Para una socióloga es siempre
fascinante analizar el discurso periodístico si no fuera por sus,
cada vez más, dramáticos efectos sobre el público al que se
dirige.
Incluso el campo de los medios alternativos ha sido
seriamente diezmado por la lógica informativa hasta el punto de que
hoy es difícil distinguir entre un periodismo comprometido y otro
meramente instrumental.
Y no por la ideología de la empresa y/o
corporación para la que se trabaje.
Vaya por delante que no
cuestionamos la intencionalidad ni la voluntad de los profesionales
de la información, ni siquiera sus valores, más bien hablamos de la
“disciplina informativa”, esos dispositivos -diría Foucault- que
son interiorizados y objetivados, y que conducen al profesional a
reproducir el discurso dominante.
La mayor parte de los periodistas son
free lance, especialmente los llamados reporteros, de modo que
su vínculo suele ser coyuntural, lo que venden es el producto
informativo que elaboran.
Cierto que el mercado de la información
está saturado, especialmente en determinados campos, y al servicio
de las grandes corporaciones hay ya legiones de periodistas
compitiendo por ser una de las firmas elegidas.
En los medios de
izquierdas, minoritarios y con menos recursos, está menos reñido el
juego pero es más difícil ganarse la vida como periodista.
Entre
unos y otros profesionales las diferencias son cada vez menos
significativas: los mismos lugares comunes, idéntica forma de
construir “veracidad”, la misma ausencia de análisis, similar
lenguaje; en definitiva, similares técnicas de manipulación.
Las noticias se construyen.
La realidad
no proporciona noticias sino hechos, acontecimientos y cotidianidad.
En un mundo globalizado a la vez que disperso, fragmentado e
incomunicado, son los profesionales de la información quienes asumen
la tarea de unificar, seleccionar y dar sentido a la dispersión, en
definitiva: agregan los hechos dotándoles de interpretación.
Construyen las noticias y colaboran en la formación de la opinión
pública.
La forma en la que actúan está condicionada por dos
factores esenciales: a) las técnicas asociadas al ejercicio de su
profesión y b) el proyecto ideológico al que se subordinan.
Ambos
elementos son autónomos pero no independientes uno de otro.
La lógica de los medios de
comunicación en tanto que corporaciones (grupo de empresas asociadas
que actúan en distintos campos) ha diluido el condicionamiento
ideológico subordinándolo.
Cada vez es más frecuente que los
periodistas justifiquen sus noticias apelando a la “objetividad”
de las “fuentes directas (blogueros, testigos presenciales...) o su
propia presencia en el lugar de los hechos sin cuestionarse por qué
selecciona esos hechos, por qué está en un lugar y no en otro -por
ejemplo, Bengasi y no en Trípoli-, o confundiendo hechos con
interpretación de los mismos.
En estos momentos, la ideología de un
periodista no suele tener cimientos sólidos, menos aún cuando
tampoco la sociedad encuentra referencias durables.
El fin de las
ideologías ha despejado el camino, no sólo a la implantación
de la ideología única -el capitalismo disfrazado de Economía-,
sino a la construcción de las certezas visuales -la verdad es
lo que veo-.
Escasean los profesionales formados en el área de
conocimiento sobre el que informan (economía, internacional,
sociedad...), se acabaron ya los reporteros desplazados con
conocimientos sobre los países y conflictos -ahora un reportero
informa igual de Latinoamérica que de Oriente-, ya no hay tiempo
para contrastar las fuentes, tres semanas sirven para hacer un
documental o certificar la existencia de una “rebelión popular”.
Sometidos a la precariedad y a la
influencia de los discursos hegemónicos, trabajando en solitario,
los elementos que encuentra un periodista para elaborar sus
interpretaciones no son diferentes de los del resto de la sociedad.
Sin embargo, el poder que se ha otorgado a los medios de comunicación
(masivos o alternativos) hace que sean especialmente peligrosos,
pues, como dice un viejo chiste periodístico, la diferencia entre un
médico y un periodista es que el primero envenena a uno cada vez
mientras que el segundo envenena a miles al mismo tiempo.
