La próxima visita de Ratzinger a México en el mes de marzo
difícilmente podrá ser sustraída del contexto electoral pero tiene
además la intención de reforzar la presencia de la iglesia católica en
la política nacional, difundiendo la idea de la libertad religiosa, la
cual recientemente fue objeto de una reforma constitucional que provocó
una polémica en el Congreso de la Unión y en la opinión pública.
El jefe del Vaticano llegará el 23 de marzo a León, Guanajuato y
permanecerá en dicho estado hasta su salida con destino a la isla de
Cuba.
Será recibido por Felipe Calderón, quien seguramente le besará la
mano para agradecerle la oportunidad de tomarse la foto y mejorar un
poco su imagen pública, si es que esto es posible.
Al día siguiente,
sábado 24, visitará a Calderón en la sede del gobierno del estado de
Guanajuato para seguir con las genuflexiones de rigor y el domingo
presidirá una misa masiva en el parque Bicentenario -a la que arribará
en helicóptero, literalmente caído del cielo, para hacerlo más
espectacular- construido, por lo que se ve, con el objetivo de realizar
actos religiosos masivos en un estado que se ha distinguido desde el
siglo XIX por ser la cuna del fanatismo católico en nuestro país, aunque
se enojen los poblanos.
De paso se garantiza el éxito mediático de la
visita, con fotos de multitudes arrobadas, dado el poco carisma del que
goza Ratzinger fuera de Europa y que no se compara con el que gozó su
antecesor en Latinoamérica.
Será imposible que los panistas no
utilicen la visita para mejorar sus magras posibilidades de seguir en
Los Pinos. Consciente de ello, Ratzinger no irá a estados en los que no
gobierne el PAN, para evitar malos entendidos, y estará casi siempre
acompañado por Calderón, por el gobernador Juan Oliva Posadas y por los
más altos funcionarios católicos en México como Norberto Rivera y Juan
Sandoval.
La idea es que el obispo de Roma esté bien cobijado para
evitar que le recuerden su alianza con Marcial Maciel y los Legionarios
de Cristo, a la cual abjuró a medias cuando asumió la jefatura del
Vaticano.
Sin embargo, seguramente se reunirá con miembros destacados de
la congregación Legionarios de Cristo, fundada por Maciel y que goza de
enorme fuerza en el bajío mexicano.
Sobra decir que no irá a ciudad
Juárez o al estado de Chiapas para ofrecer su apoyo a las familias de
las víctimas de la política de seguridad de Washington; más bien se
reunirá con los que alientan la militarización del país, para dejar muy
claro que su labor pastoral en México tiene como objetivo aumentar la
fuerza política de la corporación que dirige para tratar de compensar la
pérdida de fieles entre la sociedad mexicana, como lo confirma el
último censo de población.
En este sentido la visita está
pensada para definir las acciones que reforzarán la añeja alianza
histórica entre el Vaticano y la derecha mexicana, entre las que destaca
el trabajo conjunto Seguramente se concertarán líneas de acción para
seguir influyendo en el Congreso de la Unión y diluir poco a poco la
existencia del estado laico en México, enarbolando cínicamente la
defensa de la libertad religiosa.
Y digo cínicamente porque la
libertad religiosa nunca ha sido una bandera católica sino todo lo
contrario.
La historia de México lo demuestra, primero con la
intervención francesa, pagada en buena parte con dinero de la iglesia
católica mexicana que entonces encabezaba Pelagio de Labastida y
Dávalos, quien además fungió como miembro de la regencia del Segundo
Imperio Mexicano que recibió a Maximiliano con bombo y platillo, aunque
luego se peleó con los franceses no por cuestiones de fe sino de dinero,
faltaba más; y luego, ya en el siglo XX, cuando la curia mexicana
alentó la rebelión cristera, con el beneplácito del Vaticano, para
mantener sus privilegios políticos sin importarle el alto costo humano y
atizando el fanatismo religioso que se define precisamente por su
intolerancia a otros credos y a las libertades básicas de las mujeres.
Seguramente se discutirán las tácticas necesarias para contener la
tendencia a garantizar la libertad de elegir de las mujeres en el tema
del aborto o de las personas del mismo sexo para formas sociedades de
convivencia y adoptar infantes para formar una familia.
Estos temas son
impulsados desde el Partido Acción Nacional y forman el núcleo político
que relaciona a este partido con los sectores más fanáticos de la
derecha nacional y con el propio Vaticano.
Su insistencia en
fortalecer la libertad religiosa va también en el sentido de garantizar
la educación católica, que no religiosa, en los planteles de educación
básica del país.
No me parecería un error que en las escuelas públicas
se estudiara la diversidad religiosa como un elemento de identidad
cultural pero lo que en realidad pretenden es sólo difundir la religión
católica, lo que dadas las circunstancias más parecen patadas de ahogado
que una meta realista.
Por eso resulta un buen ejemplo de
cinismo que en estos días Ratzinger y la derecha mexicana se envuelvan
en la bandera de la libertad religiosa -que no es más que un pretexto
para acabar con ella- cuando históricamente han sido sus acérrimos
enemigos.
Dicho lo anterior, podremos entonces comprender mejor a que
viene Ratzinger a estas tierras.