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Vladimir Lenin, Anonymous y el fracaso del 15-M


Mientras leía hoy el (excelente) artículo en Wired sobre Anonymous y su “organización”, recordaba muchas de las cosas que se decían, hará cosa de un año, sobre el 15-M y los nuevos movimientos sociales nacidos de la gran recesión.

La idea central de muchos de estos movimientos (15-M, Occupy Wall Street, Anonymous,etcétera) es que son protestas descentralizadas, sin un liderazgo estable o claro.
 
 El 15-M, sin ir más lejos, era un movimiento agresivamente asambleario, muy preocupado de evitar jerarquías o que nadie se apropiara de las protestas.
 
 Los anon hablan que no son una democracia, sino una “do-ocracy” (¿acción-cracia?); las decisiones se toman a base de hechos, no discusiones. 
 
Si alguien lanza una campaña, su peso depende de cuánta gente se una a ella, no de una votación o debate interno. 
 
Occupy era parecido al 15-M; mucha acción y debate, y un miedo cerval a la burocratización.

Esta forma de organización, sin líderes, programa o instituciones, es relativamente novedosa; fruto de internet y las nuevas redes sociales, dicen algunos. 
 
En vez de crear un monolito burocrático con líderes, ahora es posible organizarse directamente, ya que los costes de transacción son muy bajos. 
 
Debatir, intercambiar ideas y montar campañas es mucho más fácil, haciendo las viejas campañas con jefes y demás algo obsoleto.

La verdad, hasta hace unos meses esta clase de argumentos casi me parecía convincente.
 
 Las nuevas tecnologías sí han reducido costes hasta extremos ridículos, y es mucho más fácil tener conversaciones multipolares, sin un centro claro. 
 
De un tiempo a esta parte, sin embargo, ya no estoy tan seguro.

Linda Hirschman hablaba hace unos días sobre Stonewall y el nacimiento del movimiento homosexual en Estados Unidos. 
 
Los disturbios de Stonewall son uno de los mitos fundadores del movimiento gay americano; todo empezó con un raid de la policía en un bar de Greenwich Village en 1969 que acabó a tortas, y que galvanizó la comunidad homosexual de Nueva York para movilizarse y pedir sus derechos.
 
 Hirschman señala que la visita policial y brutalidad asociada no tenían nada de extraordinario; los disturbios del 69 no eran los primeros, ni Nueva York era la ciudad con más conflictos y protestas. 
 
La diferencia entre Stonewall y otras batallas, sin embargo, fue que en este caso un grupo de afectados eran miembros de un par de organizaciones del barrio, y decidieron ir más allá de una protesta.

¿Cómo lo hicieron? Para empezar, con reuniones. 
 
No con asambleas o cosas espontáneas; un local, un orden del día, un grupo de gente llevando la agenda y poniendo orden para que del debate salieran cosas concretas.
 
 El segundo paso fue abrir la organización al barrio, pero usando un modelo representativo; nada de participación ilimitida, con los más pacientes / masocas / radicales monopolizando la organización. 
 
Y el tercer paso, siendo como es Estados Unidos, fue recaudando fondos organizando bailes, eventos y demás, de modo que la organización pudiera hacer cosas.
 
 Craig Rodwell, un librero del barrio, se ocupó del comité que organizaría el primer desfile de orgullo gay de la ciudad. Un grupo de amigos, algo de dinero, y a las pocas semanas tenemos un movimiento social que cambiaría el país. 
 
La vanguardia del proletariado, tomando las riendas de los oprimidos, y llevándoles a la tierra prometida.

Los movimientos sociales “tradicionales” siempre habían seguido este modelo, o alguna aproximación razonable. El viejo manual de Lenin: un grupo de gente muy motivada y especializada toma las riendas y lleva las protestas adelante. 
 
La protesta puede ser de masas, pero la organización es pequeña y profesional.
 
 Hay líderes representativos, pero hay un centro que da dirección y mantiene el movimiento vivo, a la vez que evita que el colectivo se meta a discutir cuestiones procedimentales hasta el fin de los días o pierda el tiempo debatiendo sobre la necesidad de biodanzas.

Cuando un sistema organizativo es utilizado una y otra vez, es muy posible que lo que estemos viendo no es sólo una costumbre, sino un modelo que funciona bastante bien. 
 
Los movimientos sociales se institucionalizan no porque exista siempre un colectivo de gorrones que quiere apropiarse de toda la gloria, sino porque es una forma eficiente de conseguir que las protestas no acaben dominadas por los que no tienen nada mejor que hacer. 
 
Las asambleas, al fin y al cabo, son una forma de democracia directa, no de democracia representativa; si queremos que un movimiento haga lo que pide su “votante mediano”, debemos crear un sistema que evite que quien domine la organización sea el “votante incansable” (léase, el más motivado o más radical).
 
 Un movimiento social que crea una institución corre el riesgo de fosilizarse a largo plazo, pero evita convertirse en un galimatías sin objetivo claro a corto.

Las protestas del 15M empezaron hace algo más de un año. 
 
De todo ese ruído y furia lo único que hemos acabado por ver es mucha gente saliendo a la calle y protestando y poco más; el movimiento ha pasado a segundo plano, incapaz de mantener algo parecido a un mensaje más o menos coherente, una agenda reformista sobre la mesa o un apoyo social claro. 
 
Occupy ha caído en un problema parecido; Anonymous son un caso similar. 
 
La misma descentralización del movimiento, su resistencia a organizarse, ha hecho que se agotaran corriendo en mil direcciones, sin llegar nunca a establecerse en el debate.

Ayer domingo, en Egipto, una organización aburrida, institucional y burocrática celebraba una victoria electoral. La gente de Tahir, los revolucionarios de la primavera árabe, no tenían líderes. 
 
Los Hermanos Musulmanes, todo comités y locales uno-punto-cero, se concentraron en ganar. Vladimir Lenin tenía razón. Necesitamos revolucionarios profesionales.
 

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