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Guerra abierta de Arabia Saudí contra Rusia


¿Quién podría imaginar que una monarquía de corte medieval y con un ejército de papel ni si quiera soñara con arrodillar a un país que durante siglos y hasta hace poco ha sido un gran imperio? ¡Cierto! ¡La fe respaldada por petrodólares hace milagros!

 Ante la negativa de Vladimir Putin de entregarle la cabeza de Bachar al Assad a cambio de unos suculentos acuerdos militares y económicos, Bandar Sultán, el jefe de la inteligencia de Arabia[1] cumplió su amenaza, desatando a sus mercenarios religiosos para que desde Volgogrado atentasen contra la organización de las olimpiadas de Sochi: mataron a una treintena de civiles, dejaron herido a un centenar y un clima congelado por el terror.

Eligieron esta urbe, el antiguo Stalingrado —orgulloso símbolo del triunfo soviético sobre el fascismo—, enviando varios mensajes: humillar al gobierno de Rusia y mostrar su incapacidad en garantizar la seguridad de los juegos y, por lo tanto, disuadir a los atletas extranjeros; romper el “anillo de acero” de seguridad formado por 37.000 policías y poner patas arriba la organización del evento que ha costado 50.000 millones de dólares; exhibir su potencial al operar cerca de Moscú, lejos de su bastión en la tensa región del Cáucaso norte; provocar la división entre los ciudadanos ruso-cristianos y checheno-musulmanes en el medio de las celebraciones navideñas, afirmando que la ciudad de Sochi está edificada sobre las fosas comunes de miles de caucáseos masacrados en 1864 por los rusos. 

Matando a quienes hoy viven allí sólo muestran hasta qué punto comparten la visión bárbara del ejercicio del poder sobre los más débiles e inocentes.

Tras los atentados, el mandatario ruso pidió al Consejo de Seguridad de la ONU incluir a Arabia en la lista de países patrocinadores del terrorismo, a pesar de que algunos analistas apuntan los hechos a EEUU y Gran Bretaña como represalia a la concesión del asilo político a Edward Snowden y a la postura de Moscú frente a la crisis de Siria y Ucrania. Son muchos los que se beneficiarían de la desestabilización de un gigante energético que ha vuelto con determinación a la arena internacional para cambiar el equilibrio geopolítico perturbado en 1991.

Islam en Rusia

Cuando llegó el fin de la URSS por un lado apareció el Vaticano ansioso de ‘catolizar’ Rusia. Por otro llegaron los expansionistas de Arabia que no sólo empezaron a enviar predicadores, armas y dinero a los pocos salafistas de las zonas sureñas de la Federación Rusa, sino que recibieron a cientos de estudiantes de teología —ante la escasez de profesores de religión en Rusia—, en sus madrasas en Turquía y la propia tierra de Mahoma, contaminándoles de una versión minoritaria, inmóvil y superficial del islam.

El islam es la segunda religión más profesada de Rusia, tras el cristianismo ortodoxo. Se estima que 14 de los 143 millones de los ciudadanos de Rusia han nacido como musulmanes, de los que entre 7 y 9 millones pueden ser practicantes (que no fundamentalistas o radicales), siguiendo los edictos de la escuela hanafi de la corriente sunita. A esta población se han sumado los tres millones de inmigrantes de credo musulmán azeríes, kazajos, uzbekos, tayikos y kirguises. 

 Dicha escuela pragmática y semimística del islam recibe acusaciones de los fanáticos de ser adulterada por la cultura viciada rusa, por autorizar el sacerdocio femenino, o celebrar festividades eslavas. Muchos de los atletas y campeones soviéticos y ahora de Rusia, por ejemplo, han sido musulmanes.

En Rusia —el país europeo con la mayor comunidad musulmana— el islam aparece cuando nace el siglo VII y tras la caída del imperio Persa a mano de los guerreros procedentes de Arabia, por lo que sus fieles no son indígenas sino extranjeros. 

Los sucesivos gobiernos rusos, en vez de expulsarles o cometer limpieza étnico-religiosa, han seguido la estrategia de reducir el peso político de la última religión abrahámica mediante desplazamientos y deportaciones forzosas de la población, practicando la rusificación de todas las minorías étnico-religiosas e incentivos y reformas político-económicas para calmar los ánimos separatistas. 

El número de las mezquitas ha crecido de las casi 500 en la era soviética a cerca de 5.000. En Daguestán los 27 templos musulmanes de 1988 llegaron a ser unas 700 en 1996. 

¿Sube al mismo ritmo el nivel de vida material de sus ciudadanos? Moscú incluso cierra los ojos ante la imposición del velo en la República de Chechenia, a pesar de la prohibición estatal (ver: Los límites de la libertad religiosa).

El ‘Nyet’ al velo y a más mezquitas surgió de miles de moscovitas en el 2012, por la construcción de una nueva mezquita capaz de acoger a 60.000 feligreses. 

