En la era de la globalización neoliberal los trabajadores han pasado a ser una mercancía más y el salario es un costo que trata de disminuirse.
Las deslocalizaciones y el empleo de mano de obra ilegal rigen el mercado de trabajo, provocando, incluso, como en el caso de Fiat, la autoexplotación de los trabajadores ante el miedo de perder su puesto.
Los siglos después de la abolición de la esclavitud regresa una práctica abominable: la trata de personas.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que 12,3 millones de personas en el mundo se ven sometidas, a través de redes ligadas a la criminalidad internacional, a la explotación de su fuerza de trabajo en contra de su voluntad y en condiciones inhumanas.
Tratándose de mujeres, la mayoría son víctimas de la explotación sexual, mientras muchas otras son explotadas específicamente en el servicio doméstico.
También se da el caso de personas jóvenes y en buen estado de salud que, bajo diversos engaños, son privadas de su libertad para que partes de sus cuerpos alimenten el tráfico ilegal de órganos humanos.
Pero la trata se está extendiendo cada vez más a la captura de personas que sufren la explotación de su fuerza de trabajo en sectores de la producción muy necesitados de mano de obra barata, como la hotelería, la restauración, la agricultura y la construcción.
A ese tema preciso, la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) le dedicó en Viena, los días 20 y 21 de junio pasado, una Conferencia internacional con la participación de autoridades políticas, organismos internacionales, ONGs y reconocidos expertos (1).
Aunque el fenómeno es mundial, varios especialistas subrayaron que la plaga del trabajo esclavo está aumentando aceleradamente en el seno mismo de la Unión Europea (UE).
El número de casos revelados por la prensa, cada vez más numerosos, sólo constituye la punta del iceberg.
Las organizaciones sindicales y las ONGs estiman que hay centenares de miles de trabajadores sometidos a la execración de la esclavitud en Europa (2).
“Campos de trabajo” en Europa
En España, Francia, Italia, Países Bajos, Reino Unido y en otros países de la UE, numerosos migrantes extranjeros, atraídos por el espejismo europeo, se ven atrapados en las redes de mafias que los obligan a trabajar en condiciones semejantes a las de la esclavitud de antaño.
Un informe de la OIT reveló que, al sur de Nápoles, por ejemplo, unos 1.200 braceros extracomunitarios trabajaban 12 horas diarias en invernaderos y otras instalaciones agrícolas sin contrato de trabajo y por sueldos miserables.
Vivían confinados en condiciones propias de un campo de concentración, vigilados militarmente por milicias privadas.
Este “campo de trabajo” no es el único en Europa.
Se ha descubierto, por ejemplo, en otra región italiana, a centenares de migrantes polacos explotados del mismo modo, a veces hasta la muerte, esencialmente para la recolección de tomates.
Se les había confiscado su documentación y sobrevivían subalimentados en una clandestinidad total.
Sus “propietarios” los maltrataban hasta el punto de que varios de ellos perdieron la vida por agotamiento, por los golpes recibidos o empujados al suicidio por la desesperación.
Esta situación concierne a miles y miles de inmigrantes sin papeles, víctimas de negreros modernos en los más diversos países europeos.
Según varios sindicatos, el trabajo clandestino en el sector agrícola representa casi el 20% del conjunto de la actividad (3).
El modelo económico dominante tiene una gran responsabilidad en esta expansión de la trata de trabajadores esclavos.
En efecto, la globalización neoliberal –que se ha impuesto en los tres últimos decenios gracias a terapias de choque con efectos devastadores para las categorías más frágiles de la población– supone un costo social exorbitante.
Se ha establecido una competencia feroz entre el capital y el trabajo.
En nombre del librecambio los grandes grupos multinacionales fabrican y venden en el mundo entero.
Pero con una particularidad: producen en las regiones donde la mano de obra es más barata y venden en las zonas donde el nivel de vida es más alto.
De ese modo, el nuevo capitalismo erige la competitividad en principal fuerza motriz y establece, de hecho, la mercantilización del trabajo y de los trabajadores.
Las empresas multinacionales, al deslocalizar sus centros de producción a escala mundial, ponen en competencia a los asalariados de todo el planeta con un objetivo: minimizar los costos de producción y abaratar los salarios.
En el seno de la Unión Europea, eso desestabiliza el mercado del trabajo, deteriora las condiciones laborales y hace más frágiles los sueldos.
