adelante la lucha de clases. 

Estando al margen de la clase obrera, al margen de sus objetivos revolucionarios, al margen de la teoría marxista-leninista –que es la teoría de la clase obrera–, jamás puede haber un partido marxista-leninista.

Un partido de la clase obrera se convierte realmente en un destacamento organizado de ésta, en su estado mayor, cuando se educa en la teoría marxista-leninista y la asimila, y cuando esta poderosa e insustituible arma la utiliza con habilidad y de manera creadora en la lucha de clases por el triunfo de la revolución, por la instauración de la dictadura del proletariado y la construcción del socialismo.

El partido que asimila esta teoría, pero luego no la aplica o la aplica erróneamente, y persiste en sus errores, no podrá avanzar por un camino correcto y terminará por desviarse del marxismo-leninismo.

Un auténtico partido marxista-leninista se caracteriza por su actitud firme y resuelta hacia el revisionismo moderno, hacia el jruschovismo, el titoismo, el pensamiento Mao Zedong, el eurocomunismo, etc. Trazar una clara línea de demarcación en esta cuestión es de gran importancia de principios.

Si un partido permite que en sus filas aniden ilusiones, tales como que: «en la Unión Soviética, independientemente de la ideología jruschovista, se está construyendo el socialismo», que en la dirección del Partido Comunista de la Unión Soviética existen «burócratas», pero también existen «revolucionarios y marxistas-leninistas», entonces, quiérase o no, ese partido ya no se mantiene en posiciones marxistas-leninistas, se ha apartado de la estrategia y de la táctica revolucionarias, y, aunque no de manera abierta, de manera indirecta se habrá transformado en un partido filosoviético, por más que de palabra pueda estar en contra de las tesis del XXº Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética y el jruschovismo. La experiencia revolucionaria ha confirmado que no se puede combatir el jruschovismo, si no se combate al mismo tiempo la política hegemonista, chovinista y socialimperialista que siguen los dirigentes de la actual Unión Soviética capitalista e imperialista, la política de Leonid Brézhnev, Mikhail Suslov y compañía.

De la misma naturaleza e igual de nefastos son también los puntos de vista de aquellos que separan la línea reaccionaria y la política proimperialista de la actual dirección china, de Mao Zedong, del pensamiento Mao Zedong. No se pueden combatir ni desenmascarar las actitudes contrarrevolucionarias de Deng Xiaoping y Hua Kuo-feng, si no se combate y no se desenmascara la base ideológica de su actividad, el pensamiento Mao Zedong.

El Partido del Trabajo de Albania ha llegado a esta conclusión tras un profundo análisis del pensamiento Mao Zedong y de la línea que ha seguido el Partido Comunista de China. Defender a Mao Zedong y sus ideas sin ir al fondo de las cosas, sin analizar seriamente los acontecimientos y los hechos, significa caer en una desviación revisionista. No se puede tener una verdadera actitud marxista-leninista si no se define claramente esta posición.

Los partidos marxistas-leninistas y el proletariado de cada país no subestiman jamás la presión de la burguesía y de su ideología, la fuerza opresora del capitalismo, del imperialismo, del socialimperialismo y de las mistificadoras ideologías revisionistas. Estas presiones e influencias negativas se tornan nocivas, muy peligrosas, si el partido del proletariado no lleva a cabo una resuelta lucha contra ellas, si no cuenta con una fuerte organización y una férrea disciplina proletaria, si no se caracteriza por una sólida unidad de pensamiento y acción, que excluye todo espíritu de fraccionalismo y de camarilla.

Por esta razón los partidos marxista-leninistas, a la par de elevar su nivel ideológico y de arreciar su lucha contra el revisionismo y las influencias de la ideología burguesa, dedican el mayor cuidado a su reforzamiento organizativo interno sobre la base de los principios y de las normas leninistas.

 Un partido se hace y es revolucionario cuando en sus filas militan elementos revolucionarios abnegados, activos y probados.

 Estos partidos combaten decididamente las concepciones intelectualistas y sectarias que a menudo, al socaire de la necesidad de admitir «elementos preparados» cierran las puertas a los obreros y a los elementos sanos procedentes de las otras capas de las masas trabajadoras, quienes, militando en las filas del partido pueden adquirir todas las cualidades que deben caracterizar a la vanguardia del proletariado revolucionario.

El sentimentalismo, el liberalismo, la tendencia a buscar la cantidad para dar sensación de que las filas del partido se están engrosando con nuevos elementos, son funestos, de graves consecuencias. Admisiones de este género, sin aplicar rigurosamente las normas marxistas-leninistas, lejos de impedir que la influencia y la presión de la burguesía afecten al partido desde el exterior, permiten que se infiltren en él todo tipo de elementos que lo dividen y terminan por liquidarlo.

Los partidos marxistas-leninistas de los países capitalistas trabajan y luchan en condiciones difíciles y se enfrentan a numerosos peligros que provienen de todas partes. Estos peligros no son imaginarios, son peligros reales, con los cuales se choca cada día, a cada paso, en cada acción. No pueden ser afrontados si los comunistas no comprenden que su programa de acción y de lucha se fundamenta en la necesidad de hacer sacrificios por los grandes ideales de la causa del proletariado y del comunismo, si estos sacrificios no se aceptan de manera consciente y se realizan sin vacilar en cualquier momento, situación y circunstancia que lo exija el gran interés del proletariado y del pueblo.

En los países capitalistas, la existencia de muchos partidos ocasiona una gran confusión entre la gente. Estos partidos son partidos electoralistas, de votos; están al servicio del capital local y mundial. Este capital conjunto domina con la ayuda del poder del Estado y el dinero, impera gracias a la fuerza organizada del ejército, de la policía y demás órganos de represión. Los partidos que están ligados a los capitales, a los consorcios y a las diversas sociedades multinacionales, practican el juego de la «democracia» a fin de apartar a las masas del principal objetivo de su lucha, que es el objetivo de sacudirse el yugo del capital y conquistar el poder del Estado, es decir de hacer la revolución.

