Pablo Gonzalez

¿Resurrección?, ¿cuál resurrección?


Los espiritistas tienen santos desconocidos para el cristianismo. 
 
Una vez profundizas en esas religiones, que por estos lados llaman ‘brujería’ (muy distintas a los mitos explotados en Harry Potter), encuentras el sincretismo, es decir, la mezcla distintiva de religiones: las que estaban y la que vienen a imponer.

A nivel general, de eso precisamente se trata la religión. Es una copia de otra copia, de otra copia. 
 
Es un sincretismo entre copias, cimentado por violencia, conquistas, culturas y movimientos políticos; el ser humano, además de sentir y actuar, inició el inacabable proceso de buscarle respuestas a las cosas; cuando no podía ni sabía cómo encontrarlas, inventaba. 
 
Así, entre la lucha por el poder y la curiosidad neta el mundo como lo conocemos comenzó a moverse, a desarrollarse, a coronar imperios y sembrar creencias que eran destrozados por el conocimiento para luego renacer con otro cerebro en el poder. 
 
Así venimos caminando; y el mundo hoy se mueve fundamentado en el discernimiento de las masas; saber tus placeres, conocer lo que te mueve, lo que crees te hace feliz, es la forma de venderte algo distinto y mantenernos atentos al mejor producto, pues poseerlo te encasilla en un estado aparte; un estado que continúa siendo la meta de la mayoría.

Escribo esta columna en los finales de semana santa, la “Semana Mayor”, le llaman algunos por aquí. Cuando mi madre era pequeña vivía en un pueblo del sur donde los muebles de las casas eran cubiertos con mantas negras, las personas usaban vestuarios de luto, se susurraba y las procesiones y visitas a iglesias eran las estrellas de la semana. 
 
Hoy, no todos los cristianos siguen esos depresivos rituales.
 
 Palpablemente, ese rasgo caníbal de comer la carne y beber la sangre del resucitado es bastante sangriento; a lo mejor, por eso es seguido, indisputablemente, por la inmortalidad. La idea cristiana es ganarle a la muerte, lo que ellos le llaman salvación, uno de los pilares de la religión que es obtenido a través de la resurrección de Jesús.

Ciertamente, todas las religiones ofrecen algún tipo de inmortalidad en algún momento, la idea ha sido una fijación en la cultura de la especie. 
 
Y es de esperarse. La muerte es definitiva y dolorosa. Por más que creas, la idea de perder a esos a quienes amas es escalofriante y turbadora; una noción inevitable con la que tenemos que lidiar en esos momentos de existencialismo que muchas veces nos sobrecoge, y son nociones realmente antiguas. 
 
Recordemos, por ejemplo, al héroe Gilgamesh, quien en el siglo 22 antes de nuestra era, buscaba por todas partes la inmortalidad. 
 
Esa habilidad de vivir para siempre se encuentra plasmada en diversas expresiones humanas, en la música, la literatura, dibujos, películas, arte gráfico, bailes y teatro, entre otras. 
 
Y la seguimos buscando, por eso las religiones, una vez estudiadas, surgen como las copias de otras más antiguas, un tipo de sincretismo que se forma con el tiempo y es moldeado por el poder en las culturas y sus maneras de manipular las masas. 
 
Al final, es una idea común en el ser humano, enigmática, incomprensible, deseable y codiciada por todos.

Y las historias y cuentos son numerosos, variados, coloridos, todos van de acuerdo a los tiempos, el conocimiento, las creencias en la cultura. 
 
Mitos y leyendas que ayudaron a los ancestros en miles y miles de funciones, afectaron la forma en que la especie creció y se desarrolló, por supuesto que los copiaríamos, era la única forma de imponer lo nuevo sobre lo viejo, copiar y mezclar; una manera certera de lograr un cambio de pensamiento con nuevas neuronas en el poder.

No voy hablar aquí del zoroastrismo ni de Mami Wata. Existen miles de versiones de lo mismo que han sido plasmadas de diversas formas en la historia del mundo. 
 
Pero una cosa sí es cierta, la resurrección, la inmortalidad y la relación con la muerte son temas claves en las religiones, de hecho, creer en un dios significa, casi todo el tiempo, que crees en algo más allá de la vida.

Durante los años 1998 y 2000, Michael Martin, de la Web Secular, sostuvo un debate con el autor cristiano Steven Davis sobre lo irracional de la resurrección entre cristianos.
 
 Para Martin, creer en la resurrección no es sólo irracional para los no creyentes o no cristianos, sino para creyentes también.
 
 El argumento de Martin se basa en fórmulas estadísticas que revelan las bajas posibilidades de una ocurrencia.
 
 Ni siquiera si integras en la fórmula el conocimiento histórico; esa idea de que “sólo si fuera algo cierto se hubiesen adherido tantas personas a la religión, es decir, el hecho de que se originara el cristianismo es la demostración misma de que la resurrección fue verdadera.

