Pablo Gonzalez

El preso político de más antigüedad en Estados Unidos, con 32 años de encierro, es también el más invisible del mundo.


Conozca mejor a Oscar López Rivera, preso politico en EEUU


Nadie se explica la razón por la cual Oscar López Rivera, que tiene 70 años, ha estado tanto tiempo preso, incluyendo una década que pasó en régimen de aislamiento, sin poder ver a los suyos o comunicarse con el exterior.

Uno se pregunta por qué han pasado tantos años de silencio y de realidad oculta.

Qué circunstancias se han conjugado para que no haya una gran repercusión del caso.

En otras palabras, para hundirlo en ese otro aislamiento más hiriente que el físico, que es el de la indiferencia dentro de su propia Patria.

Todavía aquí se escuchan los ecos del alboroto que causó el arresto del disidente chino Ai Weiwei, quien no estuvo ni tres meses preso (si es que estuvo preso) y recibió una atención mediática incomensurable.

Mal hecho que lo metieran en la cárcel aunque fuera un día, aunque luego las autoridades chinas alegaron que debía dos millones de dólares en impuestos.

A lo largo y ancho del planeta -y no dudo que en Puerto Rico le colaboraran- se recogió dinero para que Weiwei pagara lo que le debía al Gobierno chino.

El final de esa colecta no lo recuerdo bien, sólo sé que él posó desnudo para la posteridad. Un desastre estético.

Por contraste, aquí, muy pocos han estado al tanto de la tragedia de Oscar López.

No fue acusado de ningún crimen, ni de daño contra persona alguna.

Sólo de conspiración sediciosa, que es la manera más inhóspita de decir que Oscar piensa que Puerto Rico debe ser una cosa, mientras que la potencia que lo priva de la libertad sostiene que la Isla debe ser otra.

Más sencillo y con mayor economía de palabras no se puede decir.

Por pensar y creer en lo que cree, lleva todo ese tiempo a la sombra, nunca mejor dicho: a la indoblegable sombra.

Entró en la cárcel en plena juventud.

Sin él pasó la vida por el pueblo de San Sebastián, donde nació.

Pasó la vida por Puerto Rico.

Empezaron y acabaron cuatrienios. Vivieron y murieron gobernadores.

Se impusieron y languidecieron modas.

Surgieron y se acabaron programas de televisión, novelas o comedias.

 Triunfaron y fueron olvidados cantantes, músicos, vedettes. Ganaron y perdieron boxeadores.

Aparecieron las computadoras. Irrumpió el celular.

Se construyeron autopistas y urbanizaciones.

Se arrasaron algunos bosques.

 Nacieron y murieron abatidos muchos jóvenes.

Cuántas cosas no han pasado en 32 años.

Y este hombre en la celda por conspiración sediciosa.

Oscar López, irónicamente, combatió en Vietnam bajo la bandera de la misma nación que, por sus ideas y nada más por ellas, le ha tirado encima 78 años de cárcel.

Teóricamente, le quedarían por cumplir cuarenta y pico.

Mientras desde el ventanuco de su celda contempla el paso de las estaciones (32 inviernos, veranos, otoños y primaveras de Indiana, donde está la cárcel) la vida ha cambiado también en Hanoi y en ciudad Ho Chi Minh, esos lugares que de seguro él conoció. 
El piloto de un avión vietnamita fue multado hace unos días por retratarse en pleno vuelo con la actriz más famosa de Vietnam sentada en sus rodillas. 
El tío Ho se revolcaría en su tumba, y Oscar López, que quizá no haya perdido el sentido del humor, se reiría al leer la noticia.

Como casi todos los presos políticos del mundo, este hombre tiene amigos solidarios y tiene, sobre todo, una familia. 
También esa familia ha crecido, se ha mudado, ha celebrado nacimientos, ha llorado muertos y ha despedido muchos años sin él.

A lo mejor, si uno se para a la entrada de Plaza las Américas y pregunta a la gente al azar si conoce a la hija, a la hermana, o a un pariente cualquiera de Oscar López Rivera, no habrá uno solo, uno que diga que los conoce. 
Es más, ni siquiera van a saber quién es Oscar.

¿No ven que es invisible?

Como invisible fue, invisible murió, aquel ser entrañable, el barbero de Pedro Albizu Campos. 
Ese tampoco mató a nadie, se encerró en su barbería de Barrio Obrero, donde lo acribillaron a balazos y le dieron un tiro de gracia en la sien. Era un gato. Sobrevivió a todo eso.
 Estuvo en la cárcel donde volvió a recortar con sus manos mutiladas, a las que les faltaban dedos, ensayando en el pelo de otros presos. 
Terminó sus días consciente de que lo vigilaban, hablando en susurros, desahogándose con los amigos.

Debería tener categoría de héroe, pero si el barbero de Albizu tuviera categoría de héroe, y los niños se enorgullecieran de él en las escuelas, Oscar López no estaría en la cárcel.

Dicen que somos lo que comemos. No lo creo. Somos lo que leemos y lo que vivimos. Y también el cine que vemos. 
En mi adolescencia, lloré al final de esa magnífica película, “Sacco y Vanzetti”, sobre dos anarquistas italianos que en 1927 fueron acusados falsamente por asesinato, y condenados a la silla eléctrica (Dukakis rehabilitó su memoria 50 años más tarde.) 
En aquel tiempo, me parecía imposible que dos inocentes, tan obviamente inocentes, hubieran sido ejecutados de esa forma sólo por sus ideas. 
Me gustaba canturrear a veces el tema de la película, “Here’s to you, Nicola and Bart”, del grandísimo Ennio Morricone, que interpretó Joan Báez.
 Y la línea final de esa canción, en estos días, me recuerda los años que ha tenido que sufrir Oscar López Rivera en una celda donde han querido arrancarle, roerle cada día un trocito. 
La línea es: “That agony is your triumph”.

Claro que sí, es su triunfo.

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