Los partidos burgueses, no sin intención, aplican determinadas orientaciones y formas organizativas y políticas. Permiten, por ejemplo, que ingresen o salgan de sus filas quienes quieran y cuando quieran. Todos gozan de «libertad» de divagar y de alborotar, de lanzar sus peroratas en reuniones y mítines, pero a nadie se le permite actuar, rebasar los marcos de la llamada «libertad de expresión». La transgresión de la «libertad de expresión» a las acciones concretas es clasificado y tratado como un acto anarquista, de criminales y terroristas.

El partido marxista-leninista jamás puede ser un partido de este tipo. No es un partido de la cháchara, sino de la acción revolucionaria. Si sus miembros no emprenden acciones y una lucha concreta, no será un verdadero partido marxista-leninista, sino un partido marxista-leninista sólo de nombre. Un partido tal, sin duda alguna, en momentos determinados, se dividirá en diversas fracciones, tendrá muchas líneas que coexistirán y lo harán un partido liberal, oportunista y revisionista. Un partido de este tipo ni es adecuado a la clase obrera ni tampoco ésta lo necesita.

Un partido marxista-leninista revolucionario está reñido con el reformismo con el anarquismo y el terrorismo. Se opone a todas estas corrientes contrarrevolucionarias en cualquier forma que se presenten. El partido debe tener en cuenta que la burguesía no permanecerá impasible, lo golpeará, calificará sus actos de anarquistas y terroristas, mas esto no debe llevarle a mantenerse a la zaga de los acontecimientos y del movimiento de las masas, a dejar de emprender acciones y a caer en el círculo vicioso de los partidos revisionistas y reformistas.

Son las propias acciones complejas de la lucha política, ideológica y económica de los partidos marxista-leninistas a la cabeza de la clase obrera, contra la burguesía, la socialdemocracia, el revisionismo y el Estado burgués, las que definen a los ojos de las masas el verdadero carácter revolucionario de estas acciones. Las masas saben distinguir las verdaderas acciones revolucionarias que van en su interés del terrorismo y el anarquismo. Por eso se suman a las acciones revolucionarías que dirigen los partidos marxistas-leninistas y se alzan contra el poder de la burguesía, independientemente de los ataques y la dura represión, a veces sangrienta, que la burguesía capitalista lanza contra la clase obrera y los verdaderos comunistas.

El partido comunista marxista-leninista no teme la guerra civil. A esta guerra conducen la represión y la feroz violencia de la burguesía. Es sabido que la guerra civil no se libra entre la clase obrera y las otras capas de trabajadores honestos, sino que es librada por las masas trabajadoras contra la burguesía dominante capitalista y sus órganos de represión. 

La lucha revolucionaria del proletariado debe conducir a la conquista del poder por medio de la violencia. 

Este rumbo de la lucha es precisamente el que tanto temen los capitalistas, los burgueses, los revisionistas. 

Por eso la socialdemocracia y los revisionistas modernos se esfuerzan por impedir que la clase obrera adquiera conciencia revolucionaria, comprenda el significado de los problemas económicos, políticos e ideológicos, alcance la madurez revolucionaria y la sólida organización que contribuyen a crear las condiciones subjetivas de la lucha para la toma del poder.

La estrategia y las tácticas de la burguesía, que han sido adoptadas también por los eurocomunistas, tienden a dividir a la clase obrera con el fin de impedir que se forme una fuerza de choque única a la que tengan que enfrentarse. Mientras que los partidos marxistas-leninistas, muy por el contrario, luchan por la unidad de la clase obrera.

La burguesía teme las organizaciones revolucionarias y la unidad del proletariado que, opuestamente a las prédicas de los eurocomunistas y de los demás revisionistas, sigue constituyendo la principal fuerza motriz revolucionaria de nuestra época.

 Por eso, trata de mantener bajo su permanente control las organizaciones sindicales, las centrales sindicales, que en los países capitalistas pueden ser numerosas, con nombres y programas aparentemente distintos, pero que en verdad no presentan diferencias esenciales entre ellas.

 A través de los partidos burgueses y revisionistas y de las propias estructuras estatales, la burguesía ha impulsado, como jamás lo había hecho, el papel diversionista de los sindicatos, que de una forma abierta son manipulados por ella.

Como lo demuestran los hechos, en muchos países esta especie de sindicatos se han integrado totalmente en la organización económica y estatal del capitalismo y se han convertido en su apéndice. Es bien conocida la colaboración cada vez más abierta de las centrales sindicales con la patronal, con el capital financiero y los gobiernos burgueses. El movimiento sindical, tal como se presenta en la actualidad, no desafía al capitalismo, sino que trabaja para él, busca someter al proletariado, limitar y sabotear su lucha contra el capitalismo. Algunos de ellos, más que organizaciones sindicales, tienen todo el aspecto de consorcios capitalistas.

Es un hecho que, como consecuencia de la actividad de zapa de los revisionistas y de la socialdemocracia, de las centrales sindicales burgués-reformistas que manipulan una parte considerable de los obreros, el proletariado europeo sigue dividido. 

El control que los revisionistas y los socialdemócratas ejercen sobre el movimiento sindical obstaculiza en extremo el desarrollo de la lucha de clases e impide la formación y el temple de la conciencia revolucionaria de los trabajadores. 

