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Malala Yousafzai y Nabila Rehman: mundos aparte


A diferencia de Malala Yousafzai, Nabila Rehman no recibió una cálida bienvenida en Washington

Murtaza Hussain
Al Jazeera

El 24 de octubre de 2012 un drone Predator volando sobre Waziristán del Norte vio a Nabila Rehman de ocho años, sus hermanos y su abuela, mientras trabajaban en un campo al lado de su casa en la aldea. 
Su abuela, Momina Bibi, enseñaba a los niños cómo cosechar quimbombós ya que la familia se preparaba para la próxima fiesta del Eid. 
Sin embargo, ese día ocurriría el terrible evento que cambiaría para siempre la vida de esa familia. 
Los niños oyeron repentinamente el peculiar zumbido emitido por los drones operados por la CIA –un sonido familiar para los que viven en las aldeas rurales paquistaníes que son acechados permanentemente por ellos– seguido por dos sonoros chasquidos. 
El avión sin tripulación lanzó su mortífera carga hacia la familia Rehman, y en un instante las vidas de esos niños fueron transformados en una pesadilla de dolor, confusión y terror. 
Siete niños fueron heridos, y la abuela de Nabila fue asesinada ante sus ojos, un acto por el cual nunca se ha dado una disculpa, una explicación o justificación.

La semana pasada, Nabila, su padre que es maestro de escuela, y su hermano de 12 años viajaron a Washington para contar su historia y buscar respuestas para los eventos de ese día.
 Sin embargo, a pesar de haber superado increíbles obstáculos para viajar desde su remota aldea a EE.UU., Nabila y su familia fueron totalmente ignorados. 
En la audiencia en el Congreso en la que testificaron, aparecieron solo cinco de 430 representantes. 
En las palabras del padre de Nabila hacia los pocos que asistieron: 
“Mi hija no tiene la cara de un terrorista y tampoco la tenía mi madre. 
No veo el sentido de lo que pasó, por qué sucedió algo semejante… como maestro, quería educar a los estadounidenses y hacer que conozcan a mis hijos que han sido heridos.”

El traductor irrumpió en llanto mientras contaba su historia, pero el gobierno decidió desairar a esa familia e ignorar la tragedia que les había causado. 
Nabila, la pequeña niña con sus impresionantes ojos color avellana, hizo una simple pregunta en su testimonio: 
“¿Qué mal causó mi abuela?” Nadie respondió esa pregunta, y pocos se dieron la molestia de escucharla.
 Como símbolo del redomado desprecio del gobierno por gente que pretende estar liberando, mientras los Rehman contaban su sufrimiento Barack Obama estaba reunido con el director ejecutivo del fabricante de armas Lockheed Martin.

Memoria selectiva

Es útil contrastar la reacción estadounidense ante Nabila Rehman con la recibida por Malala Yousafzai, una joven que fue casi asesinada por los talibanes paquistaníes. 
Mientras Malala era celebrada por personalidades de los medios, políticos y dirigentes políticos occidentales por su heroísmo, Nabila se ha convertido simplemente en una más de los millones de personas anónimas, sin cara, cuyas vidas han sido destruidas en la última década por las guerras de EE.UU. 
La razón para esta manifiesta discrepancia es obvia. 
Ya que Malala fue víctima de los talibanes, ella, a pesar de sus protestas, fue vista como un instrumento potencial de propaganda política para ser utilizado por los partidarios de la guerra. 
Podía ser usada como la cara humana de su esfuerzo, un símbolo de la pretendida decencia de su causa, el tipo de niña en cuyo nombre EE.UU. y sus aliados pueden decir que están provocando un derramamiento de sangre tan increíble. 
Claramente, muchos de los que utilizaron su nombre y su imagen como símbolo de la justicia de la acción militar estadounidense en el mundo musulmán no se preocuparon lo suficiente por escuchar sus propias palabras o sentimientos sobre el tema.

Como describe Max Fisher del Washington Post:

Las lisonjas occidentales sobre Malala han tenido que ver menos con sus esfuerzos por mejorar las condiciones para las niñas en Pakistán, o ciertamente sobre las luchas de millones de muchachas en Pakistán, y más con nuestro propio deseo de hacernos sentir bien con una celebridad y un mensaje fácil. 
Es una manera de salvarnos de una situación difícil, convencernos de que se trata simplemente de buenos contra malos, de que estamos del lado correcto y que todo está bien.

¿Pero cuál es el papel de Nabila? Si los asesinatos extrajudiciales, los ataques de drones y la tortura forman todos realmente parte de una causa justa asociada con la liberación del pueblo de Pakistán, Afganistán y otros sitios, ¿dónde quedó la compasión o incluso el simple reconocimiento por la devastación que esta guerra ha causado a innumerables pequeñas niñas como ella? 
La respuesta es evidente: Los únicos que merecen ser reconocidos por sus sufrimientos en este conflicto son los que son víctimas del enemigo. 
Malala, por sus luchas, debía ser convertida en la cara del esfuerzo de guerra estadounidense –contra su propia voluntad si fuera necesario– mientras innumerables niñas como Nabila siguen siendo aterrorizadas y asesinadas como parte de esta guerra sin fin. 
No habrá presentaciones de celebridades o ceremonias con premios para Nabila. 
Casi nadie se dio la molestia de aparecer en su testimonio.

Pero si hubieran asistido, habrían oído el testimonio de una niña de nueve años haciendo las preguntas formuladas por millones de personas inocentes cuyas vidas han sido sumidas en el caos durante la última década: 
“Cuando oigo que persiguen a gente que ha hecho daño a EE.UU. me pregunto ¿qué daño he cometido yo? 
¿Qué les hizo mi abuela?
 No hice nada malo.”

Murtaza Hussain es un escritor y analista basado en Toronto, Canadá, que se concentra en política de Medio Oriente. 
Está en Twitter: @MazMHussain 

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