La esquela reza como sigue: José Manuel Bernal Sierra, inspector general del Cuerpo de Máquinas de la Armada. Manuel Vila Feal, teniente. Orípedes Fraguas, alférez de navío. Miguel Rodríguez Couce, subinspector general. Manuel López González, sargento...
Así hasta 18 marinos, oficiales y suboficiales, muertos.
En silencio.
Sin salvas de honor ni recuerdo en telediarios o periódicos.
Ninguno fallecido por las balas de un cañón, por un torpedo o por una mina en alta mar.
Al contrario.
El enemigo los esperaba oculto dentro.
Los militares que aquí figuran, y muchos más -algunos de ellos, como el teniente Fraguas, condecorados en vida con la Cruz al Mérito Naval-, están muriendo por cáncer tras años envenenándose con amianto en sus propios buques.
De aquel «La Marina te llama» al amianto te liquida. «No nos dieron ni mascarillas de papel para protegernos, lo manejábamos a pelo», recuerda indignado el subteniente de máquinas Francisco Feal, 60 años y hoy en tratamiento de cáncer de pulmón a causa del tóxico inhalado durante sus casi 40 años de servicio.
A él y a otros muchos marinos se les ocultó desde el primer momento que navegarían en un ataúd.
El amianto que recubría los viejos destructores, las patrulleras y los dragaminas, a los que subieron con la misión de defender a su país, estaba por todas partes: en las tuberías, en las mamparas, en el aire..
Y así, a fuerza de respirar el mineral contaminante -utilizado como aislante del calor-, la semilla del cáncer fue creciendo entre los tripulantes de aquellas naves.
Sobre todo, entre quienes estaban destinados en máquinas.
Ya son tres las familias de marinos fallecidos por cáncer a las que Defensa ha tenido que indemnizar -otro caso está pendiente de resolución- tras reconocer el ministerio que el amianto (o asbesto) presente en los buques de guerra había sido el causante directo de la aparición del mesotelioma en los militares, un tumor que destruye la pleura.
Antes, el inspector general de máquinas ferrolano José Manuel Bernal logró fijar sentencia en los tribunales, y sus familiares tuvieron que ser recompensados con 100.000 euros.
Casos a los que hay que sumar al menos 11 demandas que se están preparando. Aunque la cosa no queda ahí. Podrían ser decenas, o tal vez cientos, las víctimas de los barcos tóxicos de la Armada, según estiman a Crónica dos de los bufetes de abogados que han empezado a destapar una tragedia hasta ahora oculta.
La historia arranca de lejos. En pago a los servicios prestados por España al amigo americano, en 1954 el presidente Eisenhower hizo llegar a Franco más de una veintena de buques de guerra -desde fragatas a destructores-.
Eran navíos de segunda mano, viejos y en malas condiciones, entre ellos, 12 dragaminas, cuatro cazaminas, otros tantos destructores, un barco de transporte de material...
Todos construidos usando amianto como aislante del calor en tubos de ventilación, salas de máquinas, camarotes y pasillos.
«Barcos matahombres, les llamábamos aquí», dice el subteniente ferrolano Francisco Feal. «Llegaron plagados de ratas, aunque esto no era lo peor.
Lo malo era la nube de amianto desgastado que circulaba por todas partes y que estuvimos respirando durante meses, incluso años.
Cientos de compañeros enfermaron y muchos murieron de cáncer. Aún hoy lo estamos pagando».
Daño millonario
Porque el amianto actúa en silencio. Tiene un periodo de latencia de entre 30 y 40 años. Pasado ese tiempo da la cara y, cuando lo hace, los pulmones comienzan a fallar y ya no hay remedio. O la persona se queda inútil de por vida porque le falta oxígeno, o fallece al cabo de dos o tres años.
En EEUU, donde se han registrado miles de casos en la última década de envenenamiento por amianto, en su mayoría de mecánicos, los tribunales han reconocido la responsabilidad de la US Navy, condenando a multas millonarias -las más bajas llegan a rondar los 20 millones de dólares- al Pentágono.
Algo similar, apunta la abogada Andrea Peiró, del bufete Oria y Pajares, podría ocurrir en España. Aunque muy lejos de esta cuantía. Sobre la mesa de la letrada hay 10 casos por resolver de militares de la Armada fallecidos a causa del amianto.