Por eso la única alternativa que se impone a los marxistas-leninistas y a los revolucionarios es desenmascarar la actividad de los revisionistas, desarticular sus posiciones en el movimiento sindical y crear sindicatos revolucionarios. Se sobreentiende que estos nuevos sindicatos no pueden pasar por alto el objetivo de alcanzar la unidad de la clase obrera contra el poder del capital, contra su demagogia y la de los partidos burgueses y revisionistas.

Combatir los llamados sindicatos tradicionales no implica que haya que oponerse por principio a la existencia de los sindicatos, como organizaciones de masas de carácter amplio, como centros de organización y de resistencia de la clase obrera, ya que históricamente han sido inevitables e imprescindibles en las condiciones del capitalismo para unir a la clase obrera y lanzarlos a la lucha de clase contra la burguesía.

Los marxistas-leninistas, al plantear la tarea de crear sindicatos revolucionarios, no abandonan en absoluto el trabajo en los sindicatos existentes donde están afiliadas grandes masas de obreros, ya que tal abandono supondría dejar las masas libres a los bonzos sindicalistas para manipular a su gusto a la clase obrera y servirse de ella en su propio interés y del capital. 

El que los comunistas militen en los sindicatos existentes no depende de las coyunturas y no es una «táctica» como pretenden presentarlo los trotskistas, sino una actitud de principios, que se basa en las enseñanzas leninistas sobre la necesidad de la unidad de la clase obrera, la cual no puede alcanzarse sino se trabaja entre las masas, si no se las aparta de la influencia de la burguesía y de los diversos oportunistas.

Naturalmente, la lucha del partido marxista-leninista en las centrales sindicales reformistas y revisionistas no tiene por objeto corregir o educar a los cabecillas sindicales, ni tampoco mejorarlas o reformarlas. Tal actitud sería un nuevo reformismo. Los marxistas-leninistas trabajan entre las masas de sindicalizadas, para educarlas y prepararlas para las acciones revolucionarias anticapitalistas, antiimperialistas y antirrevisionistas. En este proceso de trabajo y de lucha se logra también la cohesión y la unidad del proletariado.

Mas, como nos enseña el marxismo-leninismo, la unidad de la clase obrera se logra ante todo en el terreno práctico a través de las acciones políticas y las reivindicaciones económicas, armonizándolas y dando prioridad a las acciones políticas.

 Los marxistas-leninistas, manteniéndose firmemente en las posiciones de clase y revolucionarias, luchan porque las reivindicaciones económicas se conjuguen con las reivindicaciones políticas y en este terreno denuncian y desenmascaran la actividad traidora de los cabecillas sindicalistas, quienes, valiéndose de diversas maniobras sindicales, sacrifican los grandes intereses fundamentales del proletariado.

Actualmente se cuentan por millones las personas que participan en las huelgas, en las manifestaciones, exigiendo reivindicaciones económicas, las cuales tienen también un carácter político, porque se lucha contra el capitalismo, que se niega a reconocer los derechos de los obreros. 

Pero todo esto desemboca en acuerdos entre los bonzos sindicalistas y los capitalistas, quienes, para satisfacer un poco a los huelguistas, hacen alguna pequeña concesión. Mientras que, si a estas reivindicaciones se les diera realmente un carácter político, los instrumentos del capital en los sindicatos y el propio capital se verían envueltos en grandes dificultades.

Es precisamente la combinación de la lucha económica con la lucha política lo que tanto temen la aristocracia obrera y la burguesía capitalista. Una y otra tiemblan ante la lucha política, porque saben que ésta lleva lejos a la clase obrera, la conduce a enfrentamientos y choques. Las acciones políticas, desarrolladas debidamente, debilitan la dirección de la burguesía capitalista en los sindicatos, rompen las normas, las leyes y todo lo que ella ha establecido para esclavizar a la clase obrera; estas acciones a su vez, le abren los ojos a la clase obrera.

La clase obrera es clase dirigente y como tal debe romper con la psicología burguesa y pequeñoburguesa. Para ello es necesario combatir tanto los puntos de vista liberal-oportunistas; que conducen a desviaciones sindicalistas de derecha; como los puntos de vista sectarios; que apartan al verdadero partido marxista del trabajo vivo, masivo y concreto. Tanto uno como otro punto de vista acarrean consecuencias extremadamente nocivas para la causa de la revolución. Del mismo modo que no es justo reducir la lucha sindical únicamente a las reivindicaciones económicas, tampoco es justo vacilar en la lucha por las reivindicaciones económicas por miedo a caer en el oportunismo y desarrollar una lucha meramente sindical.

Luchando por la unidad de la clase obrera, los partidos marxistas-leninistas consideran todo esto como base de la unidad de todas las masas populares, que es algo radicalmente opuesto a las uniones y las alianzas sin principio y contrarrevolucionarias que predican los eurocomunistas.

La profundización de la crisis que atraviesa el mundo capitalista y revisionista amplía la base social y de clase de la revolución. En el movimiento revolucionario toman parte cada vez más activamente, además de la clase obrera, otras capas sociales explotadas por el capitalismo, como el campesinado, la pequeña burguesía urbana, la intelectualidad y los estudiantes, la juventud y las mujeres. Por eso la cuestión de ligarse a estas masas y de dirigirlas constituye para los partidos marxista-leninistas una tarea primordial.

El trabajo directo del partido marxista-leninista y de sus militantes en el seno de las masas es imprescindible y muy valioso, mas resulta insuficiente para extender la influencia del partido entre las amplias masas trabajadoras, a no ser que se organicen y pongan en movimiento al mismo tiempo sus palancas; hablamos de las organizaciones de masas, como las de la juventud, de la mujer, etc. 

El partido marxista-leninista trabaja en todas partes donde están las masas, incluso en esas organizaciones que son dirigidas y manipuladas por los partidos burgueses y revisionistas, para así apartarlas de la influencia de su ideología reaccionaria y oportunista, del mismo modo, trabaja para crear organizaciones revolucionarias para las masas que militan siguiendo la línea del partido, y que actúan clandestinamente convencidas bajo su dirección.