Muchos hemos hemos aprendido a poner en
cuestión la información de los medios masivos, de hecho, pensábamos
que difícilmente se produciría la infección de los medios
alternativos salvaguardados por unos principios antiimperialistas
históricamente consolidados y fuertemente arraigados en los
periodistas de izquierdas.
Sin embargo, la intervención militar
reciente en Libia nos proporciona un interesante caso de estudio
sobre el periodismo alternativo, ya que ha sido habitual la
reproducción de técnicas manipuladoras que sólo eran habituales en
los grandes medios.
Pongamos un ejemplo ilustrativo
aparecido en Rebelión.
Se trata de una entrevista a un periodista,
Reed Lindsay, realizada por una periodista y un filósofo, Patricia
Rivas y Santiago Alba.
Seguramente se podrían haber elegido otros
artículos, quizá más ejemplificadores, pero lo que hace
especialmente interesante este texto es que se trata de una
entrevista a un periodista en la que los entrevistadores conducen al
entrevistado hacia la ratificación de sus propias posiciones
sostenidas en este medio.
No
es mi objetivo contraargumentar las respuestas del entrevistado ni
las contradicciones en las que cae, ni hacer un análisis exhaustivo
del texto, tan sólo señalar algunas de estas técnicas de
manipulación mediática especialmente llamativas que tanto
detestamos encontrar en los medios masivos.
El titular que encabeza la noticia:
“Lo
que sucedió en Bengasi y otras ciudades de Libia del 17 al 20 de
febrero fue una rebelión popular” no es sólo un entresacado
de las respuestas del periodista sino la respuesta que encierra la
primera pregunta de la entrevista:
“1-.¿Hubo
o no hubo una revuelta popular en Bengasi?”, y
es ratificada por las siguientes cuatro preguntas:
2-.¿Fue
lo ocurrido el 17 de febrero producto de una movilización popular
espontánea o una conspiración franco-estadounidense-saudí?
,¿Quiénes participaron en ella?
3.-¿Quiénes formaron en la
primera hora los cuadros de dirección de la revuelta?
4.-¿Estaba o
no justificada la revuelta?
¿Era legítimo rebelarse contra Gadafi?
El
estilo de estas preguntas es poco periodístico ya que podrían
contestarse con un sí o un no, pero simula el estilo de las
encuestas, -técnica sociológica con la que los profesionales de la
sociología solemos crear verosimilitud y certeza pues recoge de
forma clara y precisa los datos de un muestreo-.
La formulación de
preguntas que resultan reiterativas pues se deducen de la primera
respuesta (preguntas dos y tres), tiene un doble efecto, por un lado
refuerza el mensaje central vía repetición: “rebelión popular”.
Lindsay ya repitió cinco veces la palabra “popular” en el único
párrafo que con el que contesta la primera pregunta, sin embargo, en
la segunda pregunta se le pregunta nuevamente si fue una revuelta
popular y se le añade “espontánea”.
El segundo efecto de las
preguntas repetitivas es que permite al entrevistado reforzar su
opinión con elementos de comprobación empírica:
“Después de
pasar tres semanas en el este de Libia”, “estoy convencido”,
“cualquiera podía constatarlo”, “me recordaron lo que había
visto en la revolución egipcia” “hablé con muchos médicos”,
“me contaron”.
Como
preámbulo a la entrevista, los entrevistadores recurren a una
técnica muy habitual en los medios masivos llamada “principio de
autoridad”.
En los medios masivos adopta dos formas, la primera
consiste en precondicionar al lector haciendo que sea un personaje de
prestigio (un deportista, un cantante, un actor, o un científico
reconocido) quien opine sobre determinado tema, en general, político.
Las opiniones de este personaje famoso tendrán mayor poder de
persuasión que las de alguien con conocimientos sobre el tema pero
que no es famoso.
La segunda forma, la que aquí se adopta, es poner
el curriculum de la persona a la que se entrevista al principio,
mostrando así al posible lector que la persona entrevistada es una
autoridad en la materia aunque el lector sea la primera vez que oye
hablar de él.
