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Génesis (del griego Γένεσις, "nacimiento, creación, origen"


AL pensar sobre los orígenes del mundo en el que vivían, los griegos, en su mayor parte, parecen satisfechos con la explicación dada por el poeta Hesíodo, que decía que en sus comienzos el mundo era una gran masa informe o caos, del que se formó primero el espíritu del amor, Eros (Cupido), y la Tierra con su gran pecho, Gea; luego Erebo, oscuridad, y Nix, noche. 
 
De la unión de estos dos últimos surgió Éter, el cielo claro, y Hémera, el día. La Tierra, en virtud del poder que le había dado forma, produjo a su vez a Urano, el firmamento que la cubría con su cúpula de bronce, como la llamaron los poetas, para describir su apariencia de duración eterna, las montañas y Pontos, el infructífero mar. 
 
Por tanto Eros, el mayor y al mismo tiempo el más joven de los dioses, comenzó a agitar al mundo y todas las cosas contenidas en él, las juntó y las puso en parejas. 
 
Los primeros en importancia de estas parejas fueran Urano y Gea, cielo y tierra, que poblaron la tierra con una hueste de seres, Titanes, Gigantes y Cíclopes, que estaban dotados de una estructura física y una energía mucho mayor que las razas que les sucedieron.
 
 Es una idea bella la de crear amor a partir del caos, juntando elementos opuestos y preparando un mundo para recibir a la humanidad.
 
 Otra noción aparentemente más antigua y ciertamente más oscura es la expresada por Hornero, que atribuye el origen del mundo a Océano, el océano. 
 
No se hace referencia a cómo los cielos y la tierra surgieron de él, o si fueron considerados como coexistentes con él desde el principio.
 
 Las numerosas historias antiguas, sin embargo, sobre las inundaciones, tras las cuales surgieron varias generaciones de hombres y el hecho de que se creyera que los innumerables ríos y regueros fertilizantes de la tierra venían del océano, así como también parecían volver a él, y que todos los dioses del río fueran considerados como hijos de Océano, sugiere la preponderancia de una forma de creencia con respecto al origen del mundo en tiempos anteriores a Hesíodo. 
 
Se nos dice que el océano rodeaba la tierra como una gran ría y que era una región donde había maravillas de todas clases; que Océano vivía allí, con su esposa Tetis; que allí estaban las islas de los benditos, los jardines de los dioses, las fuentes de néctar y ambrosía de la que vivían los dioses. 
 
Dentro de este círculo de agua la Tierra yacía extendida como un disco con montañas que salían de ella, y la bóveda del cielo aparecía apoyada en su borde exterior todo a su alrededor.
 
 Se suponía que este borde exterior estaba algo elevado, para que el agua no pudiera entrar e inundar la tierra. 
 
Se veía que el espacio entre la superficie de la tierra y los cielos estaba ocupado por el aire y las nubes, y sobre las nubes se suponía que estaba el éter puro, en el que se movían el Sol, la Luna y las estrellas. 
 
El Sol salía en el Este del cielo por la mañana, atravesaba el arco celestial durante el día y se ocultaba por la tarde por el Oeste; se pensaba que estaba bajo la dirección de un dios que iba montado en un carro tirado por cuatro espléndidos caballos. 
 
Tras hundirse en el océano, se suponía que tomaba un barco y navegaba durante la noche hacia el Este, para estar preparado para empezar un nuevo día.

En la región del aire que había por encima de las nubes se movía la más alta jerarquía de dioses, y cuando con el fin de alcanzar algún acuerdo o simplemente para intercambiar ideas se reunían todos, el lugar de encuentro era la cima de una de estas altas montañas cuyas cabezas permanecían escondidas en las nubes, pero sobre todo el inaccesible Olimpo en Tesalia. 
 
En el punto más alto estaba el palacio de Zeus, en cuyo trono se sentaba majestuoso para recibir visitas como las de Tetis (Ilíada 1,498) cuando vino a interceder por su hijo. 
 
En mesetas o en gargantas que había por debajo estaban las mansiones de otros dioses, que contenían, como se pensaba, los correspondientes almacenes, establos y todo lo que era usual en las casas de los príncipes en la Tierra. 
 