La juventud, las mujeres y las otras masas trabajadoras de los países donde domina el capital, son una gran reserva de la revolución. Son millones las masas de jóvenes y de mujeres que actualmente se encuentran en paro, abandonadas y sin nada que esperar de la burguesía, de ahí que entre ellas bulla el descontento y se acumulen los elementos generadores de estallidos revolucionarios. Considerando el movimiento de la juventud, de los estudiantes, de la intelectualidad y de las mujeres progresistas como parte importante del amplio movimiento revolucionario democrático y de liberación en general, los marxista-leninistas luchan por entrelazar el ímpetu y las aspiraciones revolucionarias de estas masas con el ímpetu y las aspiraciones de la clase obrera, por organizarlas, educarlas y dirigirlas en una correcta vía. Cuando las inagotables energías de la juventud, de las mujeres y de las otras masas se unen a las energías de la clase obrera bajo la dirección del partido proletario, no hay fuerza que pueda impedir el triunfo de la revolución y del socialismo.

La hegemonía del proletariado no sería completa y eficaz si no se extendiese a todas las capas de la población interesadas en la revolución, sobre todo al campesinado, que, en la inmensa mayoría de los países, representa el principal y más poderoso aliado de la clase obrera. La alianza de la clase obrera con el campesinado es al mismo tiempo la base para la unión en un amplio frente de todas las masas trabajadoras, de todos aquellos que de una u otra forma luchan contra el capitalismo y el imperialismo, contra la opresión y la explotación de los monopolios y las multinacionales.

Actualmente en las calles de los centros urbanos y rurales de los países capitalistas se desarrollan numerosos mítines y manifestaciones. Naturalmente, esto es organizado por los partidos burgueses, socialdemócratas y revisionistas, que, con determinados fines, sacan las masas a la calle.

Ante todo buscan mantener bajo control a las masas trabajadoras descontentas, limitar sus reivindicaciones al aspecto económico aceptable por la burguesía. La tarea de los comunistas no es la de mantenerse al margen de estas manifestaciones, so pretexto de que son los partidos burgueses y revisionistas los que las organizan, sino participar en estos movimientos de masas y convertirlos en manifestaciones y choques de carácter político con la burguesía y sus lacayos.

El inmovilismo, la apatía y las discusiones estériles son la muerte de un partido marxista-leninista. Si un partido marxista-leninista no está continuamente en acción, en movimiento, con su agitación y propaganda, si no participa en las diversas manifestaciones de la clase obrera y de las demás masas trabajadoras, independientemente de que éstas puedan estar bajo la influencia de los partidos reformistas, no podrá desviar el rumbo que los partidos reformistas dan a los movimientos de masas.

La justa línea del partido marxista-leninista no puede llevarse a las masas únicamente a través de su prensa, que por lo general es bastante limitada. Esta línea es llevada a las masas por los propios comunistas, por los simpatizantes, por los miembros de las organizaciones de masas precisamente en el curso de la actividad y las acciones de la clase obrera y de las otras masas trabajadoras, cuando éstas se encuentran en movimiento, en lucha y se enfrentan por sus derechos económicos, y, con mayor motivo, por sus derechos políticos.

Una acción así, revolucionaria y activa, asegura dos importantes objetivos: por un lado, el temple del propio partido en sus acciones junto a las masas y el aumento de su autoridad e influencia, y por otro lado la posibilidad que el partido tiene ver en acción a los elementos más avanzados política e ideológicamente de la clase obrera, los que en el futuro serán sus mejores y más resueltos militantes. Es aquí donde los partidos marxistas-leninistas adquieren la nueva savia para sus filas, y no entre los elementos intelectuales descontentos o entre algunos profesionales que se han quedado sin trabajo y que exigen justicia, que se sienten indignados, pero que no son constantes ni aceptan la disciplina férrea de un partido proletario marxista-leninista.

Los dirigentes de los partidos revisionistas creen que todo el trabajo del partido debe limitarse a continuas discusiones, a teorizaciones fútiles, a contestaciones hueras sobre una u otra cuestión. De una actividad así de estéril nada puede salir. 

Los partidos revisionistas trabajan a las masas a través de su prensa, la cual, hay que reconocer, no es poca. 

Estos mismos partidos constituyen grandes trusts capitalistas y realizan su propaganda mediante sus estipendiarios particulares. Estos son maestros en predicar a las masas lo que deben y lo que no deben hacer. 

Con su demagogia oscurecen el objetivo final de las masas trabajadoras, que es derrocar el sistema capitalista, y les hacen creer que lo que se consigue a través de una huelga común y corriente lo es todo. Esta gran superchería favorece a la burguesía capitalista. Por eso ésta no se inquieta por las palabras, los artículos, las peroratas de los estipendiarios revisionistas ni por las huelgas que se llevan a cabo bajo la dirección de sus partidos.

Los partidos marxista-leninistas no caen en estas triviales formas de propaganda de los partidos revisionistas. Son conscientes de que la insurrección, la revolución, no llegan por si solas. Hay que prepararlas. Y su mejor preparación se realiza a través de las acciones. Pero, además de la acción se necesita también la teoría, la cual guía a la primera. Marx, Engels, Lenin y Stalin nos enseñan que sin acción revolucionaria no hay teoría revolucionaria y sin teoría revolucionaria no hay acción revolucionaria.

El trabajo del partido marxista-leninista entre las masas, el unirlas en torno a objetivos políticos concretos, es una importante tarea, porque la revolución no la hace únicamente la clase obrera y mucho menos sólo su vanguardia, el partido comunista.

