Catorce chamanes han sido asesinados
brutalmente en Perú en los últimos 20 meses, en lo que constituye una
grave afrenta a la cultura índigena.
Siete cuerpos han sido encontrados
con cruentas heridas de bala, machete, cuchillo; otros siete curanderos,
de la etnia de los Shawi, han desaparecido y las autoridades creen que
han sufrido la misma suerte.
Un consejero del gobierno peruano dice
que algunos de los cuerpos de las víctimas fueron arrojados al río para
ser devorados por pirañas.
Autoridades creen que los asesinatos podrían
haber sido ordenados por el alcalde de Balsapuerto, un cristiano
evangélico, después de que escuchó que los chamanes pensaban formar una
asociación para compartir sus conocimientos.
El hermano del alcalde es
un conocido “matabrujos”, de quien se sospecha cometió los asesinatos;
se sabe que esta retrógrada secta cristiana piensa, como los
evangelistas españoles de hace 500 años, que los chamanes están
poseídos por el diablo.
La muerte de los chamanes es un pérdida
irrecuperable no solo para sus comunidades sino para la ecología
planetaria más profunda.
El director de la organización civil Amazon
Watch en Perú le dijo al diario Guardian:
“La muerte de estos chamanes
representa no solo una trágica pérdida de vidas, sino la pérdida de un
enorme cuerpo de conocimientos de las plantas de la selva y del crucial
papel que tienen en la medicina tradicional y en la guía espiritual de
las comunidades indígenas”.
Condenamos este terrible crimen que atenta de manera salvaje contra lo más puro de nuestra cultura planetaria, más allá de hippies
romanticismos, la realidad es que los chamanes de distintas culturas
indígenas, aunque amenazados por una cultura intolerante, son los
depositarios de una milenaria sabiduría, vital para la conservación del
equilibrio sagrado entre la Tierra y sus habitantes —células de un
metaorganismo.
Quizá la prueba actual más clara de su importancia es que
grupos cristianos fundamentalistas se sienten agredidos por la
posibilidad de que los chamanes se organicen, algo que al parecer
amenaza la frágil realidad dogmática en la que se mueven.