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La vilmente pisoteada Constitución hondureña expresa con claridad que nuestro Estado es laico, pero más allá de lo teórico, es evidente que en la Honduras de hoy la Iglesia es un factor político real en la vida nacional.

Si en el pasado reciente los altos jerarcas católicos y evangélicos se pusieron la camiseta del nefasto golpe de Estado y lo santificaron, en la actualidad esos pastores ocupan, incluso, puestos relevantes en diversas instituciones y comisiones que deciden sobre temas delicados y de alta sensibilidad nacional.

Al dar semejante paso al frente y convertirse en actores políticos, las iglesias se han colocado en el ojo de la diana. La acción política inherentemente conlleva a estar sometido, guste o no, al escrutinio público. 
 
Mostrando incomprensión de los tiempos que vivimos, al asumir definiciones políticas y decidirse por uno de los bandos que pugnan en el conflicto hondureño, las iglesias se expusieron como se expone todo político, a ser desnudadas sin piedad en sus incoherencias y miserias.

Pasando de lejos por las demostradas perversiones, resulta increíble la incongruencia de curas y pastores entre lo que practican y pregonan frente al ministerio apasionante y coherente de su supuesto faro: Jesucristo.
 
La opción preferencial por los pobres de Jesús, es un horizonte lejano y utópico para las jerarquías católicas y evangélicas de Honduras.

Si Jesús confrontó abiertamente al poder establecido de su época, en Honduras, ambas iglesias conviven con los poderes que por largo tiempo, oprimen y explotan a un pueblo que navega los mares de la pobreza más extrema y la desesperanza.
 
 La alta jerarquía se mueve en camionetas ostentosas del año y disfruta manjares y francachelas con absoluto cinismo; en tanto, el Jesús de los pobres era la más alta expresión de la sencillez y la humildad.

Honduras vive tiempos turbulentos que indefectiblemente traerán consigo cambio y transformación, quizá, ha llegado la hora de que acorde a esos tiempos, las iglesias comprendan o se les haga comprender con firmeza que también para ellas el cambio es un imperativo. 
 
Ese cambio por fuerza radica en ponerse del lado de sus ovejas con una visión progresista de la realidad, dejar de oponerse a las legítimas aspiraciones del pueblo y asumir el ejemplo de Jesús en cada una de sus prácticas. 
 
En la Honduras actual una iglesia que continúe en maridaje con el poder que somete al pueblo, solo tiene como futuro su inexorable pérdida de respeto e influencia.

Magnánimo es reconocer la existencia de hombres que con sus actos han demostrado que contrario a la práctica de la alta jerarquía, sí es posible volver en acciones concretas la prédica cristiana. 
 
Monseñor Luis Alfonso Santos, el padre Andrés Tamayo, el padre Ovidio Rodríguez, entre otros, marcan el norte de la Iglesia que requiere Honduras, una iglesia decidida en su elección por la causa de los pobres, comprometida con la construcción de una sociedad justa y solidaria, una iglesia verdaderamente cristiana.

En lugar de pretender ser un factor político, las iglesias deben volver a sus raíces: Los pobres. La búsqueda de la transformación en las condiciones de vida de la mayoría de hondureños. 
 
El imperativo del cambio plantea decidir entre lo que Jesús practicó hasta el martirio, o continuar bendiciendo y compartiendo las riquezas y los hartazgos del César.

Fuente : http://www.ellibertador.hn/?q=article/editorial-y-portada-de-el-libertador-impreso-febrero-2013-iglesia-imperativo-del-cambio

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