En este caso, se nos describe profusamente el
curriculum de izquierdas con el que cuenta Lindsay: trabajó de
colaborador en Telesur en Haití, República Dominicana, Honduras,
EE. UU., Italia, Dinamarca, Egipto y Libia; fué premiado por esta
cadena, se ha dedicado al “periodismo de investigación,
concentrando sus esfuerzos en la injerencia de Estados Unidos en la
región”, “hizo numerosas crónicas sobre los abusos de la misión
de la ONU en Haití y sobre las maniobras del gobierno de Estados
Unidos en la región”, etc.
Después de leer esta introducción,
inusualmente extensa en un medio como Rebelión, el lector ya sabe
que no puede dudar de la filiación política del entrevistado, sabe
también que sus respuestas están avaladas por una larga trayectoria
profesional in
situ, y
que cuenta con un importante historial denunciando las intervenciones
de Estados Unidos.
La
fotografía con la que se ilustra la entrevista es también muy
significativa y analizable.
Ocupa un lugar muy destacado al estar
situada en el centro y dividir la presentación del entrevistado en
dos partes.
El recorrido visual de izquierda a derecha conduce al
lector del arma que está encima de un coche apuntando fuera de
plano, a un grupo de “rebeldes” de espaldas, al cámara que está
en primer plano pero de espaldas y finalmente al protagonista de
frente, el periodista Lindsay con micrófono en mano que centra todas
las miradas.
El pie de foto nos confirma el carácter “independiente”
del periodista y su trabajo: “Reed
Lindsay y Jihan Hafiz, durante la grabación del documental
independiente “Bengahazi Rising”, en febrero de 2011”
La
introducción y la fotografía preparan convenientemente al lector.
Por supuesto, también el hecho de que se haya seleccionado como la
primera noticia que abrió Rebelión el día 5 de diciembre.
Es también una práctica generalizada
en esta profesión mezclar hechos con interpretaciones,
y confundir opiniones con argumentos,
algo que podríamos llamar la técnica de la miscelánea.
Por ejemplo, Lindsay dice que está convencido de que fue una
movilización popular espontánea y no una conspiración de origen
estadounidense y como argumento señala que “no
he visto ninguna prueba de que el levantamiento popular que se dio se
debiera a la injerencia extrajera”,
o nos cuenta que “Sólo
cuando resultó evidente que no contaban con la fuerza militar para
resistir al ejército del gobierno de Muamar al Gadafi empezaron
apedir la intervención de la OTAN”,
o “se vieron obligados
a tragarse esta intervención”,
o “eran jóvenes, sobre
todo estudiantes”, o
“muchos libios dirían que la revuelta...
”“En
Bengasi todos los días me encontraba con alguien en la calle que
insistía en llevarme a un barrio pobre para mostrarme que, a pesar
de la riqueza del país, la pobreza era un problema real.
Y así pude
constatarlo...” “No
es por nada que uno arriesga la vida sin ningún interés personal”.
Además de la mezcla de opiniones como si fuera información, ninguna
de ellas parece estar contrastada por datos y/o indicadores del
conjunto del país, y tampoco parece preocuparle al periodista que
estando en Bengasi y siendo abordado por la gente del lugar para que
vea la pobreza de sus barrios tal vez hubiera algún sesgo.
Otro
uso común entre los periodistas es tomar la parte por el
todo.
En este caso, los
habitantes de Bengasi, y en concreto los que le abordan, son el
pueblo libio en su conjunto,
“Durante los primeros días de la
rebelión en Bengasi, los libios que tomaron las calles y empezaron a
formar un nuevo gobierno y una nueva sociedad....”; la rebelión
fue popular porque eran “jóvenes,
sobre todo estudiantes. Pertenecían a la clase trabajadora y a la
clase media”;”Muchos jóvenes perdieron sus vidas enfrentando las
balas en Bengasi... muchas mujeres enviaron a sus hijos únicos a
luchar en primera línea y lo celebraron cuando se convirtieron en
mártires”, “con el tiempo que tenía decidí dar prioridad al
pueblo y no al poder”
La presencia física como criterio
de verdad es cada vez más
frecuente en todos los medios.