Dos cuentan ya con indemnización, la familia del sargento Manuel López González, de Cartagena, con 60.000 euros, 10.000 por cada uno de sus seis hijos; y la del alférez de navío vigués Orípedes Fraguas, con 118.000 euros, 100.000 para su viuda y el resto a repartir por igual entre sus dos hijos.
Un tercer caso, el del teniente Manuel Vila Feal, de Ferrol, está pendiente de fijar la cuantía. Sólo en esta ciudad han muerto nueve militares en los últimos tres años, según la Asociación Gallega de Víctimas del Amianto.
«Lo que está haciendo el Ministerio de Defensa es evitar los juicios», asegura la letrada. «Prefiere llegar a acuerdos económicos con los familiares de las víctimas, y que no trascienda a la opinión pública, por si se monta un escándalo».
¿Por qué son tan bajas las indemnizaciones? «Porque aquí se aplica el reglamento de Tráfico, es decir, tasan igual la muerte por amianto que la de un fallecido en accidente de carretera», explica la abogada de Oria y Pajares, que desde hace meses colabora con Seeger Weiss, un despacho estadounidense experto en asuntos de amianto que ya ha logrado arrancar compensaciones millonarias allí.
Pero no todas las víctimas o sus familiares están por la labor de reclamar. Hasta el último momento Alberto tuvo que convencer a su padre, Orípedes Fraguas, alférez de navío, para que diera un paso al frente.
En mayo de 2009 le empezaron las toses.
Se ahogaba. Subía las escaleras y le faltaba el aire. Se acostaba y le faltaba el aire.
Se agachaba para atarse los zapatos y otra vez le venía el ahogo, la tos seca y ronca.
Por primera vez Orípedes se sentía raro. Había soplado 58 velas, cinco meses antes, sin saber lo que era un catarro. El mar, su segunda casa desde los 17 años, había hecho del veterano marino un roble. Un roble que comenzaba a tambalearse.
-Algo va mal aquí dentro -le repetía a su hijo, golpeándose el pecho con la mano, poco antes de fallecer.
El radiólogo, al ver las placas de sus pulmones, lo primero que le preguntó era si había estado en contacto con amianto. Ojo clínico. Durante 36 años Orípedes había reparado las tripas de nueve barcos de guerra, según consta en su hoja se servicio.
Entre ellos los de la clase Liniers y USS Jervis, en el paquete de los regalados por EEUU a España, destructores que serían rebautizados con el nombre Alcalá Galiano, además del crucero Canarias, de fabricación española y equipado también con amianto.
«Se pasaba meses navegando en contacto diario con el tóxico», dice Alberto, de 40 años, uno de los dos hijos del malogrado militar. «Nadie le advirtió nunca de que estaba trabajando con un mineral muy peligroso, a pesar de que los mandos lo sabían.
Mi padre, como otros muchos compañeros suyos, soportaba temperaturas superiores a los 50 grados, en turnos de siete horas en las calderas.
Y cuando había una fuga de aire, algún líquido se escapaba de los motores o se filtraba agua de las tuberías, retiraban la protección de amianto y ponían otra nueva. Así se fue contaminando mi padre y todos los demás».
Alberto llega a tachar de «broma» las revisiones médicas que se hacían a aquellos marinos. «Les sacaban sangre, les hacían decir 33 para auscultarles y poco más. Luego los llamaba el médico militar de turno y les decía que todo estaba bien».
Cientos de afectados
Dos años después de que le extirparan el pulmón derecho, debido al cáncer de pleura, el 29 de mayo de 2011 Orípedes falleció.
Nunca llegó a saber si la entonces ministra de Defensa,Carme Chacón, había llegado a leer la carta que el alférez le envió.Fechada el 10 de agosto de 2009, tres meses después de que entrara en quirófano, el marino Orípedes firmaba esta misiva desgarradora:
«Existen en este momento cientos de compañeros que, o bien sufren sin saberlo alguna enfermedad relacionada con la exposición a este material [amianto], o bien sufrirán en los próximos años similar patología (...). No consta que su ministerio esté actuando de manera preventiva, como es su obligación ética y legal, anticipándose a una catástrofe humana cuyo peor momento aún está por llegar (...)».
Y continuaba diciendo: «Le comunico mi más profunda decepción ante la actitud de un organismo al que he servido fielmente durante tres cuartas partes de mi vida, que abandona a su suerte a sus hombres, aun a sabiendas del riesgo vital que corren tras haber dado sudor y lágrimas por su país (...).
Ni una sola comunicación de alerta ha llegado advirtiendo del riesgo de sufrir esta enfermedad [cáncer de pleura]. Ni una sola recomendación».