 Para realizarla, la clase obrera se alía con otras fuerzas sociales, con partidos progresistas o fracciones de los mismos, con hombres progresistas, a los que les unen intereses comunes sobre diversos problemas y en diversos períodos. Con ellas crea amplios frentes populares basados en determinados programas políticos. El partido de la clase obrera no se diluye en estos frentes, sino que siempre conserva su independencia organizativa y política.

La cuestión de las alianzas es un problema agudo y bastante delicado. El partido marxista-leninista debe seguir, estudiar y definir las tendencias, las exigencias y las contradicciones que existen en el movimiento de masas, en otras palabras, la dialéctica de la lucha de clases.

 Sobre esta base elige el correcto camino para concertar diversas alianzas. En el acertado análisis y valoración de las situaciones que existen en el seno de las masas, en el seno de las diversas agrupaciones políticas, estriba también la madurez del partido marxista-leninista para crear las alianzas necesarias. Sólo con una política correcta y una previsión exacta de los acontecimientos y de su desarrollo, el partido de la clase obrera conservará su personalidad en estas alianzas y aumentará su influencia entre las masas a las que busca agrupar y conducir a la revolución.

La formación de diversas alianzas, y sobre esta base la creación de amplios frentes populares, se plantea como una tarea imperativa particularmente cuando en muchos países el peligro del fascismo es grande e inmediato y las presiones e intervenciones de las superpotencias contra todos los países han aumentado. El logro de esta unidad y de estas alianzas se ve favorecido por el hecho de que en el actual proceso revolucionario, el momento nacional adquiere una importancia particular que va en continuo ascenso.

Esto está relacionado con la intensificación de la política expansionista, hegemonista y agresiva de las potencias imperialistas. Pero la ocupación de un país no siempre se realiza a través de agresiones militares. Esta ocupación, colonización, opresión y explotación se realiza también con otras formas «nuevas», «modernas», económicas, culturales, políticas, que encubren la dominación y la ferocidad imperialista.

Por eso cuando decimos que la revolución está a la orden del día, eso también está relacionado con estos momentos nacionales, es decir con la ocupación de un país o de varios países por las grandes potencias capitalistas e imperialistas, tanto por medio de una agresión militar directa como por otros medios y vías indirectas. En este sentido, los países como Italia, España, Portugal etc., a pesar de que en concreto no han sido ocupados por ejércitos extranjeros recurriendo a la fuerza de las armas, se encuentran bajo la dominación extranjera y son objeto de su intervención.

Los eurocomunistas pueden sermonear cuanto quieran que sus países son libres y soberanos, pero de hecho los pueblos español, italiano, portugués y otros son oprimidos y explotados. En estos países existe una democracia burguesa pero el Estado está indisolublemente ligado al capital extranjero. El pueblo, la clase obrera, no gozan de democracia ni de una verdadera soberanía. No son libres, porque todo está condicionado al capital extranjero.

Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando muchos países estaban ocupados por el ejército nazi alemán o el ejército fascista italiano, los traidores y colaboracionistas se unieron a los ocupantes. También en nuestros días, otros traidores y colaboracionistas, con otras máscaras y slogans, se encuentran en el poder y están ligados por mil hilos a los nuevos ocupantes modernos, a los neocolonialistas y sus capitales.

Para preparar y llevar a efecto la revolución, una gran importancia reviste el trabajo revolucionario en las filas de los ejércitos burgueses a los que Lenin llamaba:

«Los instrumentos fundamentales de la fuerza del poder del Estado». (1) (Lenin, El Estado y la revolución, 1917)

Lenin ha dado salida a muchos problemas teóricos y prácticos relativos a la imperiosa necesidad de realizar un trabajo revolucionario en las filas de los ejércitos burgueses y ha definido las vías para golpearlos, desmoralizarlos y desintegrarlos. Esta cuestión adquiere una particular importancia en las actuales condiciones cuando en muchos países las situaciones revolucionarias están madurando con gran rapidez. El ejército burgués en general es la burguesía armada hasta los dientes, que se yergue frente al proletariado y las masas populares.

El gran número de efectivos de los ejércitos en los países capitalistas podría hacer creer que, en tales circunstancias, la revolución y la destrucción del Estado opresor y explotador resultan imposibles. Estos puntos de vista son propagados y pregonados sobre todo por los eurocomunistas, quienes no golpean al ejército burgués ni siquiera con plumones. 

La cantidad de los efectivos del ejército no cambia gran cosa para la revolución, mientras que para la burguesía representa un problema preocupante. El que el ejército sea ampliado con numerosos elementos procedentes de las diversas capas de la población, crea condiciones más favorables para desmoralizarlo y hacer que se vuelva contra la propia burguesía.

De este modo, la revolución tiene ante sí dos grandes problemas. Por un lado, debe ganarse a la clase obrera y a las masas trabajadoras sin las cuales no se puede ir a la revolución, y, por el otro, debe desmoralizar y desintegrar al ejército burgués, que reprime la revolución. Si para alcanzar sus fines la burguesía utiliza la aristocracia obrera en los sindicatos, en el ejército se vale de la casta de oficiales, que en este medio cumplen las mismas funciones que los bonzos sindicalistas en los sindicatos.

Los principios, las leyes y las estructuras organizativas de los ejércitos burgueses son de tal índole que permiten a la burguesía ejercer su control sobre ellos, mantenerlos en pie y prepararlos como instrumentos de represión de la revolución y de los pueblos. 

Esto es testimonio del acentuado carácter clasista y reaccionario del ejército burgués y desenmascara los esfuerzos por presentarlo como si estuviera «por encima de las clases», como «nacional», «ajeno a la política», que «respeta la democracia», etc. El ejército burgués de cualquier país, independientemente de sus «tradiciones democráticas», es un ejército antipopular y está destinado a defender la dominación de la burguesía, a realizar sus objetivos expansionistas.