“Dios pudo haber salvado al humano de muchas formas no sólo encarnado a su hijo para crucificarlo en una cruz y resucitarlo tres días después; esa forma es sólo una de tantas. 
 
Si pensamos que todas las formas son igualmente probables, entonces, veamos lo siguiente: imaginemos que Dios tiene ocho formas posibles para salvar a la humanidad del pecado original y que sólo una de ellas Dios decidió usar, si tomamos en cuenta el conocimiento del pasado que tenemos, la creencia de que Jesús murió en la cruz y se levantó el tercer día es, inicialmente, improbable ya que este escenario es sólo uno de los muchos que Dios pudo haber escogido.
 
 Por supuesto, evidencias históricas fuertes que respalden el hecho podrían vencer esta improbabilidad inicial; pero tampoco las hay”, explica Martin.

Muchos teólogos, filósofos y creyentes sostienen que la resurrección es racional; en mi opinión, creer todo el asunto es cuestión de fe. Inicia como un adoctrinamiento que tendrá mucho que ver con las creencias de la familia y más tarde con decisiones adultas. 
 
Hoy en día, existen numerosas formas en que los dioses eligen el camino para que la humanidad quede salva y disfrute de la inmortalidad; hay diferentes profetas y creencias sobre resurrecciones, reencarnaciones y posibilidades de vida después de la muerte en otros mundos. 
 
Cantidades de fórmulas son expuestas, pero, curiosamente, eso no es, realmente, lo que asombra; lo sorprendente es la cantidad de cerebros que se reparten entre ellas. 
 
No sólo hay cristianos, musulmanes, judíos y budistas sino que tenemos a los yorubas, el shivaísmo y krisnaísmo, el bahaísmo, chamanismo, taoísmo, celtismo y la cienciología, sin nombrar todas las ramas que se derivan de las religiones más populares en el mundo; el cristianismo, por ejemplo, que tan sólo en la iglesia católica hay decenas de denominaciones, Wikipedia nos dice tiene unas 38,000 denominaciones, cinco mil de ellas no están reconocidas en muchas partes del mundo.
 
 El número es impresionante.

“Nunca escribí sobre la resurrección en específico porque no le veía la necesidad. La resurrección es sólo uno de miles de mitos religiosos que merecen ser cubiertos en un informe comprensivo sobre la irracionalidad religiosa. 
 
En lo que a mí concierne, si tú y mil millones de personas desean creer en dioses crucificados, profetas y divinidades que resucitaron, pues, adelante.
 
 Hay miles de millones que creen en otros dioses y otras resurrecciones y otras historias igualmente absurdas”, escribe Robert Todd Carroll en El diccionario escéptico.

Una amiga doctora me dice que lo de Lázaro no fue resurrección sino resucitación, (yo realmente no comprendo por qué sólo resucitó a Lázaro). 
 
De hecho, los que desean proponer que muchos de los capítulos de la Biblia son reales poseen un sinnúmero de fórmulas médicas para explicar lo que ocurrió en realidad. Para ellos, la Biblia es un libro repleto de metáforas, enseñanza mística para los que creen. 
 
En mi opinión, me he acostumbrado más a que el humano miente, inventa y tergiversa; cualquier individuo o grupo de ellos es capaz de atrapar un rumor y convertirlo en verdad, manipular con eso a toda una masa humana y convertir el asunto en un esplendoroso poder. 
 
No es algo nuevo, lo hacen todo el tiempo, de hecho, encender la televisión es lidiar con mentiras regularmente y ni hablar de la política. 
 
Más aún, la mentira y el rumor tienen amigos importantes y efectivos: la violencia, la esclavitud, la sustracción de derechos y el aislamiento, la reclusión y la discriminación que persiguen a los que no creen lo que deben creer según los que tienen el poder o de acuerdo con las masas.

“He visto muchos individuos que han sido transportados al salón de la muerte con pruebas mucho menos convincentes, necesitaría más fe para mantenerme ateo que para confiar en Jesucristo el Nazareno”, exclamaba Lee Strobel como una confirmación de que sus creencias eran ciertas ya que personas con evidencias son asesinadas por ello.
 
 Una conclusión absurda y cruel, además de completamente inexperto frente al ateísmo.

Cuando la dictadura cae, la turba tiene la última palabra.

Hoy, creer en cualquier cosa es más importante. De hecho, en muchos lugares que pretenden ejercer la libertad religiosa no se admite la no creencia en esa libertad; eso no está bien visto, ni siquiera es algo comprensible para muchos. 
 
Pero la libertad religiosa no quiere decir derecho para creer lo que quieras, también incluye el derecho para aquel que no cree en nada. 
 
Y si te pones a pensar, con el gigantesco número de creencias ridículas que existen, la no creencia es una de las decisiones más cautelosas y prudentes en la lista, pues ¿cómo eliminar uno sin hacerlo con el otro?