El alcalde anuló la concesión del terreno y ya no expedirá más permisos para levantar templos islámicos, con el argumento de que ya hay suficientes mezquitas para los vecinos, y que quienes los solicitan son inmigrantes temporales

Para que, de repente, este islam intransigente, financiado por EEUU y Arabia consiguiera someter a la versión moderada y cultural de éste culto, se necesitaría un caldo de cultivo: el empobrecimiento de amplios sectores de las repúblicas de Chechenia y de Daguestán tras la caída de la URSS y las agresivas políticas económicas capitalistas, junto con las medidas discriminatorias y represivas de Moscú contra los intentos centrífugas de los lideres de las etnias no rusas, especialmente en la década de los 90. 

También la ineficiencia del islam tradicional desligado de la política para dar respuestas a los problemas del desempleo, corrupción o pobreza, así como la ausencia de una doctrina o bandera progresista. Aun así, la mirada de los musulmanes, ingresados en cofradías místicas, hace que su identidad sea más étnica que religiosa. 

Sus hermandades han sido utilizadas por los salafistas para camuflarse. Los llamados ‘Muyahidines de Tatarstán’, han llegado a asesinar a varios dirigentes de éste islam sufí.
En juego, la estabilidad de Rusia

Los seguidores de Bin Laden y de los talibanes afirman, en sus declaraciones provocativas, querer fundar un estado islámico fundamentalista en Chechenia y Daguestán, con la temible estrategia de eliminar a los que consideran no verdaderos musulmanes. 

Los atentados y las operaciones antiterroristas indiscriminadas del Servicio Federal de Seguridad (FSB) han generado una psicosis contra los musulmanes, parecido al clima creado tras los atentados del 11S en Occidente, y una rusofobia entre los caucáseos.

A pesar de que el islam político es una creación de los laboratorios subterráneos de EEUU cuyo fin es introducir cambios en el mapa político y geográfico de varias regiones claves del mundo, Washington desde el segundo mandato de Barack Obama ha moderado el uso de dichos grupos para provocar “caos y choque” (ver “Obama II: Petraeus, Siria e Israel). 

No así los republicanos y la Casa Saud que se niegan a soltar este huevo de oro para alcanzar sus objetivos. Es de dominio público que EEUU, Francia e Inglaterra apoyan a los terroristas rusos: el checheno Ilyas Akhmadov es refugiado político en Washington.
Los remedios del kremlin

El presidente Putin sigue la política centenaria de Moscú frente a la periferia musulmana: otorgarle la libertad de gestionar su localidad a cambio de fidelidad. Fortalecer las posiciones del islam moderado en Chechena ha estado acompañado por ofrecer una amplia autonomía, mientras, desde Siria, se intenta contener el avance del islamismo en la zona. En este país, miles de rusos —segunda nacionalidad de los rebeldes extranjeros después de los árabes—, practican el tiro de gracia y regresan como yihadistas profesionales al país.

La situación es muy compleja. Putin intenta defender de un islamismo violento y oscurantista las fronteras del país, desde la Asia Central hasta Eurasia, aunque comete varios errores: En lugar de consolidar la laicidad del Estado, el líder eslavo propaga la ortodoxia cristiana, una de sus principales herramientas para recuperar la influencia soviética en los nuevos estados independientes; ejerce una represión indiscriminada sobre los musulmanes, y no es consciente de que, por ejemplo, los atentados realizados por las Viudas Negras no son realizados desde una militancia política sino que representan simples actos de venganza por la muerte de sus seres queridos en operaciones militares de Moscú; la prohibición del velo en los colegios sin un previo trabajo de concienciación entre las mujeres acerca del significado y el simbolismo de esta prenda. Un ‘realpolitik’ hacia Irán ha neutralizado a los ayatolás —que reciben la inestimable ayuda rusa en el medio de las sanciones del Occidente—, para que prediquen su ideología en los antiguos dominios persas del Cáucaso.

Sin duda, muchos rusos confunden el islam (la religión) y los musulmanes (los fieles) con el islamismo (islam fundamentalista político y militante).

Putin intenta preservar lo que queda de la URSS y evitar que el mapa político-geográfico de los territorios próximos a sus fronteras, desde Ucrania hasta Asia Central y Eurasia, sea trazada al antojo de Arabia o del Occidente. De momento ha disuadido que Turkmenistán y Azerbaiyán alberguen bases militares de la OTAN.

Hoy, la principal amenaza a la seguridad nacional y la integridad territorial de Rusia es el radicalismo islámico, alimentado por quienes se esfuerzan debilitar el dominio ruso sobre los corredores de energía de Eurasia.

Sin la democratización del Estado, integrando a los no ruso-cristianos en su gestión, la cohesión del país, aún y a pesar de una economía capitalista neoliberal, se deshará.

http://blogs.publico.es/puntoyseguido/1335/guerra-abierta-de-arabia-saudi-contra-rusia/

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