Sin embargo, el ejército burgués no constituye una masa compacta en él no existe ni puede existir la unidad. Las contradicciones antagónicas entre la burguesía capitalista y revisionista por un lado, y el proletariado y demás masas trabajadoras, por el otro, se reflejan también en los ejércitos de estos países. 

La masa de soldados, que está constituida de hijos de obreros y de campesinos, tiene intereses diametralmente opuestos al carácter y la misión que encomienda la burguesía a su ejército.

 Esta masa está interesada, al igual que los obreros y demás trabajadores, en derrocar el régimen explotador, por eso la burguesía la mantiene encerrada en los cuarteles, apartada del pueblo, transformando el ejército, como señalaba Lenin, en «prisión» para las masas de millones de soldados.

Aquí tiene su origen el conflicto que se va profundizando continuamente entre los soldados; que son hijos del pueblo, y los mandos, los oficiales; que son los ejecutores de las órdenes de la burguesía capitalista, y han sido preparados y educados para servir celosamente a los intereses del capital.

 La labor del partido marxista-leninista tiende a que el soldado se rebele contra el oficial, no cumpla las ordenes, la disciplina las leyes de la burguesía, sabotee las armas para que no sean utilizadas contra el pueblo. Lenin ha dicho:

«Sin «desorganización» del ejército no se ha producido ni puede producirse ninguna gran revolución. Porque el ejército es el instrumento más fosilizado en que se apoya el viejo régimen, el baluarte más pétreo de la disciplina burguesa y de la dominación del capital, del mantenimiento y la formación de la mansedumbre servil y la sumisión de los trabajadores ante el capital». (2) (Lenin, La revolución proletaria y el renegado Kautsky, 1918)

Naturalmente los métodos, las formas y las tácticas que se utilizan para desorganizar y desintegrar el ejército, son numerosos y variados, y están en función de las condiciones concretas.

 Actualmente las condiciones no son idénticas en cada país, por eso también las tácticas de los marxistas-leninistas varían de un país a otro. Hay países donde la dictadura fascista y el terror se ejercen abiertamente, hay otros donde se puede y se debe aprovechar también las limitadas formas legales de democracia burguesa. 

Pero, en general, el trabajo individual con cada soldado tanto dentro como fuera del cuartel, la encarnizada lucha de los obreros, las continuas huelgas, las manifestaciones, los mítines, las protestas, etc., desempeñan un importante papel tanto en la movilización de las masas, como en la desorganización del ejército burgués:

«Todas estas batallas y escaramuzas de prueba, por decirlo así, incorporan inevitablemente al ejército a la vida política, y por consiguiente, al círculo de los problemas revolucionarios. La experiencia de la lucha alecciona con mayor rapidez y profundidad que años enteros de propaganda en condiciones distintas». (3) (Lenin, Huelga política y lucha callejera en Moscú, 1905)

Con el soldado, hijo del pueblo, hay que trabajar antes de que se aliste en el ejército, luego durante el servicio militar, que es una fase más decisiva, y finalmente después que se ha licenciado y pasa a la situación de reserva. Tampoco debe descartarse el trabajo con los oficiales de escalafón inferior para apartarlos de la casta de oficiales de alta graduación y persuadirles de que no levanten la mano contra el pueblo.

No cabe duda de que el trabajo político en el ejército es tan importante como peligroso. Mientras en el seno de los sindicatos, la máxima sanción por actividad y propaganda política es el despido del trabajo, en el ejército, donde la actividad y la propaganda políticas están rigurosamente prohibidas, la condena puede llegar hasta el fusilamiento. Pero a los comunistas revolucionarios jamás les ha faltado el espíritu de sacrificio, ni la convicción de que, sin trabajar en este sector, no puede abrirse el camino a la revolución.

La desorganización del ejército burgués es al mismo tiempo parte componente de la estrategia, que tiende a frustrar los planes belicistas de la burguesía capitalista, a sabotear las guerras de rapiña y transformarlas en guerras revolucionarias. Así actuaron los bolcheviques con el ejército del zar en los tiempos de Lenin.

 El derrocamiento de Aleksandr Kerenski y su gobierno, que tenía la intención de proseguir la guerra imperialista; la política de Lenin acerca de la paz, acerca de la cuestión agraria, la distribución de las tierras a los campesinos pobres, etc., pusieron a los soldados de lado de la revolución, mientras que la casta de los oficiales permaneció con los guardias blancos, y se pasó al lado de la contrarrevolución. 

La estrategia y la táctica leninistas de la lucha contra el ejército burgués facilitan la tarea a la clase obrera y a los pueblos, los impulsan y los movilizan para hacer la revolución, para la lucha antiimperialista y de liberación nacional.

El movimiento revolucionario mundial cuenta con una rica experiencia de trabajo en las filas del ejército burgués. En 1905, en Rusia, en el ejército zarista se crearon los comités revolucionarios de soldados, bajo el mando del partido socialdemócrata ruso guiado por Lenin. Durante la revolución de febrero de 1917, y sobre todo en el curso de la Revolución de Octubre, en los destacamentos y unidades del ejército zarista se crearon células del partido y soviets de soldados y marineros, los cuales jugaron el papel decisivo de hacer que el ejército burgués pasase en masa al lado de la revolución.

Durante la lucha antifascista de liberación nacional, en Albania, el Partido Comunista de Albania trabajó en completa clandestinidad en las filas del ejército, incluso entre la gendarmería, la policía, etc., para paralizar estas armas, para provocar desórdenes y deserciones en sus filas. Esto obligó al enemigo a perder la confianza y, en algunos casos, a deportar unidades enteras del antiguo ejército albanés, que estaba al servicio del ocupante. Asimismo muchos militares de las filas del antiguo ejército se pasaron a nuestro ejército de liberación nacional.

