VICKY PELAEZ / RIA Novosti – En la sangrienta época de las
dictaduras militares en América Latina fue creada la red internacional
terrorista más grande del Siglo XX bajo el nombre de “El Plan Cóndor”
cuyo nombre hacía temblar de terror a los exiliados y perseguidos
brasileños, argentinos, chilenos, uruguayos, paraguayos y bolivianos.
Este plan, que remeció al mundo cuando fue descubierto, fue un
acuerdo firmado en 1975 para la represión política entre los gobiernos
de Chile, Brasil, Argentina, Paraguay, Uruguay, Bolivia y Perú.
Consistía en el intercambio de información sobre los disidentes de cada
uno de estos países para posteriormente secuestrarlos, intercambiarlos,
desaparecerlos, llevarlos a su país de origen o asesinarlos in situ.
Ya
en Argentina y Chile los autores de estos delitos están siendo juzgados
y en estos días el largo brazo de la justicia está llegando al Brasil.
Los autores del golpe de Estado en el Brasil en 1964, Mariscal
Humberto Castello Branco y los generales Arthur da Costa Silva, Emilio
Garastazú Médici Ernesto Geisel y Joao Baptista Figueiredo, que
gobernaron el país a base del terror hasta 1985, jamás se imaginaron
que la rueda de la historia les jugaría una broma y que sus perseguidos
llegarían alguna vez a ser presidentes del país.
Pero así sucedió. En 1995 el Dr. Enrique Cardoso, expulsado por la
junta militar del país llegó a ser elegido presidente.
Lo reemplazó en
2003, un ex detenido y encarcelado dirigente del Partido de los
Trabajadores, Luis Inácio Lula da Silva y finalmente este año una ex
guerrillera arrestada, encarcelada y torturada durante la dictadura,
Dilma Vana Rousseff fue elegida la presidenta del Brasil.
Frecuentemente el retorno a la democracia no significa inmediatamente
la aplicación de la justicia a los crímenes cometidos en el pasado.
Los
militares brasileños antes de dejar el poder promulgaron la Ley de
Amnistía que los exoneraba de toda la responsabilidad por la represión
entre 1964 y 1985 y en especial por su participación en el “Plan
Cóndor”.
En el contexto de la Guerra Fría entre los EEUU y la URSS, Brasil
ocupaba un lugar especial.
Fue uno de los pocos países que tenía
relaciones diplomáticas con la Unión Soviética que consideraba que
solamente Cuba y el Brasil de Goulart eran “países progresistas” en
América Latina, lo que producía una irritación en Washington.
Después
del golpe de Estado estas relaciones con la URSS se enfriaron hasta los
setenta y muchos comunistas brasileños, incluyendo al Secretario General
del Partido Comunista Luiz Carlos Prestes, se exiliaron en Moscú.
Sin embargo, a partir de 1975 justamente cuando empezó a volar el
Cóndor represivo sobre América Latina hubo un acercamiento pragmático y
estrictamente comercial entre el Brasil que empezó a buscar
independencia económica de los EEUU y la URSS que estaba detrás de
nuevos mercados y proveedores de trigo durante el bloqueo
estadounidense.
Así los intereses económicos se sobrepusieron a los
ideológicos cerrando los ojos el Comité Central del Partido Comunista de
la URSS frente a la persecución de sus camaradas brasileños.
Muy pocos saben que el Brasil fue el precursor de aquel siniestro
Plan Cóndor, que todavía no tenía este nombre, y empezó a aplicar y
perfeccionarlo ya desde 1964.
A pesar de tantos años transcurridos y los
cambios políticos, los militares brasileños siempre han sabido ocultar
o justificar los crímenes de la dictadura, borrar o esconder las
estadísticas y proteger tanto a los represores como a toda la
institución de la espada de Damocles de la justicia.
Tal es la influencia de las Fuerzas Armadas que en el Brasil hasta
ahora no hay ni un condenado por el abuso de los derechos humanos entre
1964 y 1985.
De lo poco que se sabe es que más de 600 personas fueron
asesinadas, unas 150 desaparecidas, más 50.000, detenidas, unas 2000,
torturadas y unos 10.000 brasileños fueron al exilio.
Las verdaderas
cifras de las víctimas deben ser mucho más altas pero los militares no
tienen la voluntad de abrir sus archivos si es que no los destruyeron.
Tal es su poder en el Brasil democrático que ni Lula da Silva en su
presidencia (2003 – 2011) se atrevió a crear una Comisión de la Verdad
como lo hicieron en la mayoría de los países de América Latina.
Recién
hace dos semanas la presidenta Dilma Rousseff después de mucha
indecisión y bajo la presión del Partido de los Trabajadores al que
pertenece, se atrevió a firmar la Ley de la Comisión de la Verdad que da
plazo de dos años a sus siete miembros de concluir el informe sobre el
abuso de los derechos humanos en el Brasil durante los años de
dictadura.
También firmó la Ley del Acceso a la Información que establece
límite de 50 años para abrir los archivos ultra secretos.
Es decir la
verdad final se sabría recién en el 2035. Mientras tanto la Ley de
Amnistía para los militares promulgada en 1979 sigue vigente y los
protege de todos los abusos de derechos humanos cometidos entre 1946 a
1988.
No quieren los militares que la opinión pública sepa cómo en 1964 recibieron instrucciones del presidente norteamericano Lyndon B. Johnson de sacar del poder al presidente Joao Goulart por su cierta simpatía a la URSS.
El agregado militar norteamericano y uno de los hombres más
siniestros e inteligentes de la CIA, coronel Vernon Walters elaboró el
plan del golpe de Estado y eligió al general Humberto Castello Branco
para ser su líder, seduciéndolo con la idea que el Brasil se convertirá
en el brazo derecho de los EEUU en América latina.
Lo del “brazo
derecho” no sucedió, simplemente el país fue transformado en el
laboratorio represivo donde se estrenó el Plan Pre Cóndor.
Para entrenar a los cariocas en las técnicas de tortura fue
despachado al país al famoso y siniestro agente del FBI contratado por
la CIA, Daniel Mitrione, considerado como el máximo especialista en la
tortura. Allí creó su laboratorio para los futuros torturadores
latinoamericanos y allí inventó su famosa “Silla de Dragón” utilizando
para sus experimentos a los mendigos del Bello Horizonte.
Posteriormente vino la ayuda del general francés Paul Aussaresses que perfeccionó su siniestro arte en Argelia.
Ya desde el año 1964 los agentes brasileños paseaban por Argentina como por su casa secuestrando a los opositores de la dictadura. Henri Kissinger y Walter Vernon decidieron usar su experiencia de persecución de disidentes en otros países para crear en 1975 la internacional del terror bajo el nombre de “Plan Cóndor”.
Sin embargo, ya mucho antes de esto los agentes y “diplomáticos”
brasileños estaban trabajando en Argentina, Uruguay, Paraguay, Chile y
Bolivia bajo el pretexto de la lucha contra el comunismo que no tenía
fronteras, preparando futuros golpes de Estado en América Latina.
Siguen insistiendo las Fuerzas Armadas brasileñas en ocultar la
historia, proteger a sus represores y lograr el perdón y el olvido.
Solamente surge una pregunta: ¿Y los torturados, podrán a olvidar y
perdonarlos, igual como los parientes de los desaparecidos y asesinados?