La ciencia y el futuro de la inmortalidad
Reducción de la disonancia cognoscitiva

Corintio representa para muchos académicos, un temprano recuento del cristianismo, mucho antes que los salmos. 
 
Allí leemos que sin la certeza de la resurrección, la prédica de la iglesia y la fe del creyente serían vanas. 
 
También nos cuentan sobre las 500 personas que vieron y hablaron con Jesús después de que resucitara. 
 
Los salmos de Paul aseguran, por otro lado, entre muchas de sus afirmaciones sin evidencias o corroboración fuera de la Biblia, que no creer en la verdad de la resurrección física del profeta es, pues no ser cristiano. 
 
Para otros estudiosos, el mito de la resurrección de Jesús fue creado ya que toda la historia sobre el asunto en la Biblia se escribió décadas después de que supuestamente ocurriera, de hecho, profetas judíos habían estado prometiendo la llegada del Mesías durante cientos de años antes de la resurrección. 
 
De hecho, la religión judía lo sigue haciendo.

“Asumamos que aún deseas creer que el mito es cierto. Mi pregunta es por qué todos los cristianos no están dispuestos a creer que todas las siguientes ocurrencias son también ciertas. 
 
Por ejemplo, que Mahoma ascendió al cielo en un caballo alado, que un ángel llamado Moroni (quien también resucitó, por cierto), se le apareció a Joseph Smith Jr., y lo asistió para que tradujera el Libro de los mormones de antiguos escritos egipcios o que hace 75 millones de años atrás, Xenu trajo a miles de millones de personas a la Tierra en una nave espacial”, explica Luke Muehlhauser.

Realmente, la fe es lo único que justifica la creencia. Creer en la resurrección de Jesús nos obliga a creer lo que dice cualquier otra religión sobre sus profetas, patrocinadas por sus escrituras específicas. De hecho, los musulmanes te condenan a muerte si hablas mal de Mahoma; por lo menos, los cristianos ya dejaron de hacerlo.

Para Muehlhauser no es mas que la reducción de la disonancia cognitiva, la tendencia humana de racionalizar la discontinuidad entre las realidad y las creencias reinantes en la persona de forma tal, que creencias son modificadas o añadidas en vez de rechazar la original. 
 
Ciertamente, muchas ramas de la ciencia pueden hoy explicar conductas irracionales en las personas; de hecho, ramas de la aplicación científica entran hoy en el codiciado mundo de la inmortalidad, pero no a través de vida después de la muerte, sino alejando, cada vez más, la muerte de la vida.

Más tiempo viviendo; es la ganancia obtenida por la ciencia hasta el momento, pero no como el deseo de muchos científicos futuristas que observan al humano alejarse completamente de la enfermedad.
 
 Para muchos, la nanotecnología es la respuesta, para otros, muchas ramas lo son. 
 
En la actualidad, por ejemplo, tenemos el ambiguo proceso de crionización, en otras palabras, preservar el cuerpo de la persona muerta en bajas temperaturas hasta que la ciencia en el futuro pueda recuperarlos, devolver vida a sus moléculas. 
 
Pero la criopreservación moderna todavía tiene muchos problemas, a pesar de que muchos científicos creen que el futuro representará un evidente nanoprogreso que permitirá la inmortalidad en humanos, nadie puede estar seguro de ello.
 
 Las teorías nos dicen que podría funcionar, pero todavía no tenemos evidencias de que así será. Además, no es ético congelar a alguien vivo y esperar para descongelarlo, eso se llamaría homicidio. 
 
Por lo tanto, las empresas que ofrecen estos servicios, como Alcor, deben esperar que la persona sea declarada legalmente muerta para actuar y refrigerar su cadáver en nitrógeno líquido, (un proceso bastante costoso, por cierto), hasta que décadas después la ciencia pueda resucitarlos.
 
A pesar de no existir evidencias de una certera probabilidad en el futuro, cientos de personas han decidido tomar ese camino y optar por una estructura glacial que los acoja temporalmente.

Por supuesto, este tipo de inmortalidad también representa numerosos problemas para el futuro en el mundo. A menos que tengamos otros planetas para habitar, habría que imponer duras leyes de reproducción si no vamos a morir. Y ni hablar del alma, un concepto que muere en el tema.

Por supuesto, la mayoría piensa que no estará viva cuando eso ocurra, sin embargo, el filósofo futurista Ray Kurzweil es uno de los que está seguro que obtendremos inmortalidad en las primeras décadas del siglo actual. 
 
Ahora bien, si demostraran sin duda alguna que podrían resucitarte después de congelado y devolverte la vida que perdiste, ¿cuántos de nosotros no buscaría el dinero requerido para congelarnos las neuronas?
 
 La vida es todo lo que tenemos y conocemos; no sabemos absolutamente nada sobre la muerte pero la posición más lógica es asumir que es la pérdida final y finita de la conciencia del animal. 
 
Con almas o sin almas, nadie la desea y ni la manida oferta de un ‘cielo’ por delante la hace menos dolorosa para los que quedan.
 

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