Y concluye: «El silencio administrativo, en este caso, sólo ocasionará la muerte de muchos hombres que dieron lo mejor de sí mismos para hacer de las Fuerzas Armadas un cuerpo modélico. Sin otro particular, me pongo a su órdenes».
El silencio fue la respuesta de la ministra del PSOE. El mismo silencio que adoptó Rajoy, entonces presidente del PP, al recibir otra denuncia del militar de la Armada un mes después.
Tras mucho batallar, Defensa terminó reconociendo que el cáncer que padecía Orípedes guardaba «relación de causa-efecto con las actividades del servicio» y declaraba «la inutilidad permanente del interesado en acto de servicio», según consta en un documento oficial al que Crónica ha tenido acceso.
La muerte Orípedes se saldó con 118.000 euros de compensación para la familia.
Mientras los fallecidos claman por boca de sus familiares, los que aún están vivos se muestran más reticentes a poner voz a una historia, la de los barcos contaminados de la Armada, que durante décadas ha permanecido en silencio. En juego hay muchas vidas, y unas cifras que asustan.
Entre 2016 y 2020, es decir, en apenas cuatro años, 1.319 personas morirán en España por cáncer de pleura, de los cuales, 963 se deberán a mesoteliomas pleurales causados por el amianto», estima el catedrático de Historia de la Ciencia Alfredo Menéndez, de la Universidad de Granada.
«Teniendo en cuenta que los mayores niveles de exposición al amianto se registraron entre mediados de los 60 y comienzos de los 80 [entonces se seguía navegando en buques atestados del tóxico], podemos considerar que la cifra anual de fallecidos seguirá creciendo», adelanta el catedrático.
Más difícil es evaluar el total de fallecimientos de todas las patologías vinculadas al amianto, como la asbestosis o inflamación del pulmón. CCOO eleva la cifra entre 40.000 y 60.000 los muertos entre 2000 [en 2001 fue prohibido el uso de este material] y 2030 por la exposición al contaminante en los años 80 y los 90. Preguntado por el número de militares vivos afectados y de víctimas mortales, el Ministerio de Defensa no ha contestado a este suplemento.
«Mi padre ni sabía cómo se llamaba aquello que lo estaba matando», dice Caridad. La última misión en alta mar del sargento primero Manuel López González la hizo en el Almirante Valdés, otro de los destructores cedidos por EEUU, 180 hombres a bordo.
El amianto recubría cada esquina de sus tripas. González recibió la Cruz al Mérito Naval con distintivo amarillo, otorgada a quienes dan la vida por su país.
Y él la dio. Sobre todo, enfrentándose a un enemigo invisible, de cuya presencia y peligro nunca se le advirtieron mientras navegaba por el Mediterráneo, Guinea, Sidi Ifni o las costas de Cabo Verde.
En su ambiente tóxico vivió por 40 años hasta su muerte con 70 en diciembre de 2009. «No lo perdono», decía él, refiriéndose a su querida Armada. En una resolución del 7 de enero de este año, Defensa no sólo admitía que González había sido víctima del amianto [«Ha quedado acreditado que falleció como consecuencia de una enfermedad provocada por la prolongada exposición al amianto durante los años en que prestó sus servicios en diversos buques de la Armada»], sino que acordaba indemnizar a su familia con 60.000 euros, muy por debajo de los 300.000 reclamados por sus hijos.
Niebla letal
«Por eso yo no quiero remover el pasado», dice con lamento el subteniente Francisco Feal Martínez, 60 años y desde hace ocho retirado tras 37 años en la Armada. «Nunca se preocuparon de nosotros...
Yo no he visto una mascarilla ni unos guantes en mi vida. Pero cuando retirábamos las mantas de amianto que protegían la maquinaria de los barcos, el aire se volvía espeso, como si de pronto entrara niebla...
Ahora sabemos que el peligro ya se conocía en los años 60.
¿Cómo no se iba a saber aquí?». En 2008, después de sufrir varios ataques de asfixia y tres neumonías, a Martínez le detectaron unas manchas en el pulmón. Un principio de mesotelioma.
«En el informe radiológico pone que se deben al amianto».
Ya ha perdido el 25% de capacidad pulmonar. «Si soy el siguiente en marchar, al menos lo haré orgulloso de haber cumplido con mi parte.
Los que se quedan y visten galones, que miren en su conciencia». Palabra de marino.