Pablo Gonzalez

LIBIA o El desierto de los tártaros


Próximos a cumplirse tres años de la operación internacional, que terminó con el gobierno del líder libio Muhammad Gaddafi, lo que llevó a la nación magrebí, de ser la de mayor estándar de vida del continente a la condición de estado fallido, en vías de desintegración, con un gobierno impuesto por la coalición occidental, con un primer ministro, Ali Zeidan, a la sazón uno de los hombres más ricos del país, que ya fue librado a su suerte y que dispone un poder real que apenas trasciende las escalinatas de la casa de gobierno.

Ya un centenar de diputados pidió la dimisión de Zeidan y la de cinco ministros pertenecientes al partido islamista Justicia y Construcción. Nadie sabe como detener la ola de violencia que asola el despojo que la OTAN ha dejado de la antigua Libia. 

El país ha sido parcelado por las “tropas” vencedoras, convertidas en bandas, autónomas, que tanto pueden dominar una región, como solo algunas calles de un barrio.

Cada una de ellas subsiste con negocios tan turbios como el narcotráfico, tráfico de personas, armas y contrabando en general. Otras con fluidos contacto con al-Qaeda, se encuentran abocadas a la construcción de una base sólida para instalar un califato islamista de corte fundamentalista como intentan hacerlo en Afganistán, Siria e Irak.

Al parecer no solo las fuerzas que intervinieron contra el coronel Gadafi, esencialmente Estados Unidos y la Unión Europea, escondidos detrás de las Naciones Unidas tras la resolución 1973, se han olvidado del pueblo libio, sino también la gran prensa internacional, que jamás volvieron a dedicarle un mínimo espacio desde entonces.

La primera serie de notas que escribí en 2011 sobre el acecho de la OTAN a Libia llevó por título "Las guerras por venir”. 

No pensaba en Siria ni en la profundización del holocausto iraquí, sino en la propia Libia. Imaginaba entonces que la resistencia sería mayor, pero la diferencia de armamento, los miles de mercenarios provistos por Arabia Saudita y los cientos de agentes extranjeros que operaron en el terreno, provocaron una guerra asimétrica con un final irreversible.

Las imágenes que mostraban el linchamiento del coronel Gadafi a las afueras de Sirte me hicieron pensar que aquel título no había sido más que una expresión de deseos. Desde entonces quedé esperando a los tártaros, como el teniente Giovanni Drogo en la maravillosa novela de Dino Buzzati.

Vientos del sur

Nada bueno llega de Libia, solo noticias que hablan de enfrentamientos entre bandas rivales, el poder anémico del gobierno, la amenaza constante de la partición del territorio, el expolio de su petróleo a manos de multinacionales. 

Y ni una referencia acerca de los índices de desnutrición, los niveles de escolarización, las tazas de desocupación, mortalidad infantil, sanidad y pavadas por el estilo. Como en El Desierto de los Tártaros nada parece moverse.¿O será que se oculta?

Algunos pequeños medios y portales vinculados a la resistencia Libia, informan que los enfrentamientos que se están desarrollando en el sur del país, no son trifulcas tribales, como quiere hacer ver el gobierno, sino algo verdaderamente más profundo.

Son combates entre una alianza de grupos gaddafistas conformados por imazighen u hombres libres, (Como se llaman así mismos los bereberes) y los Tawergha Tobou, libios negros que fueron brutalmente perseguidos, muchos de ellos asesinados tras la caída de Gaddafi. 

Ésta etnia se vio obligada a un desplazamiento masivo durante los combates de 2011, y una vez terminados las milicias, principalmente de la ciudad de Misrata, las más cercanas a al-Qaeda, impidieron que 40.000 de ellos retornaran a su ciudad Tawergha.

Estas etnias, junto a los Tuareg y otros grupos étnicos menores que habitan en el sur de Libia, norte de Chad y Níger, se están reagrupando y organizando, para volver a la lucha, no solo contra las bandas mercenarias, sino contra el gobierno instalado en, por ahora, la lejana Trípoli. 

El sábado 18 de enero un grupo de la resistencia, tomaron la base aérea del Tamahind en la ciudad de Sabha, (750 kilómetros al sur de Trípoli) poniendo en fuga a las fuerzas del primer ministro Ali Zeidan.

Los informes hablan también de que cada vez es más frecuente ver ondear la bandera verde de la Jamahiriya, que rigió durante los cuarenta y dos años del gobierno del Coronel. 

Como para corroborar estas informaciones, se conoció el llamado urgente del primer ministro Zeidan a una sesión de emergencia del Congreso General de la Nación para declarar el estado de alerta, después que se conoció la toma de la base aérea de Sabha.

Zeidan, tras informar que había ordenado la recaptura de la base agregó: “Esta confrontación continúa, pero en unas horas se resolverá”. Más tarde un portavoz del Ministerio de Defensa, dio a conocer que se había recuperado el control del Tamahind, sin aclarar ni especificar a que costo de vidas. 

Ya el día 9 de enero también en Sebha, se habían registrados enfrentamientos que dejaron cerca de cien muertos y ciento treinta heridos.

Según fuentes oficiales en enfrentamientos había sido entre las tribus de origen imazighen Tabu y las árabes Uled Suleimán. Pero no aclaran realmente los motivos y es imposible inferir si fueron enfrentamientos tribales, limpieza étnica o acciones de la resistencia.

El estado de confusión se extiende a todo el país, por ejemplo el once de enero último fue ajusticiado el viceministro de Industria Hassan al-Droui, en el transcurso de una visita a su ciudad natal, Sirte, casualmente la misma donde nació y fue asesinado el Coronel Muhammad Gaddafi, al este de Trípoli.

Este es el primer asesinato de un miembro del gobierno. Al-Droui fue miembro del Consejo Nacional de Transición (CNT) el brazo político local de la intervención de la OTAN, en 2011.

Las autoridades libias no han podido saber de donde han salido los disparos que acabaron con el colaboracionista, ya que son muchas las bandas armadas que tienen cuentas pendientes con ex miembros de CNT. 

Como sucedió con el asesinato del embajador norteamericano Chris Stevens en la ciudad de Bengasi en septiembre del 2012, será imposible saber quién fue el certero sicario que acabó con la vida de al-Droui.

Más suerte ha tenido este último miércoles 29, el ministro del Interior al-Sidik Abdel Karim, quien salvó su vida tras un fallido atentado en las calles de Trípoli.

Las guerras por venir en Libia, están llegado, o quizás nunca se fueron. 

Como el viejo teniente Giovanni Drogo solo nos queda seguir esperando.

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