Parece como si existiera una
correlación automática entre ver y conocer o saber lo que ocurre,
como si estar presente en el lugar de los hechos dotara a los
reporteros de un aura especial de conocimiento.
Me viene a la memoria
el caso del reportero de RTVE, Mijayo que durante el bombardeo
israelí a la franja de Gaza en el 2008-09, reportaba siempre desde
el lado israelí con un fondo de tanques y soldados, sobre lo que
ocurría en la franja.
En este caso, Reed Lindsay afirma por cuatro
veces que estuvo en Bensasi “tres semanas”, y en ese tiempo no
sólo pudo saber lo que pensaba el pueblo libio, sino que existía
relamente pobreza, que fue una rebelión pupular y espontánea, que
“hay divergencia de ideas en Libia sobre los países miembros de la
OTAN”, habló “casi exclusivamente con los libios en las calles y
en las primeras líneas del frente”, visitó los barrios pobres e
hizo un documental.
Las fuentes anónimas y su
parcialidad es una de esas
prácticas que, no por ser burdas, dejan de ser muy efectivas para
generar opinión.
La entrevista está cuajada de ellas: “los
rebeldes entienden”, “hablé con numerosos médicos que habían
trabajado en la zona de guerra y me contaron...”, “hablé con
libios en las calles” “los libios sienten que la victoria sobre
Gadafi es suya”, “encontré evidencias abundantes de que fueron
ciudadanos ordinarios quienes se levantaron”, “Decían que habían
empezado la rebelión” “la mayoría de ellos no se hacían
ilusiones”, “muchos me decían que sacarían a Gadafi...” “las
tropas de Gadafi dispararon a los manifestantes con armas
antiaéreas...”
En toda la entrevista no existe ninguna fuente que
esté documentada, algún nombre de algún informante, o de algún médico
para corroborar lo que cuenta, algún informe que avale sus datos
sobre el número de muertes, tampoco existe, es evidente, ninguna
fuente distinta a las de los rebeldes de bengasi.
Finalmente,
quisiera llamar la atención sobre una forma de justificar una
mentira mediática de la que no me había percatado hasta ahora en
otros análisis.
Los entrevistadores no le preguntan a Lindsay por la
fabricación de la mentira sobre los bombardeos de Gadafi a la
población, ya que se trata de una mentira contrastada, sino sobre el
riesgo de que los hubiera:
“¿Hubo
realmente riesgo de una matanza en Bengasi en marzo de 2011?
El
montaje mediático de los inexistentes bombardeos desde el aire llevó
a algunos sectores de la izquierda a poner en duda que hubiese habido
ninguna clase de represión e incluso a negar que hubiera imágenes
de la misma”
Tal y como se formula la pregunta la repuesta no puede ser otra que
la justificación del periodismo preventivo que generó dicha
mentira.
Así, Lindsay responde no sobre lo que ocurrió sino sobre
la posibilidad del bombardeo, es decir sobre la idea de la matanza:
8.-
“La idea de
que iba a haber una matanza en Bengasi no fue algo inventado por los
medios”,
y cierra el párrafo con una afirmación que requeriría una
reflexión de ética periodística pues partiendo de un hecho cierto
-una mentira-, afirma que podría no haber sido cierto:
“Obviamente
no puede probarse que fuera a habar una matanza que nunca se produjo,
pero hay muchos indicios que llevan a pensar que podría haber
sucedido”.
Sorprendentemente
Gadafi recibe en boca de Lindsay una condena superior a la de la OTAN
por un hecho que no cometió.
Mientras que hablando de la “idea de
los bombardeos” Lindsay le dedica cuatro párrafos a la represión
del régimen de Gadafi, dedica apenas cinco líneas a contarnos que
la OTAN “sobrepasó su mandato”.
* La autora es Doctora en Ciencias Políticas y Sociología, profesora de la Universidad Complutense de Madrid