Tomemos otro ejemplo más reciente, el del ejército del Sha de Irán y de su casta de oficiales, que, pese a estar armado hasta los dientes y disponer de las armas más sofisticadas, no fue capaz de actuar con eficacia y de aplastar la insurrección antiimperialista y antimonárquica del pueblo iraní.

El régimen iraní de los Pahlevi fue uno de los regímenes más bárbaros, más sanguinarios, más explotadores y corrompidos del mundo actual. La feroz dictadura de los Pahlevi se apoyaba en los feudales, los grandes ricos creados por el régimen, en el ejército reaccionario y su casta dirigente, en la Savak –inteligencia secreta– que, como la calificaba el propio Sha, era un: «Estado dentro del Estado». Los Pahlevi, que dominaban con el terror, eran socios del imperialismo estadounidense e inglés y estaban vendidos a éstos, eran los gendarmes mejor armados del Golfo Pérsico, bajo las órdenes de la CIA estadounidense.

Sin embargo, ni el salvaje terror, ni el ejército, ni la Savak, etc., lograron aplastar la revuelta del pueblo iraní que, en diversas formas e intensidad, prosiguió hasta alcanzar un elevado nivel cualitativo y superar la fase del temor a la violencia. En el curso de este proceso se desintegraron el ejército y la Savak, murallas defensivas del sanguinario régimen del Sha; una parte del ejército se pasó al lado del pueblo, que empuñó las armas y las sigue manteniendo en sus manos. 

Esta es una experiencia que confirma que la revolución no pueden impedirla ni el ejército ni la policía, por numerosos que sean y bien armados que estén, cuando el pueblo se levanta como un solo hombre, cuando se realiza un cuidadoso trabajo para desmoralizar y desintegrar al ejército y a la policía burgueses.

En los países capitalistas está ahora en boga que todo tipo de gente habla de la «revolución» y de acciones supuestamente revolucionarias. Los llamados «izquierdistas» exigen a voz en grito «medidas revolucionarias», pero enseguida fijan los límites. «Explican» que no en todas partes y en todos los terrenos se deben emprender medidas revolucionarias, sino que con algunas «transformaciones es suficiente». Se trata, pues, de crear ilusiones con el fin de engañar a las masas que exigen radicales transformaciones revolucionarias.

Al igual que la burguesía, los «izquierdistas» consideran al ejército como una «fortaleza intocable» y ni siquiera plantean la tarea de desintegrarlo, desmoralizarlo y destruirlo. En tanto que los partidos marxistas-leninistas, sin descuidar los otros aspectos de la lucha, consideran la lucha por la unidad de la clase obrera y la desintegración del ejército burgués, como dos aspectos de una importancia determinante para el triunfo de la revolución. Lenin decía:

«De suyo se comprende que si la revolución no gana a las masas y al ejército mismo, no se puede ni pensar en una lucha seria». (4) (Lenin, Enseñanzas de la insurrección en Moscú, 1906)

El trabajo de los marxista-leninistas en las filas del ejército burgués y revisionista tiene por objeto atraer a los militares a una actividad revolucionaria consciente y no simplemente para organizar golpes de Estado. Los marxistas-leninistas jamás han considerado ni consideran el derrocamiento del régimen capitalista como una cuestión de putschs y complots militares, sino como el resultado de una actividad consciente, de la participación activa de las masas en la revolución.

Los golpes de Estado, los complots organizados por la casta de oficiales en muchos países del mundo, se han puesto de moda. Mediante estas acciones, los grupos monopolistas derriban un gobierno para sustituirlo por otro que esté a su servicio. En muchos países del mundo, los imperialistas estadounidenses y los socialimperialistas soviéticos, recurriendo a los golpes militares, han puesto a la cabeza del Estado camarillas reaccionarias que están a su servicio. En estos casos, la masa de soldados a menudo ha servido ciegamente a los intereses de las clases dominantes locales y de las superpotencias imperialistas.

Los verdaderos revolucionarios esclarecen en estas circunstancias la situación a la masa de soldados para que no se dejen engañar por la propaganda reaccionaria, que presenta los golpes militares como actos «en interés de la nación», «en interés del pueblo y de la defensa de la patria», etc.

Explican asimismo que ni el anarquismo, ni el terrorismo, ni el bandidismo, que están cobrando vastas proporciones en los países capitalistas y revisionistas, tienen nada en común con la revolución. Los hechos de cada día comprueban que los grupos anarquistas, terroristas y de bandidos están siendo utilizados por la reacción como una justificación y una arma a la vez para preparar e implantar la dictadura fascista, para amedrentar a la pequeña burguesía y convertirla en instrumento y en terreno abonado para el fascismo, para paralizar a la clase obrera y mantenerla encadenada al capitalismo, bajo la amenaza de perder las pocas migajas que le ha «concedido» la burguesía.

Todas estas corrientes y grupos se enmascaran con nombres atrayentes, como «proletarios», «comunistas», «brigadas rojas» y otros apelativos, que siembran una gran confusión. Las acciones de estos grupos no tienen nada que ver con el marxismo-leninismo, con el comunismo.

La burguesía, en su propaganda, acusa también a los comunistas, a los que están verdaderamente por la revolución y el socialismo, por la destrucción del dominio burgués, de terroristas, anarquistas y bandidos, y trata de movilizar a la opinión pública contra las verdaderas organizaciones revolucionarias del proletariado y su vanguardia. Es principalmente por este objetivo que incita el terrorismo y el bandidismo, los cuales en países como Italia están cobrando grandes proporciones.