Las deidades que así habitaban el Olimpo, y que por esa razón se llamaban deidades del Olimpo, eran doce en número. 
 
Es verdad que no siempre se mencionan los mismos doce dioses, pero los siguientes se pueden considerar como los más usuales: Zeus (Júpiter), Hera (Juno), Poseidón (Neptuno),

Deméter (Ceres), Apolo, Artemisa (Diana), Hefestos (Vulcano), Palas, Atenea (Minerva), Ceres (Marte), Afrodita (Venus), Hermes (Mercurio) y Hestia (Vesta). 
 
Aunque estaban aliados unos con otros por varios grados de relaciones, y eran adorados en muchos lugares en altares como si fueran un cuerpo unido, no siempre actuaban juntos en armonía; un ejemplo memorable de su desacuerdo fue aquel en el que (Ilíada VIII, 13-27) Zeus amenazó con arrojar a los otros al Tártaro y les retó a que le movieran del Olimpo colgándose con una cadena de oro y tirando con todas sus fuerzas. 
 
Si se les ocurría intentarlo, él podría fácilmente subirlos de nuevo junto con la tierra y el mar, atar la cadena a la cima de Olimpo y dejarlos a todos colgando en medio del aire. 
 
El nombre de Olimpo no fue únicamente aplicado a la montaña de Tesalia, aunque ésta podía haber sido la primera en llevar este título, y cierto es que en tiempos posteriores fue la principal, pero fue aplicado a nada menos que catorce montañas en varias partes del mundo griego, cada una de las cuales parece haber sido considerada como un lugar de encuentro ocasional, y no un asiento permanente de los dioses.
 
 Finalmente, la palabra fue utilizada para designar una región sobre el cielo visible, desde el cual se decía, para expresar su altura, que si desde allí caía un yunque de bronce tardaba nueve días y nueve noches en alcanzar la Tierra. 
 
A una distancia igual por debajo de la superficie de la Tierra estaba Tártaro, un vasto y lóbrego espacio vallado con bronce, donde vivían los titanes en el destierro.

El orden más bajo de deidades, que naturalmente no habitaban en Olimpo, estaba confinado a ciertas localidades de la Tierra donde ejercitaban sus poderes —como, por ejemplo, las Náyades, o ninfas de las fuentes, en los alrededores de fuentes y ríos; las Oreadas, o ninfas de la montaña, en las montañas y colinas y las Dríadas, o ninfas de los árboles, en los árboles. 
 
Con respecto al lugar de residencia de los héroes o seres semidivinos tras su traslado de la Tierra, existía considerable variedad de opiniones, de las que tendremos ocasión de hablar más adelante.

Las representaciones de las deidades reunidas en Olimpo para una ocasión particular —como en el nacimiento de Atenea de la cabeza de su padre Zeus— aparecen con cierta frecuencia en los jarrones griegos pintados. 
 
Éste fue el tema elegido por Fidias para las esculturas de uno de los frontones del Partenón ahora en el Museo Británico. 
 
La pérdida, sin embargo, de muchas de las figuras hace imposible decir ahora quiénes eran las deidades seleccionadas, o si siquiera se limitó al número usual de doce. 
 
En un extremo del frontón está el Sol saliendo del mar en su carro, en el otro la Luna se aleja. 
 
El hecho debe haber tenido lugar, pues, al amanecer.
 
 El mismo hecho se observa en la escena del nacimiento de Afrodita, en presencia de las deidades reunidas, con las que Fidias adornó la base de la estatua de Zeus en Olimpia y de la que aún conservamos la descripción de Pausanias (v. 403). 
 
En un extremo estaba el Sol subiendo a su carro, junto a él Zeus y Hera, luego Héfestos (?) y Carite, luego Hermes y Hestia.
 
 En el centro estaba Eros recibiendo a Afrodita, que estaba saliendo del mar, y Peito coronando a Afrodita; luego Apolo y Artemisa, luego Atenea y Hércules, luego Poseidón y Anfitrite, y finalmente la Luna (Selene) alejándose. 
 
Las deidades están así agrupadas en parejas de dioses y diosas, y las de mayor importancia están hacia los extremos de la composición.


ALEXANDER S. MURRAY

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