La globalización, que ofrece tan formidables oportunidades a unos cuantos, se resume para la mayoría de los demás, en Europa, en una competencia sin límites y sin escrúpulos entre los asalariados europeos, pequeños empresarios y modestos agricultores, y sus equivalentes mal pagados y explotados del otro lado del mundo.
De ese modo se organiza, a escala planetaria, el dumping social.
En términos de empleo, el balance es desastroso.
Por ejemplo, en Francia, en los dos últimos decenios, ese dumping causó la destrucción de más de dos millones de empleos únicamente en el sector industrial.
Sin hablar de las presiones ejercidas sobre todos los salarios.
Un fenómeno nuevo: la “trata legal”
En semejante contexto de desleal competencia, algunos sectores en Europa, en los que existe una carencia crónica de mano de obra, tienden a emplear a trabajadores ilegales, lo cual estimula la importación de migrantes sin papeles, introducidos en el seno de la UE por traficantes clandestinos que en muchos casos los obligan al trabajo esclavo.
Numerosos informes evocan claramente la “venta” de braceros agrícolas migrantes.
En el sector de la construcción muchos trabajadores jóvenes extracomunitarios, sin papeles, se hallan bajo el control de bandas especializadas en la trata de personas y son “alquilados” a empresas alemanas, italianas, británicas o griegas.
Estos trabajadores esclavos se ven forzados por las bandas que los explotan a pagar sus gastos de viaje, de alimentación y de alojamiento, cuyo total es en general superior a lo que ganan.
De tal modo que pronto, mediante el sistema de la deuda, pasan a “pertenecer” a sus explotadores (4).
A pesar del arsenal jurídico internacional que sanciona esos crímenes, y aunque se multipliquen las declaraciones públicas de altos responsables que condenan esa plaga, hay que reconocer que la voluntad política de poner fin a esa pesadilla resulta más bien débil.
En realidad, las patronales de la industria y de la construcción y los grandes exportadores agrícolas influyen permanentemente sobre los poderes públicos para que hagan la vista gorda sobre las redes de importación de migrantes ilegales.
Los trabajadores sin papeles constituyen una mano de obra abundante, dócil y barata; una reserva casi inagotable cuya presencia en el mercado de trabajo europeo contribuye a calmar los ardores reivindicativos de los asalariados y de los sindicatos.
Las patronales siempre han sido partidarias de una inmigración masiva.
Y siempre por el mismo motivo: abaratar los sueldos.
Los informes de la Comisión Europea y de Business Europe (la patronal europea) reclaman, desde hace decenios, siempre más inmigración. Los patrones saben que cuanto mayor sea la oferta de mano de obra, más bajos serán los salarios.
Por eso ya no sólo los negreros modernos explotan a los trabajadores esclavos; ahora se está desarrollando una suerte de “trata legal”. Véase, por ejemplo, lo que sucedió en febrero pasado en Italia, en el sector de la industria del automóvil.
El grupo Fiat colocó al personal de sus fábricas ante un chantaje: o los obreros italianos aceptaban trabajar más, en peores condiciones y con salarios reducidos, o las fábricas se deslocalizaban a Europa del Este.
Enfrentados ante la perspectiva del desempleo y aterrorizados por las condiciones existentes en Europa del Este, donde los obreros están dispuestos a trabajar sábados y domingos por salarios miserables, el 63% de los asalariados de Fiat votaron a favor de su propia sobreexplotación...
En Europa, muchos patronos sueñan, en el marco de la crisis y de las brutales políticas de ajuste, con establecer esa misma “trata legal”, una especie de esclavitud moderna.
Gracias a las facilidades que ofrece la globalización neoliberal, amenazan a sus asalariados con ponerlos en competencia salvaje con la mano de obra barata de países lejanos.
Si se quiere evitar esa nociva regresión social, hay que empezar por cuestionar el funcionamiento actual de la globalización. Es hora de comenzar a desglobalizar.
1 Bajo el título: “Preventing trafficking in human beings for labour exploitation: decent work and social justice”, la conferencia fue organizada por la representante especial y coordinadora para la lucha contra la trata de seres humanos, Maria Grazia Giammarinaro, y su equipo en el marco de la Alianza contra la trata de personas.
2 Véase el informe Combating trafficking as modern-day slavery: a matter of rights, freedom and security, 2010 Annual Report, OSCE, Viena, 9 de diciembre de 2010.
4 Véase No trabajar solos. Sindicatos y ONG unen sus fuerzas para luchar contra el trabajo forzoso y la trata de personas en Europa, Confederación sindical internacional, Bruselas, febrero de 2011.
Autor: Ignacio Ramonet