Los marxistas-leninistas tienen siempre en cuenta estas maniobras y artimañas de la burguesía y luchan por desenmascararlas y frustrarlas. Rechazan los ataques, las acusaciones y las calumnias de la burguesía y de sus lacayos, quienes consideran la actividad clandestina del partido marxista-leninista como terrorismo y bandidaje.

La existencia del partido marxista-leninista en clandestinidad, parcial o total, depende de las condiciones concretas de cada país. Pero, independientemente de estas condiciones, la organización del trabajo clandestino es la mejor garantía para la victoria. Sin esta organización, la gran fuerza de choque de la dictadura burguesa, en los momentos que considera propicios, hace estragos y ocasiona graves daños al proletariado y a su vanguardia.

Un partido de la clase obrera que no prevé momentos candentes de choques y enfrentamientos con las fuerzas de la burguesía capitalista, no es un partido verdaderamente revolucionario. Para este partido, el principio teórico de que el poder no puede arrebatarse a la burguesía si no es con violencia, con lucha y sacrificios no pasa de ser por si sola una frase huera, un slogan.

 Los momentos álgidos de la lucha son inevitables y, en estos momentos, no bastan únicamente las bases de la propaganda legal. 

En estos momentos el partido comunista debe disponer también de sus bases de combate, haber creado sus fuerzas de choque, haber asegurado retaguardias y haberlas dotado de los medios políticos, ideológicos y materiales necesarios. Las futuras acciones requerirán sacrificios, habrá personas que se verán golpeadas, que caerán y otras que serán encarceladas, por eso es preciso trabajar para que en torno al partido se cree una gran masa de hombres fieles y de revolucionarios resueltos, que escuchen al partido y se lancen con él a acciones revolucionarias.

Por otra parte, los partidos marxista-leninistas saben aprovechar también la «democracia» burguesa, las posibilidades que crea el trabajo y la lucha legal para preparar la revolución. Incluso cuando actúan en la legalidad, se esfuerzan por que sus acciones contribuyan a la satisfacción de las exigencias y al cumplimiento de las tareas de la revolución, a la preparación ideológica, política, organizativa y militar del partido y de las masas para derrocar a la burguesía, independientemente de lo que permitan o no permitan las leyes burguesas.

En cualquier ocasión y en todas las circunstancias, los verdaderos partidos revolucionarios saben combinar correctamente la organización y el desarrollo de la lucha clandestina con la legal, utilizando sólo aquellas formas de trabajo y tácticas revolucionarias que no oscurezcan su estrategia con ilusiones sobre el legalismo y la democracia burguesa:

«En todos los países, incluso para los más libres, «legalistas» y «pacíficos», es decir, en aquellos en que la lucha de clases es menos aguda, ha llegado sin duda alguna el período en que es absolutamente necesario, para todo partido comunista, combinar en forma sistemática el trabajo legal y el clandestino, la organización legal y clandestina». (5) (Lenin, Tesis para el IIº Congreso de la Komintern, 1920)

A primera vista parece que en Europa Occidental la clase obrera está fuertemente atada por las cadenas que le han colocado la socialdemocracia y los revisionistas denominado como eurocomunistas; pareciera que el movimiento obrero se encuentra bajo una gran influencia de la ideología burguesa y revisionista, pero esta apariencia no refleja la realidad. Además, tampoco refleja las tendencias del desarrollo social, los procesos que bullen en el seno de las masas trabadoras, la necesidad histórica y los imperativos de la época.

La burguesía, los revisionistas y todos los demás oportunistas se esfuerzan en contener la revolución, en sofocar el ideal comunista. En determinadas etapas y en condiciones históricas particulares también logran aturdir y desorientar al proletariado y a las masas trabajadoras, ofuscar en cierta medida las perspectivas del porvenir socialista. Pero esto es algo temporal y transitorio.

La revolución y el socialismo como teoría y acción práctica, no se les imponen a las masas desde fuera, por parte de individuos aislados o grupos de individuos. La revolución y el socialismo representan la única clave que el proletariado y las masas precisan para resolver las contradicciones irreconciliables de la sociedad capitalista, para, acabar con su opresión y explotación, para conquistar la verdadera libertad e igualdad. Y mientras haya opresión y explotación, mientras exista el capitalismo, el pensamiento y la lucha de las masas se orientará siempre hacia la revolución y el socialismo.

Los eurocomunistas echaron por la borda la bandera del marxismo-leninismo, de la revolución y de la dictadura del proletariado. Predican la paz de clases, entonan aleluyas a la democracia burguesa. Pero con prédicas y con himnos no se remediarán los males de la sociedad burguesa, ni se solucionarán sus contradicciones. Esto ya lo ha comprobado la historia y sus enseñanzas no pueden ser eludidas.

 El proletariado, los oprimidos y los explotados marchan por ley natural hacia la revolución, hacia la dictadura del proletariado y el socialismo. 

Por ley natural buscan igualmente la vía que les conduce a la satisfacción de estas aspiraciones históricas, vía que les indica la inmortal teoría de Marx, Engels, Lenin y Stalin. Corresponde a los nuevos partidos comunistas marxistas-leninistas tomar en sus manos la dirección de las batallas de clase, abandonada por los eurocomunistas, y dar al proletariado y a las masas la vanguardia militante y combativa que buscan y que aceptan tener a su cabeza.

Las situaciones no se presentan fáciles, pero recordemos las palabras optimistas de Stalin de que:

«No hay fortaleza que no sea tomada por los comunistas». (5) (Stalin, Las tareas de los dirigentes de la economía, 1931)

Este optimismo revolucionario emana de las propias leyes objetivas del desarrollo de la sociedad. El capitalismo es un sistema que la historia ha condenado a sucumbir. 

Nada, ni la rabiosa resistencia de la burguesía, ni la traición de los revisionistas modernos, pueden salvarlo de su inevitable fin. El futuro pertenece al socialismo y al comunismo.

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